Intermedio - Renhet
Los gemidos de placer de una mujer invadían y resonaban la gran habitación en donde estaba.
La decoración era de la más alta calidad, no tenías que ser un experto para notarlo. Los azulejos en el suelo, casi parecían espejos por lo bien trabajados que estaban.
Su cara llena de placer y excitación, miraba a los ojos a quien la penetraba con fuerza.
—Es la voluntad de dios, y yo como su representación entre los mortales, la cumpliré —dijo un hombre joven, quien movía su cadera, haciendo que la mujer se aferrara a las sábanas con fuerza, disfrutando más y más.
Él poseía un cabello platinado con unos ojos de color ámbar. Y su piel era demasiado blanca para una persona común.
La mujer era hermosa, resaltaría en donde quiera que hiciera acto de presencia.
Él acarició su rostro y se acercó para besarla. Terminando se acercó a su oído y le habló.
—Dios me dijo que eras hermosa. Y alguien como tú, es con quién debo liberar su amor hacia sus hijos —Su voz fue suave.
—Si es lo que mi señor pide, encantada cumpliré con su palabra.
La mujer jadeaba y su cara mostraba una excitación en frenesí.
—Oh dios, que estás ahí para cuidarnos de los males que nos acechan. Brinda tu amor y misericordia a todos tus fieles seguidores.
Otro hombre se encontraba orando a escasos dos metros de la cama donde se consumaba el acto de la mujer y el otro hombre.
—Que mi mujer sea la puerta con la que tú encarnación, el príncipe Renhet, libere su amor hacia nosotros; es el mayor gesto de amor que puedes dar hacia tu fiel hijo aquí presente.
Su cara mostraba maravilla escuchando los gemidos de placer de su mujer. Renhet, a quien se refirió aquel hombre, lo miró mientras seguía en lo suyo.
—Exacto. Ella es la puerta con la que ustedes recibirán mi amor.
La mujer pasaba sus manos por el pecho y cuerpo bien cuidado de Renhet. Él se acercó otra vez para besarla.
Ella después le susurró a su oído.
—Su amor dio frutos...
—¿Qué dijiste? —preguntó consternado.
Ella parecía alegre y puso sus manos en su vientre.
—El amor del santo Renhet, ha hecho que una semilla germinara en mí. Estoy esperando al hijo...
Detuvo abruptamente sus palabras, pues la sensación de dolor y calor la invadió en su vientre.
Girando sus ojos para observar, pudo ver como una daga estaba incrustada.
—¡¿Quién te dio derecho a tal pecado?! —La furia en el rostro Renhet era evidente.
Sin titubear, jaló la daga hacia abajo, cortando todo lo que encontró en su camino. Hasta que el filo de la daga salió por su entrepierna.
La sangre fresca manchaba la cama con rapidez.
Aquel a quien se refirieron con Renhet, miró con desagrado a la mujer quien balbuceaba sangre y la apartó de la cama; cayendo al suelo de la habitación con un golpe en seco, en donde la sangre siguió dejando su mancha.
—La única quien puede engendrar al hijo santo es ella. —Estaba extasiado—. Aquélla que transmite una pureza y magnificencia como la mía. La que dios me encomendó fuera quien engendre a quien librará al mundo de las impurezas que existen en él. La mujer conocida como la Heroína Sagrada.
Él volteó y vio como la cara del otro hombre era de shock. Su mujer acababa de ser asesinada. Él se acercó, para comprobar que en serio había ocurrido lo anterior.
Renhet lo tomo de su ropa y lo puso en la cama.
—Ella solo fue purificada por el pecado que cometió; pero aún no terminaba de liberar mi amor por ustedes.
El hombre no dijo nada y no opuso resistencia, él sólo veía la sangre que se comenzaba a extender por el suelo, mientras Renhet lo ponía en posición.
Instantes después, sus gritos comenzaron a escucharse en la gran habitación.
Y en pleno mar de gritos, la melodía de un violín comenzó a sonar.
Cerca de una gran ventana, una chica de cabello blanco y ojos de un tono púrpura, era la ejecutora de tan hermosa melodía.
Su cuerpo era el de una chica joven, que haría que la imaginación de muchos se pusiera a volar por las bellas curvas que podías ver. Todo gracias a su reveladora vestimenta.
—Los sentimientos humanos son extraños... —dijo para sí misma, sin dejar de tocar. —Me pregunto si él, será como todos los demás. —Siguió tocando sin detenerse. Incluso era como si los gritos de aquel hombre fueran su tiempo a seguir.— ¿Qué haré cuando lo vea? ¿Podré anular mis más bajos deseos? —Su tono era melancólico—. Aunque no la escuche. Esta melodía es para usted, mi emperador...
Aquella chica siguió tocando su violín, mientras los gritos de aquel hombre no dejaron cesar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top