Capítulo 7 - Un reencuentro

El aterrado demonio no podía dejar de temblar ante la fría mirada de Hiro. Su compañero era un soldado cuyas capacidades eran muy superiores a las suyas, y había sido aniquilado con tanta facilidad. Su reacción era simplemente la normal ante esa situación.

—5... —Hiro comenzó a contar hacia atrás—. 4... 3...

—¡Espera!

El demonio logró reaccionar a tiempo, y comenzó a hablar.

Contó que después de varios meses, habían podido encontrar el pueblo en donde Exael había estado ocultándose. Y que, con las órdenes de Afístole, habían llegado aquí con el objetivo de destruirlo por ocultar a un fugitivo.

Esto le confirmó a Hiro lo que las constelaciones ya habían adelantado; aunque decidió no tomarle más importancia, pidiendo al demonio que continuara.

Los adultos y jóvenes fueron aniquilados por oponer resistencia; y las mujeres jóvenes, así como las niñas, fueron trasladadas al burdel del Mefisteo, ubicado en la ciudad donde gobierna.

Mefisteo era uno de los subordinados de mayor confianza de Afístole, ya que era su hermano menor.

Una gran celebración se llevó a cabo después de que regresara de su batalla contra el anterior Rey Demonio, Exael Vladmoore III. Su cabeza, así como un brazo, fueron las pruebas de que había sido asesinado.

Cuando escuchó lo que le había ocurrido al viejo demonio, Hiro vacío una intención de matar abrumadora, y tomó al demonio del cuello, levantándolo.

Toda esta masacre había sido culpa de aquél que le quitó el trono a Exael. La furia en el chico crecía que gran intensidad.

—¡¿En dónde está ese burdel?!

El demonio intentó zafarse, intentó poner resistencia, aunque le era imposible. Para su suerte, Hiro logró entender que, si lo mataba, le sería más difícil encontrar su ubicación. Así que simplemente lo soltó, y se relajó un poco.

—Responde —dijo, en un tono seco.

—Sí. Lo haré... pero por favor... no me mate —contestó, con miedo.

—No te haré daño si me ayudas a llegar a donde las llevaron.

—Por supuesto. Su ubicación está en la capital del Reino de Prágaras, la Ciudad de Bidham. Aunque nos tomará tiempo llegar.

—Tiempo es lo que no tengo. Así que más te vale que me lleves ahí lo más rápido posible.

El hecho de que sería engañado entró en sus posibilidades, pensó Hiro. Pero esto era su única pista.

—B-bien —dijo, titubeante—. Pongámonos en marcha...

Con unos pasos nerviosos, aquel demonio comenzó a guiar a Hiro a la llamada Ciudad de Bidham.

Aún había un hermoso cielo nocturno, que lamentablemente contrastaba con el lugar que aquel chico había logrado llamar hogar.

***

El sol ya había tomado su turno en el cielo, y en la biblioteca real del Reino de Deima, estaba una chica de baja estatura.

Su apariencia era el de una linda niña, que tenía un cabello corto de tono celeste, y ojos de igual color. Pensar eso para alguien que no la conociera sería normal, pero la realidad era muy distinta.

—¡Mierda! ¡Sé que lo he visto antes! —gritó, mientras se agarraba su cabello en desesperación.

Un hombre ya mayor que parecía ser el bibliotecario, parecía nervioso al ver la desesperación de la persona frente a él.

—¿Tan importante es saber el significado del evento de anoche? —preguntó, mientras le pasaba otra pila de libros.

—Por supuesto. Estoy segura que lo he leído antes. Así que ve por más libros, mocoso.

«Si no supiera que es setenta años mayor que yo, esto sería demasiado extraño.»

El bibliotecario solo suspiró y acató la orden.

Después de pasar cerca de tres horas, alguien más entró en la biblioteca. Era un anciano quien portaba una ropa cuya tela reflejaba la magnificencia del bordado en ella. Y al venir acompañado por varios soldados, no era difícil suponer que era alguien importante.

Uno de los soldados habló.

—El Rey hace acto de presencia.

Al escuchar eso, el bibliotecario sólo se arrodilló en señal de respeto. Por su parte, la aparente niña seguía en lo suyo. Esto sin duda era una falta de respeto, pero el Rey no le tomó importancia al parecer.

—¿Ya encontraste algo, Nadzeya? —dijo, con una voz profunda y tranquila, mientras agarraba su barba.

—Si lo hubiera encontrado, te lo habría informado, jovencito —contestó, ignorándolo.

—Entonces veo que las Ninfas del Origen no son tan impresionantes.

—Desde que eras un mocoso, siempre dices eso cuando no puedo resolver algo, y siempre te he dicho lo mismo. —Suspiró, resignadamente—. No soy una Ninfa del Origen. Mi abuelo fue hijo de una, pero los hombres no heredan sus habilidades por completo. Lo único que heredé de ellas, al parecer es su longevidad.

Después de verse por unos breves instantes, los dos comenzaron a reír. Nadzeya era una archimaga reconocida en todas las naciones del continente, además de ser la consejera del Rey de Deima. Su poder podía rivalizar con un dragón ancestral, y hasta los mismos héroes, según contaban los rumores.

La razón de estar en la biblioteca, se debió al revuelo ocasionado no solo en los altos mandos del Reino de Deima, si no en los demás en general.

Ayer por la noche, una estrella peculiar había aparecido en el cielo. Y con la noticia de aquel archimago que se había suicidado en la Torre de la Expiación, se había generado un escándalo por lo que dijo y escribió antes de morir.

—¡Lo encontré! —exclamó, exaltada. Luego su cara se tornó seria—. Y me temo que esto no es algo que debamos tomar a la ligera.

Todos los presentes se acercaron un poco para escuchar lo que tenía que decir Nadzeya. El libro que tenía actualmente en sus manos, era sumamente viejo.

El Rey lo reconoció inmediatamente, era uno de los libros encontrados en antiguas ruinas de las Ninfas del Origen.

—Cuando la estrella del emperador aparezca, su luz penetrará tu ser y te envolverá en su magnificencia. Ese será el anuncio de la llegada de nuestro señor. Aquel que cambiará todo a sus ideales, aquel que no es nuestro rey, aquel que es nuestro emperador —recitó a todos los presentes.

Todos estaban congelados por el shock. La leyenda del señor a quienes las Ninfas del Origen esperaban, era conocida en todo el mundo. No solo los humanos, los demonios también sabían de la existencia de esa leyenda.

—Así que el tan aclamado señor ha despertado. Esto no suena nada bien.

Nadzeya estaba algo nerviosa al mencionar esas palabras. Los presentes, igual sabían que, si ella estaba en ese estado, no era nada bueno.

Aun así, un soldado habló.

—Pero tenemos a los héroes. Estaremos bien.

—¿Eres idiota? Estamos hablando de alguien a quien las Ninfas del Origen esperan para servir. Hablamos de los seres que podrían aniquilar al Rey Demonio actual sin despeinarse, jovencito —contestó Nadzeya, con una mirada incrédula—. Debemos agradecer que se extinguieron hace siglos.

—No estaría tan seguro —contestó otro de los soldados—. Que ya no hayan aparecido, no significa que se extinguieron. Usted es la prueba de eso, señora Nadzeya.

Nadzeya se puso pensativa, solo para dar un amargo suspiro al final.

—Es cierto que mi bisabuela era una Ninfa del Origen. Me hubiera gustado saber más de mis orígenes. Es una lástima que cuando tienen un niño, su esperanza de vida se reduce a la de una simple vida humana. Mi abuelo y mi padre también tuvieron una vida normal por ser hombres. Y pues yo, creo que ya saben esa historia.

Después de analizarlo y debatir un poco, se tomó la decisión de mandar mensajeros a los demás reinos, para informar lo que se sabía.

—Bien. Yo me retiro —dijo Nadzeya.

—¿Tienes planes para hoy?

—Para ser el Rey, no pareces saber nada de tu reino. Hoy se cumplen dos años.

—Oh, es eso. Tienes razón, el trabajo me ha tenido ocupado.

Nadzeya sólo hizo una cara de disgusto y ya no mencionó nada.

Ella sabía que el rey estaba mintiendo. Este día, para él, no era muy diferente a uno común. Aunque para ella, y muchas más personas, era un día especial. Hoy se cumplían dos años desde que Hiro se «sacrificó» para que todos escaparan.

«De haber sabido que esto pasaría, no te habría dejado ir, muchacho». Nadzeya se quitó sus anteojos, y se limpiaba unas cuantas lágrimas que salían.

Ella se dirigió a la iglesia, lugar en dónde sería llevada a cabo, una ceremonia conmemorativa en su nombre.

***

El Rey nunca se molestó en mantener en buen estado la estatua en honor a Hiro. Para él, no era más que un estorbo que llegó con los héroes, alguien que solo ocupaba espacio de más. Por lo que la estatua solo fue levantada para no quedar mal.

Su mantenimiento no le importó. Aun así, la estatua seguía brillando como si estuviera recién puesta. La razón era que la gente, los plebeyos a los ojos del Rey, se habían encargado de mantenerla bien cuidada.

Y frente a la estatua, una chica de gran belleza la observaba, mientras era acompañada por un joven de cabello azul.

—Es increíble cómo la gente la ha mantenido tan bien cuidada —dijo el joven, quien era Heros.

La chica era Akoni. Ella sonrió, mientras observaba las flores y demás ofrendas que había.

—Él era llamado el héroe del pueblo después de todo.

Para alguien como Heros que sabía toda la verdad, le era difícil ver sufrir a la gente. Saber que su héroe no se sacrificó, sino que lo usaron como carnada, era un pecado que cargaría hasta el día de su muerte. Él solo esperaba que cuando volviera a ver a Hiro en el más allá, pudiera si quiera haber una oportunidad de tener su perdón.

—De seguro cuando vuelva, estará sorprendido de ver esta estatua —Akoni mostró una gran sonrisa.

Heros mostró preocupación al verla, pues Akoni aún seguía aferrada en que Hiro estaba vivo y que volvería. Recién su «muerte» no hicieron nada, pensando en que se le pasaría. Pero aún hoy en día, seguía afirmando lo mismo.

Esto comenzaba a preocupar a todos, si la Heroína Sagrada se volviera loca, no sabrían estimar de lo que sería capaz.

—Ako...

—¡Calla! —Una voz quebradiza se escuchó—. Sé lo que piensan todos, no soy estúpida. Es solo... Es solo que es la única manera de sobrellevar que ya no está... Mantener la esperanza de que aún sigue vivo, es lo que me mantiene cuerda...

Las palabras de Akoni eran acompañadas de las lágrimas que brotaban.

Heros apretó fuertemente sus puños al verla sufrir así. En repetidas ocasiones quiso decirle toda la verdad, solo que nunca pudo reunir el valor para hacerlo.

«Si tan solo hubiera podido salvarlo a tiempo». Pensó para sí mismo.

Él nunca estuvo de acuerdo. Y cuando llegó ese día, se había arrepentido e intentó salvarlo. El no haber dicho nada desde el principio, es lo que lo hacía sentir tan culpable como los demás, aunque a estos no les afectaba. Por eso, cuando tuviera que pagar sus pecados, sería feliz aceptando cual fuera su castigo.

—¿Aun sigues llorando por él? Por favor Akoni, debes dar vuelta a la página.

Una hermosa mujer, con un largo cabello castaño, hacia acto de presencia. Normalmente vestiría su armadura, pero ahora su conjunto consistía en un vestido de gran comodidad, pues su vientre abultado te revelaba su embarazo. Gessiga, la Heroína de la lanza, era quien había llegado.

Akoni se limpió rápido sus lágrimas y puso una mirada sería. Su cara aún estaba algo inflamada por haber llorado.

—Es solo que me puse algo sentimental.

—¿Algo? Eso es algo nuevo, siempre te la pasas de sentimental por él —dijo, haciendo una sonrisa, que mostraba burla.

La relación entre ellas dos nunca fue de amigas, empeorando después de la «muerte» de Hiro.

—Deberías prestarle atención al primer príncipe. Se ve que está muy interesado en ti.

—Prefiero dejártelo a ti. —Akoni mostró una mirada de desprecio—. Después de todo, ustedes dos eran muy unidos aún sabiendo de tu relación con Held. No me sorprendería que ese niño se pareciera a él.

El tono sarcástico de Akoni hizo estallar a Gessiga.

—¡¿Qué estás insinuando?!

—Yo no insinuó nada. Solo digo lo que pienso de alguien que parece abrirle las piernas a cualquiera.

Un escándalo había dado inicio entre las chicas. Heros estaba a punto de intervenir, pues pensaba en que esto terminaría mal, siendo Gessiga la que más tenía por perder.

—¡Ustedes dos! ¡¿Qué creen que hacen?!

Para sorpresa de todos. Una voz calmó la situación.

—Señora Nadzeya —dijo Akoni, con nervios.

—En vez de perder el tiempo, vayamos de una vez a la ceremonia, niña.

Por estar en la discusión, Akoni olvidó lo más importante para ella en este momento.

Ella asintió y comenzó a adelantarse.

—Y tú, Gessiga. ¿No te he dicho que si te sigues alterando vas a hacerle daño al bebé?

Gessiga solo ignoró esas palabras, y se marchó sin ya no decir nada más. Nadzeya sólo suspiró, después miró a Heros.

—Yo me encargaré de ella ahora.

Un desconcertado Heros asintió a esas palabras, y también se marchó.

Cuando Nadzeya alcanzó a Akoni, comenzaron a hablar de lo ocurrido. Mientras, a su alrededor, se podía ver como más gente llenaba las calles en dirección a la iglesia de la ciudad.

—Ya veo. Sé que no debería decirlo, pero esa perra se lo merece.

Las dos comenzaron a reír después de eso.

—Lo he estado pensando señora Nadzeya. ¿Me estaré volviendo loca al seguir pensando esto?

—No lo creo —Nadzeya hizo una cara tranquila—. ¿Sabes por qué? Porque yo también pienso lo mismo. Creo que ese chico sigue ahí en alguna parte. Algo dentro de mí me lo dice.

Era graciosa la escena de Nadzeya usando un hechizo de levitación para acariciar la cabeza de Akoni, pues ella se sacaba algo de altura.

—Tantos años y aún me cuesta creer que esa perra sea una heroína —dijo, haciendo una mala cara—. Solo ese idiota de Held se cree el cuento de qué ese bebé es suyo.

Nadzeya y Akoni se miraron comenzaron a reír. Las dos caminaron hasta la iglesia, en donde la ceremonia se llevaría a cabo.

***

Los días pasaron, pero al final, Hiro y el demonio habían llegado a su destino. La Ciudad de Bidham.

Apenas entrando, Hiro notó que no era una ciudad normal. Jóvenes hermosas adornaban las calles, con vestimentas que hacían que la imaginación de un depravado volara más allá de sus límites. Altas, de baja estatura, con buen cuerpo, sin muchos atributos; los fetiches de cualquiera, al parecer, podrían ser cubiertos aquí.

—Aquí estamos, la Ciudad de Bidham. También conocida como la ciudad sin ley. Aquí, ver a alguien siendo asesinado a simple luz del día, es normal.

—¿Por qué no veo niños por ningún lado?

—Los niños no son más que estorbos. Normalmente usan métodos para evitar tenerlos, aunque cuando se da el caso de que alguna mujer queda embarazada, es común que los aborten o vendan como esclavos una vez nazcan. Los únicos niños en la ciudad, deben ser las niñas que trabajan en el burdel.

Hiro parecía demasiado tranquilo observando el paisaje a su alrededor. Algunas mujeres pensando que buscaba entretenimiento, se acercaron para ofrecer sus servicios, siendo rechazadas inmediatamente.

—Bien. El burdel es el único en la ciudad, y es fácil identificarlo por lo lujoso que...

Sin siquiera terminar de hablar, el demonio fue atravesado por la mano de Hiro con mucha facilidad. Las mujeres y algunas personas en las calles, miraban con miedo lo que ocurría frente a ellos, otros solo lo ignoraban. Solo había una cosa que todos compartían, el hecho de no hacer nada para ayudar.

—Usted... Me dijo que... no me haría daño. —El demonio regurgitaba sangre, mientras se veía como poco a poco se quedaba sin vida.

Hiro sacó su mano y dejó caer el cuerpo en el suelo

—Y lo cumplí. No te hice daño, te quité la vida. Son dos cosas muy distintas.

Hiro se marchó tranquilamente, mientras se limpiaba la sangre de su mano con un pedazo de tela, que arrebató a un borracho que estaba tendido en suelo cerca de ahí.

Se había dado cuenta de cómo ahora no vacilaba en matar a alguien. No solo cambió su apariencia, sino que su personalidad estaba siendo afectada también. El hecho de rescatar a Remi, era lo que hacía que estuviera haciendo esto. Ella era lo único que le quedaba de esta nueva vida que le había otorgado Exael.

Entonces, después de preguntar a alguna de las prostitutas en las calles, llegó al burdel.

—Un joven cliente. Adelante, siéntase como en su casa.

Un hombre de complexión delgada se encontraba en lo que parecía ser una recepción. Vestía un traje elegante, y su cabello estaba bien peinado. Podría pasar como un noble humano común, de no ser por su piel de un tono azulado y ojos completamente negros.

Cuando Hiro vio a su alrededor solo sintió asco. Tres hombres con armaduras eran atendidos por niñas cuyas únicas vestimentas eran telas transparentes que dejaban ver todo su cuerpo desnudo. Cuando vieron a Hiro, una mirada vacía en sus ojos fue lo único que podía describir.

—Y bien estimado cliente. ¿Busca algo en particular? Tenemos un catálogo amplio. —La persona encargada de la recepción mostraba una gran sonrisa—. ¿Le gustan maduras?, ¿jovencitas?, ¿infantes? Usted solo tiene que pedir.

Hiro estaba tranquilo, por dentro era otra cosa. Escucharlo hablar de esa manera, como si las mujeres de este lugar solo fueran cortes de carne siendo vendidos, hacían que le estuviera costando mantener la calma cuando más pensaba en Remi.

—Una... Una chica peliverde.

—¿Peliverde...? —El hombre comenzó a hacer memoria—. Oh si, hace unos días vino un lote y entre ellas venía una chica peliverde. Su belleza no era exuberante, pero poseía belleza, de eso no hay duda.

Hiro quería arrancarle la garganta a la persona frente a él.

Al menos había confirmado que Remi si se encontraba aquí. El hombre entró a una habitación detrás de él. Al cabo de unos minutos volvió a salir.

—Lo sentimos joven. Al parecer el señor Mefisteo la hizo su juguete.

—¿Q-qué dijiste? —Hiro estaba atónito.

—El señor Mefisteo tiene la costumbre de tomar de vez en cuando a chicas para satisfacerse hasta el cansancio. Hoy parece que no fue la excepción, y parece que terminó por matarla. Es una lástima, pero tenemos más variedad.

Una sonrisa venía de parte del demonio del mostrador. Tratar de esa manera la vida de alguien. ¿Cómo algo desechable?

—Todos van a morir —dijo, en completo shock.

Hiro cumplió lo que quería hacer.

Tomó la garganta del sujeto y la destrozó arrancándola, sin tener dificultad alguna. Al notar lo que había pasado, los sujetos con armaduras apartaron a las niñas y sacaron sus armas.

«Te amo...»

«Por favor.»

Hiro acortó la distancia entre él y uno de esos sujetos.

Su velocidad había sido tan abrumadora, que no hubo tiempo de reacción. Lanzó un golpe a su mandíbula, haciendo que por el impulso se levantará del suelo y estrellara su cabeza en el techo.

Había detectado que la espada del soldado a su izquierda se dirigía hacia él. Así que tomó al soldado restante y lo usó como escudo. Después lanzó una patada haciendo que los dos sujetos se estrellaran contra la pared.

«Lo que sientes por mí no es amor. Es solo admiración por intentar salvarte...»

—¡A dónde las llevan! —gritó a una de las niñas, las cuales estaban llenas de miedo.

—¡En esa habitación! ¡Al fondo del pasillo está el cuarto del señor Mefisteo!

Pensando que les haría algo, las niñas cerraron sus ojos. Al abrirlos, Hiro ya no estaba.

«Dices que no siento amor y es solo admiración...»

«Es lo único que me queda.»

Hiro corrió por el pasillo, y como había dicho la niña, la puerta estaba al final. Al parecer la única seguridad eran esos tres sujetos en la entrada, ya que no había visto a nadie más, o probablemente, estaban ocupados en las otras habitaciones. Aunque eso no le importaba, él solo quería encontrarla.

«Entonces quiero admirarte el resto de mi vida. Quiero estar a tu lado y hacer que mi admiración por ti crezca más y más. No me importa que seas un humano o un demonio. Seas quien seas, no cambiará el hecho de que estoy enamorada de ti...»

Hiro abrió la puerta, y las lágrimas comenzaron a brotar descontroladamente.

Y en ese instante, las niñas que estaban en la recepción, oyeron el desgarrador grito que provenía del interior de esa habitación.

—¿Por qué? ¡¿Por qué?! —gritó, mientras seguía llorando.

Remi estaba desnuda, tirada en una cama, con sus ojos abiertos, aunque sin ninguna señal de vida. Incluso el rastro de que habia llorado era aún visible. Múltiples golpes en su cuerpo evidenciaban el maltrato que sufrió. Y en la cama había una gran mancha de sangre bajo su entrepierna, en la cual aún también tenía una rastro de sangre saliendo de ella.

Lo último que le quedaba, el último pedazo de lo que podía llamar felicidad se había ido. Y ni siquiera tuvo la oportunidad de intentar evitarlo. Poco a poco la visión de Hiro se hizo oscura y cayó de rodillas frente al cuerpo de Remi.

Sin ninguna esperanza de seguir yacía en la habitación. ¿Tanto para nada? Sintió como era su culpa que Exael se hubiera sacrificado. Sintió que era su culpa que todas las personas que conoció en ese pueblo murieran. Se sintió culpable por no haber salvado a Remi y que terminara de esta forma. Ya no quería seguir con esto.

—Ya no más... No quiero sufrir más...

Hablando sin fuerzas, sus palabras solo podían ser escuchadas por él.

—Tú lo dijiste, ¿verdad...? Yo soy la creación y la destrucción, ¿verdad...? Entonces... Aunque sea solo para desahogar todo mi dolor... Aunque sea solo esta vez... quiero ser la destrucción...

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