Capítulo 16 - Unión de Hermonis
La luna resplandecía en el cielo, y en el castillo de Exael, alguien caminaba por sus pasillos.
Con un traje impecable digno de cualquier noble de clase alta, se encontraba leyendo un libro el cual sostenía con una mano. Siguió caminando hasta que una voz lo detuvo.
—¿Está interesante tu lectura, Araziel?
Quien entraba en la vista de Araziel, era Aranya. Ella vestía una pijama de seda que hacía resaltar su hermosa figura. Sus encantos delanteros harían que cualquier hombre común cayera a sus pies, eran más grandes que el promedio, pero sin ser exagerados como los de Indara, a palabras de ella.
—Solo leía las notas que me dejó mi señor. Que me haya dejado a cargo en su ausencia, es un honor que debo realizar con pulcritud. Cometer errores es algo que no puedo permitirme —contestó con una sonrisa, mientras cerró el libro.
Exael podía parecer que no realizaba gran cosa, sin embargo, era todo lo contrario. Pensaba meticulosamente las acciones a tomar, y veía todas las posibles consecuencias de sus actos. Por eso, era normal ver libros con todo lo que tenía pendiente.
—Por cierto —dijo Araziel—. ¿Se puede saber a dónde te diriges? Tu habitación se encuentra en la dirección contraria. En mi opinión, deberías estar con la señorita Genieve.
Araziel tenía una modesta sonrisa, y usó un tono cortés al hablar. Aranya por su parte, solo suspiró ante ese último comentario.
—Ha estado todo el día encerrada en la habitación con su hermana. Aún sigue enojada por no contarle que su padre saldría.
—Son aún infantes, después de todo. Aunque probablemente la señorita Melia es quien más sufre, pues su madre también salió. —Se quitó sus gafas para limpiarlas con un paño—. Se les pasará. Aunque volviendo al tema. No has respondido mi pregunta.
Aranya se ruborizó un poco.
—Bueno. Sabes que estaré un tiempo sin mi señor. Eso significa que no me tocará, ni me hará suya —dijo, moviendo una de sus manos por su cuerpo—. Así que pensaba en ir a darme «autoamor», mientras olfateo su aroma y recuerdo todo lo que me ha hecho en su habitación...
Su mano estaba en su entrepierna, a la vez que su cara estaba llena de placer. Araziel solo se acomodó sus lentes y sonrió.
—Ya veo... —Suspiró, cansado—. Eso era información que no tenía que saber. Aun así, si quieres consumir tus deseos carnales, temo informar que la habitación de nuestro señor está ocupada.
Aranya salió de su trance y mostró enojo en sus ojos. Para un humano normal, sería atemorizante tener esos seis ojos mirándote con furia.
—¡No me digas que esa sacos de grasa está ahí! —gritó, mientras comenzó a caminar en dirección a la habitación de Exael.
—La señorita Indara salió desde la mañana. Dijo que tenía algo importante que hacer.
Si Indara no se encontraba, ¿quién estaba en la habitación de su amado señor?
Aranya no quiso quedarse con esa duda en su corazón, y salió a toda marcha. Araziel suspiró una vez más, mientras observó cómo se alejaba.
***
—¿Es en serio? —dijo Aranya al llegar, y abrir las puertas de la habitación de Exael.
Se mordía el labio inferior mientras veía quien estaba felizmente dormida en la cama de su amado señor.
—Esa niña...—dijo en un tono amenazante.
Preparó su mano izquierda, la cual pasó de ser hermosa y delicada, a tener garras y tener la forma de un exoesqueleto. Común en los de su especie.
Lo que fuera que pensara no era nada bueno.
«Le llegas a hacer algo, y será lo último que hagas...»
Se detuvo al recordar esas palabras de parte de Exael. Ella siguió viendo como Chisanu dormía con una cara alegre.
Aranya suspiró, olvidando todo lo que quería hacerle.
—Supongo, que tú también eres una concubina...
Chisanu se aferró con fuerza a una almohada, y frotaba su mejilla en ella mientras sus colas se movían de un lado a otro.
—Mi señor... —dijo con una sonrisa, aún dormida.
—Bien. Creo que esta vez, tú ganaste —dijo al salir de la habitación.
***
En un bosque, en algún remoto lugar, alguien corría desesperadamente. Volteaba frecuentemente hacia atrás, intentando ubicar a alguien.
Su apariencia era joven, como el de una chica de unos quince años. Su cabello era rubio y corto, con unos ojos de tono azul que resaltaban a la luz de la luna. Estaba herida, no de gravedad, pero su vestimenta ya presentaba desgaste y estaba chamuscada en algunas partes.
—¡¿Por qué me haces esto?! —gritó con pavor —¡Somos hermanas! ¡Soy una mayor!
Rápidamente se detuvo y dio la vuelta. Juntó sus manos y una gran cantidad de energía mágica se formó en ellas. Recitó un hechizo en un idioma inentendible, y separó sus manos poco a poco.
En el centro entre sus palmas, una pequeña esfera con un tono que iba entre rojo y amarillo se formó. No era tan grande, pero la cantidad de energía que se acumulaba en ella era aterradora.
Gritó con todas sus fuerzas, y un cañón de fuego se formó, comenzando a arrasar con todo a su paso. Toda forma de vida en su paso, era exterminado sin excepción. Al terminar, solo el terreno hecho cenizas estaba frente a ella.
Cayó al suelo mientras jadeaba de cansancio. Su visión se tornaba borrosa, y luchó para seguir consiente.
El ambiente se sintió tan tranquilo para ella. Sonrió, pensando en que logró su objetivo con ese hechizo.
Pero la tranquilidad del ambiente se vino a abajo con el gritó afónico y afligido de aquella chica.
Uno de sus muslos había sido atravesado por una lanza hecha de relámpagos. Sintió como su carne se quemaba y la electricidad recorría su cuerpo. Ella miró con lágrimas en sus ojos a quien salía de entre las sombras.
—¿Hermanas?... Mi hermana no sería tan estúpida para cometer tal acto...
Quien salía de entre las sombras era Indara. Vestía su conjunto revelador, con su sombrero. Solo había una diferencia a la que conocíamos, y era su mirada.
Aquella chica veía los ojos vacíos de Indara. Unos que no trasmitían nada, los que la hacían ver como una muñeca sin vida.
Indara chasqueo sus dedos y varias lanzas de relámpagos formaron un arco sobre ella.
Ese día, cuando Afístole cayó, usó un peculiar hechizo en Exael. Indara lo reconoció en ese instante, fue un hechizo de su raza. Desde ese momento, se juró a si misma que haría pagar a quien se atrevió a hacer tal estupidez.
—Osaste enseñarle un hechizo prohibido a un mísero insecto. —Su tono no mostró emoción alguna.
—Yo pensé... Yo pensé que él era nuestro señ...
No pudo terminar su frase, pues Indara le había clavado otra lanza, en uno de sus hombros. Los gritos desesperados de la chica no cesaban.
—Tal blasfemia...
Indara se acercó hasta donde estaba la chica. Estaba frente a ella, viendo cómo se retorcía de dolor por las lanzas, las cuales se desvanecían poco a poco.
—Nuestro señor... Es misericordioso... De seguro entenderá... —dijo la chica, con apenas algo de fuerza.
Tanto su muslo, como su hombro, estaban totalmente quemados. Su ropa también estaba hecha añicos, dejando ver cómo toda esa parte expuesta mostraba también signos de quemaduras.
Indara se acercó, y se puso sobre ella en el suelo.
—Mi señor es el ser más misericordioso que existe —dijo con una sonrisa que tranquilizaría a cualquiera.
Aquella chica pensó que esto había terminado. Que esto no fue más que un castigo por haber cometido lo que hizo con Afístole. En su mente, la alegría de conocer a su señor la invadió. El sueño que había esperado toda su vida al fin se cumpliría.
—Pero yo no soy mi señor...
Al mirar la sonrisa enferma que puso Indara, todas sus ilusiones se vieron destrozadas. Ella extendió su mano a un lado y acumuló energía en su puño. Era incluso más energía que la que había usado esa chica.
—Yo fui quien más lo buscó... —Le dio un golpe en su cara, con gran fuerza—. Fui quien más lo anheló... —Con cada frase, venía otro potente golpe que hacía retumbar todo el lugar—. Fui quien más sufrió... Fui quien más lloró, fui quien más lo pensó —comenzó a acelerar la velocidad con la que golpeaba—. Fui quien más lo alabó, fui quien más lo necesitó, fui quien más se alegró. ¡Fui quien más lo amó!
Indara golpeó y golpeó sin mostrar señales de detenerse, volviéndose cada vez más violentos. Su propia cara se salpicaba de sangre, mientras seguía golpeándola.
Esa chica ya estaba muerta desde hace rato. La pregunta aquí era en qué golpe había perdido la vida.
Cuando Indara se detuvo, su víctima literalmente ya no tenía cabeza. Los restos estaban esparcidos en el suelo. Había un montón de carne y fragmentos del cráneo donde antes estaba la cabeza de aquella chica.
Indara vio su mano cubierta de los restos de aquella chica.
—Por eso solo yo soy la única que puede estar a su lado —dijo, pasando su mano cubierta de sangre por su rostro.
Al pensar en su señor, solo hacía que se agitara su respiración, mientras se aceleraba su corazón.
—Ninguna de las mías me lo quitará... Ninguna de las mías merece estar con el... Yo soy la única que tiene el derecho... —Ella miró al cielo.
Sus ojos se abrieron de impresión al divisar algo, era una hermosa constelación que solo aparece unas cuantas veces al año.
—No necesito verla con usted, para saber que estaremos juntos toda la eternidad... —mencionó, mientras se llevó sus manos a su vientre.
***
Por su parte, Exael aún seguía en su viaje a las Tierras Uniune. Él estaba en su carruaje, viendo el cielo estrellado a través de la ventana del mismo.
—Su té, amo —dijo Connel, mientras le servía en una taza.
Exael volteó, agarró la taza y bebió un poco.
—Sé que está aburrido. Pero le comenté que este era un viaje largo —Mencionó con una sonrisa.
—Lo sé Quisiera poder usar el hechizo de teletransportación para poder llegar en un instante. Pero quiero disfrutar del paisaje que ofrecen las tierras que ahora protejo —contestó, después de beber otro poco de su té.
La teletransportación es un hechizo que solo se sabe de él, por leyendas. Aquellos usuarios que puedan dominarla, no pueden ser considerados simples mortales.
—Aún si lo usáramos, tardaríamos algunos días. Ya que según me ha contado, el usuario tiene que haber estado físicamente en el sitio a donde quiere ir. Cosa que ni usted, ni la señorita Indara han hecho.
—Creo que tienes razón —contestó Exael, sonriendo levemente.
Con la velocidad actual a la que se desplazaban, llegarían a las Tierras Uniune en dos semanas. Solo se detenía dos veces al día. La primera era alrededor del mediodía, y la segunda unas horas después de anochecer.
Estas paradas eran más que nada para comer y descansar para el día siguiente. Todos los que iban en esta caravana, estaban orgullosos de haber sido escogidos. ¿Quién no quisiera viajar con su rey?
Y más siendo Exael, un rey que rompía con todos los estándares. El verlo comer con ellos, y no tratarlos como inferiores, era de las cosas que un rey común no haría en su vida.
Por eso lo seguían, por eso pensaban que era un verdadero rey. Porque no veía por él, sino por los demás. Era alguien que pensaba en su gente.
—Que hermoso cielo.
Miró al estrellado cielo que había. Era espectacular verlo cada noche. A veces, le traía recuerdos de cuando las observaba en su mundo.
Todo parecía tranquilo, hasta que algo incomodó al rey demonio.
—Connel, ¿conoces esa constelación?
Connel se acercó a la ventana para también observar. En su visión, un conjunto de estrellas que destacaban entre las demás entró. Eran hermosas, no había objeción.
—Esa es la Unión de Hermonis. Una constelación con una hermosa leyenda tras ella —contestó, mientras miró la cara melancólica de su amo.
Esto le generó un malestar. Odiaba verlo de esa manera.
—¿Crees en ella? —preguntó.
—El creer no es suficiente. Hay que luchar para hacerlo realidad.
Exael volvió a ver la constelación y solo sonrió.
—Quizás fue eso... No me esforcé lo suficiente... —dijo en un tono decaído.
Connel entendió el malestar de su amo, y decidió no hablar nada más. En estos momentos, lo mejor para él era dejarlo solo.
***
—La Unión de Hermonis...
—P... avor... Dej... ir...
En la capital de Deima, Olirius estaba en un callejón sujetando del cuello a un tipo el cual vestía un traje para el sigilo.
Él no le prestaba atención al sujeto el cual luchaba por zafarse. Olirius miraba la constelación, esto hizo que las comisuras de sus labios se curvaran hacia abajo.
—Son solo palabrerías —dijo en un tono molesto.
Al decirlas, también apretó el cuello del sujeto decapitándolo literalmente. Se marchó de la escena sin decir nada más.
Su cara era sombría. Todo rastro de aquel alegre chico no existía, era como si fuera completamente otra persona.
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