CHAPITRE UN

01

Oh, ella era tan dulce
como la ambrosía.
Ἅιδης Haidēs

FRANCIA, 1803. 

Abadía de la Trinidad de Vendôme.

Los deseos son dolorosos, ella lo comprendía. El dolor de nacer de padres mestizos, puros y repudiables fueron los actos tales que su abandono se llevó a cabo en la Abadía, su único hogar de mediana acusación. El obispo solamente le había dicho, desde pequeña, «que el viento te alcance, pero qué el mal nunca te atrape», y a pesar de todo, seguía sin entenderlo.

Griselda no comprendía a todos los seres humanos, pero debía admitir que la pena que sentía hacia su infortunio era la única moral restante en su vida. Porque la ética no entraba junto a esta categoría. Estaba expuesta, exhorta del mundo que la rodeaba por ese hermoso pero extenso puente que conectaba con iglesia, y no iba a mentir, le extrañaba ver a los desaparecidos cruzar por allí.

Tan solo de pensarlo, le causaban nauseas cada vez que los veía cruzar por allí.

Había crecido en soledad, metida entre sus pensamientos envueltos por una esperanza de falsedad oculta por su propia mente. En otras palabras, el cristal 

── ¿Los recuerdas aún? ──preguntó el hombre barbudo que acomodaba los libros en la pequeña biblioteca.

──Todo el tiempo, es difícil no recordar todas las veces en que me he despertado por intentar buscar la respuesta.

El hombre se giró hacia ella, no pudo evitar sentir lo de siempre, pena.

Griselda lo detestaba. Detestaba que la vieran así.

─No necesito que me des consuelo, tengo diez años, no soy ignorante.

──Nunca dije lo contrario.

── ¿Sabías que las acciones dicen más que las palabras? ──susurró apretando los puños.

El hombre, quién solo se colocó dentro de una cabina oscura procedió a dejarla sola con sus pensamientos como si contaran la verdad en hechos, por tiempos, sin desmedidas premeditadas. O quizá si, porque en su dolor estaba la clave para no caer en la agonía.

Ella no cedía, era un alma complicada.

──A veces me pregunto... ──susurró observando aquel puente vacío, la nieve cayendo más adelante ──. ¿Por qué las personas sufrimos? ¿Qué necesidad hay de nacer si no todos seremos dejados de lado?

Sus palabras eran tan sordas, ocultas por el dolor que caía por sus mejillas en forma líquida, porque lo sabía, ella era huérfana.

Y eso nadie lo iba a cambiar.

¿Cuántas veces había oído sobre los susurros del viento? ¿Cuántas veces había echado de menos el rumor de las estrellas?

La helénica se mantenía presente delante de los seres humanos, deteniendo sus pasos sobre los.peldaños que decoraban la Abadía sin parecer tan fúnebre, puesto que si la observaba bien, sería tan triste, porqué la iglesia estaba descuidada, casi vacía.

── ¿Te acostumbras a la soledad? ──le preguntó el pequeño niño rechoncho.

Griselda se giró hacia el, dispuesta a responder.

──Digo, eres un monstruo, por ello te han abandonado.

Algo dentro de ella explotó.

──Tú lo único que sabes es tragar, por eso tu madre te alimenta tanto.

──Lo dice la niña huérfana.

──Mejor huérfana a ser un cerdo como tú.

── ¡Mamá! ──gritó mientras huía gritando que la "niña huérfana" lo había maldecido.

Griselda bajó de los peldaños, y con suerte de gato, apoyó sus pies en el suelo quedando parada al instante para dirigirse hacia otro lugar. Poco convencida, aún estaba metida en los pensamientos de irse, escapar de París para conocer muchos lugares en el mundo, deleitarse y volver con la certeza de que nadie se daría cuenta.

Pero ahí dudaba, sin embargo, eso no la detenía a imaginar que aquel lugar era un lugar inexplorado, oscuro e incomprendido por la sociedad. 

Caminar por los pisos de mármol oscuro de la Abadía era tan tranquilo como la visita de alguien que hace mucho no veía. Recordaba su rostro, una mirada seria que le había dejado en claro que su vida no estaba en derecho de ser averiguada, ni escrita por escritores ignorantes, solo debía ser olvida.

«No», le había respondido cuando había insistido en acompañarlo.

No era una gran sorpresa, ella estaba acostumbrada a la soledad blanqueada de sus más finas acciones, aunque todo fuera una excusa sobre supuestas maldiciones. Griselda no creía, y no iba a hacerlo. Iba a ser sincera sin importarle el precio, a pesar los errores de un cruel ser humano olvidado, ella sería la joya más bruta del universo.

Había escuchado rumores del viento, anhelaba poder tomar esa brisa chusma para encerrarla en una cajita de su habitación, cerca de su baúl mágico en el ático donde dormía. Era muy frecuente, tanto, que debía taparse los oídos para evitar gritarle que dejara de meterse en vidas ajenas.

Aun así, siguió caminando.

Guió sus dedos a los labios, hizo una mueca para luego disfrutar la poca brisa que corría por los pasillos. La Abadía siempre era tan silenciosa, hasta que se acercó a una de las habitaciones que se encontraban abiertas, asomó su cabeza viendo el porte de alguien de cabellera oscura, y se escondió al notar que le había visto.

── ¿Me temes? ──le preguntó, aún estando de espaldas.

── ¡Claro que no! ──se excusó para tapar su boca, negó ante sus propios malos modales ──. Lo siento, se me olvida que debo tocar, mi curiosidad es demasiado grande.

El río, fue tan extraño.

── ¿Consideras el miedo como una respuesta a ser cobarde? ──le preguntó ella sin siquiera mirarlo. 

──Supongo que es normal en los niños, ya que pueden tener tanta libertad, que no miden sus consecuencias.

── ¿Usted cree que tenemos demasiada libertad? ──preguntó ella, y él se giró para verla.

Era tan hermosa, como las flores que crecían en invierno.

──Considero que todos tenemos un límite en nuestra propia libertad, no podemos ser totalmente libres porque nuestro corazón nunca estará contento, y nuestra alma siempre le llevará la contraria ──. Su voz tan gruesa provocó curiosidad en la niña, un sentimiento escaso que nunca había sentido se instaló en su pecho.

Griselda juntó sus dedos, los sopló para volver a amortiguarlo con más preguntas.

──Entonces... ¿Usted insinúa que la libertad tiene un precio y debe ser rogado?──le volvió a preguntar.

El contrario le sonrió, provocándole a la pequeña soltar un suspiro por el temor que sintió en ese insólito momento.

──Algo así, no esperaba que lo comprendieras tan rápido.

Ella negó.

──Considero que los seres humanos merecen libertad, no pagando ni rogando por su vida, eso sería injusto. ──ella volvió a tomar aire──. A menos de que se juzgue por sus pecados, es de la única forma en qué... ──murmuró.

El hombre dió pasos cortos hacia ella, se agachó a su altura sin dañar su túnica oscura. Con un nuevo semblante de atrevió a tomar su mentón, peinó su cabello rojizo hasta parecer una tonalidad jengibre a la luz que reflejaban las ventanas hacia atrás, mientras veía caer los mechones sedosos y largos enfrente de su rostro, para luego contemplar su postura dudosa.

"Eres como ella, una dulce extensión mínima de la primavera en tu ser". Quiso responder, pero la determinación en la joven niña, le hizo sonreír, aunque no precisamente de felicidad.

Περσεφόνη.

El silencio no duró lo suficiente, una pregunta llegó a sus labios tan rápido como una respuesta desafortunada.

── ¿Usted sabe lo que es el Cosmos? ──una sonrisa adornó sus labios.

"Atenea", fue su primer pensamiento.

──Sí.

── ¿Si? ¿De verdad? ──la sonrisa de ella creció aún más ──. ¿Podría contarme?

──No.

Ella sintió un vacío.

Κόρη.

── ¿Me está diciendo que no, por qué soy pequeña? ¿Considera que soy lo suficientemente irresponsable para saber sobre él?

"No quiero te corrompan, no de nuevo". Otro pensamiento inundó su mente, perdida entre la lluvia y el sentimiento creciente en su corazón.

──Entiendo, adiós.

Ella se despidió, caminando rumbo al lugar que sus sueños le atormentaba, dónde sus pisadas se hacían más profundas que viajar por carreta hacia los pueblos lejanos, sin embargo, nunca se detuvo a pesar de que él le había dicho que no era de su incumbencia pensar sobre el propio poder del universo, el cosmos.

Pasos pequeños la guiaron hasta su habitación en el ático, guiándose por la luz de un farol sin aceitar demasiado para generar una luz estridente digna de ceguera prominente. ¿Algo más? Si, su soledad blanqueada por la nueva curiosidad sin resolver.

¿Qué tal importante podría ser el cosmos? ¿Por qué los humanos sentían curiosidad por el? ¿Era una estrella? ¿Le rezaban a ella? ¿Por qué...?

Griselda levantó su cabecita como si fuera un pequeño loro, tomó la perilla para darle vuelta logrando un sonido sigiloso seguido de un empujón haciendo rechinar los escombros a su lado, sin embargo, un ave volando hacia ella la increpó sin darse de cuenta que había provocado que su fuego se apagase.

── ¡Oh, quelque chose s'est brisé! ──exclamó asustada mientras se levantaba del suelo, observando los trozos de vidrio esparcidos por el suelo.

Suspiró, observó a su alrededor hasta seguir con la vista a un hermoso búho plateado, quién simplemente la hizo trepar por las ventanas, las paredes más cercanas sintiendo que podría caerse dando el final más trágico a su vida, y aún así, llegando a la azotea solo pudo disfrutar la brisa oscura del propio clima azotador en Francia.

── ¿Es hermosa la vista?

Ella se giró, topándose al anterior desconocido que parecía tratarla como si la conociera.

──Usted, otra vez.

Él sonrió, ella retrocedió.

─Al parecer, interrumpo tu hora de descanso, Βασίλισσα.

Griselda parpadeó como si una mariposa volará por sus pestañas, el contrario río.

── ¿Qué significa eso?

── ¿Te apetece jugar una partida de ajedrez conmigo? ──él sonrió.

── ¿Puedo seleccionar las piezas y su bando? ──le preguntó indecisa.

──Ven Βασίλισσα, escoge tu bando.

Griselda teniendo de cuidado, piso los peldaños correctos junto a unos barrotes de porcelana fría que encontré por ahí, se subió con sutileza al techo donde estaba encontrándose el de hebras oscuras, se apoyó sin usar todo su peso para tomar el caballo negro.

── ¿Las piezas negras? ──contestó sorprendido ──. ¿Por qué?

──El negro siempre será considerado el bando con más agallas, el más inteligente, pero a veces suele confundirse tanto que las palabras terminar por destrozar sus muros ──. Soltó sin pensar mientras acariciaba el caballo, negó para acomodar el tablero con una sonrisa.

El hombre, aún perplejo, la observó.

──Usted primero, monsieur.

Tomó con cuidado su peón para guiarlo dos casillas adelante, esperando que su movimiento despertara frutos de atención por la joven a su delante que solo le había seleccionado su grupo de piezas favoritas, ni siquiera su hermano le permitía hablar en los juegos a menos de que debieran tratar de pensar sobre la posible reencarnación de su señor, y más horrible de pensar si mencionaban a la mujer que robaba suspiros derrotados ante su mirada de rechazo, sin importunar la jugada, se dedicó a prestarle atención a una pequeña humana que tenía más en común con su anhelado arrebato de primavera olvidado.

──Βασίλισσα, ¿por qué estás sola? ──le preguntó con cuidado.

Griselda, quién no podía evitar pensar sobre los millones de significados de sus palabras, movió su peón en dirección contraria como si fuera a evitar el ataque contrario. Escuchó su pregunta, pensó.

──Porque... Nací en Francia, me abandonaron a los cuatro meses de nacida, mí única familia es un ático vacío donde dormir en el suelo se vuelve un lago de lágrimas, pero eso no es importante.

──Claro que lo es, hablamos de ti.

── ¿Y eso qué? ──volvió a preguntar.

──Βασίλισσα, ¿qué es lo que te duele?

Ella suspiró, él robo tres de sus mejores peones.

── ¿Por qué llorar por personas sin sentido? ¿Sentir amor? ──preguntó en silencio.

──El amor es una respuesta natural de sentir algo superior a muchos...

── ¡No! ──ella cerro sus ojos mientras se negaba a llorar delante del hombre, no merecía verla así.

Llevando sus manos a las mejillas de esa preciosa mujer, limpió las mejillas de la muchacha que parecía haber crecido por arte de magia, ya que lograba sentir con fuerza como esa fuerza inundaba su letal interior de algún veneno innecesario, o quizá una milenaria forma de apegarse a su humanidad. Nunca lo entendería...

Porque ella seguía siendo humana.

──Βασίλισσα, a veces cuesta mucho dar en el faire mouche, pero eso no significa que debas llorar.

── ¿Prefiere que sonría delante de una mentira?

──No.

Ella le quedó viendo, perpleja.

──Il n’y a pas de fumée sans feu. Cuando el río llevaba su agua por el ánfora más pesada, la mujer debía llevarla a su hogar sin ayuda de los hombres. De allí, muchos historiadores, solo destacaban la leyenda de Acuario, aunque todas las versiones tuvieran algo de incertidumbre, y con su hermosa flor invernal, ocurría lo mismo.

── ¿Y eso qué quiere decir?

Sonrió.

──Descubrelo, Βασίλισσα.

── ¿A esa palabra también debo descubrirla? ──le preguntó.

──Pronto entenderás, porque te llamo así.

── ¿Falta mucho? ──escondió su rostro entre sus manos.

──Que humana tan impaciente.

Ella río, mientras que el se desprendió lentamente para volver al hermoso silencio.

──Savoir d’où vient le vent.

Griselda susurro aquello mientras movía su hermoso caballo a la delantera, dispuesto a atacar a todo aquel contrincante que atacará a su reinado sin pasión o permiso alguno, ella había declarado la guerra sin importar cuantas veces cayera.

──Ese movimiento es peligroso, pequeña.

──El mover un rey, sabiendo que la reina estaría descuidada, también lo es.

──Pero ella no tiene una función relevante.

Griselda sonrió, negó ante su posición.

──Se equivoca, porque si me lo pregunta, la reina tiene un papel más importante que el rey en el ajedrez.

Con cuidado, el hombre de hebras oscuras observó a su hermosa estrategia caer delante de una mujer de vista ambarina glacial, en la que solo se reflejaba una y otra vez, la diversión junto a él.

Porqué ella ganó el juego, pero el descubrió su secreto.

Te encontré, Amarilis”.

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