CAPÍTULO 8


Fue difícil volver a casa. Me vi tentada en buscar un hotel donde pasar la noche para evitar toparme con algún sobresalto, pero lo que me sucedió en la cafetería, me demostraba que la casa no tenía todo que ver con esos extraños sucesos.

Y eso, a decir verdad, fue lo que hizo mover los pies a la antigua mansión de mis abuelos, un lugar prometedor cuya bienvenida fue excelente, pero, lenta y paulatinamente, se transformó en una pesadilla. Ya no se respiraba la misma paz, la tensión era palpable y, para colmo, parecía ser que el mobiliario escondía extraños símbolos.

Nunca vi a mis abuelos como personas sectarias o seguidores de rituales de índole satánica, lo que me hizo enmudecer con el descubrimiento de las paredes del pasillo aledaño a la cocina. Lo más probable es que encontrase más cosas igualmente de espantosas, así que debía estar lista para ello.

Para mi gran alivio, el resto de la noche transcurrió con relativa tranquilidad, ya que algunos ruidos me hicieron abrir ligeramente los ojos en algunos momentos de la noche. Pensé en que la posible razón de ello podía ser los muebles de madera del dormitorio o alguna de las tablas del suelo bajo la cama que, al moverme, crujían bajo mi peso.

Me obligué a dormir ya que mañana por la mañana tenía que volver a mi puesto de trabajo con el informe que había escrito para Dalila. Esperaba que me explicara acerca de las razones por las que tuve que investigar con un monje acusado de realizar magia negra.

Al despertar, me di cuenta que había descansado mejor que cualquier día desde que había llegado nueva a la ciudad. No me dolía la espalda ni la cabeza, mi cabeza estaba en completo funcionamiento y sin necesidad de haber comido nada aún o ponerme las pilas con un buen café caliente. Todo se hallaba en calma y la luz era muy agradable a pesar de que algunas nubes salpicaban el cielo. Miré al exterior, quizás con el pensamiento de toparme con el extraño que divisé en el jardín trasero, pero parecía no haber nadie.

Si ese intruso era un poco inteligente, no volvería a intentar irrumpir en mis tierras, sobretodo porque estaba en la búsqueda de instalar cámaras y sistemas de seguridad no solo en el interior de casa sino en el exterior. Por la fama de la casa y la curiosidad de algunos, podrían querer investigar más sobre los supuestos entes espectrales o demonios que pululaban por aquí.

Me di prisa en desayunar para llegar lo antes posible a la librería. El tráfico estuvo bastante concurrido y, para mi frustrante sorpresa, el taxista me esperó en la acera de enfrente de la mansión. Me agotaba la actitud tan sumamente supersticiosa de las gentes del lugar, pero no podía criticar nada de ello porque era la "nueva". Nada más entrar, me topé con que varias baldas de una de las estanterías de la librería, estaba completamente vacía. Tras dar varios pasos, vi a Delila sentada en su butaca con un libro entre sus manos. Quizás no se dio cuenta de mi presencia, o bien, que estaba en su momento de tranquilidad.

Sujetaba una copa que, por su aspecto, era algún tipo de bebida alcohólica como coñac, brandy o whisky. Y aunque aquello me dejaba totalmente perpleja, ella era la dueña y si creía que eso estaba bien y no afectaba negativamente al negocio, yo no era quien para juzgar.

—Que tanto dolor puede causarnos el mundo, que ruin puede llegar a ser el ser humano por el poder y la codicia. Somos tristes marionetas dispuestas en un escenario de cartón, donde soplan y soplan huracanes dispuestos a derribarnos. Todos nos vemos en el suelo alguna vez. Triste, perdida, amenazada. Jaque mate.

Las divagaciones de Delila me dejaron aún más desconcertada que el hecho de verla allí en esa actitud tan tranquila a pesar de que la librería tenía clientes dentro que necesitaban ser atendidos.

Antes de siquiera hablar, ella me interrumpió sin levantar la vista del libro:

—Es increíble como un libro puede cambiarlo todo, el cómo puede quebrantar al corazón más fuerte y hacer reír al más triste. Es sorprendente aún más ver como las casualidades llaman a la puerta de una, poniéndome delante a personas que nunca esperaba tener. Cuando vi tu apellido en el contrato de trabajo, pensé que era bastante casualidad que concordase con el apellido de la mansión Dawson. Nunca pensé que conocería a la única heredera de la mansión más embrujada de la ciudad y probablemente, del Reino Unido.

De un golpe seco, cerró el libro que tenía entre sus manos, mostrando la portada del mismo al colocarlo sobre la pequeña mesa cercana a su butaca. Su nombre vino a mi mente.

—Raudskinna...

Una leve sonrisa se formó en los labios arrugados de Delila, bebiendo un sorbo de su copa antes de dirigirme unas palabras:

—La alumna hizo los deberes, pero has de saber que no es el original. Éste se perdió hace mucho tiempo y aún no ha sido encontrado. El que tienes delante perteneció a uno de los seguidores que leyó alguna vez el Raudskinna original y que, antes de suicidarse, escribió a su forma. Nunca terminó de leerlo y eso se sabe por las anotaciones que dejó al lado de su cuerpo.

No pude evitar entonces en pensar para qué demonios necesitaba que yo investigase sobre el autor del libro ya que éste se encontraba en paradero desconocido. Mis ansias de saber formularon la pregunta.

—Si está perdido, ¿Por qué me hizo investigar sobre su escritor? Estando perdido desde hace tantos años, dudo mucho que pudieran dar con él y menos teniendo la fama que tenía.

—Me habla de mala fama aquella que vive en la mansión de los Dawson, qué...curioso—Dijo con un tono de sarcasmo. No sabía si ella estaba molesta por haberle ocultado la información o si bien ella era de esa forma de ser. Aun no la conocía tanto así que probablemente tuviera ciertas rarezas.

Cuando se levantó, me hizo una seña para que la acompañara al área de trabajo, dejando a Bill al cargo de la caja por si algún cliente deseaba llevarse un libro. Al llegar a la sala, me miró con una extraña expresión silenciosa y yo no sabía qué diantres pensaba o que quería decirme con tanto secretismo. Finalmente, cerró la puerta y comenzó a hablar:

—Hay cosas en el mundo que han de descubrirse, secretos que han de desenmarañarse de la tela del tiempo. Si encontramos ciertos libros que se encuentran perdidos y los tenemos en nuestro pder, podemos lograr tantas cosas, Eva. ¿Sabes cuánto estaría dispuesta a pagar la gente por entrar a la librería y ver expuesto el Raudskinna? Seríamos tan sumamente ricos que ni siquiera nuestras pequeñas mentes podrían entender. Y lo mejor de todo; sabríamos los secretos que tan recelosamente guardó ese monje.

—Delila, no comprendo porque tanta necesidad de encontrar aquello que está perdido. Sé que eso sería muy bueno para el local, pero, no podemos centrar nuestras vidas en investigar algo tan sumamente complejo y cuyas pistas son inciertas. Es algo tan imposible e inviable.

Aquella respuesta irritó a mi jefa, tomando la carpeta del informe y mandándome a trabajar en aquello que tenía pendiente. Me sentí repentinamente tensa por la forma de reaccionar de ella, esperando que eso no repercutiera en mi puesto.

Decidí sacar todas las fuerzas del mundo para así rendir más que nunca y contentarla. Hasta tal punto de concentraba estaba que Bill pasó el resto de la tarde trabajando en su escritorio y ni me di cuenta que los clientes se habían marchado al ser hora de cerrar.

Una mano se posó sobre el libro que estaba traduciendo, topándome con la sonrisa amable de Bill.

—Deberías de frenar un poco, no tienes buen aspecto. Hay que cuidarse siempre, incluso cuando el trabajo te sepulta.

Le agradecí la preocupación, diciéndole que iba a trabajar unos minutos más mientras que Delila y él recogían todo y hacían caja. Bill no parecía demasiado contento con mi petición, insistiéndome:

—Eva, debes de descansar. Ni siquiera has bebido agua en todo el día. Entiendo que Delila es una persona peculiar y que es complejo a veces trabajar con ella. No te preocupes por si se ha molestado, es algo que suele pasar y se le pasa en seguida. Es hora de marcharse a casa.

Bill me hizo sentirme mejor al comprobar que esas situaciones eran algo normales por allá, lo que me hizo pensar en cuantas personas antes que yo trabajaron bajo su mando. Si era bastante irascible, de seguro muchos no aguantaron la presión.

Le agradecí el apoyo y tomé mis cosas para marcharme a casa, pero antes, comencé a buscar con la mirada a Delila, pero Bill, con las llaves de la librería en la mano, me dijo:

—Ella no está aquí, se marchó a casa para descansar. No se encuentra bien de salud así que quizás mañana estemos tú y yo al frente de esto.

Aquello me sorprendió, esperando que no fuera mi culpa el haberle puesto de tal estado.

Respiré profundamente caminando un poco por las calles bajo las luces de las farolas. Aproveché para hacer unas compras rápidas antes de llamar al taxi y marcharme a casa. Necesitaba despejar mi cabeza y eliminar la portada de color rojo granate de ese libro.

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