CAPÍTULO 7



Pasé mucho tiempo sentada en el suelo de la cocina con la vista sobre el agua que seguía derramándose desde la superficie de la mesa hasta el suelo, formando un notable charco transparente. Mi mente seguía oscilando pensando en lo que era real y lo que era una simple invención. Caí en un extraño letargo donde mi vista se perdía y nublaba, haciendo transcurrir el tiempo con tanta celeridad que me pilló desprevenida cuando el sonido del reloj de pared del pasillo, me avisó que ya eran las seis de la tarde.

Me incorporé y miré el teléfono que tenía en el bolsillo de mi pantalón. No tenía ninguna notificación, cosa que me preocupaba por el tema de la desaparición de mis padres. Se suponía que la policía ya llevaba varias horas investigando, así que me era extraño no tener una sola novedad de ellos.

Me puse en pie pensando en el trabajo que me había encomendado Dalila, entrando en pánico al pensar que aún no había hecho nada en todo el día. Decidí dejar a un lado el té para volver a mi dormitorio y proseguir con lo que tenía que hacer.

Al menos por el momento por el bien de mi salud mental, debía de no hacer demasiado caso a los eventos extraños que a mi alrededor se acontecían. Cuando estuviera preparada y el tiempo me apremiara, comenzaría a razonar las razones por las que estaba viendo cosas que en mi vida había visto.

Con la mayor cautela que pude, subí las escaleras con paso lento y pesado. Aún me temblaban las manos y el sentimiento de alerta también estaba activado por lo que pudiera pasar. Las ganas de salir de aquella casa, al menos por un rato, eran muy elevadas, pero no podía huir en cuanto viera algo extraño. Debía de pensar que también era una mansión antigua cuyas maderas crujían y que de seguro se escondían alimañas o ratones por algunos huecos de paredes.

Con una energía renovada, abrí de nuevo la puerta y entré a mi dormitorio, cuya pantalla luminosa correspondiente a mi ordenador, me dio la bienvenida. Pero lo que me provocó un enorme pánico fue ver lo que allí se reflejaba y que teñía de color rojo la luz que desprendía de él, confiriéndole un aura extraña a mi habitación.

—Raudskinna...—Susurré en voz baja en cuanto mis ojos leyeron lo que estaba escrito en la portada de aquel libro que mostraba la pantalla de mi ordenador. Conforme fui rememorando, me percaté que yo no había dejado la pantalla con la imagen de un libro sino con un artículo del hombre que Dalila me mencionó buscar información. Aquello ya fue demasiado y decidí vestirme para salir de casa y así alejarme de todo lo que estaba ocurriendo allí.

Por mucho que me gustara quedarme en casa, estaba claro que no era el preciso momento de hacerlo. Me di la mayor prisa que pude, tomando mi cuaderno de notas, mi bolso y algo de dinero para pasar el día fuera. Iba a trabajar, pero en una biblioteca, lejos de aquellas extrañas situaciones que se tejían a mi alrededor.

El aire de la calle me llenó los pulmones, comprimidos por culpa del inmenso estrés que llevaba arrastrando por unas horas. Ya no sabía si era por la sugestión o porque realmente lo sentía así, pero unas vibraciones que podía calificar de frías como agujas de hielo, se instalaron en mi interior desbaratando el poco sosiego que me quedaba.

Para mi tranquilidad, el trayecto fue agradable gracias a las temperaturas y la brisa fresca que golpeaba mi rostro. Fue automático; un pie fuera de casa y mis pilas se cargaron por arte de magia. No pude evitar sonreír levemente ante el maravilloso cambio que había obrado en mí el salir de la mansión; por fin podría trabajar tranquilamente.

En cuanto a la comida, me la salté precisamente sin percatarme de ello cuyas razones consideraba de peso, ya que el verte envuelta en unos eventos extraños como cosas que se mueven solas u ordenadores que buscan información cuando no te encuentras delante, es algo que sencillamente, arrebata el apetito a cualquiera. Para mi mejor bienestar, tomé la decisión de no hablar de todo lo que me estaba pasando con absolutamente nadie, de todos modos, no tenía la suficiente confianza como para hacerlo.

Eso unido a las habladurías que había con respecto a lo acontecido con la mansión desde hace ya muchos años, no me beneficiaba en absoluto y menos si deseaba que las gentes del lugar olvidasen de una buena vez el tema de mis abuelos. Ese era uno de mis objetivos; demostrar que todas las leyendas e historias que circulaban con respecto a la historia de mi nuevo hogar, eran todas completamente falsas. Hasta que no lo lograse, ni yo ni el recuerdo de mis abuelos, descansarían en paz.

No podría establecerme como una ciudadana más sino como "la rarita de la mansión" o "la nieta de los viejos locos". Al menos ni mi jefa ni mi compañero de trabajo sabían dónde vivía, porque quizás eso haría que cambiase sus formas de dirigirse a mí.

La biblioteca no fue precisamente fácil de encontrar, a pesar de que varias personas se hallaban yendo por mi mismo camino en dirección a la misma e incluso, las colas para tomar prestado los libros, no era precisamente corta. Con el mayor silencio que pude, caminé hasta las áreas más escondidas del edificio para poder tener intimidad y ahuyentar así las miradas curiosas. Tuve suerte de que muchos de los ordenadores que estaban a disposición de los visitantes, se encontraban libres, cosa que necesitaba para poder trabajar.

Revisando de nuevo el nombre que me había escrito Delila en el mensaje, busqué de nuevo información sobre aquel hombre, encontrándome con la historia de un monje islandés de la época que vivió hasta casi mediados del siglo XVI. Durante ese periodo, ese monje se convirtió en el obispo de Hólar, pero, aunque su vida debía de ser austera, lejos de la lujuria y centrada en la devoción hacia el cristianismo, no fue regida precisamente por esos parámetros.

A medida que más leía sobre él, más me sorprendía de lo que era capaz el ser humano. Las horas se sucedieron tan rápidas que no me percaté en el momento que la luz que se filtraba por las ventanas era tan tenue, que las lámparas de sobremesa se encendieron al unísono. Aquella lectura me absorbía hasta el punto de no hacer ninguna parada para comer o beber algo en la cafetería exterior de la biblioteca. El cansancio podía sentirlo por mi espalda tirante y mis cargados hombros. Así que me obligué a tomar un poco el aire antes de completar el informe que Delila me había encargado de forma tan misteriosa.

Las farolas del lugar iluminaban sin problema cada rincón del edificio, sobre todo los bancos donde la gente se encontraba leyendo un libro o estudiando. Se respiraba la paz y el sosiego a pesar de ser una ciudad con bastante actividad.

La noche estaba al caer y no me había echado nada a la boca. Si continuaba así, podría enfermarme, así que iba a terminar cuanto antes el informe para marcharme a por algo de cenar.

Había pensado darme un homenaje cenando fuera de casa; quizás era lo que necesitaba para desconectar y sentirme mejor conmigo misma. A fin de cuentas, había hecho un excelente trabajo de investigación y me merecía un buen descanso. Eché un vistazo a la verja del recinto y entonces, entré de nuevo para acabar con lo que tenía entre manos.

Me llevó más de lo que pensaba, pero finalmente pude lograrlo. Con una sonrisa, le pregunté a la bibliotecaria si podría hacerme el favor de imprimirme el informe, a lo que ella me contestó, mirando hacia todas las direcciones, cuando verificó que no había nadie que pudiera vernos:

—No acostumbro a hacer eso, tan solo se nos permite si son estudiantes y poseen un carnet especial, pero comprendo que eres nueva en el lugar desde hace bien poco y no sabes todas las reglas. Será nuestro secreto.

Le agradecí profundamente que se tomara tal molestia, exponiéndose de una forma que podían despedirla o mínimo, que le dieran una buena charla. La ventaja es que no eran demasiadas hojas, así que terminó pronto por fortuna de ambas.

Le prometí invitarla a café o té la próxima vez que volviera a la biblioteca para poder agradecérselo, anotando la hora a la que ella terminaba su turno. Le agradecí de nuevo su amabilidad, marchándome cuando había comprobado que todo se encontraba en mi bolso. Era hora de buscar un buen restaurante donde comer algo no demasiado pesado pero que no tardara mucho en la espera. Tuve la gran suerte que, cuando busqué por internet, encontré que a unos veinte minutos andando desde donde yo estaba, había un bar de ensaladas con muy buenas críticas. Lo mencionaban como un lugar agradable, con buen servicio y precios bastante asequibles.

No me apetecía mucho caminar debido a mi cansancio, pero algunas cosas eran necesarias para conseguir el ansiado botín. Rebusqué en mi bolso y conecté mis auriculares para que la música me hiciera más leve el camino.

La humedad típica de cuando comienza a anochecer, mojaba la acerca haciéndola peligrosa para las almas incautas que no llevaban cuidado o que se encontraban demasiado despistadas para mirar al suelo. Ese olor tan característico de fresca humedad me aliviaba el pecho; ese frescor era liberador.

El olor de la zona comercial me llegó de golpe. Era una zona donde habían dispuestos varios restaurantes de diferentes gustos para que los clientes tuvieran donde elegir. Por fin podía llenar mi estómago sin problemas.

Pude sentarme al haber muchas mesas disponibles. La música era suave y acompañaba al aspecto moderno pero sencillo del lugar. No tardó en venir un camarero para atender mi pedido, por lo que vi la carta para comenzar a elegir.

—Me gustaría una ensalada césar con doble ración de pollo rebozado y doble de salsa. Para acompañar, unas patatas con salsa de yogur y un zumo de naranja natural, por favor.

Apuntó con celeridad y se marchó en dirección a la cocina, dejando la carta a un lado de la mesa.

Me acomodé en el sofá cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás. Pero una gota fría cayó sobre mi nariz, haciendo que abriera los ojos de golpe.

Cuando me incorporé en el asiento, me froté con las manos para retirar el líquido que se había derramado sobre mi cara. En cuanto vi que era de color rojo, corrí al baño como pude intentando no gritar para evitar miradas indeseadas. No podía olvidar que quizás todo aquello estaba en mi cansada cabeza; no quería que me pusieran la etiqueta de bicho raro y menos cuando llevaba tan poco tiempo viviendo en la ciudad.

No podía seguir ignorando todo aquello, quizás necesitaba un psicólogo o bien una medicación que me hiciera descansar adecuadamente. Lo que estaba claro es que necesitaba hallar una solución y lo más pronto posible.

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