CAPÍTULO 2
Las luces de un nuevo día se colaron por las cortinas de seda justo antes de que mi despertador sonara. El hambre que sentía nada más abrir los ojos me hizo girar sobre mí misma con la mano sobre mi estómago tan vacío como la nevera que había en la cocina, que, por cierto, no había sido visitada aún.
Mi nuevo hogar era sumamente colosal hasta el punto de no saber si quiera el número de habitaciones que había en el terreno. Sin contar además de ello, las zonas de jardín que ahora estaban en mis manos.
Quería saber más acerca de lo que disponía, pero tenía que esperar a ver al abogado de mis abuelos, que era el que sabía absolutamente todo acerca de la solvencia y los terrenos que habían adquirido con el paso del tiempo. Pero ya habría tiempo para pensar en todo eso, ahora tenía como objetivo el hacer la compra para así poder comer.
No tenía el tiempo demasiado dilatado ya que debía de encontrarme con la que iba a ser mi nueva jefa para saber si realmente ese puesto llevaba mi nombre. Para no perder mucho tiempo, decidí arreglarme para la entrevista y salir más bien a desayunar; cuando acabara ya haría la compra en algún supermercado de la zona. ese era más bien el segundo objetivo después de la reunión de la mañana.
Además, debía de saber el estado de cada rincón de mi casa para realizar cualquier tarea de mantenimiento que fuera necesaria. Quizás requeriría a alguien que me ayudase que conociera el lugar por lo que no descarté hablar de todo ello al abogado.
Mis pies tocaron el suelo de madera que estaba caliente gracias a la chimenea que había quedado encendida durante toda la noche. El olor a ahumado sentaba bien, como si un halo de ternura me envolviese. Recuerdos de cuando mis padres y yo viajábamos en las vacaciones de invierno para ver la nieve o para patinar en algún lago helado, me hizo sentir un leve pinchazo de nostalgia imaginando en cómo sería si ahora pudiera ir con ellos a todos los lugares que tenía pendientes en una lista. Era triste el pensar que todos los proyectos que circulaban por mi cabeza no podrían realizarse justo como deseaba que pasaran.
Pero no podía decir nada malo de mis padres adoptivos. Tuve la enorme suerte que eran los mejores amigos de mis padres así que ellos me criaron de acuerdo a los preceptos de mis progenitores para honrar su memoria. Nunca me faltó cariño y, durante toda mi adolescencia, no les eché de menos.
Pero conforme esa edad extraña y difícil me abandonaba convirtiéndome en una adulta universitaria, comencé a soñar algunos recuerdos latentes que tenía ahí guardados. El detonante fue el día que me gradué cuando veía a todos mis compañeros acompañados de sus padres posando sonrientes para la foto familiar. Pero entonces, uno de ellos llamó mi atención al verlo completamente solo, por lo que me acerqué a preguntar las razones por las que nadie había ido a verlo.
Al igual que yo, él era huérfano y aunque se crio con una familia adoptiva, eran abusivos con él incluido su hermano. La única persona que le prestaba un poco de atención y le daba cariño era su abuela, pero, por desgracia, la mujer era muy mayor y falleció a causa de la edad. El verle tan abatido, tan desgarrado a pesar de que todos reían y los flashes de sus cámaras nos iluminaban radiantes de entusiasmo, en el rostro de él simplemente veía una especie de alivio porque el tener su título hacía que por fin pudiera ser independiente y marcharse del lado de sus maltratadores.
Le deseé de corazón la mayor de las suertes, esperando que la vida no le golpeara más duro que ya de por sí lo había hecho. Pero los caminos son insondables y nunca se sabe por dónde nos llegará la metralla de nuestra arma ejecutora.
Desde ese día, mis padres venían a mi memoria de forma recurrente, logrando que me distanciara de mis padres adoptivos. Necesité terapia para poder superar el que ellos ya no estaban porque, según el psicólogo, mi mente había desechado la idea de que mis padres estuvieran muertos. Simplemente, mi cabeza decía que era algo temporal y que, mientras tanto, me quedaría con los amigos de mis padres.
La no aceptación de aquel accidente en la mina supuso que se formara a mi alrededor una coraza extraña que, a día de hoy, condicionaba mi vida. Me refugié en estudiar y posteriormente en mi trabajo, teniendo una vida social demasiado escasa.
Y ahora estaba desafiando mi mundo tranquilo viniendo a un lugar que jamás había estado, con personas que no conocía y donde no sabía qué podría encontrar. Era época de cambios y eso de seguro me vendría bien a pesar de que estaba temblando como una hoja.
Me estiré lo más que mi espalda me permitió, levantando mi dolorido, aunque descansado cuerpo de aquella enorme cama. Me dirigí al baño para asearme y verme lo más decente posible ya que la ocasión lo requería. Si quería conseguir ese trabajo, mi aspecto debía ser lo más formal posible.
Cepillé aquella jauría de animales salvajes que llevaba por cabellera lo mejor que pude dando gracias a que mi cabello era bastante liso. La ropa que elegí fue algo sencillo, formal pero no demasiado. Una camisa de color morado claro, unos pantalones de color oscuro y una chaqueta de punto junto con un recogido en moño. El maquillaje era prácticamente inexistente, lo justo para darme un mejor color y tapar mis ojeras.
Tomé mi bolso asegurándome que llevaba el teléfono dentro además de mi cartera con mi documentación. Las llaves de la casa las había dejado sobre la mesa de la entrada del hall.
Era la hora de enfrentarme a lo que aquella ciudad me ofrecía, pero, por mucho que tuviera la esperanza por ese nuevo trabajo, la posibilidad de que no me aceptasen estaba ahí. Tenía la ventaja de tener una cierta cantidad de dinero que me dejaron mis abuelos de herencia junto con la casa para poder ir tirando mientras me acostumbraba a cómo funcionaba todo.
Estaba segura que en mi pequeña excursión entre aquellas cuatro paredes haría que me perdiera o que al menos, me desorientase por unas horas. Quizás hasta tendría que llamar a alguien, aunque pensándolo mejor, no conocía a nadie del servicio.
Era evidente que el gran aspecto ordenado y limpio que presentaba el edificio no era casualidad; había alguien detrás de todo ello. Y si los que trabajaban por mis abuelos les profesaban gran afecto, quizás decidieron quedarse para trabajar bajo mi mando.
Y esa oferta no podía rechazarla.
Era hora de comer porque si no colapsaría; no había tomado nada por horas y eso era hora de remediarlo. Antes de dormir solamente me tomé lo que compré nada mas salir del avión que consistía en poco más que una barrita de proteínas y un zumo de un sabor un tanto extraño. Lo mejor sería llamar a un taxi para pedirle indicaciones de una cafetería lo más cercana al lugar de la entrevista, para así asegurarme que llegaba a mi destino a la hora acordada.
Llegar tarde no era una opción.
El taxi apenas tardó para mi gran alivio, pero éste me esperó bastante alejado de la puerta que daba a la verja exterior de la mansión. Miraba a ambos lados de la acerca, como si esperase que algo ocurriese de forma inminente. Me quedé observándole por un minuto para ver aquel extraño espectáculo con detenimiento: parecía estar teniendo un ataque de ansiedad.
Me acerqué a él intentando que no sobresaltase con mi presencia, a lo que él emitió un leve carraspeo antes de abrirme la puerta del asiento trasero con una sonrisa totalmente artificial y forzada. Algo le ocurría con el lugar, pero no estaba demasiado amable preguntar acerca de sus pensamientos o miedos.
A fin de cuentas, yo era la nueva propietaria y no me era agradable saber historias u opiniones negativas sobre mi nuevo hogar.
El ambiente cargado que se sentía se fue disipando en cuanto mi casa se perdió de la vista de ambos. Era como si aquel hombre renaciera, como si era sonrisa extraña se cayera dando lugar a un rostro de verdadera paz y alivio.
El viaje se me hizo corto gracias a los bellos paisajes de aquel lugar de ensueño. Tenía la sensación de estar en un óleo pintado por un romántico pintor. La luz entre los árboles y el viento meciendo las hojas débilmente, hacía que me quedara maravillada del contraste de tonos de aquella naturaleza tan llena de vida.
Y no me quejaba precisamente de mi hermosa tierra natal, simplemente deseaba sacar las cosas buenas del lugar que me había acogido por el resto de mis sucesivos años.
Llegamos en unos veinte minutos a una calle bastante concurrida llena de establecimientos. El conductor aparcó en una cafetería de aspecto sencillo pero elegante cuyos precios esperaba que no se desbordasen demasiado. Tras pagarle, entré al lugar con una punzada de incomodidad que siempre sentía cuando entraba en algún sitio nuevo para mí.
Tras hacer mi pedido, me senté cerca del cristal que daba al exterior de la calle para echar un vistazo. Justo en la acera de enfrente, el nombre de Fures Temporis me hizo arrugar la frente; era el lugar donde tenía prevista la entrevista.
Pintoresco, de aspecto antiguo y de tamaño más bien estrecho, el cartel tenía la forma de un libro abierto en cuyo interior se veía grabado en dorado el nombre de la librería. Las ventanas eran enormes cuyos barrotes parecían recién pintados. Casi me veía allí dentro rodeada de cientos de libros y respirando la lignina que le daba el color amarillento a las páginas de libros vetustos. El sentir el tacto suave y delicado de esos fragmentos de conocimiento esperando a ser traducidos y, por supuesto, entendidos.
No tardé en demasía en desayunar porque el corazón martilleaba dentro de mi pecho por la ansiedad creciente de poner los pies en el interior de aquel lugar que me atraía como miel a las abejas. Desde el exterior, una suave melodía de piano me reconfortaba y acompañaba mis pasos conforme caminaba por aquel suelo de color caoba cuarteado por el paso del tiempo. Los dibujos formaban mosaicos intrincados al igual que hermosos; todo ello era una obra de arte en sí misma que emanaba una fragancia a misterio. Era el cielo para alguien como yo que adoraba la lectura.
Era el cielo de los libros.
Aquella música me guiaba lenta pero incesante hacia una de las habitaciones del pasillo. Era una mezcla entre librería y casa que posiblemente perteneciera a alguna persona del siglo XVIII por sus apliques a gas que colgaban de diferentes partes de la estancia y la enorme lámpara de araña que podía visualizar al fondo.
Aquel edificio debía de costar no uno sino los dos ojos de la cara.
La música cada vez podía escucharse más y más nítida conforme caminaba por aquel largo pasillo; parecía ser que hoy apenas había clientes, tan solo una señora con una pamela tan enorme que le tapaba el rostro. Estaba tan absorta en su lectura que no se cercioró de mi presencia, pero yo sí que lo hice con respecto a lo que estaba leyendo, historia de dos ciudades de Charles Dickens, un libro que criticaba a la sociedad británica de la época del siglo XVIII en la época de la revolución francesa.
Decidí dejar de mirarla por si se sentía intimidada tan solo enfrascándome en averiguar quién tocaba el piano. Llegué a un enorme salón en el que casi en el centro del mismo, un joven tocaba el piano ataviado con un traje tan elegante que casi parecía pertenecer a la filarmónica de Viena. Era extraño que en una librería se ofreciera música en vivo, pero había que decir que era un servicio placentero a la par que relajante.
Me quedé mirando no sé por cuanto tiempo sus gráciles manos y su espalda ancha, dejándome deleitar por las notas que acariciaban mis oídos con dulzura. Pero la magia quedó rota cuando el joven se percató de mi presencia y yo me sentí en el hoyo de la vergüenza.
De seguro lo estaba mirando con la boca abierta.
Pero lejos de darme una reprimenda o ser seco, el joven se dirigió a mí con increíble cordialidad:
—¡Hola buenos días!, eres una cliente, ¿no? Tienes aspecto de ser nueva ya que todos se sorprenden de que en una librería alguien toque música clásica en vivo.
Le sonreí nerviosamente asintiendo levemente haciendo acopio de la poca dignidad que me quedaba. Me froté las manos y le contesté lo mejor que pude:
—No..amm...Soy Eva Dawson, la nueva traductora, bueno en realidad la que tiene intención de serlo. Tengo una entrevista con la dueña de la librería, me dijo que viniese esta mañana. Espero cumplir sus expectativas-Intenté decir bromeando para eliminar la tensión que sentía en mi interior. Aquel chico parecía estar encantado de mi presencia, dándome unos ánimos que bien necesitaba.
—Vaya, no esperaba a alguien tan joven; no suelen ser muchos los estudiosos de las lenguas muertas y antiguas. Me alegro que haya gente que no olvide lo que ha sido el ser humano, su historia y sus letras.
—Bueno, yo soy bastante extraña respecto al resto de los mortales, de pequeña prefería las mariposas a las muñecas-Dije soltando una leve risa.
Aquel chico me devolvió la sonrisalevantándose de su asiento para tenderme la mano a modo de saludo
—Encantado Eva, soy Bill Rider y al igual que tú, soy bastante extraño porque estudié lo mismo que tú.
Aquello me pilló por completa sorpresa no pudiendo disimularla y eso pareció divertirlo aún más.
—Vaya eso es genial, así podremos debatir temas aburridos para los simples mortales.
La charla amena que tuvimos me hizo sentirme más segura y confiada, pero sobre todo con más motivación para quedarme. Estaba segura que podría aprender grandes cosas de este lugar y si mi jefa era la mitad de amable que Bill, sería un auténtico placer trabajar para ella.
Un leve taconeo se aproximaba a nosotros, lo que me hizo girarme en esa dirección. Era una señora entrada en años, con un bastón de madera y la mirada cansada pero risueña. Llevaba un libro pequeño de tapa verde oscura en la otra mano que le quedaba libre.
—Buenos días Eva, veo que cumpliste con la promesa de ser puntual; me alegro mucho. Eso suma puntos para ti
—Sí señora, estoy dispuesta a trabajar y a serle de toda la ayuda posible-Le dije con entusiasmo.
—Bueno, eso espero. Mi nombre es Delila, un gusto conocerte. Acompáñame por favor, te enseñaré la biblioteca para que comiences a trabajar.
Aquello me pilló por completa sorpresa, ¿Trabajar? Pero... ¿Y la entrevista?
Antes de formular la pregunta, ella me respondió como si supiera lo que rondaba por mi mente:
—No hay entrevista querida, tengo la increíble capacidad de saber con mirar a las personas si van a ser eficientes bajo mi mando. Sé que tienes ganas de trabajar así que solo me queda a evaluar tus conocimientos, cosa que solo puedo hacer si trabajas. Así que no hay tiempo que perder.
Seguí a aquella mujer con un paso demasiado rápido respecto a una señora de su edad; parecía ser bastante ágil. Era un tanto bochornoso verme a mí con una fuerza física tan espantosa en comparación con una mujer que rondaría los sesenta y tantos años.
Llegamos a una de las zonas de la librería que desde luego no me defraudó. Era como un pequeño taller donde se almacenaban cientos de libros colocados escrupulosamente en cientos de estanterías catalogadas por géneros e idiomas. Ella se apresuró a ponerme al día:
—Verás Eva, la biblioteca tiene varios sectores: está el sector del Antiguo Egipto, Grecia y Roma.
En cuanto a los idiomas de los que disponemos, tenemos el Sumerio, Arameo y, por último, latín y griego. Hoy trabajarás en el sector de latín y griego porque ha venido una editorial con un libro de un escritor que desea que se traduzca a esos idiomas. Una vez traducido por tus manos, pasarán a las mías para poder revisarlo antes de colocarlo en estas estanterías debidamente etiquetado para que, cuando la editorial estime, venga a por él.
Te dejaré aquí para que comiences a familiarizarte con todo esto, pero si me necesitas me encontrarás en la recepción. Dispones de ordenador para cualquier información que desees obtener, así como material de oficina y bloc de notas. Espero de ti lo que intuyo.
—Está bien señora Delila, me pondré a ello.
—De acuerdo, espero un buen resultado de ti—Me dijo con media sonrisa en su rostro.
Comencé a recopilar el material que necesitaba y lo coloqué sobre la mesa. No es que no fuera fan de los ordenadores, siempre había preferido el papel, aunque no podía descartar toda ayuda que se me ponía en las manos. por desgracia si deseaba tener el libro traducido de forma rápida, debía de hacerlo a ordenador desde el principio.
Tomé de la mesa el ejemplar que debía de traducir y transcribir en formato digital posteriormente. Se llamaba "el don de la eternidad", trataba de un médico que descubría la cura del cáncer justo en los últimos momentos de su vida. Su fiel ayudante, más joven que él, descubría sus notas y decide terminar la investigación de su compañero fallecido. Lo cierto era que no parecía una lectura aburrida, viéndome tentada a terminar primeramente el libro para luego traducirlo.
Pero el trabajo era lo primero y el placer después.
Me senté en mi escritorio y comencé mi trabajo. Las letras salían con soltura de mi mente y mis manos eran ágiles sobre el teclado del ordenador tras unos buenos veinte minutos de torpeza incesante. Quizás eran las ganas de conseguir este trabajo las que me hicieron ser casi un robot programado para mi tarea, porque jamás había trabajado con tanto ahínco como ahora.
Aquel lugar era hechizante y no deseaba despegarme de él.
Lo mejor de todo era que la música de Bill me acompañaba en todo momento, liberando mi estrés y ayudándome a mi concentración. Para cuando era la hora de irme, ya llevaba casi sesenta páginas traducidas
El reloj de cuco comenzó a sonar indicando las seis de la tarde, así que cerré el bloc que usé para algunas anotaciones y lo puse en su respectivo cajón. Todo quedó impoluto, justo como antes de venir.
Me maché a la recepción, donde estaba Delila con aquel libro de tapa verde inmersa en su lectura. Me recordaba a aquella señora de la pamela, hechizada hasta casi perder la noción del tiempo.
Cuando advirtió mi presencia, cerró el libro y yo le conté los progresos que había hecho. Parecía realmente satisfecha, felicitándome y dándome la bienvenida al equipo.
Casi podía bailar en medio de aquel hermoso lugar, pero prefería reservarme para la intimidad de mi hogar.
Le prometí ser puntual al día siguiente, dándole las gracias por la enorme oportunidad que me había brindado. A lo lejos, Bill me hizo una seña indicándome que sabía que me cogerían para el trabajo. Me despedí de él con la mano, buscando en mi teléfono un lugar donde hacer la compra antes de volver a casa. Decidí ir andando para pasear por la ciudad y así conocerla un poco más.
La tarde iba cayendo lentamente con los tonos anaranjados y rojizos del atardecer. El leve rumor de las gotas cayendo de la pequeña llovizna se escuchaba junto al eco de los pasos de las personas que caminaban a mi alrededor junto con los sonidos de los automóviles que, raudos como la ley de tráfico lo permitía, aceleraban lo máximo posible para llegar a casa tras un día de duro trabajo.
Mientras llenaba el carro, miraba a todas las familias que había en el establecimiento casi recordándome a la vida familiar a la que había renunciado marchándome de Budapest. Aún no había hablado con mis padres; ni siquiera sabían si había llegado a mi nueva casa.
Era alguien despistado en cuanto al teléfono, no me gustaba la verdad porque me sentía obligada a estar conectada con todo el mundo cuando solo deseaba evadirme. Pero ellos no merecían estar preocupados por mis preferencias o gustos.
Tomé el teléfono de mi bolso dándome cuenta del número de llamadas telefónicas que tenía. Mi madre aparecía en todas ellas al igual que mi padre, pero en menor proporción debido a su trabajo bastante ocupado. Me decidí a mandarles un audio para que no se preocupasen aún más de lo que ya de por sí estaban:
—Hola papá y mamá, perdonad por no haberos contestado, he tenido mucho lío con la llegada a la mansión, el acostumbrarme a la gente de por aquí y a lo de la entrevista de trabajo que me tenía de los nervios. Pero todo parece ir yendo bien, espero que dentro de no mucho tiempo pueda sentirme una más del lugar. El puesto me lo han dado así que ya tengo un trabajo con una pinta realmente estupenda. Hablaremos mañana que tengo que hacer la compra y poner en orden unas cuantas cosas, os quiero y cuidaros, por favor.
Terminé de tomar lo más necesario para no ir demasiado cargada de vuelta a casa; solo necesitaba tomar algo de no demasiada elaboración para poder finalmente darme un baño y descansar. El día había sido agotador, pero bien productivo, justo el tipo de días que más me gustaban.
Y aunque el tiempo no acompañaba demasiado, la belleza que emanaban esas calles me atraían en demasía. A pesar de que no había nacido aquí, lentamente sentía como si perteneciera a este lugar.
Admitía que la librería tenía mucho que ver en mi estado de ánimo, que, como una inyección de dopamina, me había estimulado dándome una energía extraña que sentía a pesar de mi cansancio. Era la energía de poder con todo, de poder progresar y prosperar como deseaba.
De comenzar una vida que merecía la pena, tranquila como deseaba, pero con algunas tiranteces que mantuvieran mi corazón un tanto agitado.
Cuando llegué a casa me vi tentada a poner música clásica en la enorme gramola que había en el salón, ya que recordé a Bill delante de aquel magnífico piano. Mis manos actuaban como si fuera un autómata, activando las ansiadas melodías que mi mente deseaba recrear. El piano resonó entre las paredes de piedra, invitándome a bailar en una danza solitaria. Me deslicé como en un vals, sujeta a la bruma de la imaginación como mi acompañante sin parar de reír ante las grandiosas noticias que zarandeaban mi vida. Casi quería gritar al mundo que era inmensamente feliz.
Casi el dolor de mis padres parecía suavizarse, como cicatrizando ante gotas de limón. Las lágrimas no dolían tanto y eso era una señal de que, aunque habían pasado muchos años, por fin comenzaba a vivir sin ellos con relativa paz.
En la tranquilidad de mi nuevo hogar, viejas cicatrices irían abriéndose poco a poco. Quizás el motivo fuera que en Budapest vivía una vida mucho menos tranquila que ahora y que viviese sin cuestionarme nada del pasado, pero desde que puse un pie aquí, mis pensamientos parecen viajar más rápido que la luz. Y era en la bañera donde estaba sumergida, donde miraba las paredes que me rodeaban sintiéndome una extraña, por un lado, pero, por otro lado, como la legítima dueña de la casona.
Me percaté que solo faltaban dos horas para que el abogado de la herencia de mis abuelos viniera a hacerme una visita de cortesía, por lo que respiré hondo y disfruté de los últimos resquicios de aquella agua caliente.
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