CAPÍTULO 19
Bill se ausentó de su puesto por el resto del día, cosa que a Delila no pareció molestarle. Para cerciorarme que lo que había visto era real, miré la mesa de mi compañero, topándome con la realidad que había visto sentada en la cafetería.
El libro no estaba sobre la mesa, tan solo algunas hojas traducidas y tachadas que había desechado. No podía creerme que él hubiera hecho tal cosa, ese delito que hacía ascender mi ira en forma de bilis que deseaba vomitar. Había una posibilidad de que él lo hubiera hecho para conseguir dinero que quizás necesitaba para el tratamiento de su madre y que Delila no tuviese idea del hecho. Tras mirar en varias direcciones, comencé a abrir los cajones de su escritorio para toparme con un hallazgo sorprendente.
El maldito libro que él le había dado a aquellos hombres, estaba en aquel cajón. Estaba intacto, con su tira roja ligeramente deshilachada por el tiempo y cuyo color ya no era rojo carmesí sino un rosa que se desvanecía lentamente con el paso del tiempo. Sus hojas eran quebradizas, como lo era un libro de más de doscientos años y su aroma era inconfundiblemente el de un en completa decadencia.
Entonces, ¿Qué demonios le había dado Bill a esos hombres? ¿Una copia quizás?
Recoloqué todo para que nadie sospechase que había estado husmeando. No necesitaba una charla o algo así con respecto a la intimidad de una persona. Aquel día tardé menos en recogerlo todo y marcharme a casa, quizás porque albergaba la esperanza de encontrarme con Bill y poder saber un poco más de él.
Antes de salir, un ruido me hizo girarme, encontrándome en las penumbras de las pocas velas que quedaban encendidas, a Delila en su misma butaca con una copa y un libro en su regazo. Me miraba con una pequeña sonrisa torcida que me hacía estremecer de miedo. Aquella mujer comenzaba a intimidarme, pero le di las buenas noches educadamente para así marcharme. Ella no estaba dispuesta a dejarme salir, así como así.
—Las noches no son buenas para ti, eso lo sé, no trates de ocultarlo. Es lo que tiene vivir en esa casa cuya energía te baña desde el primer día que pones un pie en ella. Para muestra, el pobre señor Martell.
—¿Cómo demonios...?
—¿Me he enterado? —Interrumpió—Las voces vuelan más que corren y mis clientes son numerosos, más de lo que se ven físicamente. Pocos nos visitan, pero muchos son los que nos contactan en las sombras.
—No comprendo eso último—Le dije con la imagen de aquellos hombres en mente. Pero Delila no era estúpida y no iba a contarme todo lo que deseaba. Comenzó a reírse a carcajadas, dando un trago tan largo que el líquido que contenía la copa era ahora apenas inexistente. Ella parecía demasiado coherente para encontrarse ebria.
—Eva, mujer de Adán, ¿Cuántos pecados has cometido en tu vida? ¿Inmiscuirte en la vida de otros sin permiso, quizás? Tsk,tsk, mala idea, querida.
Por la mirada que me echó, algo me decía que me había pillado husmeando entre las cosas de Bill. Se me atragantaron las palabras, no podía contestarle ante esa pregunta. Me quedé mirándola largo rato, congelada, hasta que ella dijo una última frase antes de irme.
—Espero que esta noche, aquello que te sigue te deje descansar. Lo necesitas, querida, necesitas dormir como necesitas darle sentido a aquello que no comprendes. Lástima que la gente no sepa escuchar el eco de los libros. Buenas noches Eva, cierra bien la puerta con llave y no mires por la ventana en las noches.
Asentí y salí corriendo del lugar de forma literal, hasta llegar a la casa de Bill. No pude cesar un solo segundo, sintiendo el peligro pellizcar en mi espalda por las palabras de aquella mujer que, por cada día que trabajaba con ella, mi miedo por ella era aún mayor.
Durante esos minutos donde mi respiración era muy pesada, tomé la determinación de no volver. No podía volver a Fures Temporis ni a tratar con Delila. Era alguien que no me ayudaba en lo absoluto a mantener estable mi cabeza. Rebusqué las llaves y abrí la puerta del departamento, azotándome un dolor delicioso que me hizo relajarme al comprobar entonces que Bill se encontraba en el lugar.
Al escuchar cerrar la puerta, salió a saludarme como lo hacía siempre, con una sonrisa desprovista de preocupaciones.
Pero al ver mi rostro desencajado, no pudo evitar preguntarme con gran preocupación:
—¿Qué ocurre? ¿Por qué viniste corriendo? ¿Alguien te estuvo siguiendo?
Negué con la cabeza, sentándome en el sofá para intentar recobrar fuerzas. Bill se sentó a mi lado, sobándome la espalda dejándome explicarle lo que sucedía. La respuesta fue automática.
—Renuncio al trabajo, no voy a volver a la librería.
—Espera, ¿Qué? ¿Por qué? ¿Es por algo en concreto, como Delila quizás?
Levanté la vista, topándome con un semblante serio, pero con un toque de humor típico de Bill. Quizás esa pregunta tenía mucho que ver con su experiencia con ella al comienzo de trabajar en la librería, por lo que le decidí preguntarle las razones por las que él mencionaba a nuestra curiosa jefa.
Y él parecía estar preparado para contarme su vida en verso.
—Si te lo pregunto es porque te comprendo y comprendo las situaciones extrañas que puede generar Delila. Al principio me daba miedo las veces que ella me lanzaba preguntas carentes de sentido o delirantes conversaciones que mantenía con ella misma y de las que me hacía partícipe. Pero con el tiempo, supe apreciar la persona que era. Ella estuvo presente en la Segunda Guerra Civil al ser su familia judía y creo que fue un tiempo tan duro y perdió a tanta gente, que su imaginación la hace crear historias para enfrentar su dolor y pérdida. Delila es una gran mujer y la mejor jefa que puedas tener y sus excentricidades son algo que, con el tiempo, comenzarás a ver más con curiosidad que con temor. Esa mente... es fantástica, ella es alguien inteligente y se le nota.
—Mira, sé que la adoras y la encuentras hasta divertida, pero no puedo infartarme cada noche antes de volver a casa. Encima ha dicho cosas que no sé cómo demonios se ha podido enterar y esto ya pasa de castaño a oscuro—Le contesté aun ofuscada por la charla extraña que había mantenido con ella en la penumbra de las velas. Bill parecía incluso molesto de que no comprendiese la magnificencia de ella, pero mi mente era lo primero y más importante. Y eso le hice entender:
—No voy a perder la cabeza por consecuencia de una persona. No es posible que, de alguna forma, ella supiera de las razones de mi insomnio. Son demasiadas cosas que me hacen creer que ella me está vigilando y eso... eso me hace replantearme irme de la ciudad.
Una ligera sonrisa apareció en sus labios, una que me recordó a ella cuando decía toda aquella sarta de incoherencias. Quizás todo aquello era una secta encubierta y yo estaba en medio de todo. No veía forma de huir incluso del departamento.
—Los libros hablan y le cuentan cosas. Le hablan de ti porque ella desea protegerte. Sabe perfectamente que el libro está en tu casa.
Me puse de pie mirándolo como si hubiera perdido un tornillo, pero él se acercaba diciéndome que me explicaría todo pero que no podía marcharme. Corrí hasta la puerta principal, pero él llegó antes que yo y me tumbó sobre la alfombra, colocándose encima.
Nunca vi sus ojos tan de cerca.
—Escúchame Eva, a veces las personas más sospechosas e incoherentes, son tus salvadores. Sé que entraste a mi sala de los libros y que te quedaste completamente enmudecida por lo que viste. Sé que te replanteaste el hablar conmigo y no supiste cómo.
—Espera, ¿Hay cámaras en tu casa? ¿por qué demonios no me lo dijiste? —Le contesté intentando deshacerme de él, pero me sujetó los brazos para mantenerlos anclados al suelo; no iba a ceder en la conversación y me iba a tener allí hasta que entendiera lo que estaba sucediendo. Él ya no mostraba diversión en sus ojos, sino un semblante estoico que me demostraba que era un asunto serio.
Me esperaba una noche larga y, aunque sonase extraño, le quise dar la oportunidad de explicarse.
—Voy a hacer café, creo que vamos a necesitarlo—Le dije a Bill.
Él estuvo de acuerdo, permitiendo que me pusiera en pie para así ir a la cocina. Escuché como cerró la puerta con llave, pero no era necesario porque, por el momento, no iba a ir a ningún lado.
Necesitaba respuestas, Delila tenía razón, necesitaba darle sentido a aquello que no comprendía. Le pedí a Bill que, por favor, cerrase las cortinas.
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