CAPÍTULO 18


La mañana llegó y, como cabía esperar, Bill no se encontraba en casa. Al echar un vistazo a la hora, me hizo pensar que quizás ya se había marchado al trabajo porque quedaban escasos veinte minutos para comenzar la jornada.

Miré con furia mi teléfono móvil, preguntándome las razones por las que mi alarma no me había avisado de que me levantase a la hora que había puesto y, para mi sorpresa, el dispositivo me indicaba que sí que lo había hecho.

Eso me hizo pensar en el enorme cansancio que cargaba, que ni un terremoto que ocurriese me haría despertar. Pero no podía hacer otra cosa últimamente; si no tenía alguna alucinación, tenía preocupaciones que me mantenían en tensión gran parte del día. Decidí dejar todo eso a un lado y prepararme para ir a trabajar a la librería; primero el deber y luego temas personales.

Tomé algo rápido, me cepillé el pelo y los dientes y me puse un conjunto cómodo que consistía en una blusa color azul claro, unos pantalones y unos botines. Me cercioré de cerrar la casa antes de salir y me puse en camino con varios bostezos antes de salir del edificio.

La mañana era fresca, lo que ayudaba a despejar mi somnolencia. La cercanía a mi puesto de trabajo me permitía poder ir caminando, aunque no podía ir paseando porque no disponía de demasiado tiempo. Delila no parecía ser una jefa que permitiera que sus empleados llegasen tarde, así que no quería molestarla.

Recordé aquella extraña conversación que mantuve con ella, que me dejó más incógnitas que respuestas. Y el que estuviera bebiendo en horario de trabajo y delante de todo el mundo, me dejaba todavía más estupefacta.

—"Que tanto dolor puede causarnos el mundo, que ruin puede llegar a ser el ser humano por el poder y la codicia. Somos tristes marionetas dispuestas en un escenario de cartón, donde soplan y soplan huracanes dispuestos a derribarnos. Todos nos vemos en el suelo alguna vez. Triste, perdida, amenazada. Jaque mate".

Sus divagaciones eran sorprendentes, pero a pesar de ello, era alguien quién usaba sabiamente sus palabras para no contar más de lo que debiera. La actitud de los clientes al entrar en la librería, me demostraba que veían como algo normal esa actitud extraña de la dueña, de hecho, ni le prestaban atención. Aunque si era alguien justo, no había lugar mejor y con más categoría como Fures Temporis para adquirir cualquier libro que cualquiera buscase.

El amor por los libros podía respirarse desde el exterior del edificio, el cómo los escaparates lucían, la organización de los libros en sus estanterías, la decadente pero elegante decoración del lugar. Todo era perfecto para sumergirte en una experiencia casi mística; era la primera vez que una librería poseía iluminación proveniente de candelabros y no de luz artificial. Esa petición se llevaba a rajatabla por orden de Delila; aunque hubiera red eléctrica en el edificio, solo se usaba la luz artificial en nuestro puesto de trabajo. En el resto del lugar, solo se usaba velas dispuestas en los candelabros de sobremesa y pared.

Quizás algún día me atreviese a preguntarle las razones del porqué de esa norma.

Nada más llegar me encontré a Delila hablando con dos hombres trajeados tras el mostrador. Ella me echó un rápido vistazo y llamó con el pequeño timbre a Bill, el cual se apersonó muy serio a la sala y se llevó a ambos hombres en dirección a la zona de los archivos. El vello me quedó de punta y más al ver a mi compañero con aquellos ojos enrojecidos y con esa seriedad completamente opuesta a cómo realmente se mostraba.

Delila se me quedó mirando, sonriendo ligeramente y pidiéndome que siguiera con la traducción que pospuse por el trabajo de investigación que ella me había enviado. Me marché sin mediar palabra ya que aún me sentía extraña por lo que había pasado instantes atrás.

Me concentré en el trabajo para así no darle más vueltas al asunto. Era lógico que no supiera los secretos del lugar ya que llevaba pocas semanas trabajando para ellos. no podía seguir viendo cosas extrañas donde, probablemente, no las había. Tan sólo la dueña era una persona peculiar con un negocio peculiar, listo.

Pasó un tiempo hasta que Bill regresó a su mesa y continuó con su traducción. Fue tan silencioso que ni siquiera me di cuenta hasta que aparté mi vista del libro y me levanté en busca de un vaso de café de la máquina que teníamos a nuestra disposición en la misma sala.

Trabajaba infatigablemente con el mismo rostro duro e inexpresivo que tenía en la mañana. Me acerqué despacio a su mesa, pero él no me miró. No era muy buena comenzando conversaciones pero era necesario para comprender lo que le había pasado y para extinguir esa preocupación del porqué no pisaba apenas últimamente su apartamento.

Pero Bill se me adelantó.

—Sé que te preguntas las razones por las que no fui ayer a casa. Tenía mucho trabajo atrasado y tuve que ir a ver a mi madre.

Recordé que él me la mencionó, que tenía una enfermedad. Si no tenía a hermano o más gente que se ocupase de ella, probablemente todo recaía sobre él. Esa explicación era lógica al igual que sus enormes ojeras y su aspecto estresado.

Asentí y le dejé en paz, volviendo a mi mesa. No hablamos ni un solo instante durante todo el día. Incluso cuando era hora de comer, iba a decirle de ir juntos a algún sitio para invitarle y así agradecerle su hospitalidad, pero se esfumó tan rápido que me fue imposible.

No quería presionarle, tan solo esperaba que hoy pudiera mantener una conversación y sacarle más información acerca de su actitud.

Me marché a la cafetería que acostumbraba a ir, la que estaba en frente de la librería. A pesar del evento extraño que sucedió en ella, no podía ir vetándome lugares por mis malditas paranoias. Todo se solucionaría con un especialista.

Por precaución, me senté en otro lugar diferente. Hoy pediría algo más ligero: sopa de tomate, una pequeña ensalada y de postre un bol de macedonia de frutas. De beber, mejor un té frío.

Mientras esperaba mi comida, miré alrededor a todos los clientes del lugar, topándome con los dos hombres que habían estado en la librería horas antes. Su conversación parecía ser demasiado seria, por lo que disimulé un poco para así escuchar mejor.

Y los mensajes eran sumamente interesantes.

—¿Crees que esa señora lo conseguirá o solo son patrañas pretenciosas? No sé, creo que es algo complicado.

—No te estreses, ella es muy buena en su campo, de hecho, es la mejor. No hay nadie mejor para ocuparse del asunto. Su historial de clientes satisfechos es más que garantía.

­­­—¿Buena, buena en qué? —Pensaba una y otra vez. ¿Acaso ella también traducía además de llevar la tienda? Jamás la vi hacer algo más que ocuparse de los clientes y de la organización de los libros y el trabajo. Los secretos alrededor de Fures Temporis eran cada vez mayores, como una costumbre entre las personas del lugar.

La comida, a pesar de estar deliciosa como costumbre, se me clavó como un puñal en el estómago. Bill salió del edificio y se encontró con ambos hombres, que ahora iban a tomar un taxi. Vi cada movimiento y cada gesto de él, quedándome absorta al comprobar que, aquel libro que él estaba traduciendo, se lo había entregado a aquellos hombres.

Un libro que pertenecía a un museo, un libro que no podía comprarse.

Entonces la idea de que Fures Temporis fuese una tapadera de tráfico de manuscritos, me era cada vez más creíble.

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