CAPÍTULO 15


Todas las buenas conversaciones comienzan con un café o un té. El calor de un líquido humeante quizás sea capaz de abrir los chacras de cada uno o bien relajar los nervios. Y así es como comencé a relatarle a mi compañero Bill todo lo que me había ocurrido desde que pisé esta pequeña ciudad.

Conforme me extendía en mi relato, la boca de él se abría más y más, teniendo la tentación de introducirle uno de los caramelos de tofe que había en el plato de la mesa de café de su salón. Por sus cambiantes expresiones, no sabía que pensaba realmente de mí, ¿Me estaba creyendo una sola palabra o simplemente era como un bicho raro al cual él deseaba inspeccionar sin necesidad de diseccionarme? Por el momento, había llegado hasta la parte de las alucinaciones que estaba sufriendo, sin entrar en detalles de lo que había pasado hacía dos noches en mi dormitorio de la mansión.

—No te contengas, sea lo que sea deseo saberlo—Me dijo sin apenas pestañear. Pero no sabía hasta qué punto podía o debía de hacer caso a esa petición. Hasta yo misma dudaba de lo que sucedía a mi alrededor, pero dado el caso y como se habían desarrollado los eventos, no podía quedarme callada por más tiempo. Era hora de descargar todo lo que guardaba tan celosamente.

—Espero que no tengas demasiados amigos a los que les puedas contar todos mis trapos sucios.

— ¿Te soy sincero? Tengo dos amigos, pero ambos están enfrascados en sendos proyectos que consumen casi todo su tiempo libre. Uno de ellos, se casó y tuvo un hijo. Al parecer su mujer se emocionó tanto que el dar a luz se convirtió en su pasatiempo favorito.

— ¿Y el otro? No me digas...no para de ir de viaje en busca de sí mismo.

—Frío, frío. Digamos que estudio varias carreras universitarias y aún sigue estudiando. Creo que es una excusa para seguir viviendo con sus padres. Pero querida criatura, ¿Qué haces que estás batiendo las alas para huir de mis sensibles manos?

Aquella broma me hizo reír con fuerza. Bill tenía algo diferente al resto de las personas que había conocido en la vida y era algo refrescante, aunque me quejara en ocasiones de su actitud cargante y su exceso de bromas pesadas. En momentos delicados como éste, él era perfecto para ir liberando mis dolorosos secretos.

No tuve más remedio que seguir hablando.

—Digamos que sufro de alucinaciones demasiado extrañas. He pensado en ir a un especialista, de hecho, hoy tenía que ir a su primera consulta, pero claro, no iba a saber que se me iba a aparecer una especie de monje en mi habitación de hotel

—Espera, frena, ¿Qué viste cuando te encontraron?

—Un hombre encapuchado que sujetaba un amuleto de cuentas. No podía verle el rostro porque lo cubría una capucha y la tenue oscuridad que había en la habitación, no ayudaba mucho a poder verlo con mayor claridad. El caso es que antes de verlo, mis ojos comenzaron a escocer porque se me metió jabón en los ojos, pero el escozor era demasiado intenso como para que fuera sólo eso. Fue entonces cuando me agaché y alargué la mano para poder tomar la toalla y...algo frío me tocó. En ese punto, intenté ponerme de pie, pero tan solo logré agazaparme en la esquina de la ducha, mirando al frente para poder ver qué demonios había allí. Aunque mi vista no era precisamente buena, pude ver la silueta y una tétrica voz que dijo la frase que tú mismo me tradujiste. No creo que pueda volver a dormir de nuevo, no sin tomar algo fuerte.

—No te preocupes, aquí estoy yo para protegerte. Esto que me cuentas...simplemente me deja sin palabras. No puedo darte un veredicto o decirte lo que puede ser porque no se me ocurre hipótesis alguna. Esto es algo digno de hacer una historia.

Suspiré y me recosté en el confortable sofá donde estaba sentada. Mi cansancio era horrible y mi estado de ánimo no era mucho mejor. Bill comprendió que necesitaba una pausa antes de seguir hablando, tendiéndome sobre mí una manta para dejarme descansar en un completo silencio.

Le agradecí con un gesto, marchándose sin apagar todas las luces del salón para sentirme menos sola y vulnerable. Por lo menos no iba a pasar por todo esto sola.

Tenía mucho en lo que pensar, pero no era el momento. Las advertencias del médico eran claras: descanso y nada de situaciones altamente estresantes. Casi me rio tras la sugerencia, ¡Qué fácil es no estresarse cuando la casa de uno no está embrujada! Pero claro, ese era mi secreto.

Aunque por desgracia, cada vez más personas lo sabían. Sabían quién yo era y eso me afectaba poco a poco. El trato amable y la curiosidad típica de una nueva vecina en la zona, se iba sustituyendo por un enorme grano purulento y asqueroso que deseaban borrar del mapa. Era triste considerarse como un cúmulo de glóbulos blancos muertos, pero claro, había cosas más tristes.

¿Y Dalila? ¿Se habría enterado de lo sucedido en la mansión? Y en caso afirmativo, ¿Actuará diferente conmigo? Tenía la certeza que esa mujer tenía un par de oídos demasiado grandes como para que algo tan jugoso como un asesinato, se le escurra entre los dedos. Al ser jefa de una librería, podía perfectamente espiar las conversaciones ajenas y enterarse de cosas mucho antes que el resto de los mortales. Y dado que los habitantes de esta ciudad parecían ser lectores muy ávidos, el número de clientes de la señora Dalila no era precisamente pequeño.

Y eso sin contar a los clientes vip que atendía en la trastienda. Por lo poco que sabía, solían ser compradores de antigüedades que buscaban siempre algún libro en concreto que poner en su cara estantería donde solo sería usado para mero disfrute visual. Rara vez, ese tipo de compradores eran lectores; simplemente, compraban todo aquello que fuera valioso. En algunas ocasiones, tan solo venían para comprobar si lo que habían comprado era o no una falsificación.

Durante las semanas que llevaba trabajando en fures temporis, tan solo entraron dos hombres y una mujer a la trastienda de mi jefa, todos ellos con gafas de sol y cubiertos por sombreros de ala ancha. Quizás había estado alguien famoso y ni siquiera me había enterado, aunque la gran realidad era que no me interesaba la prensa rosa ni la vida de la gente que ocupa las portadas de las revistas.

Digamos que era sencilla hasta para eso.

Para mi gran paz, mañana era domingo y tendría el día libre. No tenía nada programado, aunque solo pedía que fuera un día cargado de paz para compensar el horror de semanas que estaba padeciendo.

Pero mejor no ilusionarse.

Cuando por fin disfrutaba de la calma de la noche y de las tenues sombras que me envolvían en su cálido abrazo, mi teléfono comenzó a sonar. Mis pestañas estaban pegadas entre sí, costándome demasiado abrir los ojos.

La pantalla iluminaba mi bolso con insistencia, preguntándome la naturaleza de la llamada. Tuve la esperanza que fueran noticias sobre mis padres o sobre la investigación del asesinato. Para mi sorpresa, era el señor Fenton.

­—Buenas noches señorita, disculpa si la molesté, pero tengo un mensaje para usted. Los miembros del servicio que trabajaron para tus abuelos, desean verte mañana. Saben lo que ocurrió en la mansión, por tanto, me pidieron por favor saber tu número para poder acordar un lugar para la reunión.

­—¿A qué viene tanta prisa? —Le pregunté un tanto irritada. No podía bregar encima con algunos desconocidos que conocían a mis abuelos ni tampoco al gran número de preguntas que me harían. Tampoco me emocionaba demasiado que me tratasen como si fuera de la aristocracia cuando era una simple traductora. Lo malo era que no podía negarme porque se encontraba por escrito en el testamento de mi abuela.

Fenton se mostraba un tanto cansado, pero sobretodo, afligido por mi molestia. Me disculpé con él y le contesté:

—La cafetería frente fures temporis, a las doce y media de la tarde.

—Muy bien señorita, me comunicaré con ellos inmediatamente. No se retrasarán.

Tras colgar, miré la hora en la pantalla: las once y cuarto de la noche, ¡Demonios! ¿Es que ese hombre vivía para el trabajo?

Anoté en la agenda la cita que me había programado el señor Fenton con el ánimo tan frío como un congelador. Esperaba que esa celeridad tuviera una explicación razonable y que no fuera por simple gusto de conocer a la nieta de la que eran sus antiguos jefes.

Esperaba que no ocurriese ninguna interrupción más para poder descansar, aunque parecía que mi cuerpo no estaba por la labor. Tomé la decisión de tomar algún té relajante para así ayudarme. Pero sabía perfectamente que era el temor a ver algo más el que me impedía abandonarme al descanso.

Era difícil, sumamente difícil para una persona que tenía una vida tranquila, ver cosas cuyo nombre no tienen y su explicación tampoco está clara. Pero debía quedarme, pasara lo que pasase, porque yo era la única que podía limpiar el nombre de mi familia.

No sé si hablaba por mí el deber o el ego, pero esa ciudad no podría conmigo por muchas formas que tomara.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top