CAPÍTULO 11


Bill tenía aparcado su coche cerca de donde ambos nos encontramos. Era austero y sencillo, justo lo que él aparentaba al igual que el piso donde vivía. No hablamos demasiado durante el trayecto, ni tampoco cuando llegamos, cosa que agradecí porque mis ánimos no se encontraban en su mejor momento.

—Si deseas ducharte y cambiarte, el baño está justo allí, al lado de la cocina. No te preocupes, vivo solo así que no te toparás con ningún compañero de piso que venga de madrugada un tanto perjudicado de alcohol.

—Eso suena muy universitario—Bromeé mientras que tomaba mi pijama y las toallas que me había llevado de la mansión al igual que las sábanas y la funda de mis almohadas. Era una de mis cientos de manías y no me avergonzaba.

A pesar de aparentar ser más pequeño, por dentro era bastante más grande y con muchas habitaciones. Pensé en que quizás dormiría en un sofá, pero había un dormitorio de invitados de aspecto impecable. Me gustaba mucho el estilo de muebles, todos de caoba y con tonos fríos como grises o azules oscuros. Para mi fortuna, mi dormitorio disponía de baño dentro, por lo que no molestaría a Bill por las noches.

Cuando salí al salón de nuevo, él me esperaba mirando la televisión. Dos tazas humeantes estaban colocadas en la mesa de café de cristal, esperándonos. Me senté silenciosamente y él apagó la televisión sin borrar su media sonrisa. Por su mirada, esperaba que comenzase a hablar, el problema era el tema, ¿Acaso deseaba indagar sobre las razones de mi "paseo nocturno"?

Al ver que no comenzaba con la conversación, no pudo esperar más y lanzó su primera pregunta:

—Sé perfectamente que algo más ha pasado que te ha hecho irte de tu casa. Me gustaría saber la razón real, sea la que sea.

No podía decirle dónde se encontraba mi casa, ya que, en ese preciso momento, él me trataría de forma diferente. En cuanto a Dalila sí que lo sabía, lo que me hizo preguntarme el cómo lo había averiguado. Aunque claro, nada me garantizaba que Bill también lo supiera, ¿Y si me había enviado esa extraña investigación precisamente por la mansión?

Di varios sorbos evitando la mirada inquisitoria de Bill, pero parecía que no era de los que se rendían a la primera de cambio. Su humor salió de nuevo a la luz para intentar suavizar la tensión que nuevamente se respiraba a mi alrededor:

—Me veré obligado a emborracharte para sacarte información, querida compañera. Qué menos que saber esas razones por las que te llevaron a parar a mi casa.

—Tan solo esta noche. Mañana iré al otro hotel de la ciudad a buscar habitación.

Bill comenzó a reírse suavemente ante mi gruñona contestación. Me crucé de brazos esperando que dejara las tonterías para poder por fin marcharme a mi dormitorio a descansar.

Pero lo que me dijo, me dio un pinchazo en el estómago.

—Dudo mucho que te den una habitación teniendo el apellido que tienes. Tu estigma te perseguirá por la ciudad por mucho que te escondas. Sé perfectamente que eres nieta de los Dawson, los propietarios de la mansión "encantada" más conocida de la ciudad y, probablemente, una de las que más del Reino Unido. Por desgracia, no puedes hacer más que quedarte aquí, porque también te digo que hay mucha superstición por aquí, así que no hallarás muchos amigos.

Me quedé completamente silenciosa, mirándolo como si me hubiera revelado el mayor secreto de la historia. Con lo que me había dicho, se confirmaba que no estaba paranoica en cuanto a cómo me trataba la gente de por aquí. Si de algo es sabido es que, en los lugares pequeños, las habladurías corren más rápido.

Me disculpé con él y le dije que iría a dormir. No podía seguir con la conversación y menos después de lo último que me había dicho. Tan solo esperaba que no tuviera razón en cuanto a la habitación del hotel, porque si eso era cierto, me esperaban unos cuantos días bajo el mismo techo que mi compañero de trabajo.

Y su insistencia rozaba la locura.

Por lo menos me había dejado marchar sin darle más explicaciones, aunque de seguro no por mucho tiempo. Como ventaja, me ahorraría el taxi para ir al trabajo, pero a Dalila le parecerá raro en cuanto me vea aparecer en más de una ocasión en compañía de Bill.

Odiaba las preguntas, odiaba que la gente metiera las narices en mis asuntos.

Miré de nuevo mi teléfono y seguía sin tener ninguna respuesta por parte de la policía de Budapest. Mis padres seguían desaparecidos y ningún mensaje de ellos apareció en mi bandeja de entrada. Aquello me crispaba los nervios.

Lo único bueno en todo el día era que no había acontecido ningún evento extraño a mi alrededor de índole paranormal, ya que, si contaba lo que había sucedido en la mansión durante la noche, más que extraño, podría calificarlo de algo desafortunado y sádico. La pregunta de quién lo había hecho y las razones por las que el asesinato fuera en mi casa, me quemaba el interior. Mi vena curiosa me alteraba y me dificultaba el sueño.

Ya de por si me había costado acostumbrarme a mi nueva cama como para vivir ahora en compañía de alguien más. Esperaba que fuera por poco tiempo, porque yo no era apta para compartir casa.

Y eso lo sabía de sobra, no era muy habladora y me estresaba el tener que mantener conversaciones por cortesía para evitar silencios incómodos durante las comidas o las cenas. Además, ya tenía bastante con ver a Bill en el trabajo; no es que me cayese mal, es que tenía una personalidad un tanto insistente y demasiado cálida para mí.

Abrí un libro para intentar conciliar el sueño, ya que había dado demasiadas vueltas. Mi creciente ansiedad además de estar en un lugar extraño, acrecentaba mi problema para vencer el enorme cansancio que acumulaba por momentos. La noche era especialmente cálida, por lo que, tras unas líneas, tuve que levantarme para abrir la ventaja de mi habitación. Las luces de las farolas me dieron directamente en los ojos, frotándolos y pestañeando varias veces.

Algunas lágrimas cayeron por mis mejillas.

Me costó enfocar la vista, pero por fin pude tantear y abrir la ventana. Una pequeña ráfaga revolvió el pelo de mi moño ligeramente deshecho, liberando algunos mechones que se pegaban a mi frente pegajosa por el sudor.

La humedad era enorme, pero el exterior era más bien fresco. Eran dos climas completamente diferentes, casi como si el exterior fuera otoño y dentro de la casa, verano.

Es como si fuera el infierno—Pensé mientras miraba al exterior. Eran pasadas las cuatro de la madrugada, donde apenas caminaba gente por la calle. Al ser ya fin de semana, varios jóvenes silbaban y parloteaban con unas cuantas copas encima. Algunos coches circulaban con una velocidad más bien lenta y los taxis abundaban más que durante el resto del día.

Esta zona era tan diferente de donde se encontraba la mansión. Solamente había una casa a diez minutos de la mía, el del pobre hombre que había entrado al mundo de los muertos. Había un profundo bosque que entraba justo en la entraba de la mansión, al otro lado de la verja cruzando la carretera. En frente, una acera que, si caminabas hacia la derecha, en veinte minutos a paso ligero podías llegar a la ciudad.

Había más naturaleza que pavimento, justo al revés que esto.

La vista se posó sobre una figura que, aunque estaba bajo una farola, no podía verse absolutamente nada de su rostro. Era completamente negro, una mancha de oscuridad total con una forma humanoide, aunque apenas podía distinguirse.

Se distorsionaba conforme la miraba más y más. Quieto, una mancha enorme que se iba expandiendo más y más, como un Big Bang de oscuridad, de absolutas tinieblas.

Mi mente se iba ofuscando más y más, pero el miedo se mantenía bajo control. Era más la sensación de estar observando algo inexplicable; estaba más ocupada intentando explicar lo que estaba viendo, que correr y cerrar la ventana para ponerme a salvo. Las personas que caminaban por allá no lo veían, incluso las que caminaban por el mismo lugar y lo atravesaban. Comenzaba a moverse, liberando más y más una masa oscura que flotaba como si no hubiera gravedad.

Aquello no podía ser posible, debía de ser mi vista que no se encontraba bien. Cerré la ventana y pensé que mañana a primera hora, iría al oculista para averiguar las posibilidades de que esas visiones se debieran a problemas de visión.

Y si eso era así, el peso que llevaba a mis espaldas, se liberaría de golpe.

Una preocupación menos entre todas las que tenía.

El calor continuaba en la noche, por lo que la manta terminó en el suelo y el sueño me invadió por completo, zambulléndome en una bajada de tensión provocada por la asfixiante temperatura que había alcanzado mi dormitorio.

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