CAPÍTULO 1



Aquel lugar tan pequeño pero acogedor que había sido mi hogar por tanto tiempo, me despedía con un cálido abrazo silencioso mientras que preparaba mis maletas con una sensación de pesadez en el pecho. El peso del no saber lo que depararía o la clase de gente que tendría por vecinos me hacía sentir una angustia terrible, casi como cuando comenzaba de nuevo un curso y no sabía qué compañeros tendría en clase.

Mis amigos de universidad con los que a veces me reunía para tomar algo un viernes por la noche o durante la semana para comer, me propusieron hacer una pequeña celebración de despedida, pero ahora que había vuelto, todo parecía como si lo viera por primera vez.

Y llevaba viviendo en aquel lugar por bastantes años, desde que terminé mi carrera de historia y literatura especializándome en traducciones de latín y griego, aunque podía manejarme bien en otros idiomas.

Como siempre, mi fiel reflejo de mi persona se podía observar en mis estanterías ligeramente polvorientas. No me daba el tiempo de limpiar cada uno de esos libros porque no acabaría en todo el día. Mis trabajos requerían de mucho de mi tiempo y cuando llegaba a casa apenas tenía ganas de hacer algo más que ducharme, comer algo ligero y de no mucha preparación y tomarme un té mientras leía un libro interesante antes de irme a la cama.

Era un ritual necesario para mí, una rutina de la que nunca me cansaba. Lo mejor de todo; vivía sola y no tenía a nadie que me dijera que no pusiera los pies sobre la mesita de café o que no bebiera directamente del envase de la leche o de cualquiera de los refrescos embotellados que había en mi frigorífico. El placer de poder ser libre en mi entorno me hacía sentir viva además de tranquila.

Pero nunca había tenido esa paz, solo desde que superé la muerte de mis padres. Hicieron falta numerosas terapias para poder encauzar mi vida de nuevo a pesar de que era apenas una adolescente. Era una edad crítica llena de cambios y preguntas por lo que ese incidente forjó gran parte de mi carácter de hoy día.

Todo estaba recogido en las maletas que me esperaban colocadas en el recibidor de mi apartamento. Las llaves, las cuales las entregaría a primera hora a mi casero, brillaban con la tenue luz del salón donde estaba sentada con mi portátil sobre las rodillas.

Observaba la bolsa de trabajo de la zona donde iba a vivir para saber si podía solicitar alguna entrevista de trabajo en algún lugar interesante. Tenía la gran suerte de que había numerosas bibliotecas y librerías e incluso museos en los que se requerían de traductores. Había donde elegir, mucho más que en mi país de origen cuyos trabajos me costaron sudor y sangre conseguir.

Y de seguro no habría mucha competencia porque no había muchos traductores de lenguas antiguas o muertas.

De entre todas las ofertas, hubo una que me llamó mucho la atención por el nombre de la librería:

—"Fures Temporis", donde la mente vuela y el cuerpo queda en paz, ¿Qué clase de librería es esta? Parece un nombre muy místico e inusual. -Dije en voz alta mientras bebía un sorbo de mi té rojo. Pero la curiosidad era algo que me atraía, lo extravagante era lo que me hacía caminar por senderos desconocidos. En alguna ocasión me metí en algún lío por meter mis narices, pero no se podía hacer oídos sordos a mi propia naturaleza.

Apunté el número de teléfono para poder llamar por la mañana antes de ir a tomar mi vuelo. Cualquier oportunidad debía de aprovecharla como agua de mayo.

Respiré hondo antes de terminarme la taza que aún humeaba y así irme a la cama. Mañana iba a ser un día muy movido y de muchas emociones; no sabía lo que iba a encontrarme.

Lugar nuevo, costumbres diferentes y una mansión desconocida: a quien le dijera que mi vida no tenía nada emocionante, no me creería una sola palabra. Pero era hora de dejar descansar la mente, liberar tensiones y zozobrar en el mar de los sueños. Me quité la ropa del trabajo del cual me había despedido porque no iba a volver, y me puse un pijama cómodo y ancho, requisitos indispensables para mí. me prometí no levantarme durante la madrugada para picotear del frigorífico, no solamente por la salud o la línea sino porque si me despertaba temía no volver a dormir por culpa del estrés de la mudanza. Además, en la mañana iba a hablar con la que o el que sería mi nuevo jefe o jefas así que mi mente debía de encontrarse en condiciones óptimas para hilar adecuadamente las palabras.

Dejé la luz de la mesilla encendida como era costumbre y dejé de pensar. Pronto el sueño hizo su aparición como cada noche y finalmente, me dormí.

El tono del mi teléfono me hizo sobresaltar ligeramente a pesar de estar más que acostumbrada a escucharlo cada mañana. Como todo ser humano, odiaba madrugar, pero esta vez era peor porque tenía una lista de cientos de cosas que hacer en tan solo veinticuatro horas.

Lo primero era adecentarme para sentirme persona y por supuesto desayunar. Opté por algo ligero pero que tuviera un poco de contundencia para no pasar hambre mientras estuviera en el avión. Porque, aunque podía pedir algo, la comida de los aviones era sencillamente vomitiva.

Me preparé unas tostadas con aceite, sal y un poco de orégano que yo misma plantaba y secaba. Un aroma que me recordaba a los espaguetis con tomate me hizo sonreír y rugir mis tripas con un sonido casi monstruoso. Daba gracias a que vivía sola.

Mientras el pan se tostaba, comencé a cortar un poco de fruta. Elegí unas cuantas uvas, medio melocotón y un trozo de melón. Todo lo coloqué intentando que se pareciera a una de esas fotos de blog típicos de cocina saludable y así comenzar el día sintiéndome una chef de primera.

El resultado no quedó precisamente mal.

—Y ahora, pondremos una flor seca que no se come, pero hace bonito. Así despediremos el departamento con un desayuno especial—Dije en voz alta mientras que tomaba una pequeña margarita que había crecido en uno de los maceteros que colgaba de mi balcón. Me aseguré de que no tuviera insectos además de lavarla. Junto con las tostadas, me exprimí un zumo de naranja natural y serví el pan recién tostado. El aroma era maravilloso.

Desayuné con relativa calma gracias a que me había despertado a las seis de la mañana. El vuelo estaba previsto a las doce del mediodía, por lo que tenía que salir de casa máximo sobre las ocho de la mañana para poder llegar unas cuantas horas antes para embarcar. Tenía el tiempo justo de poder contactar con el propietario de la librería para saber si podía hacerme una entrevista; necesitaba encontrar un trabajo lo antes posible.

Tomé la nota donde había escrito el número de teléfono de contacto. Me relajé lo más que pude antes de marcar; era ahora o nunca.

Pero mi gozo en un pozo cuando saltó el contestador con el siguiente mensaje:

Ha llamado a la librería Fures Temporis, en estos momentos no podemos atenderte vía telefónica. Si deseas contactarnos para cualquier consulta o entrevista de trabajo, mándanos un correo electrónico y en la mayor brevedad posible les contestaremos, muchas gracias.

Tras escuchar la voz de esa mujer, mi ánimo se decayó unos cuantos grados. No iba a sacar el portátil ya que todo estaba guardado, por lo que decidí mandarle un correo electrónico vía teléfono para no perder mucho más tiempo. Tenía cerca de dos horas para limpiar lo que me quedaba de cocina y dejarlo todo como lo deseaba mi casero.

Los muebles por desgracia no podía llevarlos, aunque muchos de ellos los compré yo. No había forma de mandarlos desde Budapest hasta Liverpoolsin que no tuviera que vender un riñón para poder costear el traslado. Llegué al acuerdo con mi casero de cedérselos a cambio de una pequeña bonificación económica que gustoso me dio.

De esa forma él obtenía su casa de nuevo, con muebles nuevos y yo tenía dinero para ir tirando mientras que no tenía otro trabajo. Era un trato más que justo.

Guardé los platos y me aseguré que todo estaba adecuadamente colocado. Tras una última revisión por cada habitación del departamento, miré el reloj de pared que marcaba las ocho menos veinte.

Estaba a unos minutos de abandonar la estancia.

Mi vista se quedó clavada sobre la mesa en la que aún estaba la nota con el teléfono de contacto de la librería. Esperaba que me contestasen pronto ya que su nombre me inspiraba una cierta confianza extraña.

Tomé un taxi dando gracias a que no había atascos por la hora temprana que era. En silencio, llevaba puesta mi música mirando por última vez las casas de mis vecinos al igual que lugares emblemáticos para mí. desde el parque donde solía jugar hasta mi antiguo colegio; todo ello quedaba grabado a fuego en mi memoria.

Quizás estaba dramatizando demasiado porque podía volver cuando quisiera, pero no sería igual. Al abandonar mi casa e irme a otro país, la ciudad se veía desde un punto de vista diferente, con un cariño mayor al que le tenía.

Mis padres ahora estarían lejos de mí, no los tendría cerca cuando necesitara un abrazo o una patada en el culo. Quizás era lo mejor para así redescubrirme y saber de qué era capaz.

Para bien o para mal, tanto si estaba o no de acuerdo, era lo que tenía que hacer.

Por fortuna, no hubo contratiempos en cuando a mi equipaje, pasando los controles con total normalidad. Ahora solo quedaba embarcar y pedir a los cielos que no me tocara un niño molesto en la parte trasera o una pareja que discutía por todo en el asiento de al lado.

No iba a viajar en primera clase porque no me gustaba derrochar. Pero había veces en los que me lo planteaba recordando ciertos viajes que había ido en el pasado. Aún recordaba aquel jodido idiota que vomitó en medio del pasillo por beber demasiado alcohol.

O aquel niño que amaba darle patadas a mi asiento.

O la señora que decidió contarme su vida y el cómo echaba de menos a su marido "en todas sus formas".

Sí, era genial que una octogenaria me hablara de sexo.

Por suerte para mí, esta vez no había nadie a mi lado, por lo que podría leer sin ser molestada. El resto de los pasajeros parecían estar aletargados y la mayoría dormía plácidamente. Sonreí y tomé mi MP3 para escuchar música mientras leía el libro que tenía pendiente.

-Señores pasajeros, le rogamos que abrochen sus cinturones; en breve despegaremos rumbo a Liverpool, que disfruten el viaje y gracias por volar con nosotros-Dijo una de las azafatas. Eché una vista por la ventanilla, viendo como poco a poco, íbamos despegándonos del suelo.

En unos minutos, el mundo parecería inmenso bajo mis pies.

Respiré cerrando los ojos esperando a que pasaran las turbulencias. Era el momento que más me tensaba, pero pasaba pronto por fortuna. Cuando ya por fin se estabilizó todo, me recoloqué en el asiento y retomé la lectura.

Me centré en mi lectura; era un libro acerca de la historia de los jeroglíficos. Su significado era una fusión entre sagrado y grabado, razón por la cual se usaban para representar a sus diferentes deidades. Los jeroglíficos constituían el sistema de lenguaje más antiguo que existía, solo usado por gente de alta clase como faraones o escribas, que representaban menos de 3% de la población egipcia.

Sin darme cuenta, mis ojos comenzaron a cerrarse poco a poco, mientras que la música iba escuchándose más y más lejos. La calma que me proporcionaban los libros iba haciendo su magia, desligándome del mundo terrenal incluso en sueños. Era una sensación mística y lo mejor era que casi siempre que leía antes de dormir, soñaba con lo que estaba leyendo.

Por lo que casi nunca optaba por lecturas de terror o asesinatos antes de ir a la cama.

Un leve movimiento en el hombro me hizo quitarme los auriculares completamente desorientada. Cuando abrí los ojos, una azafata me sonreía cálidamente.

—Señorita, estamos llegando a nuestro destino; en menos de cinco minutos aterrizaremos.

—Está bien, gracias—Le contesté aún con la voz ronca de sueño. Restregué mis ojos torpemente mirando de nuevo por la ventanilla. Las nubes me recordaban al algodón de azúcar, cosa que hizo rugir a mi estómago prometiéndole algo bueno de comer en cuanto pisara tierra.

La voz del piloto nos indicó que habíamos llegado a nuestro destino, por lo que esperé en mi asiento a que la avalancha de gente saliera por la puerta de salida.

Era hora de salir a una nueva jungla y ser la reina de la selva.

Tomé mi bolso y me encaminé en busca de mis maletas.

Pero todo no iba a comenzar con buen pie; después de más de una hora peleándome con varios empleados del aeropuerto por no encontrar mis maletas, por fin pude salir al exterior y pedir un taxi; deseaba poder llegar y acostarme además de comer algo rápido.

Un coche elegante de color negro aparcó donde yo estaba; era un taxi disponible. Por lo que no me lo pensé dos veces y le pedí que me llevara a mi nuevo hogar. Como no me sabía de memoria la dirección, tomé de nuevo la carta del abogado de mis abuelos y le leí en voz alta donde debíamos dirigirnos.

El ambiente bajó varios grados, mostrándome que no apreciaba tener que ir a la dirección que le había dicho. Esperaba que no fuera alguna estúpida superstición porque no creía en nada de eso.

No sabía que de malo tenía ese lugar, pero estaba claro que a aquel hombre no le gustaba, porque su mirada amable se convirtió en otra llena de pavor.

Cuando llegamos a mi destino, pagué y literalmente me tiró el cambio, saliendo escopetado de aquel lugar. Cuando vi la mansión a mis espaldas, comencé a entender el motivo de su miedo e incomodidad.

La mansión era magnífica durante el día, pero estaba segura de que arrancaría más de un escalofrío por la noche. Había demasiado espacio para mí, por lo que debía de contratar a alguien que me ayudara con la limpieza, pero de eso me encargaría mañana.

Tocaba acomodarse y descansar del viaje.

Arrastré mis maletas por aquel jardín inmenso que no parecía acabar nunca. Temía que en un futuro no muy lejano me perdiera por esos lares, por lo que no descartaba poner indicaciones por todo el jardín.

El lugar estaba muy bien cuidado, desde los setos recortados hasta las flores las cuales ninguna estaba marchita. Fue en ese momento que me pregunté que quizás había personal del servicio a pesar de que mis abuelos habían fallecido.

Cuando llegué al portón, rebusqué en mi bolso las llaves que me había entregado el abogado en aquella carta y la tomé. Cuando abrí la puerta, un olor a madera inundó mis fosas nasales.

El suelo estaba impoluto y todo estaba sin una mota de polvo: era evidente que alguien había limpiado antes de que yo llegara. Pero no parecía haber evidencia alguna de que alguien rondara por la mansión, aunque, por otra parte, viendo el tamaño de ésta, podía encontrarse en cualquier lugar.

El suelo crujía conforme iba caminando por aquella estancia y todo estaba en el más perfecto silencio a excepción del reloj de pie que había en el hall. Tanto silencio me gustaba, pero pensando a la larga, me incomodaba. Por las noches se escucharía todo tipo de sonidos que siempre eran enmascarados en las casas normales.

Pero ésta no era una casa normal.

Tomé mis maletas y comencé a subir las escaleras: era evidente que las habitaciones estarían arriba como toda mansión de película. Me decanté por la habitación del fondo, ya que parecía ser un dormitorio bastante grande por las puertas dobles además del diseño de las mismas tan intrincado y hermoso. Cuando abrí la puerta, quedé maravillada con el espacio y la belleza de aquel dormitorio. Sin duda, esa sería mi nueva habitación; había sabido elegir sabiamente.

Me encantaba la chimenea, sin duda iba a usarla cuando llegara el invierno. No perdía detalle conforme mi vista giraba en cualquier rincón que llamase mi atención. Desde el techo pintado al más puro estilo de la Capilla Sixtina, hasta los cuadros que adornaban el dormitorio.

Y por supuesto no perdí atención al encontrarme con un butacón que era perfecto para pasarme horas leyendo entre café o té.

Los ventanales daban a un balcón bastante amplio que me dejaba ver la amplitud real del lugar. La vista se perdía ante tanto espacio y me sentía abrumada pensando que todo ello debía de manejarlo sola.

Y eso precisamente era la parte más difícil.

Volví dentro y cerré de nuevo la puerta de la terraza; ya habría tiempo de disfrutar de todo con más calma. Abrí la maleta y saqué mi pijama; estaba tan cansada que solo deseaba dormir, ya comería mañana, de todos modos, no sabía dónde estaba la cocina y debía de salir a hacer la compra.

Pero antes de dormir, encendí de nuevo mi teléfono para verificar si tenía alguna notificación. Una luz verde me indicó que había recibido un correo electrónico.

Al ver que era de la librería, una descarga de felicidad insufló mi pecho. En él, una tal Alana me indicaba que tenía una vacante libre que podía ser ocupada por mí, pero para ello deseaba entrevistarme. Le contesté que por supuesto estaría allí a primera hora de la mañana.

Mañana, además, había quedado con el abogado de mis abuelos para poner al día la herencia que me habían otorgado y firmarlo. Poco a poco las emociones vividas y los cambios hicieron que mi cansancio se acentuara y me rendí, durmiéndome plácidamente en mi nueva cama.

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