Capítulo 9 "El murciélago"

    Sabiendo el desastre que El Joker estaba provocando en Gotham, un nuevo héroe se alzó entre las sombras de la noche para salvaguardar las inocentes vidas de aquella oscura ciudad. Era alguien que nadie había visto antes, como un ángel caído del cielo, un alma pura. Mas todo aquel que llegaba a verlo se le asemejaba más a un murciélago que buscaba justicia.

    Su primera aparición fue fugaz e invisible para los ojos de los habitantes. Solo hubo una persona que tuvo el placer de conocerle y ese fue James Gordon. Este, sentado ante la televisión de su salón, esperaba impaciente a que llegase la mañana para conocer más noticias sobre su exnovia.
Sí, independientemente de lo que hubiera pasado entre nosotros, él me seguía amando incondicionalmente y se negaba a creer que Harleen fuera la misma persona que compartía su vida con El Joker.

    Así que, sentado y a punto de caer bajo el poder del sueño, observó como la sombra de un hombre vestido completamente de negro se colaba por su terraza para despertarlo de inmediato. Estaba parado e increíblemente quieto al mantenerse arropado bajo aquella capa que tapaba sus hombros. Sus ojos, maquillados de negro se escondían bajo una máscara con orejas puntiagudas que impedían reconocerlo.
Asustado, James se levantó rápidamente para tomar la pistola que había dejado encima de la mesa.

    —¡Quieto! —exclamó desesperado—. ¡Soy policía, ponga las manos en alto o dispararé!

   Estaba aterrorizado. Gordon pensaba que podría tratarse de otro criminal tan loco y desquiciado como EL Joker y por eso no iba a dejarse vencer tan fácilmente. De hecho, llegó a pensar que aquel extraño enmascarado podría tratarse de alguna persona que quisiera matarlo por lo que ocurrió en el pasado.
Sin embargo, el murciélago había ido preparado y, tranquilo, utilizó uno de sus inventos para atrapar la pistola desde lejos mientras James apretaba el gatillo y el enmascarado se hacía con el arma en un cerrar y abrir de ojos. El sonido del disparo sonó tan fuerte que todos los vecinos se percataron de que algo extraño estaba pasando y no tardaron en llamar a la policía. Aún así, el hombre de negro se mantuvo sereno y con pistola en mano se mantuvo alejado de Gordon. Este, al contrario, transmitía un atisbo de miedo. Una faceta que Bruce aún no había conocido en el comisario.

    —¿Quien eres? —con manos alzadas—. ¿Qué es lo que quieres?

    El murciélago se adelantaba unos pasos para verle mejor y levantaba el arma hacia el exterior sin firmeza, para que Gordon se percatara de que allí nadie buscaba matar a nadie.

    —No he venido ha hacerte daño, solo quiero hablar —decía el murciélago con voz grave y sonora, al mismo tiempo que dejaba caer la pistola al suelo—. Necesito tu ayuda —haciendo una breve pausa—. Estoy buscando información sobre El Joker y Harley Quinn.

    Obviamente, Gordon no le ofrecería ninguna información crucial. No sabía con quién estaba hablando y lo más importante, no sabía cuáles podían ser sus intenciones.

    —Hace meses Harleen fue mi prometida —comentó James—, no sé nada más.

    Pero el murciélago ya sabía eso. Era algo que la prensa ya había descubierto en todos los telediarios y Bruce buscaba algo más profundo para poder dar con el paradero de ese payaso.

    —Ella fue quien trató al Joker en Arkham —continuó diciéndole el enmascarado—. Era su psicóloga...

    —Eso fue hace meses —respondió rápidamente—, perdí el contacto con ella desde entonces.

    Entonces el murciélago empezó a cabrearse. Su rostro se volvió más oscuro que nunca y el terror inundó el alma de Gordon. Aunque, tras verlo así, Bruce produjo un profundo suspiro y decidió preguntarle con tranquilidad:

    —¿No te ofreció ninguna información sobre él?

    James tragó saliva y acabó confesando algo con lo que el murciélago no podría hacer gran cosa:

    —Compartíamos informes sobre los presos que ella llevaba, pero solo aquellos que tenían que ver con algún delito que llevase yo en Gotham y con el paso del tiempo dejamos de hablarnos —explicó.

    —¿Donde puedo obtener esos informes?

    —Esos informes solo los tenía ella, nadie más —mintió.

    Aún que, después de todo, Bruce terminó creyéndose que el comisario tal vez estuviese diciendo la verdad y no supiera nada más sobre el caso. Pues decidió marcharse y buscar pistas en otra parte. El murciélago se dio media vuelta y a punto de irse, James osó preguntarle:

    —¿Por qué los quieres? —refiriéndose a los informes.

    Entonces, el enmascarado se volteó hacia él, misterioso.

    —Lo único que tienes que saber de mí es que busco justicia —dijo después.

    Aquella fue la primera aparición de Bruce como al que pronto se conocería como El Caballero Oscuro. Pero Gordon tampoco lo delataría ante la ley. No conocía a ese hombre y quería saber por qué razón quería encontrar información sobre El Joker o su exprometida. Es por ello que a Selina no la dijo nada y mantuvo en secreto aquel nuevo personaje que había aparecido entre la oscuridad de la noche.

    —Los vecinos escucharon un disparo —le decía Kyle, estando ya con su equipo dentro de la propiedad de James—. ¿Qué estabas haciendo?

    —Se me disparó sola, nada más.

    Pero Selina no podía creerlo, no después de saber todo lo que había estado haciendo tras sus espaldas.

    —Lo siento, James, pero tengo que requisártela —viendo como uno de sus hombres tomaba el arma con cuidado y la guardaba en una bolsa para precintarla.

    Ella lo miró con rabia y confesó lo que pensaba mientras el equipo registraba la casa.

    —No puedo confiar en ti, Gordon —con tristeza—. No después de todo.

    Aunque, oyendo sus palabras, él tampoco pudo evitar contestarla:

    —Yo tampoco puedo creer lo que hiciste a mis espaldas —orgulloso, al recordar lo que les dijo Amanda Waller.

    Selina no pudo creer que se lo echara en cara. Ella había estado haciendo su trabajo bien, no como él. Sin embargo, aún siendo ahora la superiora no quería que esto llegara a más, pues entendía su situación. No estaba pensando con claridad.

    —Amanda tiene razón —haciendo una pausa—. Necesitas tiempo para pensar.

    Entonces, Selina se dirigió hacia la puerta, haciendo de esta manera que todo el equipo concluyera su trabajo. Mas ella quería hacerle saber algo antes de dejarlo solo:

    —Aquí la mala no soy yo, Gordon. Piénsalo —justo antes de cerrar la puerta del domicilio.

    Todo había salido tan bien que El Joker y yo empezamos a campar a nuestras anchas por toda la ciudad y nuestro escondrijo era lo más valioso que teníamos entre los dos. Pero sobre todo lo era para "J". Aquella fábrica llamada Ace Chemicals era su sitio favorito, su paraíso. Respiraba los gases que se esparcían por la atmósfera como si se tratara de un perfume de buen gusto y yo empecé a acostumbrarme a ello. Observaba los tanques de ácido y me preguntaba por qué El Joker hacía eso. Podía entender lo del Pingüino, pero por qué tenía tanto asco a La Familia Wayne.

    Pegada a la ventana de una de las habitaciones veía como "J" llegaba cargado de billetes mientras nuestros matones, los hombres que él mismo había contratado, nos hacían la pelota para continuar robando. Nos estábamos haciendo ricos y eso era para estar realmente tranquilo, pero "J" quería más. No le bastaba con tener todo el oro del mundo, quería el poder absoluto.

    —Siento todo lo que ha ocurrido —mientras agarraba una de mis manos con cariño—, pero voy a compensártelo, mi amorcito.

    Algo prepotente, tomó mi cintura con fuerza y me pegó contra la pared para obligarme a besarlo. Había sido tan brusco que ni siquiera llegó hacerlo. Mi cabeza topó contra el duro cimiento y esto me hizo estremecer de dolor.

    —¡Ah! Me haces daño —al intentarme deshacer de sus manos.

    Entonces, él las aflojó para dejarme libre. Me miró con ojos apasionados y me dijo ansioso:

    —Yo nunca te haría daño mi bombomcito. Ya sabes que estoy loco por ti —cogiendo mi cabeza con ambas manos y con sumo cuidado.

    Dudosa, lo observé confusa. Reía para intentar convencerme, mas yo me mantuve serena y totalmente quieta. No iba a seguir sus estúpidos delirios sin sentido.

    —¿Por qué haces esto? —le pregunté, curiosa—. ¿Qué tienes en contra de Los Wayne?

    Inmediatamente, su dedo índice se posó ante mi rostro y me avisó:

    —No te apresures... bichito —haciendo de esta manera un pequeño inciso—. Todo se verá a su debido tiempo. Solo tienes que confiar en mí.

    Y confiaba, pero... ¿realmente "J" me había dicho toda la verdad? Sinceramente, El Pingüino me había abierto los ojos ante el secreto que escondía El Joker y que no contaba a nadie bajo ninguna circunstancia, ni siquiera a mí. Además, la aparición de aquel chico en La Sala Iceberg me tenía desconcertada y me preguntaba "¿por qué apareció ahora?".

    —¿Por qué confias en mí, verdad? —volvió a decir él, al no recibir respuesta.

    Obviamente, contesté y confirmé aquello que quería saber.

    —Sí —afirmé.

    Pero no era verdad. Ya no éramos El Joker y la Harley Quinn que salieron juntos de Arkham. Algo en nosotros se había roto y a mí me constaría volver a confiar en él tanto como aquel día que decidí precipitarme al ácido y "J" me salvó. Si tuviera que hacerlo ahora, no lo haría, no sin saber toda la verdad. Quería conocer su pasado y él no quería contármelo por alguna razón.

    —Entonces hagamos que ese Pingüino lamente el daño que nos ha hecho —me dijo—. Oswald pagará por todo lo que nos ha hecho.

    Sin saberlo, yo misma había provocado una guerra civil entre los propios criminales de Gotham. Las mafias harían lo que fuera por mantener a sus líderes en el ranking más alto de delincuencia y no había nadie dispuesto a detener tal basto mar repleto de maldad, ni siquiera la policía.

    De hecho, debido a lo sucedido durante los últimos días, El Pingüino estaba más transtornado que nunca. Su obsesión por encontrar al hombre que lo había desafiado y amenazado en su propia sala se convirtió en un pulso al que, por primera vez, no podía ganar. Ninguno se sus hombres eran capaces de identificarle y tras provocar tantas bajas entre sus matones, Oswald acabó por instalar cámaras en su despacho para mantenerse a salvo entre aquellas cuatro paredes.

    Pero esa noche, El Pingüino bebió demasiado. El alcohol lo afectó tanto que incluso su mal carácter se duplicó en pocos minutos. Estaba rabioso y ansioso por matar al Espantapájaros.
Sus manos destrozaban todo lo que encontraban a su paso, incluido los papeles que guardaba sobre la mesa y los folios caían al suelo magullados, arrugados por haber sido apretujados por esos dedos tan grandes e increíblemente deformes.

    —Tengo que encontrar a ese hijo de puta —le decía a Dinah, entre estertores.

    Ella simplemente lo escuchaba con pena, al igual que los matones que lo acompañan. Observaba su horrible estampa, tan fría y escalofriante, tanto tiempo como fuera necesario para saber que Oswald tampoco era alguien del que se pudiera confiar al cien por cien. Era una persona fuera de ley y por tanto un convicto.

    —¿Tú me ayudarás, verdad querida? —la volvió a decir, mientras intentaba mantenerse en pie apoyado de costado en el escritorio del salón.

    Dinah lo miró desde lo lejos y con cara de asco lo contestó con temor:

    —Eso intento —para seguirle el rollo.

    —¿Tú matarías a Arthur, Dinah? —la preguntó, sin venir a cuento.

    No quería negárselo, no ahora que estaba bajo los efectos del alcohol.

    —Si puedo... —confundida.

    Entonces, El Pingüino utilizó toda su fuerza para mantenerse en pie y acercarse a la chica lentamente al mismo tiempo que usaba su paraguas como bastón. Ella se quedó estática y escuchó lo que aquel desgraciado quería proponerla:

    —Haré una fiesta —la hizo saber—, una con máscaras. Y cuando él aparezca...

    La estaba dejando hablar, esperando su contestación para saber con certeza que Dinah estaba escuchando su conversación.

    —¿Lo mató? —preguntó ella, confusa.

    En ese momento, él sonrió, pues había conseguido que Dinah dijera aquello que tanto la constaba pronunciar. De hecho, ella también se dio cuenta de aquel pequeño detalle bastante importante y pensó que tal vez estaba más cuerdo de lo que pensaba a pesar de haberse bebido unas cuantas copas de más.

    —Eso es —la felicitó, contento.

    Tras esto, Oswald la observó con dulzura y decidió darla un descanso.

    —Descansa por hoy, Dinah —para que lo dejara a solas con sus matones—. Mañana es un día muy largo.

    Obviamente, ella utilizaría ese descanso y aunque pensara en escapar, no lo haría. Dinah sabía que los hombres del Pingüino la estaban vigilando desde la distancia y que no sería tan fácil escapar de aquel infierno en el que había entrado. Es por ello que simplemente salió de La Sala Iceberg para despejarse un poco y fumar un cigarro. Estaba tan harta de aquella situación que la ansiedad la hizo pensar en quitarse del medio para acabar con todos los problemas que tenía encima. Sin embargo, se mantuvo en soledad en una de las puertas traseras del local, para disfrutar de un momento de paz mientras oía retumbar la música del interior. Quería dejar su mente en blanco para no pensar en que estaba a punto de convertirse en una asesina. Pero no podía, los nervios la conseguían atropellar.

    La oscuridad había tomado aquel callejón que sin duda habría sido bastante peligroso para una persona que no tubiera los poderes de Dinah. Pero al contrario que cualquier otro tomado por el miedo, la chica saboreaba el tuvo del cigarillo, serena, y el olor del humo encubría el espantoso aroma de los contenedores de basura que había a su lado. Estaba tan agusto que incluso cerró los ojos para disfrutar del momento mientras sus labios supuraban aquellas formas humeantes en dirección a las estrellas. Se había relajado tanto que incluso no se percató de la extraña presencia que se movía entre las sombras del callejón. Aún así, una escalofriante brisa de viento se hizo con el control de su pelo suelto para hacerla volver en sí y darse cuenta de que había alguien más allí que estaba vigilándola de muy cerca, más aún que los matones de Oswald. La máscara del encapuchado se asemejaba a la de un espantapájaros y sus ojos, clavados en ella, buscaban respuestas...

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