Capítulo 5 "Los inventos"

    Aquella noche, Selina y Bruce quedaron en unos de los restaurantes que más le gustaba visitar al Señor Wayne. Era un sitio discreto en el centro de la ciudad, junto a la famosa plaza de Gotham. Las luces del parque iluminaban con ternura el ambiente del vecindario, cuyo lugar alvergaba la paz. Lo cierto es que era algo extraño y más con los tiempos que corrían habiendo tanto maleante suelto. Los coches circulaban con calma mientras Bruce se bajaba del auto cuando Alfred le abría la puerta desde afuera. Entonces observaba el local y se colocaba su corbata para estar lo más arreglado posible antes de que llegara Kyle.

    El olor del restaurante era agradablemente característico. Aquella estancia no se trataba de cualquier hospicio, pues allí se juntaba la gente más opulenta de la capital. Bruce caminaba por el sendero de piedra que atravesaba el jardín de la terraza aislada para tapear y pasaba al interior para pisar la alfombra roja de la entrada. El mesero no tardó en acercarse a él para ofrecerle su trato, ya que lo había reconocido nada más entrar por la puerta.

    —Señor Wayne, es un placer verle de nuevo —le dijo con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿La mesa de siempre?

    Ese hombre no podía ser más cobista, a pesar de que pudiera sentir una repugnancia inmensa hacia su persona. Mas Wayne no lo culpaba. De hecho, de eso se trataba su trabajo, de ofrecer a los comensales el mejor trato posible para que estos volvieran.

    —Por favor —le respondió Bruce, respetuoso.

    Tras esto, el mesero movió sus hilos para hacerle sitio a Wayne en una de las mejores mesas del local.
Mientras, este último se entretuvo en una de las barras donde tomó dos copas de color azul. Era un champán especial y el cual tendría preparado para cuando llegase Selina. En parte quería impresionarla. No sabía por qué razón, pero le parecía una mujer interesante y no le importaría conocerla a pesar de vivir el difícil momento en el que se encontraba.
Sin embargo, Kyle era alguien difícil de sorprender. Mas bien ella era a quien le gustaba impactar.
Vestida completamente de negro, Selina aparecía por la entrada. Aunque a diferencia de todas las mujeres que se encontraban allí, ella iba arropada con un mono de una sola pieza con pantalones de campana, pues como buena policía siempre le gustaba llevar los pantalones bien puestos. Su peculiar elegancia sorprendió al mesero y este no tardó en acercarse a la joven.

    —Buenas noches, señorita —tranquilo—. ¿Tiene reserva?

    —Eh, no —respondió inocente—. No sabía que había que reservar mesa.

    En ese momento, Bruce se volteó. Había reconocido su voz, pero sobre todo le encantó su ilustre físico distinguido. Nunca habría imaginado que vería a la comandante de la comisaría en aquel lugar y menos para cenar con él. Sin duda, el destino era inescrutablemente selectivo.
Wayne tomó las dos copas y se aproximó a ambos.

    —Sí —la explicaba el hombre—. Tenemos una lista de espera de unos meses, aunque puede esperar, haber si alguno de nuestros comensales se va.

    —Va conmigo —le interrumpió Bruce.

    El mesero los miró con picardía. Había insinuado con una pequeña sonrisita que los dos estaban teniendo una cita, pues la primera mirada que ambos protagonizaron fue bastante impúdica.

    —Disculpen mi torpeza, caballeros —excusó—. Acompáñenme, pues.

    El hombre, astuto a la vez que disimulado, llevó a Bruce y Selina a la mesa más apartada de la multitud, en la última planta del restaurante. Allí les explicó un poco como podían disfrutar de la velada:

    —Aquí tenéis servicio personalizado y la discrección que deseéis tener y ahora vendrá un compañero para tomarles nota —comentó el taimado mesero—. Sorpréndala, Señor Wayne.

    Entonces les dejó a solas, momento en el que Bruce invitó a Selina a sentarse cuando movió su silla.

    —No sabía que te gustaba venir aquí —dijo ella, mientras se sentaba y apoyaba su bolso de fiesta encima del mantel.

    Bruce tomaba asiento y mientras la ofrecía su copa la hacia saber:

    —Este es uno de mis lugares favoritos —al mismo tiempo que tocaba con la palma de su mano el cristal opaco que daba a la calle.

    Entonces, el vidrio se volvió transparente e incoloro, como si fuera mágico. Era una tecnología que Selina nunca había visto hasta ahora, una que tocaba los inventos más vanguardistas del siglo XXI. Pero no solo eso. El paisaje que daba a la ciudad era precioso. Podía verse hasta el límite final de Gotham y el dibujo de las calles era impactante.

    —Es increíble —se dignó a decirle, embobada—. Si Gotham fuera así de tranquila siempre... todo sería distinto.

    Él no dijo nada, simplemente observó la noche y dejó que Selina admirara el paisaje todo el tiempo que quisiera. Sin embargo, ella llevó su mirada hacia Bruce y comentó:

    —No sabría si vendrías...

    Bruce la miró arbitrario. Tras eso, se percató de las joyas que llevaba puestas. Las pulseras y el collar plateado de su cuello hacían brillar su piel y ella las exhibía con recato.

    —Bueno, aquí estamos, ¿no? —la contestó después.

    En ese momento, el camarero llegó para tomarles nota. Dejó la tablet sobre la mesa y permitió que ambos eligieran los que quisieran.

    —¿Te fías de mí? —la preguntó Bruce.

    —Eh, claro —confusa.

    Bruce eligió los platos y le devolvió la tablet al camero, quien más tarde se marchó.

    —En verdad aún no sabemos hasta cuando va a alargarse la cita —dijo ella para proseguir con la conversación—. Por mí podríamos quedarnos hasta tarde, la verdad es que echaba de menos salir con algún amigo.

    —¿Has dicho cita? —insinuó Bruce mientras reía—. Creo que hasta tan tarde no podré quedarme o quien sabe, quizás cambie de opinión.

    Con esas palabras él decidió darla esperanzas, aunque Selina iba con cuidado. No quería que aquello acabase convirtiéndose en un desengaño amoroso.

    —Bueno, yo también tengo que madrugar, pero ya me acostumbré a trasnochar. Además, al único que veo durante toda la mañana es al comisario Gordon y el resto del tiempo vivo sola. Puedo dormir el resto del día.

    —No creo que vivas sola, a no ser que así tú lo quisieras... —se atrevió a decir—. El hombre que desprecie tu compañía es bastante ignorante a mi parecer.

    —Tú también vives solo, o al menos eso es lo que me cuenta todo el mundo —haciendo una pausa—. En verdad no somos tan distintos.

    —No es lo mismo.

    —¿Ah no? —frunciendo el ceño—. ¿Por qué?

    Por un instante, Bruce pensó su respuesta, mas no pudo callar aquello que quería decir:

    —Yo nunca he conocido a nadie como tú.

    En ese mismo instante fue cuando Selina se dio cuenta de que Bruce no estaba allí por la cita, sino por otra cosa distinta. Tal vez quisiera sonsacarla información...

    —¿De verás? —con superioridad.

    —Me parece curioso, tu forma de haber aparecido aquí —arremetió—. Jamás te había visto en Gotham, ¿cómo es que conocías a James Gordon?

    El camarero posaba los platos para que ambos empezaran a comer. Entonces agarraban sus cubiertos con delicadeza para comenzar con el primer plato.

    —Él me busco —le explicó ella—, cuando realizaba una investigación para encontrar unas peculiares joyas robadas que nadie conseguía identificar.

    —¿Trabajabas como orfebre?

    —Algo así —continuó la chica—. Digamos que nunca tuve sitio físico de trabajo y las pocas monedas que me daban por identificar alguna que otra joya no me servían para sobrevivir.

    Masticando la comida, Bruce la miró con tristeza y al tragar la dijo curioso:

    —Llegaste a robar —afirmó.

    Con su vista agachada ella confirmó aquello que él mismo había dicho. Entonces Selina le siguió contando la historia:

    —El comisario Gordon me dio una segunda oportunidad, él me ofreció un trabajo digno a cambio de mi libertad.

    Sin embargo, Wayne dejó de comer por unos segundos y la interrumpió:

    —Lo que no entiendo es cómo acabaste en el puesto de Harleen. Ella llevaba años trabajando con Gordon en esa oficina.

    —¿De Harleen? —preguntó ella para asegurarse de que lo estaba escuchando bien—. ¿Te refieres a Quinzel?

    Bruce no dijo nada y confirmó con la cabeza, asustado. Ahora Selina entendió por qué razón James estaba tan raro y no aceptaba que Harleen fuera la acompañante del Joker.

    —No sabía que ella había estado en mi puesto, de hecho no sabía que hubiese trabajado con Gordon —le confesó, confusa—. Es decir, sabía que se hablaban para pasarse información relevante sobre los presos de Arkham y sus informes, pero desconozco todo lo demás.

    Entonces, Kyle comenzó a pensar que detrás de aquella historia que le estaba contado Bruce había algo más.

    —Yo sé que ambos trabajaron juntos —la siguió contando—. Ellos fueron quienes con los años se hicieron cargo de todo —refiriéndose con esto último a su caso—. Más allá de eso desconozco su relación profesional. Pero se me hizo raro no verla en la comisaría el otro día.

    Selina lo observó con algo de intriga a la vez que con rabia. "¿Por qué la gente hablaba tan bien de esa chica y ahora era una criminal?", se preguntó a sí misma. "¿Qué fue lo que la pudo cambiar?".

    —Yo no la conozco, ¿sabes? —comentó la chica—. Pero, creo que a pesar de ello es buena persona, aunque Gordon lo está pasando mal y no sé si tiene algo que ver... pero creo que querer a una persona que no te ama es lo peor que te puede pasar.

    Debido a aquellas palabras, Bruce pensó que por ello Harleen se había marchado de la comisaría. Trabajar con alguien que quiere ser algo más que simples compañeros de curro no es buena idea. Pues como decía el refrán: "donde tengas la hoya, no metas la polla".

    —Supongo que cuando quieres a alguien es difícil olvidarte de él —dijo después, para suavizar la conversación.

    Aún así, Selina supo que con esto último él quiso referirse a sus padres. Lo cierto es que tenía que ser duro quedarse solo a tan poca edad y seguir hacia delante sin ayuda, sin saber cómo crecer...

    —Sé lo que le ocurrió a tus padres, he leído tu caso —le hizo saber.

    El camarero se llevaba el plato y les traiga el segundo. Uno que parecía ser el postre de la cena.

    —Eras solo un niño cuando ocurrió —le siguió diciendo ella.

    —Al menos tenía a Alfred...

    —¿Alfred? —intrigada.

    —Ah, él es mi mayordomo —la explicó—. Fue quien me cuidó. Tomó mi tutela y se convirtió en un padre para mí. Desde entonces ha sido mi apoyo.

    —Por lo menos no estabas solo —aliviada, al mismo tiempo que se comía con gusto el suculento coulant de chocolate.

    A diferencia de ella, Bruce seguía con vista agachada mientras jugaba con la punta del tenedor a pinchar las esquinas del pastel y hablaba con suma tristeza:

    —Quiero hacerme a la idea de que nunca sabré la verdad, pero no puedo. La idea de que ese asesino campe a sus anchas por Gotham me quita el sueño y no me deja dormir.

    Entonces, Selina detuvo su ansia por acabarse aquel postre tan bueno y le prestó aún más atención. Sinceramente y a pesar de ver que Bruce era de una clase bastante alta, ella pudo ver que le faltaba algo, pues no era feliz. Fue en ese momento cuando finalmente le confesó sus resquemores con aquel asunto que llevaba tanto tiempo aguantando:

    —Además, ahora me han aparecido nuevas sospechas —terminó diciéndola.

    Kyle lo observó dudosa. En verdad no sabía si preguntar. Tal vez ya se estuviera metiendo en un terreno demasiado pantanoso como para seguirle el rollo. Estaban hablando de cosas de trabajo fuera del campo profesional y eso a Selina no la gustaba nada. De hecho, empezó a desconfiar de Bruce. Quería conseguir información confidencial a base de preguntas chorras y no lo iba a conseguir. Mas ella también quería saber por qué y para qué hacía eso.

    —¿De quién? —terminó diciéndole.

    Wayne cogía con el tenedor un trozo de pastel y manténdolo en alto la contestó antes de metérselo en la boca:

    —Creo que El Joker tiene algo que ver con el asesinato de mis padres.

    "Tal vez su sospecha se debiera a la reunión que tuvo con el comisario", pensó ella para sí misma.

    —¿Gordon te ha dicho algo? —pensativa.

    —No mucho —atento a que Selina estuviera despierta ante la conversación que tanto estuvo esperando Bruce.

    —Si lo que quieres es que yo te de información vas listo —le hizo saber de inmediato—. Gordon no me deja tocar ciertos casos a los que tiene cariño y el tuyo está entre ellos.

    —No, que va —la comentó al decidir recular en su estrategia para no molestarla—. Jamás se me ocurriría hacer eso y menos a una mujer como tú.

    A Selina le encantaban esos elogios desinteresados hacia su persona. Lo malo de la situación es que no eran específicamente desinteresados. Ella sabía perfectamente que Bruce buscaba algo. Pero a pesar de ello, había desarrollado cariño hacia él y no quería hacerle daño. Así que se relajó y disminuyó la tensión al preocuparse por su salud mental y no por la situación.

    —¿Crees que serías feliz si cerraras este capítulo de tu vida? —le preguntó.

    Wayne dejó caer su mirada. Parecía encontrarse agusto con Selina aún sabiendo la importancia de su pregunta.

    —Quiero pensar que sí, pero no sé cómo —contestó.

    Después de aquello, Selina no pudo evitar copiarlo y apesadumbrarse. Con cuidado, una de sus manos la acercó a la de Bruce y, con la palma de este apoyada en el suave mantel, notó como los delicados dedos de la chica acariciaban los suyos con mucho afecto.

    —¿Sabes que puedes contar conmigo, verdad? —le hizo saber con cariño.

    Sinceramente, se le hacía raro que aquellas palabras se las estuviera diciendo una mujer, pues la única persona en la que había confiado durante tantos años había sido Alfred y ahora parecía fiarse de la comandante. De hecho, no dudó en responderla y su propia cabeza creó una afirmación sencilla a la par que sincera.

    Desde ese mismo momento, la cena se convirtió en una simple reunión de amigos, algo que le había hecho sonreír otra vez. Y ahora que había notado esa maravillosa sensación en su ser, no la quería perder.
Sin embargo, el remordimiento de todo lo que había hecho en el pasado, las investigaciones que había realizado y las horas de trabajo invertido en ello... no podía tirarlo por la borda.

    Al llegar a su casa, los gritos de los murciélagos le pedían asomarse a la chimenea del hogar, haya donde una estantería trucada se abría para dar a conocer una estancia secreta del lugar. El terrorífoco pasadizo de piedra enroscaba una escalera de caracol que se introducía en lo que parecía un sótano oscuro y muy amplio. Quizás se tratara de una cueva que daba al exterior y en donde residían bandadas de chimbilás. Pero Bruce tenía escondido allí algo más.
Encendía el antiguo interruptor de la luz y la bombilla iluminó el tablero de pruebas que Wayne tenía oculto en aquel escalofriante sitio. El corcho estaba repleto de fotos y nombres de posibles sospechosos que podrían haber cometido el asesinato de sus padres. Y ahora el del Joker se encontraba entre ellos.

    A la mañana siguiente, Gotham amaneció igual de tranquila. Parecía ser algo extraordinario incluso, aunque eso sólo podía significar una cosa y es que el mal seguía creciendo a espaldas de la justicia.

    Kate se mantenía aferrada a las sábanas de su cama, aprovechando aquellos rayos del sol que la calentaban la cara.
Entonces, de repente, su teléfono comenzó a sonar. Kate se desveló y al alzarse para ver quién era el emisor se asombró. Obviamente no iba a pasar la oportunidad de saber la razón de aquella llamada y la cogió al instante. Pocos minutos después, ella salía corriendo de la habitación con móvil en mano gritando:

    —¡Chicos,chicos...! —parándose en medio del salón—. ¡Me ha llamado, Bruce Wayne me ha llamado!

    Dick se sobresaltó y botó en el sofá. Ni siquiera había entendido bien lo que había dicho Kate por el sueño que tenía tras haberle obligado a despertar. Solamente pudo diferenciar a ella de Pamela, cuando esta se asomaba desde su habitación para saber que estaba pasando.

    —¿Qué? —la preguntó su compañera al no creer lo que estaba oyendo.

    —¡Dice que quiere ver nuestros inventos y que esta misma mañana vendrá a aquí! —les explicó eufórica.

    Y mientras Dick se limpiaba las legañas de los ojos, ellas se abrazaban con alegría para exclamar con ansia:

    —¡Ahhh...!

    —¿Quien va a venir? —preguntó adormilado y aún sentado en el sofá cama.

    Kate se dirigió hacia él con Pamela aferrada a su hombro y le volvió a decir:

    —Bruce Wayne.

    Inmediatamente, los ojos de Dick se aplicaron enormemente y saltó del sofá para acercarse a las chicas y celebrar juntos la buena noticia.

    —¿En serio?¡Pero eso es genial! —exclamó ahora él.

    Y todos gritaron al unísono hasta que uno de sus vecinos les respondió como protesta:

    —¡Dejar de gritar, coño! —insonorizado en gran parte por la pared que separaba una vivienda de otra.

    Pero a los tres les dio exactamente igual. Nada les podría arruinar aquella buena noticia que les alegró el día a todos.
Así que se pusieron manos a la obra e intentaron tener la casa lo mejor posible para la visita de Bruce, pero sobre todo examinaron sus inventos con lupa, procurando que no pudieran tener ningún fallo para cuando se los quisieran enseñar.

    Y efectivamente, a lo largo de la mañana el timbre sonó.

    —¡Ah! —insinuó Kate mientras que, por culpa de los nervios, se le caía al suelo una de las piezas de sus diminutos robots—. ¡Es él!

    Pamela salió al salón y la animó:

    —Vamos, ¿a qué esperas? —impaciente—. Abre.

    Asustada, Kate observó a ambos con corte.

    —¿Puedes abrir tú? —le pidió a Pamela, inquieta.

    —No, abre tú que no veo con las gafas —la contestó deprisa tras darse cuenta de que tenía que quitarse los epis.

    Además, Dick también desapareció de la escena haciendo como que tenía que retocar una última cosilla, todo para no abrir a Bruce. Lo cierto es que a ellos también les daba corte hablar con alguien que era tan famoso en la ciudad.

    —Vale —suspiró la chica para intentar relajarse.

    Kate camino lentamente hasta la puerta y observando a Wayne por la mirilla se dispuso a dejarlo pasar.

    —Bruce, ¿qué tal? —le dijo nada más abrir.

    Tras esto, Dick y Pamela no pudieron evitar soltar una carcajada desde lo lejos, haya donde daba el umbral de la puerta de la habitación de Lillian.

    —Hola Kate —asombrado por la inmadurez de sus acompañantes de hogar—. Espero no pillarte muy liada.

    —No, no, que va. De hecho has llegado en el mejor momento —mientras lo invitaba a pasar mediante gestos—. Ellos son Pamela y Dick, mis compañeros de piso. Cada uno hacemos un proyecto distinto.

    Ambos le dieron la mano a Bruce mientras decían su nombre completo:

    —Pamela Lillian, encantada de conocerlo.

    —Yo soy Dick Grayson.

    —Kate me ha hablado muy bien de vosotros y de vuestros inventos —haciendo una pausa al mismo tiempo que les hablaba amablemente—. Dice que os gustaría que una empresa se hicera cargo de su lanzamiento y bueno, Industrias Wayne podría hacerlo.

    El muchacho lo miró satisfecho.

    —Eso sería genial —comentó Dick en voz alta.

    Mas Bruce lo paró:

    —Aunque antes quisiera verlos.

    Tras esto, Kate miró a Grayson a los ojos y le permitió ser el primer afortunado en mostrarle sus aparatos. Así que todos caminaron hacia la habitación de la chica, donde Dick tenía guardado sus inventos.

    —Manteneros siempre al otro lado de la línea de seguridad —les insistió él al señalar la raya amarilla pintada en el suelo.

    Entonces, el chico encendía unos rayos láser azules que resplandecían en vertical y cogía un folio de papel que lanzaba hacia Bruce. Sin embargo, el papel solo logró llegar a él en un montón de pedazos cortados en láminas increíblemente diminutos, pues atravesó los láseres.

    —¿Láser? —preguntó Wayne al apartarse del papel aparentemente caliente.

    —Plasma inducido por láser —añadió Dick, mientras que se acercaba por el otro lateral para tocar los trocitos del folio y enseñarle que apenas quemaban al tocarlos—. Utilizo un leve confinamiento magnético para tener más precisión a la hora del corte y evito quemaduras mediante pequeñas partículas que el propio campo magnético ejerce sobre el láser.

    Entonces Bruce cogía algunos de aquellos trocitos y comprobaba aquello que le estaba diciendo. En efecto, no quemaba y dicho láser parecía ser un invento impactante.

    —Impresionante —murmuró Wayne.

    Dick apagó el invento y los acercó al escritorio, donde había unos pequeños robots ortopédicos que empezó a mover con un mando a distancia.

    —Mi propósito es llevar este monstruo de la ingeniería a lo grande para en un futuro realizar intervenciones quirúrgicas mejores y más avanzadas que las de ahora —mientras el robots creaba un láser como el anterior para quemar una tela difícil de coser y la cual no llegó a desilacharse en ningún momento—. Se tendría más precisión a la hora de una ejecución. Sin hablar de las utilidades que podría tener el láser en ellas.

    Manteniendo a Bruce completamemte embobado con aquel artilugio, Grayson decidió enseñarle la mejor de sus creaciones:

    —Además, no solo estudio para mejorar el campo de la medicina, sino para otros trabajos más arriesgados que podrían llevar a una persona a la muerte —Dick cogía una tela y un mechero y la intentaba quemar con este, mas no podía—. ¿Qué pasaría si un bombero llevara un traje completamente ignífugo y transpirable al mismo tiempo?

    Todos aquellos trabajos eran fascinantes y sin haber empezado casi a Bruce ya le habían gustado varios. Pero solo cuando cogió aquella tela que Dick le enseñó entendió que estaba hablando con verdaderas mentes brillantes.

    —Esto es lo que tengo —le dijo para acabar—. Todo lo demás es de Kate.

    —Sí —ansiosa por demostrar lo que sabía hacer.

    La chica tomó un pequeño aparato parecido a un disco y se lo presentó a Bruce:

    —A mí me gusta trabajar para el ámbito de la medicina. Esto, por ejemplo, es un cambiador de voz. Podría ser utilizado por una persona muda incluso. Los sensores que lleva integrados no actúan por la distorsión del viento, sino por la manera en la que nos comunicamos con nuestra cavidad bucal.

    Después, ella se lo introducía en la boca pegando el aparato al paladar.

    —De hecho, podemos elegir la voz que queramos tener —dijo con otra voz totalmente distinta a la suya, mientra que con mirada de superioridad observaba el rostro asombrado de Bruce.

    Pero eso no era todo, Kate tenía otro invento mejor que ese, algo que ayudaría a mucha gente pero al mismo tiempo podría ser un peligro para la sociedad:

    —Y esto es un amplificador, ¿me permites? —al mismo tiempo que le ponía a Bruce un nuevo objeto en la oreja izquierda y lo guiaba hacia la ventana, desde donde lo encendió—. Este invento es capaz de captar hondas de sonido a unos cuantos metros de distancia. Puedes regular la voz de las personas que escuchas y los sonidos de alrededor y... no solo eso. También le permitirá oír a las personas totalmente sordas.

    En ese momento, Bruce supo lo real que era todo aquello. Podía escuchar perfectamente la conversación de la gente que paseaba por la calle y sin que ninguno de ellos pudiera oírla por fuera del aparato.

    —Son increíbles —les decía al devolverle el artilugio a Kate—. La verdad no sé que deciros chicos.

    Entonces observó a Pamela, apartada de todo aquello que los rodeaba.

    —Estoy impaciente por saber que me tienes preparado —la decía con ansia.

    —Lo mío está en otra habitación —confesó la chica, insegura.

    —Entonces, ¿a qué estamos esperando? —la animó Bruce.

    Por lo que todos se trasladaron de lugar. Sin embargo, Bruce se sorprendió aún más todavía. Habían pasado de encontrarse en un sitio súper futurista y con aparatos del próximo siglo a un lugar repleto de frascos y componentes químicos. Y lo único que se le vino a la cabeza nada más verlo fue preguntarse si aquello podría ser ilegal. Aquella chica había convertido su propio dormitorio en un laboratorio exclusivo y poco atractivo para el descanso personal. Aún así, la escuchó al igual que a los dos chicos de atrás.

    —Yo trabajo en un proyecto a parte, pero al igual que ellos, intento ayudar a las personas a mejorar su vida diaria —decía Pamela—. Lo único que yo lo hago con plantas. Utilizo sus funciones y cualidades exóticas para favorecer el crecimiento de una cicatrización y por ende su curación —mientras observaban todos los frascos y sus etiquetas, las investigaciones por escrito que había tiradas por la mesa y los montones y montones de libros de ciencia que utilizaba Lillian para guiarse en su investigación—. Otras de ellas simplemente retrasan el envejecimiento celular —haciendo una pausa—. Mi propósito es ayudar... —aunque se auto corrigió—, hacer que las personas ganen al cáncer.

    Lo cierto es que Bruce pudo ver aquel intento e incluso podía creerse lo que le estaba diciendo, pero a diferencia del resto aquella investigación no tenía resultados ni pruebas equivalentes. Realmente Pamela aún no tenía nada que enseñarle.

    —¿Puedes probar todo eso? —aparentemente interesado.

    Pamela miró a sus compañeros con tristeza, pues sabía que la respuesta no iba a gustar:

    —Aún no lo he probado en personas —confesó—. La fase experimental no la puedo hacer aquí. No sin un laboratorio legal —cabizbaja, aunque sin tirar la toalla—. Pero le puedo asegurar de que funcionará.

    En parte, Bruce podía entenderlo, pero aquello era demasiado. Necesitaba algo más que frascos y folios escritos con fórmulas para saber si todo aquello merecía la pena pagarlo. Pero no era sólo por tema de dinero, pues si hacia falta él mismo le podría proporcionar un laboratorio propio. Lo que necesitaba Bruce era algo que pudiese ver con sus propios ojos, algo que le ayudara a comprender que su teoría no era un fraude y lo más importante, que fuera realmente segura para las personas.

    —Necesito algo físico para saber que esto va a funcionar Pamela. Yo no le puedo prometer a nadie que tendrá un medicamento, cuando todavía no está hecha la base del proyecto —la dijo con cuidado.

    Wayne sacó una de sus tarjetas y se la dio en mano.

    —Sigue trabajando y en cuanto tengas algo, llámame. Estaré encantado de escucharte —entonces se dirigió al resto—. Respeto a lo vuestro, tendréis noticias mías pronto. Solo espero que todo salga bien.

    En ese momento, Dick y Kate chocaron sus manos ante él y lo acompañaron hasta la puerta, a diferencia de Pamela, quien observó como se marchaba desde su habitación.

    —Ha sido un placer, chicos —les dijo antes de desaparecer.

    —El placer ha sido nuestro, Señor Wayne —terminó Kate, con una sonrisa de oreja a oreja.

    —Llamarme solo Bruce, por favor —agradable.

    En cambio, a pesar de haber triunfado, cuando Kate y Dick cerraron la puerta de entrada escucharon un portazo proveniente de la habitación de Lillian. La chica se había encerrado en su cuarto de mala manera, inundada y devorada por la envidia.
Pamela sentía que todo lo que hacía no tenía una buena crítica y creía que todos iban a lograr lo que querían, salvo ella. Como siempre.

    —¿Pamela? —la preguntó Kate preocupada y desde el otro lado de la puerta—. ¿Qué te ocurre?

    —¡Dejarme en paz! —los gritó de mala manera.

    Estaba rabiosa y completamente absorta por el trabajo que había hecho durante un montón de años para nada.

    —Pamela, Bruce solo te ha dado su opinión —la decía Dick—. Además, te ha dicho lo que quiere para poder ayudarte. Busca algo o... nosotros podríamos ayudarte.

    Las palabras de Grayson la rompieron. Puede que eso último fuera lo verdadero real de esta historia y es que ellos tres siempre habían trabajo unidos y hasta entonces ninguno de ellos se había quedado fuera de un proyecto.
Puede que incluso la hubiera desarmado con su razonamiento y finalmente la chica acabó abriendo la puerta. Kate pudo ver sus lágrimas caer por sus carrillos y como ella intentaba quitárselas para no parecer débil.

    —Yo siempre seré la mala hierba de este equipo —les dijo, cansada.

    —Eso no es verdad —la hizo saber Kate al apoyar una de sus manos en el hombro de ella—. Tú vales mucho, solo tienes que buscar otro enfoque. Pero no te preocupes, nosotros estamos aquí para ayudarte.

    Entonces la abrazó mientras que con cuidado le pedía a Dick con cautelosos gestos que también la abrazara, aunque este último no quisiera.

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