Capítulo 1 - Terror
Evangeline
Esa noche, mientras repasaba lo ocurrido sola en su casa, Evie no pudo decir si fue el sol que se filtraba entre las mantas o el terrible calor que sentía lo que la despertó. Parpadeó con fuerza para tratar de ver, mientras se acomodaba sobre algo tibio y suave.
Estaba acurrucada en el pecho de alguien.
Podía sentir sus manos tibias. Una enredada en su cabello, apoyada en su nuca, y la otra descansando plácidamente en su cintura. Evie abrió levemente los ojos, y sus pestañas acariciaron la piel de su hombro. Inhaló profundamente: olía a perfume masculino, a transpiración y sexo, indiscutiblemente. Le gustaría haberle pasado la lengua para certificar, pero seguramente se despertaría y Evangeline no quería saber nada con eso. Pensaba huir a toda velocidad, porque si mal no recordaba —y el dolor de cabeza que sentía no era tal como para acusar borrachera e inconsciencia— esa piel clara y el aroma embriagador tenían un propietario de lo más rubio y encantador, pero terriblemente inapropiado.
Terriblemente Inapropiado, by Kenzo. Cielos, deberían embotellar su olor.
Pensaba sacárselo de encima con sutileza, tarea difícil, porque estaban literalmente enredados. No podía retirar sus brazos sin despertarlo, ni empujarlo, ni darse vuelta. Él había atrapado firmemente una de sus piernas entre las suyas. Sentía su respiración acompasada entre el cabello y el ritmo de su corazón, a tiempo con el de ella. Evie intentó separarse levemente con éxito, pero en cuanto notó que estaban despegándose, él la aferró con más ganas, gruñó, le besó dulcemente la coronilla y se dispuso a seguir durmiendo, no sin antes acariciarle el trasero, por las dudas.
Evangeline permaneció quieta, con los ojos abiertos como platos, pensando cómo demonios haría para escaparse. Los brazos se le estaban entumeciendo, y no podía soportar más el calor: parecían estar escondidos bajo un edredón. Él emanaba una calidez increíble, y Evie sintió que se ahogaría si no respiraba pronto algo que no fuera él y su fragancia exquisita. Le levantó el brazo, decidida, y se giró dándole la espalda, tratando de encontrar la salida de esa maraña de brazos y cobertores blancos. Falló estrepitosamente, porque en cuanto se volvió él la tomó del vientre y la pegó a su pecho. Evie quería gritar y sacudirse para que la dejara en paz, pero mientras la abrazaba otra vez como si fuera un pulpo, no pudo dejar de sentir su excitación presionándose en su espalda baja, y honestamente... dejó de luchar. Cerró los ojos, calmó su respiración y se dedicó a disfrutarlo.
Despertó nuevamente cuando sintió que flexionaba el brazo donde estaba apoyada. Debo haberle cortado la circulación. Bajó su cabeza y se recostó en el colchón. Resintió perder el contacto con su piel, porque se habían separado. Evie se acurrucó en su lugar, cerró nuevamente los ojos e intentó volver a la sensación que había tenido hacía unos instantes. Su memoria la llevó al momento que deseaba, pero viajó aún más atrás, a la noche anterior. Pequeños fragmentos de recuerdos comenzaban a aparecer, y también el dolor de cabeza.
Kerry Ann la había obligado a asistir a una fiesta de cumpleaños, sí. Evie detestaba los eventos sociales, la ponían tremendamente nerviosa. Sufría un caso bastante severo de TAS, o Transtorno de Ansiedad Social. No importó cuántos pataleos y lloriqueos había hecho durante la tarde anterior, no le habían servido de nada. A la hora de salir su amiga le soltó el discurso de "si no lo intentas nunca vas a mejorar" junto al de "soy tu patrocinadora y creo que deberías ir". Para cerrar el asunto, había lanzado el "estoy segura que el Dr. Reed estará orgulloso de tí". Evie se había enfundado en su vestidito negro de mala gana y salido temblando hacia la fiesta.
La única formula conocida para que Evie interactuara con otros humanos desconocidos —que no involucraba medicación— era el consumo leve de alcohol. Kerry Ann había prometido vigilarla, pero como nadie vigilaba a Kerry Ann, pronto perdió la cuenta de cuánto había tomado cada una, especialmente Evangeline. La primera desapareció pronto, dejando a Evie sentada en la barra del pub, a merced de los cientos de siniestros que lo frecuentaban.
De repente él estaba ahí. Evie no recordaba de dónde había salido exactamente, pero de pronto lo tuvo al lado, repeliendo gente y diciendo una y otra vez "ella viene conmigo, estamos juntos". Se conocían desde hacía unos meses; jamás habían pasado de los saludos de cortesía, alguna que otra pregunta circunstancial y boberías de horarios hasta que él le había invitado un café. Evie lo rechazó educadamente, solo porque la aterraba salir con un hombre y no por nada más. El circuito invitación-rechazo se había repetido durante las últimas tres semanas. Él no se daba por aludido y seguía intentando.
Hacia la mitad de la noche Evie estaba desesperada por un trago más. Él no se lo permitía, con justa razón. Miraba con mala cara a Kerry Ann, besuqueándose en una esquina con un morocho de largas rastas. Evangeline no estaba ebria, ni quería estarlo. Necesitaba un empujoncito más, unas gotitas de coraje para decírselo.
Más para bromear que otra cosa, alguien compró un shot del famoso moonshine. Desafiaron a Evie a beberlo, y en cuanto él se distrajo lo hizo, porque olía riquísimo, como a frutilla y cosas buenas. Sabía a rayos mezclado con gasolina y maldad. Le quemó el esófago y parte del alma, sin duda alguna. El moonshine hizo reacción con las otras bebidas que había ingerido y en cuanto él se percató de lo que había pasado, ya era tarde. Evil Evie estaba suelta.
—Me duele el estómago —le comentó, seria. Él la observó preocupado.
—¿Quieres irte? Puedo acompañarte a tu casa...
Evie negó rotundamente con la cabeza. Alguna gota del moonshine estaba perforándole el estómago. —Auch, no... tú no puedes venir
—¿Por qué no? Necesito ver que llegues segura a casa, ven, yo te llevo —él se bajó de su butaca, se puso el abrigo y comenzó a revolver entre las cosas de Evie, dispuesto a abrigarla también.
—No no Jonah, quédate aquí, donde estás seguro y no puedo follarte
Él se había quedado de piedra por unos segundos, mirándola atónito. Luego la envolvió en su bufanda, y mientras lo hacía, la acercó a su rostro. —¿Es Evangeline o el alcohol hablando?
"Evie" respondió la aludida mientras estiraba los brazos y se tocaba la nariz alternativamente, probando que no estaba ebria. Jonah sonrió alegre, la ayudó a cubrirse y susurró en su oído, seductor: —Correré el riesgo.
Y luego, se había despertado transpirando, desnuda entre los brazos de Jonah.
De pronto sintió que él volvía a acercarse. Su nariz estaba entre su cabello, buscando su nuca. Con mucha cautela, unos dedos curiosos comenzaron a recorrer su cintura. Suaves caricias subían y bajaban por sus muslos. Un calor furioso comenzaba a manifestarse en la entrepierna de Evie. Intentó ignorarlo y recordarse su plan original de huir despavorida, pero ya estaba fuera de su voluntad. Tratar de pensar en otra cosa era casi doloroso. Lo deseaba intensamente, tan intensamente como la urgencia primitiva de gemir que no podía contener. Una humedad delatora comenzó a cubrir su sexo, y mientras más se resistía al impulso de hacerle notar que lo deseaba, más doloroso era.
Jonah percibió la tensión y le besó dulcemente los hombros. La mano que le había acariciado los muslos estaba recorriendo su vientre. Rápidamente la puso boca abajo en la cama, se ubicó sobre ella y volvió a abrazarla, pegándola a su pecho. Estaba concentradísimo besándole lentamente la columna vertebral cuando Evie gimió con fuerza, el rostro enterrado en la almohada. La obligó a girarse y mirarlo a los ojos. Separó lentamente sus piernas y se arrodilló entre ellas, observándola encantado. Evangeline gemía aferrada de la almohada.
—Evie, eres una hermosura... creo que podría acabar simplemente mirándote
—¡¡Noooooo!! No, por favor no...
—Por supuesto que no —sentenció Jonah sonriente y seductor. Acarició el sexo de Evie con la yema de los dedos— oohh estás tan mojada, me vuelves loco — se agachó hacia un costado de la cama y Evie pudo oír cómo se rompía el envase del preservativo. Temblaba de anticipación. Finalmente lo tuvo dentro, al principio suavemente, pero luego tuvo que tomarse de las sábanas para resistir las embestidas. Estaban empapados de sudor, sofocados bajo las mantas. Jonah se recostó sobre ella y la besó con pasión, mientras Evie se aferraba de su largo cabello rubio y le pedía más.
—Mírame preciosa, mírame
Jonah se deshizo del edredón y la luz del día los cegó momentáneamente. No se detuvieron, y Evie estiró los brazos a los lados, pero no dejó de empujarse contra él, de arquearse para sentirlo aún más profundo. Quería que lo disfrutara al máximo, tanto como ella. Mantuvo los ojos cerrados por el sol. Quiero más, necesito más. Se empujó con los brazos para ponerse derecha, le pidió que se sentara en la cama y se ubicó sobre él. Estaba acariciándole la espalda y gritando de placer cuando sintió un empujón en la espalda que la acostó sobre Jonah. Se dio vuelta sorprendida para encontrarse con una carita peluda, un hocico rosado y cuatro patitas cortas sosteniendo un cuerpo de lo más gordo.
Casi le dio un infarto. Evangeline le tenía temor, bah, terror a los perros. Se separó de Jonah en un segundo y se apoyó contra la pared más cercana, mirando al pobre animalito con ojos desorbitados.
El perrito no se dio por enterado, y bajó de la cama moviendo alegremente la cola en dirección a Evie. Comenzó a acercarse con la lengua afuera hasta que Jonah le gritó "Mosby, ¡quieto!", lo atrapó y se lo llevó en brazos fuera de la habitación. Cerró la puerta y se arrodilló frente a Evie. Estaba teniendo un ataque de pánico. La abrazó dulcemente, acariciándole los brazos y la cabeza, explicándole que todo estaba bien. Mosby por su parte estaba lloriqueando del otro lado, empujando la puerta y rascándola. Evangeline observaba espantada, como si del otro lado hubiera un velocirraptor a punto de comérselos. Jonah volvió a cubrirla con el edredón, pero ya no pudo persuadirla para que quitara la vista de la puerta.
Nunca mientras esa bestia aceche ahí.
—¿Crees que pueda abrirla? —consultó Evie mientras se sentaba en un rincón junto a la ventana.
Jonah rió dulcemente. Seguía desnudo y listo para la acción, como oportunamente observó Evie. —No, es demasiado gordo y pequeño para saltar tan alto
—¿Y por qué sigue golpeando? ¿Querrá que me vaya?
—Quiere conocerte... no quiere que te vayas, y yo tampoco —Jonah le acarició el cabello y la miró con ojos tiernos
—Si vigilas que no me coma tal vez me quede un rato más... tengo un poco de miedo — Evie se acercó a él preocupada. Lo miró atentamente, tan lujurioso y tierno a la vez. Hacía años que no conocía a nadie así.
—Yo te lo quito, si quieres —sentenció, mientras la levantaba de las piernas y la sentaba sobre él.
Evie le tenía miedo a un millón de cosas. Al presente, al futuro y especialmente al pasado. A las cosas que sabía y aún más a las que ignoraba. La soprendió, y también la asustó, la naturalidad con la que podía estar con Jonah. No era normal, pero lo analizaría luego. Lo besó con suavidad mientras él le acariciaba el rostro. Se miraron a los ojos un instante mientras Evie pasaba los dedos por su barba rubia y él se dejaba tocar. No tardaron mucho en encenderse nuevamente, y mientras él la penetraba sosteniéndole la mirada y haciéndola gritar, Evie pensó en el dulce círculo vicioso en el que se había metido.
Jonah le quitaría el miedo. Y Evie le tenía miedo a un millón de cosas.
Le tenía temor a los hombres.
Y especialmente, le tenía terror a Jonah.
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