Prólogo

Entró a su casa apresurado, habían pasado ya un par de semanas desde que sus padres viajaron por asuntos laborales, por lo tanto no se molestó en siquiera saludar. Subió las escaleras con dificultad debido al incesante temblor en sus piernas.

Hoy se volvió a repetir.

Abrió la puerta de su habitación y la cerró en cuanto puso un pie dentro del cuarto. Su propio pelo le estaba agobiando por el simple hecho de rozar su magullado rostro, lo recogió en un pequeño moño y se dejó caer al suelo, apoyando su espalda contra la pared. Quitó sus pantalones y sudadera, estaban en pleno verano, pero él tenía sus motivos para vestir así. Siempre había tratado de pasar desapercibido, pero esto ya había llegado a otro nivel en el que no permitía a absolutamente nadie tocarle, siquiera rozar ligeramente su cuerpo. Otro nivel en el cual su pecho se estrujaba al sentir la mirada de alguien sobre él, en el cual se quedaba sin respiración cuando alguien le dirigía la palabra.

Alzó la vista, ni siquiera se dio cuenta de que se había quedado mirando sus manos llenas de arañazos. Justo enfrente había un espejo de cuerpo completo, podía verse reflejado a sí mismo solo en ropa interior y una camiseta de tirantes. No le gustaba nada de lo que veía... Ya casi no le quedaba grasa en el cuerpo, por lo tanto sus huesos eran bastante notables, todos los moretones en sus blancas piernas, la marca de una mano en su cuello, diversos cortes por sus brazos y heridas en su abdomen.

Sabía que nada estaba bien.

Pero aún así mintió a Kuroo, no quería molestarlo con su estúpida existencia. Eso es lo que era, una perdida de tiempo y espacio, un patético ser humano que no hacía más que desperdiciar oxígeno.

Él le hizo creer que así era.

Kenma simplemente quería acabar con esto pero...¿Cómo?

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