Catorce. Corazones rotos

Cuando Caelum empezó a asistir a terapia, se dio cuenta de que no podía expresarse como le gustaría porque su mente era un cúmulo de ideas sin sentido. Quería hablar de algo que le preocupaba, pero detrás de eso había un motivo que también le causaba inquietud, el cual derivaba de un problema diferente, y podía seguir remontándose al pasado y volviendo al futuro infinitamente. Al final, acababa trabándose con sus palabras y siéndole imposible ser claro.

Mary le recomendó que escribiera en un papel todo lo que le preocupara la noche anterior a sus sesiones. Que hiciera una lista, la sacara y repasara todos los puntos cuando se vieran. Ella no quería leerla, solamente organizar sus pensamientos. Por sorprendentemente que resultase para Caelum, funcionaba bastante bien.

Ahora, Mary no estaba ahí para ayudarle, y los pensamientos comenzaban a aglomerarse en su cabeza, huyendo a tientas buscando el camino a la garganta.

Acabó buscando pluma, tinta y pergamino, y haciendo aquello que había aprendido: una lista.

I. Odio a la tía Nashira. Intenta quitar todo lo que nos hace felices: el quidditch, las clases de música, la terapia... No entiendo qué busca, no entiendo a qué espera a meterle a Él al castillo, no entiendo qué pretende el Ministerio teniéndola a ella.

II. ¿Qué ha pasado con todos los mortífagos que se escaparon de Azkaban hace dos meses? Perseus, Bellatrix, Aaron... ¿Mis padres estarán con ellos? ¿Les habrá visto Ariadna en Navidad? ¿Y Draco?

III. Nos estamos arriesgando mucho con el ED, ¿no? Nashira podría descubrir en cualquier momento lo que nos traemos entre manos.

IV. La gente ha empezado a preguntarme si estoy con Blaise. Es evidente que nos vieron en San Valentín. Ariadna está furiosa, sé que ha hablado con Blaise al respecto y sé que él lo va a negar todo. Ni siquiera sé qué somos, ¿estamos saliendo, oficialmente? ¿Parvati tendrá razón?

Tachó la última línea.

Se mordió el labio mientras escribía el siguiente punto, arrepintiéndose de cada palabra que se leía en el pergamino.

V. ¿Soy mala persona si una de las pocas cosas que me dan esperanzas es que Harry siga sin estar bien con Cho?

Por casualidad, se derramó algo de tinta sobre palabras estratégicas, pero Caelum siguió escribiendo. Había un punto para Aquila, otro para Cedric, uno para Zoe e incluso uno para los olvidados y próximos TIMO. Las agujas del reloj giraban sin descanso mientras la luna brillaba por la ventana. Caelum bostezaba continuamente, pero no dejó la pluma hasta que sintió que todo aquello que le inquietaba estaba reflejado en la lista. Punto por punto, sin ningún orden específico de relevancia, ahí estaban.

—¿Caelum?

Levantó la cabeza de la mesa con rapidez. Se había quedado dormido durante el desayuno y se había clavado las púas del tenedor en la mejilla. Con cierto dolor, se llevó un dedo a la zona afectada y se giró hacia Parvati, a su izquierda.

—Estaba descansando la vista.

—Ya... y el cerebro —se burló Parvati, mojando en agua su servilleta y poniéndosela en la cara—. Te estás perdiendo el espectáculo.

Confundido, Caelum alzó la vista. Alguien en su mesa estaba rodeado por una veintena de lechuzas. De hecho, cada vez llegaban más.

—¿De qué va todo eso?

Como respuesta, Parvati le tendió un periódico. El Quisquilloso. ¡La entrevista de Harry! Hermione les explicó su plan una vez lo llevó a cabo: había conseguido una entrevista de Rita Skeeter sobre lo sucedido el 24 de junio.

Al principio sintió alegría. Habían estado esperando semanas a que el padre de Luna Lovegood publicara la entrevista, y por fin la tenía en sus manos. Sin embargo, a medida que avanzaba en la lectura, su rostro se ensombrecía.

«La muerte de Aquila Black» se repetía constantemente durante el relato, y cada vez que leía el nombre de su hermana junto a aquellas macabras palabras se le rompía un poco el corazón.

Sabía que era necesario. Hermione y Harry habían hecho un buen trabajo por dar a conocer la verdadera historia, y no la sarta de mentiras que el Ministerio se había empeñado en contar. Algo en su interior sentía que estaba mal leerlo. Que no podía simplemente pasar por alto aquellas palabras porque relataban los últimos momentos de la vida de Aquila.

Era como escuchar la voz de Harry exprimiendo hasta el más íntimo detalle.

Cuando llegó a la parte donde nombraba todos los mortífagos que Harry pudo reconocer, leyó el nombre de su padre junto al de Nashira y sintió ganas de vomitar lo poco que había desayunado. Recordó la conversación con Harry cuando llegó a casa de sus tíos y le confirmó que Eridanus Black había estado ahí.

—¿Disfrutando de la lectura?

Dejó el periódico sobre la mesa con un golpe sordo, pero Nashira no se dirigía a él. Harry, a unos cuantos asientos de distancia, le dedicó una desafiante mirada a través de sus gafas redondas. Hasta las lechuzas a su alrededor se dispersaron.

—Sí. ¿Quiere echarle un vistazo?

—Ya he leído tu entrevista, Potter, no es necesario volver a atragantarme con tantas incongruencias.

—No sabía que estabas suscrita al Quisquilloso.

Caelum no se dio cuenta de que sus labios se movían hasta que acabó la frase. De dónde había sacado la valentía para decir algo así no era un misterio; aquel artículo había sido duro de leer.

—Black, es de muy, muy mala educación meterse en asuntos ajenos —dijo Nashira entre dientes, tan bajo que solo quienes estaban cerca podían escucharlo—. Sé qué pretendéis. Lleváis todo el curso esperando un momento de gloria, ¿no? Pues lo vais a tener.

Se apuntó a la garganta con la varita y, de forma no verbal, conjuró un encantamiento amplificador para que todo el Gran Comedor la escuchara.

—Buenos días, alumnos. A los fieles seguidores de la revista El Quisquilloso os alegrará saber que ayer vuestro compañero Harry Potter apareció en primicia. Quienes quieran averiguar por qué Harry Potter va a pasar todos los fines de semana castigado a partir de hoy, pueden comprar un ejemplar, pero ¡cuidado! Como os pille leyéndolo, lo acompañaréis. Ya lo habéis oído, yo estaba ahí —añadió con una nota de ironía, soltando una carcajada—. No lleguéis tarde a clase.

Nashira rompió el hechizo y el comedor se inundó en murmullos.

—A ti, Harry, te espero el sábado a la hora de comer. Si tantas ganas tienes de hablar... hablarás.

Se giró, esta vez hacia Caelum. Él se puso de pie sin que se lo pidiera.

—Tú vigila tus palabras.

Se marchó con aires de grandeza, dejándolos a todos con la palabra en la boca. Caelum ni siquiera la había visto arrebatándole el periódico a Harry, pero ahora lo tenía plegado bajo en brazo.

—¿Qué quiere decir que hablarás? —se alarmó Ron.

—Nada bueno, eso seguro —se lamentó Harry, pero recuperó la compostura enseguida—. Está enfadada porque la he mencionado en la lista de mortífagos.

—No parecía enfadada —dijo Fred, asomando la cabeza hacia la mesa de profesores. Nashira ya se había sentado y bebía tranquilamente su café, espantando con un gesto de mano a una lechuza con intenciones de entregarle una carta—. Yo diría que está incluso contenta.

—A saber —dijo George—. No hay quien la entienda. ¿Por qué le ha dicho a todo el mundo lo de la entrevista, y luego ha prohibido leerla?

—No ha prohibido leerla —intervino Hermione, que tenía los labios muy fruncidos y analizaba a Nashira tomando su bebida—. Lo que ha prohibido es que ella nos vea leyéndolo.

—¿Qué diferencia hay?

—Que está incitando a que lo lean.

No pudo darle más vueltas al asunto porque vio a Blaise pasando por su lado, y al mirarle le hizo un gesto con la cabeza, señalando la puerta. Quería hablar en el vestíbulo.

Se secó las palmas sudadas por los nervios en la túnica, dio un último bocado a la tostada y se levantó. Parvati le pidió que le esperase, pero Caelum fingió no escucharla y salió detrás de Blaise. No le vio hasta que su cabeza se asomó desde detrás de la Gran Escalera.

—¿Qué pasa? —preguntó Caelum, llegando al lugar, que estaba algo escondido de los pocos alumnos que abandonaban el comedor para dirigirse a las clases del día.

—He leído la entrevista.

A Caelum la sonrisa le duró dos segundos, exactamente lo que tardó en darse cuenta de que la mueca de Blaise no era más que de disconformidad.

—Ya...

—Creo que no deberías pasar tanto tiempo con Potter, Cael.

Él no respondió, solo se lo quedó mirando como si acabara de decir la mayor estupidez del mundo.

Porque lo había hecho.

—No me mires así. Ya has oído a tu tía; si sigues apoyándolo en todas estas estupideces, te arrastrará a más castigos...

—¿Estupidez? Esa entrevista no es ninguna tontería, Blaise. —Caelum no pensó antes de hablar y su tono sonó más duro de lo que habituaba—. Harry está hablando de algo serio.

—Sí, denunciándolo en una revista que habla sobre criaturas inventadas y cotilleos peores que Corazón de Bruja.

—Es el testimonio de cómo murió mi hermana. No es para tomárselo a broma.

—¡Precisamente por eso! ¿Es que no lo ves?

Blaise acunó la cabeza de Caelum entre sus manos, acercándose todo lo posible. Sabía que se derretía ante ese gesto.

—Aquila no va a morir en vano, Blaise. —Caelum tragó saliva y cerró los ojos, porque no quería mirarle a la cara mientras hablaba—. Y si la única forma de que crean a Harry es contándolo en El Quisquilloso, entonces tendrá que ser así.

—Bien, bien, pero sigo pensando que deberías distanciarte de él.

—No.

—Hazme caso por una vez, Cael.

—Es que no lo entiendes. —Apartó sus manos y Blaise se quedó desorientado—. Harry me entiende.

Blaise cambió la cara y chasqueó la lengua con desagrado.

—Ya.

—No te pongas así. Eres tú el que me está pidiendo que deje de hablar con mi amigo.

Amigo —repitió Blaise, asintiendo con la cabeza con poca convicción.

—No sé qué pretendes decir, pero Harry no... Harry es solo mi amigo.

Hacía bastante calor de repente. O solo eran las mejillas de Caelum, sonrojándose.

—Y yo soy solo un celoso, ¿no? —dijo Blaise, mordiéndose la lengua—. Mejor hablamos luego. Es imposible hacerte razonar cuando no quieres dar tu brazo a torcer.

Y aunque Caelum sabía que siempre era él quien cedía, solo para demostrárselo agarró a Blaise del brazo cuando hizo ademán de marcharse y le pidió perdón. Le dijo que no le pasaría nada. Que tampoco hablaba tanto con Harry. Que le gustaba él, Blaise, y solamente él.

Blaise no se fue hasta que Caelum no le dio un beso en los labios para reafirmar sus palabras, con la promesa de que la «discusión» había sido por los nervios.

A Caelum le acompañó un mal sabor de boca y un retorcijón de estómago durante toda la mañana.

Todo el alumnado de Hogwarts había leído El Quisquilloso, lo que incluía a los miembros de Slytherin. Incluso los profesores le echaron un ojo.

A Caelum se le acercaron al menos cinco personas a decirle que sentían no haberles creído desde el principio, y que Aquila había sido muy valiente por enfrentarse a Voldemort (aunque, obviamente, no lo mencionaron por su nombre). Comenzaba a agobiarse con tantos pésames.

La verdadera primicia llegó en la siguiente reunión del Ejército de Dumbledore.

—Buenas tardes a todos. Como podéis comprobar, hoy contamos con nuevos miembros. —Hermione señaló al grupo de alumnos de Slytherin, apartados del resto—. Soy consciente de los prejuicios entre las casas, pero todos los que estamos aquí hemos venido a aprender defensa. Estoy segura de que, igual que Camille ha resultado ser encantadora —Cami sonrió y se escondió un poco de las miradas— nuestros nuevos compañeros también lo serán.

» Todos han leído El Quisquilloso (gracias de nuevo, Luna) y creen en la versión de Harry. Quieren aprender a luchar tanto como vosotros. Así que espero que todo siga sobre ruedas.

Caelum escrutó al grupo de recién llegados; seis serpientes, ni más ni menos. Conocía a Daphne y Astoria Greengrass, dos chicas sangre pura con las que solía charlar en las cenas que sus padres organizaban. Daphne tenía su misma edad, y Astoria iba al curso de Zoe.

También reconoció a Adrian Pucey y a Matthew Lynch, compañeros de clase de Aquila. Del primero sabía que era cazador en el equipo de quidditch de su casa, y del segundo que era prefecto. Caelum asumió que conocería a su hermana porque compartían las rondas.

Los otros dos solo le sonaban de vista, pero podía afirmar que la chica era del curso de su hermana porque la había visto con su grupo. El chico parecía más pequeño, por lo que no tenía más idea.

Caelum se emparejó con Camille, como de costumbre, y esta se pasó la clase contándole cómo estaban las cosas en su sala común desde la noticia.

—Le pregunté a Hermione si podía contarle a un par de personas que sabía que querrían unirse, y me dijo que sí. Todos están preocupados porque podrían ser los siguientes...

—Porque Voldemort no distingue si eres sangre pura o hijo de muggles —dedujo Caelum—. Han leído lo de Aquila.

—Sé que algunos de ellos se llevaban bien con ella. Lynch pasaba mucho tiempo con Aquila, porque eran prefectos. Y no seré yo quien lo afirme, pero Pucey estaba colado por ella.

Caelum dirigió la mirada hacia los dos nombrados. Estaban entrenando al lado de Cedric. Él no parecía cómodo y los otros dos lo miraban con cautela, pues Cedric infundía respeto. No se había hundido por la noticia, pero cada vez que alguien se le acercaba a decir una sola palabra sobre Aquila, Cedric se marchaba sin responder nada.

A Caelum le parecía una broma de mal gusto lo mucho que todos habían cambiado después del verano.

Cedric, el chico de oro al que todos adoraban, quien nunca alzaba la voz para meterse con nadie y siempre sonreía; ahora gruñía por los pasillos a los que se le acercaban y caminaba con la cabeza gacha. Había pasado de querer llamar la atención todo lo posible a detestarla en toda su extensión.

Camille, a quien Caelum siempre había encontrado una muchacha vivaracha y parlanchina, había perdido a la mayoría de sus amigos solamente por no defender al asesino de su mejor amiga. No quería enterarse de qué le ocurriría en su casa ni de qué opinaría su padre al respecto. Lo único que Caelum podía afirmar era que, al menos, Camille se abría con él bastante; y eso que a principios de curso lanzaba unas miradas que aterrarían a cualquiera.

Harry también era diferente. Había pasado de una testarudez durante el verano y los primeros meses de clase, perfectamente normal para el trauma que había vivido, a un positivismo digno de admiración. Claro que quienes lo veían por los pasillos no sabían que apenas dormía por las noches y que necesitaba que Madame Pomfrey le diera pociones para poder conciliar el sueño.

Mentira, la enfermera no se las daba a él, sino a Caelum. Él le aseguraba que no las necesitaba y se las daba a Harry, porque lo estaba pasando muy mal con Cho y los castigos de Nashira. Aunque no quiso contarle cómo le estaba castigando.

También estaba el propio Caelum. Él no notaba tanto cambio porque siempre había sido muy cerrado con la gente, reservado por fuera y animado con sus amigos. Solo había cambiado los fantasmas de su familia por el de su hermana.

No era capaz de producir un patronus.

Era la última reunión del ED antes de Pascuas. Harry parecía muy entusiasmado por enseñarles a realizar el encantamiento patronus, pero también les había asegurado que, aunque lo consiguieran a plena luz, era diferente cuando tenías un dementor delante.

Si a Caelum no le salía entonces, no sabía cómo lo haría llegado el momento.

Lo intentaba. Pensaba en algún recuerdo feliz de su infancia, pero todos involucraban a Aquila. Recordaba charlas agradables con sus amigos en Hogwarts, pero no parecía suficiente. Incluso se le pasaron por la cabeza momentos del último verano, en casa de sus tíos, pero aparecía Harry por el rabillo del ojo y se acordaba de su propia confusión.

Intentó pensar en Blaise y la última vez que se vieron. A Caelum le había costado un mundo confiar en una persona como en Blaise para lo que sucedió, pero había logrado desvergonzarse hasta el punto de dar el paso más íntimo en su relación. En aquella misma sala, solo que sin mencionar de qué la conocía. Sin embargo, ese recuerdo tampoco funcionó.

—¡Mira, Caelum, es un loro! —se emocionó Zoe.

Caelum observó el ave plateado que volaba desde la punta de la varita de su prima. No podía creerse que Zoe, con catorce años recién cumplidos, ya pudiera hacerlo.

La felicidad de todos se interrumpió con la llegada de alguien a la sala.

Caelum sabía quién era Dobby, el elfo doméstico que solía servir a los Malfoy. También conocía por encima su historia con Harry...

Cuando quiso darse cuenta, Dobby se golpeaba la cabeza contra la pared.

—Harry Potter, ella... ella...

Dobby se golpeó fuertemente la nariz con el puño que tenía libre y Harry se lo sujetó también.

—¿Quién es «ella», Dobby? ¿La profesora Black? —preguntó, horrorizado—. ¿Qué pasa con ella, Dobby? ¿Estás insinuando que ha descubierto esta... que nosotros... el ED? ¿Viene hacia aquí?

—¡Sí, Harry Potter, sí!

Harry se enderezó y echó un vistazo a sus compañeros, inmóviles.

—¿A QUÉ ESPERÁIS? ¡CORRED!

A Caelum le dio un vuelco el estómago, y fue de los últimos que logró reaccionar. Cuando empezó a correr, la marabunta ya se aglomeraba en la puerta y cruzarla era complicado. No se fijó hacia dónde iban sus amigos ni el resto, Caelum estaba tan abrumado que lo único que necesitaba era alejarse.

Tal vez podría esconderse en la lechucería, que no estaba muy lejos, y poner como excusa que iba a enviar una carta a sus tíos. En cuanto dio unos pasos más y vio a un grupo de Slytherin, se planteó fingir un desmayo antes de que ellos le vieran a él. O desmayarse de verdad, a este paso.

—Salvado por la campana —dijo una voz a sus espaldas, y tiró de su mano hasta esconderlo en un hueco al final del pasillo, detrás de una estantería con trofeos de todas las formas—. ¡Aquí no hay nadie, media vuelta! —gritó al resto del grupo, asomándose para hacerse oír.

Caelum escuchó las pisadas marchándose y miró a Blaise con agradecimiento. En cuanto él se dio la vuelta, sin embargo, Caelum notó que algo no iba bien. ¿Por qué Blaise no sonreía cuando acababa de salvarle el pellejo? ¿Por qué estaba tan serio?

Blaise Zabini apestaba a culpabilidad.

—Lo siento —susurró el chico, lo que descolocó aún más a Caelum.

—¿Qué sientes? Blaise, de no ser por ti...

—Yo le dije a tu tía que conocías esa sala porque pensaba que era donde os reuníais.

A Caelum se le volvieron pesados los brazos y tuvo que apoyar la espalda en el muro tras el estante. Blaise intentó acercarse a él y ponerle una mano en la mejilla, pero Caelum estiró el cuello y apartó la cara.

—Cael, lo hice por tu bien. Os iba a pillar tarde o temprano, y me las arreglé para que, si le decía dónde era, ella no te castigara a ti. Yo te quie...

—No lo digas —le interrumpió Caelum—. Has... después de que yo...

No le salían las palabras. Quería gritar, pero no podía llamar la atención de los Slytherin hacia ahí. Quería agarrar a Blaise por el cuello de la camisa y exigirle una explicación, o que le dijera que era una broma.

—¿Tienes idea de lo que me cuesta abrirme a la gente? —dijo en su lugar, apenas en un hilo de voz.

—Solo quería protegerte —prometió Blaise, tragando saliva tan fuerte que se veía el movimiento de su nuez.

Caelum negó con resentimiento, apretando tanto los labios que se le pusieron blancos.

—No. Había dos cosas que me hacían feliz, esas reuniones y tú. Acabas de fastidiar ambas. —Le temblaba la barbilla mientras articulaba esas palabras. Se sentía tan estúpido por dejar su estabilidad mental en manos de alguien que lo había traicionado—. Así que no digas que me quieres.

—Pero es verdad —murmuró Blaise, avergonzado.

—No tengo fuerzas para esto ahora mismo. Vete.

Blaise no se movió. Bloqueaba toda la vía de escape de Caelum, al estar metido en aquel hueco entre la pared y la estantería. No quería empujarlo porque para eso tendría que tocarle, y no sabía qué pasaría entonces, si se desharía en su tacto y se echaría a llorar o si le daría una bofetada por ser tan insolente.

¿Cómo se había dejado engañar por el mejor amigo de su primo? ¿Por alguien a quien no le importaba soltar groserías como «sangre sucia»? ¿Tan ciego o tan desesperado había estado para no darse cuenta de que no acabaría bien?

Porque había acabado. Caelum podía prescindir de su dignidad para muchas cosas, pero no por un chico. No por uno que acababa de traicionarlo, después de que él se mostrara más vulnerable que con nadie. Puede que Blaise se hubiera acostado con más chicos y los hubiera besado y llenado de palabras bonitas, pero para Caelum era algo nuevo. Y se había arriesgado por él.

Ahora no se creía el bochorno de su rostro ni sus disculpas.

—Déjame pasar.

—No quiero que te vayas.

—¡Haberlo pensado antes! —a Caelum se le escapó un grito, agotado—. Te llevo a un lugar para estar a solas, estoy contigo de una forma en la que no he estado con nadie, y lo que tú haces es clavarme un puñal por la espalda.

—Es que no entiendes que si tu tía se hubiera enterado de otra forma estarías castigado por el resto de tu vida —replicó Blaise, intentando no alzar el tono de voz a pesar de su agitación—. Esto que estabais haciendo no es ningún jueguecito. Si la enfurecéis a ella, lo enfurecéis a Él.

—Hacemos esto por una razón y es para estar protegidos cuando Él salga de las sombras. Pero si tantas ganas tienes de besarle los pies a toda mi familia y a Voldemort, déjame a mí en paz y sigue con lo tuyo.

No recordaba la última vez que había sido tan frío con alguien. Blaise de verdad parecía dolido por sus palabras.

Cretino. Hipócrita. Falso.

—¿Sabes que? —dijo Blaise, enderezando su postura—. Si no vas a entenderme, es mejor que te vayas, pero para siempre.

Ahora sí que estaba enfadado.

—Vete al infierno, Blaise Zabini.

El empujón acabó en Blaise forcejeando con Caelum. En Blaise sujetando sus muñecas y Caelum dándole un pisotón. En soltarse a la vez, mirarse a los ojos una última vez, una mirada tan llena de rabia que a Caelum se le saltaban las lágrimas. Y en desaparecer.

Del pasillo y de su vida.

Harry había cometido una estupidez. O tal vez Harry simplemente era estúpido y había seguido los instintos de su naturaleza; en cualquier caso, se arrepentía de haber abierto la bocaza.

Ocurrió después de que el ED quedara al descubierto. Harry estaba excesivamente enfadado después de que Draco Malfoy y sus amigos le pillaran por los pasillos y lo llevaran al despacho de Nashira Black. Había mantenido silencio respecto al Ejército de Dumbledore, sin mediar palabra que pudiera tomarse en su contra.

Y aun así Dumbledore se había echado la culpa del complot, resultando en su huida del castillo antes de ser reclutado por los aurores que Fudge había traído, después de ser llamado por Nashira. El cargo de directora le había sido cedido a ella.

Por toda esta suma de catástrofes, Harry estaba que echaba humo por la nariz. Estaba convencido de que, si tuviera que enfrentarse ahora a otro Colacuerno Húngaro, el dragón echaría a correr nada más verle, porque sería Harry quien le lanzara una bocanada de fuego.

Se encontró a Cho sentada bajo el retrato de la Señora Gorda cuando salía de su sala común a la mañana siguiente, con Ron y Hermione. Y eso no era bueno, porque Harry tenía una teoría y estaba dispuesto a gritarla a los cuatro vientos con tal de desahogarse.

—¿Qué ha pasado, Harry? ¿Es verdad lo que dicen?

—No quiero hablar de eso.

Harry intentó esquivar a su novia, pero Cho volvió a llamarle a sus espaldas:

—Vuelve aquí ahora mismo. No me merezco que me trates así.

Viendo el panorama, Ron y Hermione se apresuraron a despedirse escuetamente y huir escaleras abajo. Harry se giró, resignado, hacia Cho, con las manos metidas en los bolsillos de su túnica y una expresión de extremo cansancio. No había dormido nada y era consciente de sus ojeras.

—Estoy agotado, Cho.

Ella, que había estado cruzada de brazos hasta entonces, relajó un poco los músculos de la cara y el cuerpo, tan tensos que Harry temía que le diera un calambre. Se humedeció la lengua y se acercó unos pasos hacia él.

—Marietta y yo tampoco hemos dormido. Ella...

—Ya sé que ha sido ella la que nos ha delatado, no hace falta ser un genio —espetó Harry, desviando la mirada de la nueva chispa de furia en los ojos de Cho.

—¿De qué estás hablando? —preguntó muy despacio, como si quisiera darle una oportunidad para retractarse.

—Marietta era la única que no estaba en la reunión y Black dijo que había recibido un soplo. Nadie más sabía dónde nos reuníamos —añadió, alzando las cejas con obviedad. Siseaba las palabras con tanto desgarbo que resultaba estresante.

Cho también estaba a punto de explotar.

De explotarle la cabeza a Harry.

—Eres un imbécil. ¿Cómo puedes pensar eso de mi mejor amiga? ¡Marietta se ha pasado la noche llorando, porque su nombre aparece en esa dichosa lista y ahora puede que echen a su madre del Ministerio!

—¡Pues que lo hubiera pensado antes de decírselo a Black!

—¡Que no ha sido ella!

Cho dio un pisotón en el suelo, moviendo los puños al unísono bajo la cadera y dejándolos quietos, bien apretados.

—Hermione dice que ya debe tener «Traidora» grabado en la frente.

—Hermione dice, Hermione dice... ¿Es un estúpido juego de palabras, o solo repites lo que sea que te diga?

Harry arrugó la frente con desagrado.

—Es literal. El encantamiento del pergamino delata al traidor, así que...

—¡A Marietta no le ha salido nada en la frente! Así que coge tus acusaciones y lánzaselas a quien de verdad las merezca. No confías en mí.

Cho terminó de hablar con la voz algo rota, incapaz de disimular la decepción que estaba sintiendo. Llevaban meses sabiendo que esa relación no iba bien. Que estaban cayendo en picado. Pero de verdad creía que podrían superarlo; que Harry empezaría a verlo todo con perspectiva, en lugar de centrarse solamente en él. Al parecer, se equivocaba.

—No hasta que lo vea.

—Esto es el colmo —musitó Cho, en un susurro apenas audible—. No puedo seguir así, Harry. Discutiendo todos los días.

—¿Y yo qué quieres que le haga, si la que siempre se enfada eres tú? —se defendió Harry, frunciendo las cejas de forma casi imperceptible, arrugando un poco la nariz y soltando las palabras como si fueran dardos.

Cho reprimió el llanto que amenazaba con romperla. Pero, cuando habló, su voz sonó gangosa y su garganta débil.

—¿Sabes por qué me enfado? —dijo, y esperó unos segundos. Pero Harry no respondió, se limitó a apretar la boca—. Porque no me quieres.

—¿Ahora qué estás diciendo?

—Que no me quieres, Harry. Si me quisieras no me tratarías así. Y estoy cansada. —Le apuntó al pecho con el dedo índice—. Cansada de fingir que no me importa. Ya no puedo más.

Harry ablandó la dureza que cargaba cuando vio la primera lágrima cayendo por la mejilla de Cho. Porque pronto le siguió la segunda y, antes de que pudiera darse cuenta, eran demasiadas para seguir contando.

Y quizá Cho tenía razón. Si Harry la quisiera, estaría dispuesto a dejarlo todo por abrazarla, secarle las lágrimas y olvidar su orgullo y su enfado. Pero, ahora mismo, Harry solo quería huir y evadir sus problemas. Ponerle pausa a la discusión y mantener esa relación sin salidas ni futuro hasta la siguiente. Pero no iba a admitir nada de eso.

Aunque tampoco podía mentirle.

—Esto se ha acabado —dijo Cho, encogiendo su temblorosa barbilla.

Cuando Harry reaccionó y se dispuso a acercarse a ella, Cho estiró el brazo y lo echó hacia atrás.

—Adiós, Harry.

Ahora había dos corazones rotos nuevos en la Torre de Gryffindor, pero solo uno salió de su habitación para afrontar el día.
















capítulo porque es el cumpleaños de Caelum, quedan pocos capítulos para acabar el acto y... no tengo ninguno escrito. quiero decir que aquí acaba la reescritura y empieza la parte donde escribo cosas nuevas :p

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