⠀⠀━ Two: Narnians

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EVERMORE
CHAPTER TWO

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❝NARNIANOS❞

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ELYSANT INTENTÓ FORCEJEAR, pero era mucho peso sobre su cuerpo y no pudo hacer nada. Cuando la obligaron a levantarse, vio que quienes se habían lanzado sobre ella habían sido un grupo de enanos de cabello y barba negros como el carbón. Elysant habría gritado miles de palabras de no ser por la mordaza que le impedía articular cualquier sonido inteligible, por lo que únicamente salió un sonido ahogado de sus labios.

―¿Qué hacéis aquí? ―pregunto uno de los enanos, desenvainando su espada―. ¿Sois una espía de Miraz?

Elysant negó con desesperación mientras trataba de soltar sus manos, atadas a la espalda con fuerza. Un minotauro ―corpulento y peludo, con grandes cuernos y un hacha bastante afilado en el lomo― la sostenía junto a un centauro. Elysant no tenía palabras para describir sus sentimientos; aterrada, asombrada... En definitiva, una mezcla de emociones muy distintas.

―Deberíamos de llevarla ante su Majestad antes de tomar la justicia por nuestra cuenta, Nikabrik ―habló el centauro, con la voz mucho más calmada, grave y firme.

El enano murmuró varios improperios y la chica se asustó. ¿Tenían rey? Un momento, sí que tenían un rey... No recordaba exactamente cómo era el cuento que una vez su aya le contó, pero sí sabía que los narnianos tenían un señor que lo era todo para ellos. Quizá la llevarían ante él, y, si tenía piedad, la mataría sin sufrimiento. Elysant se esperaba lo peor.

Las criaturas la obligaron a moverse, y Elysant no quería descubrir cuál sería su suerte si se le ocurría resistirse, por lo que se dejó llevar por el minotauro y el centauro. Las cosas podían cambiar totalmente en cuestión de segundos.

No tardaron mucho en llegar hasta una agrupación de animales, no, de seres como los mismos que la traían presa. Desde la lejanía pudo distinguir faunos, enanos pelirrojos y algunos animales, como tres osos bastante grandes.

Sin embargo, lo que pasó a continuación le sorprendió bastante. Voces humanas y el ruido de dos espadas chocar. ¿Caspian, quizás?

El enano se aclaró la garganta, y las criaturas se hicieron a un lado para dejarles pasar.

Antes de que los demás se dieran cuenta de su presencia, Elysant observó una escena que supuestamente era una pelea. Dos jóvenes encarados, uno de ellos desarmado... ¿Era Caspian realmente uno de los dos?

―Si lo prefieres, volvemos en unos años ―dijo, en un mal tono, el chico rubio.

―No, no importa... Es solo que no sois como esperaba ―contestó Caspian. Porque, sí, era Caspian.

Un poco más atrás estaban un chico y dos chicas al lado de un enano de cabellos rojos.

―Tampoco tú ―añadió el chico pelinegro.

―Un enemigo común une incluso a los adversarios. ―Elysant se sobresaltó al oír a un tejón hablar.

Estaban todos tan inmersos en aquel extraño encuentro que nadie se percató de que Elysant estaba allí, igual de callada que los animales y otros seres.

―Majestad, hemos encontrado a esta señorita rondando por aquí cerca. Creemos que la envía Miraz ―anunció el centauro, de nombre Borrasca de las Cañadas.

Todos los ojos se pusieron entonces en Elysant. Sí, definitivamente el rey de los narnianos ―o al menos el mandamás― era Caspian... ¿Eso quería decir que había traicionado a los telmarinos? La joven Rhullitvon no entendía absolutamente nada.

―¿Elysant? ―Caspian abrió los ojos enormemente.

―¿La conocéis? ―inquirió Nikabrik con desprecio.

―Por supuesto. Soltadla ahora mismo ―ordenó.

Elysant se sintió mucho más aliviada una vez las cuerdas dejaron de oprimir sus muñecas y la mordaza no le impedía hablar.

―¿Qué tiene ella que ver en todo esto? ―cuestionó un ratón. El animal llevaba un anillo, o algo parecido, con una pluma roja en una oreja, y un cinturón donde guardaba su espada―. Con todo el debido respeto, Sus Majestades ―añadió, en plural, haciendo una reverencia.

―No es ninguna espía de Miraz, Reepicheep ―respondió Caspian―. Es mi amiga...

Elysant asintió lentamente. Los narnianos parecían querer más explicaciones, pero no debían contradecir a su rey. Caspian le dio al chico rubio la espada que él tenía en la mano, alegando que la querría recuperar. El rubio dijo algo sobre que al menos había algunos que sabían usar la espada como era debido, y miró al ratón, quien realizó una reverencia. Después, los narnianos empezaron a moverse hacia abajo. Caspian se acercó a Elysant.

―¡Oh, Dios mío, Caspian! ¡Creía que los narnianos te habían secuestrado! ―exclamó ella en cuanto que estuvieron al lado el uno del otro.

―¿Qué?, ¿por qué iban a raptarme? ―preguntó, sin entender.

―Lord Miraz dijo eso mismo en el consejo, y más tarde mi padre nos informó de ello a mí, mis hermanas y mi madre ―contestó, frunciendo el ceño―. Lord Protector nos prohibió salir del castillo porque los narnianos estaban sueltos y tuve que escaparme. Quería rescatarte... ―murmuró la chica.

―Miraz es un mentiroso. No merece ningún título honorario, Elysant ―apostilló el príncipe, con desprecio. Comenzaron a caminar―. Él... él mató a mi padre. El doctor Cornelius me lo dijo antes de hacerme partir el día que mi tía dio a luz. También quería matarme a mí para quedarse con el trono.

La expresión de Elysant cambió por completo. Caspian no mentía por el dolor en su voz, le conocía, sabían cuándo decía la verdad y cuándo no.

―Yo... ―murmuró―. Lo siento.

―No tienes por qué ―dijo él de vuelta―. Solo quiero luchar junto a los narnianos, recuperar mi trono y devolverles sus tierras; convivir unos con otros...

Elysant se mordisqueó el carrillo por enésima vez en el día. Desde luego que aquello tornaba las cosas de otro color. Además, no le quedaban más opciones que quedarse con ellos. No podía volver al castillo y no lo haría. Menos con Miraz bajo el mando. Igual que había matado a su propio hermano, al rey de Narnia, ¿qué le impedía asesinarla a ella, o a su padre, o cualquier otra persona?

Tenía muchas dudas, eso estaba claro ―seguramente era lo único que Elysant sabía a ciencia cierta en ese instante―, pero no eran ni el momento ni el lugar para hacer preguntas. Sin embargo, antes de que Caspian se adelantara para liderar la marcha, Elysant le detuvo.

―¿Son los Reyes de Antaño?, ¿los de los cuentos que nos contaba nuestra aya? ―preguntó en un susurro, mientras analizaba a los cuatro jóvenes, que caminaban un poco más alante.

―Sí, los cuatro hermanos ―asintió Caspian.

Elysant apretó los labios. El heredero al trono de Narnia, dio unas suaves palmadas en el hombro de su amiga y aceleró el paso hasta estar junto al que debía de ser el rey Peter. Recordaba los nombres de los cuatro hermanos, por supuesto. Peter, Susan, Edmund y Lucy Pevensie. El aya había relatado mil y una veces a ambos jóvenes veces cómo los cuatro vencieron a la Bruja Blanca, además de todas las peripecias que vivieron una vez fueron coronados reyes, hasta que desaparecieron misteriosamente.

―¿Te llamas Elysant?

La mencionada dio un brinco en el sitio. Buscó de dónde venía la voz, un poco más abajo que ella. Era la reina Lucy.

A pesar de que superaba a Lucy en estatura ―y edad física―, le causaba respeto tener a alguien que había estado viviendo y gobernando en Narnia muchos años antes que incluso sus antepasados.

―Sí, Majestad ―contestó ella, sin saber muy bien cómo dirigirse a ella.

―Lucy, por favor ―pidió esta.

Elysant asintió. La niña le contó todo lo que sus hermanos y Trumpkin ―el enano pelirrojo que los había acompañado― habían pasado. Se habían perdido varias veces, puesto que con el paso de los años el terreno había cambiado y donde antes había un valle ahora pasaba un río, y les había costado bastante llegar hasta allí.

―Yo sabía por dónde había que ir. Aslan me lo dijo. Pero ellos no me creyeron y fuimos por donde decía Peter ―dijo, frunciendo los labios―. Si me hubieran hecho caso desde el principio, habríamos llegado mucho antes.

―¿Aslan? ―preguntó Elysant. El nombre le sonaba, pero no sabía quién era.

―Sí, el Gran León. Él es el creador de Narnia. Es un león parlante ―añadió.

Una idea descabellada pasó por la mente de Elysant. Quizá aquel león que creyó haber visto en el bosque, cuando estaba a punto de desmayarse por deshidratación, era Aslan. Pero, ¿por qué el Gran León iba a querer ayudarla a ella, que pretendía llevarse a Caspian consigo de vuelta? No, seguramente eran cosas suyas y ella nunca había visto un león.

No tardaron mucho en llegar al campamento de los narnianos, que resultó ser más bien un montículo gigante de tierra con una entrada en cuesta hacia abajo, con el umbral de piedra. El Altozano de Aslan.

A ambos lados de la entrada estaban situadas dos filas de centauros con las espadas alzadas hasta que las puntas de estas se rozaban unas con otras. Los cuatro reyes se adelantaron, y después los siguieron Caspian y Elysant.

―Estaréis acostumbrados a otra cosa, pero... es defendible ―explicó Caspian una vez estuvieron dentro.

La iluminación del lugar únicamente la daban las antorchas colocadas por las paredes, además de la tenue luz solar que se colaba por la entrada.

―¡Peter! ―Susan llamó la atención de su hermano desde el final de la sala, justo al inicio de una galería―. Ven a ver esto.

Tanto Elysant como Caspian siguieron a los reyes ―claro que la joven Rhullitvon no sabía adónde ir si no era detrás de Caspian―. Susan los condujo a otra galería un poco más alante, donde las paredes tenían dibujos de un león y cuatro chicos.

―Somos nosotros ―murmuró Susan.

―¿Qué es este lugar? ―quiso saber la menor.

―¿De verdad no lo conocéis? ―inquirió Caspian. Tomó una de las antorchas y avanzó a través de los anchos y oscuros pasillos.

El olor a humedad y poca ventilación era un poco abrumador para Elysant, pero tuvo que acostumbrarse a él. Iba cerrando la marcha, y varias veces se quedó un poco más atrás observando las pinturas. Incluso vio a un fauno al lado de una farola, sujetando una sombrilla. Se le hizo cuanto menos curioso.

Finalmente, los seis llegaron a donde desembocaba la galería, que era un espacio mucho más grande y con el techo más alto. Caspian iluminó el lugar al completo con su antorcha. Se podía ver que todas las paredes tenían en ellas las figuras de faunos, grifos, centauros y otros seres y animales, y frente a ellos estaban una gran piedra partida en dos, con grabados en los laterales y varios escalones en cada lado de la rectangular y extraña mesa, y un poco más allá un arco ―también de piedra― que dejaba ver la talladura de un león en la pared. Elysant sintió como si el león tuviera ojos y la estuviera mirando fijamente ―empezó a mordisquearse el carrillo de nuevo,―, así que apartó la mirada y la situó sobre él en la nuca del mayor de los Pevensie.

Los cuatro dieron varios pasos hasta estar más cerca de la mesa, pero Elysant se quedó como si fuera una estatua, con los pies clavados sobre el suelo.

―Sabrá por qué lo hace ―dijo Lucy, mirando a su hermana en específico.

―Ahora es cosa nuestra ―apostilló Peter, apretando la mandíbula. Lucy le dio una mirada un tanto decepcionada.

―Solo es cuestión de tiempo. Su ejército y sus máquinas de guerra están en camino. Precisamente por eso, el castillo está desprotegido.

―¿Estáis insinuando, con el debido respeto, Majestad, que ataquemos el castillo de Miraz? ―preguntó un tejón, mientras observaba a Peter. Este asintió.

Elysant estaba sentada al lado del doctor Cornelius sobre una roca con forma redondeada, esto seguramente debido al paso del tiempo. Todos los allí presentes rodeaban la mesa partida por la mitad que había en el centro, y únicamente Lucy estaba sentada en ella mientras escuchaba hablar a su hermano.

―¿Qué proponéis, Majestad? ―inquirió Reepicheep.

Peter y Caspian intentaron hablar a la vez. El primero le lanzó una mirada, alzando las cejas, al segundo, y este agachó ligeramente la cabeza.

―La única esperanza es atacarles primero nosotros ―continuó.

―Es una locura ―negó Caspian.

Susan se cruzó de brazos y despegó la espalda de la columna sobre la que recargaba casi todo su peso.

―Quizá, Peter, deberías de hacerle caso ―sugirió.

El susodicho entornó los ojos mientras miraba a su hermana. Que ella se pusiera en su contra no le agradó para nada.

―Tomar el castillo de Miraz es imposible ―murmuró Elysant, que no había dicho palabra en ningún momento, atrayendo la mirada de todos.

―Siempre hay una primera vez ―contestó el Sumo Monarca, hastiado.

―Hay guardias por todas partes, no deja salir a nadie de las murallas sin permiso previo y justificación, y estoy segura que tras mi repentina desaparición habrá reforzado las medidas de seguridad. No debemos de subestimar a un tirano, Majestad ―argumentó, con detenimiento y firmeza en la voz. Peter tensó la mandíbula, y bufó suavemente.

―Contamos con la sorpresa ―aportó Trumpkin, que estaba no muy lejos de la reina Lucy.

―Pero aquí tenemos ventaja ―contradijo Caspian.

―Si nos pertrecháramos bien, aguantaríamos indefinidamente ―añadió Susan.

A Elysant le aterró darse cuenta que solo pensaban en dónde era mejor opción morir.

―Aprecio lo que habéis hecho aquí, pero esto no es una fortaleza, es una tumba. ―Peter se mostraba un poco alterado.

―Sí, y si son listos esperarán hasta que nos muramos de hambre ―secundó Edmund.

El mayor pareció agradecido al ver que su hermano le daba la razón, pero Elysant sabía que aquello que proponía terminaría mal. Muy mal.

―Almacenemos nueces ―propuso la ardilla Piesligeros.

―Sí, y se las tiramos a los telmarinos ―ironizó el ratón―. ¡Cállate! ―le dijo a la ardilla, quien se encogió en el sitio. Luego, miró a Peter―. Ya sabéis de qué lado estoy.

El mayor de los Pevensie miró entonces a Borrasca de las Cañadas.

―Si consigo que entréis, ¿podréis con los guardias? ―le preguntó.

―O moriremos, Majestad ―respondió, con voz solemne.

Efectivamente. La única opción que estaban considerando era morir. O bien como miserables cucarachas, aplastados bajo tierra por las catapultas de los telmarinos, o bien muriendo de hambre al no salir del altozano, o bien luchando en el castillo contra los incontables soldados de Miraz. Era un auténtico disparate lanzarse a la batalla así, sin más. Pero quedarse allí tampoco iba a solucionar las cosas.

―Eso es lo que me preocupa ―musitó Lucy, en dirección a todos.

―¿Perdona?

―Todos decís que solo hay dos opciones ―dijo―; morir aquí, o morir allí.

―No has escuchado nada ―protestó su hermano más mayor, indignado.

―No, eres tú el que no escucha ―rebatió―. ¿Has olvidado quién acabó con la Bruja Blanca, Peter?

―Ya hemos esperado a Aslan lo suficiente ―contestó.

Elysant pensó que aquello era demasiado.

―Majestades ―llamó a los cinco reyes, mas miró únicamente Peter―, si me permitís la sugerencia, podría ser una buena opción enviar espías al castillo, alguien que pueda pasar desapercibido con facilidad y esconderse sin problemas ―echó una rápida ojeada a los ratones y las ardillas―, y mientras tanto planear con más precisión el ataque al castillo. Podemos esperar una semana ―propuso, aunque no estaba muy segura de qué resultado tendrían sus palabras y el efecto, positivo o negativo, sobre el Sumo Monarca.

Peter lo meditó durante varios segundos. Elysant tenía razón, por supuesto que sí. Su plan era mejor que el que él había propuesto, más sensato, al menos. Tomar la fortaleza esa misma noche ―como él había pensado― sería una insensatez. Si esperaban unos días y se preparaban mejor quizá podrían tener algo de éxito.

No le gustó darle la razón a la joven telmarina, pero no le quedaba más remedio.

―Cinco días ―aceptó, aunque aún receloso de ella. Miró al ratón―. Reepicheep, manda a dos de tus ratones al castillo. Que sean discretos y que tomen nota de los horarios de los guardias y la cantidad que tienen en cada lugar. Cuando vuelvan, asaltaremos el castillo.

Al menos no irían a una muerte completamente segura, o eso quería creer Elysant.


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