⠀⠀━ Three: Apologies

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EVERMORE
CHAPTER THREE

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❝DISCULPAS❞

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ESA MISMA TARDE, Elysant había empezado a practicar con la espada. Quizás aquellos meses en los que había estado un tanto ocupada atendiendo a sus tareas como dama ―a petición de su madre, ya que ella no tiene por qué teniendo en cuenta que es menor que dos de sus hermanas― había perdido algo de práctica. Pero aprendía rápido, y con únicamente varias horas ya se sentía completamente al día. También había sentido una mirada persistente en la nuca desde que agarró aquella espada por la empuñadura y comenzó a dar estocadas.

―¿Qué ocurre, Caspian? ―preguntó ella, mirando hacia el bosque a la vez que se apartaba el pelo de la cara.

―Te he echado de menos ―contestó el príncipe, acercándose a ella.

―Yo también. Y mis hermanas. Nos tomó de sorpresa y, aunque no lo haya dicho, Typhainne ha estado muy decaída estos días ―añadió, girándose para mirarle.

Caspian agachó la cabeza, un poco apesadumbrado.

―Elysant, si no hubiera escapado aquella noche del castillo, ahora estaría muerto ―dijo, agarrando una de sus manos.

―Lo sé.

Elysant le dio un leve apretón. Quizá había cambiado tan rápido de opinión ―y de bando― porque ella siempre había confiado en Caspian, y, por ende, en su padre. Miraz, sin embargo, nunca había sido santo de su devoción, por no hablar de la avaricia y codicia que ha demostrado desde que lo conocía, incluso si no había tenido una relación muy estrecha con él. Su padre le conocía más, y, continuamente, había mencionado que desde que Caspian IX falleció ―ahora sabiendo que había sido asesinado por su propio hermano― las ansias de poder le habían caracterizado, además de la forma en la que se convirtió en Lord Protector hace años. Quizá Elysant no tuvo dudas en ponerse de parte de los narnianos por la poca estima que tenía a Miraz.

―Veo que sigues siendo excelente ―comentó Caspian, señalando la espada.

―¿Cuánto tiempo llevas espiando? ―inquirió Elysant, con una pequeña sonrisa.

―El suficiente como para saber que sigo siendo mejor ―respondió, con una sonrisa burlona. Elysant abrió la boca con indignación.

Sin que Caspian lo esperase, la tercera hija del matrimonio Rhullitvon alzó la espada para dar una primera estocada, que el joven esquivó por poco.

―¿Estás seguro de tus palabras, Cas?

Caspian no contestó inmediatamente, si no desenvainó su espada para iniciar una pelea bastante reñida con Elysant. Estocadas, mandobles y alguna que otra risita ligeramente maliciosa.

―Sabes que... no me gusta... ese nombre ―dijo, al cabo de un rato, entre jadeos. Elysant sonrió y, sin querer, le hizo un tajo en el brazo a Caspian―. ¡Eh! ―El chico paró de mover la espada para mirarse la herida.

―Perdón ―musitó Elysant, acercándose también.

Por suerte, no parecía demasiado profunda, tan solo un pequeño corte.

―Lo siento, lo siento ―murmuró mientras acompañaba a Caspian al interior del altozano.

Cruzaron las galerías con rapidez hasta llegar a la zona donde se atendía principalmente a los heridos. Elysant cada vez estaba más arrepentida y no paraba de murmurar palabras aleatorias con pesadumbre.

En la gran sala donde reposaban los que habían salido ligeramente heridos ―que por suerte no eran muchos― en los pequeños asaltos a las guardias de Miraz también estaba el Sumo Monarca, que hablaba con un fauno sobre los pequeños progresos hasta aquel momento, que habían consistido principalmente en robar armas y armaduras.

―¿Qué ha pasado? ―preguntó, de mal humor repentinamente, cuando vio entrar a los dos telmarinos.

―Estábamos practicando con las espadas y sin querer le corté en el brazo ―murmuró Elysant, agachando la cabeza.

―Son cosas que pasan, Elysant, déjalo ya ―trató de animarla el príncipe, mas Peter deshizo cualquier progreso que Caspian hubiera logrado.

―No andamos sobrados de soldados como para que vayas tú y le hieras ―masculló con dureza, cruzando los brazos sobre el pecho.

―Lo sé, lo siento ―volvió a decir la chica, inclinando la cabeza aún más. Ella se sentía mal realmente, y el rubio no estaba ayudando mucho.

―No tienes por qué comportarte así con ella ―manifestó Caspian, frunciendo el ceño.

Ninguno dijo nada más. Caspian se acercó a una fauna para que le vendase el brazo y Elysant empezó a morderse el carrillo de nuevo. Dio varias miradas a su alrededor y tras no aguantar más allí abajo, con el Sumo Monarca sin quitarle el ojo de encima ―como si fuera a matar a alguien con la mente―, decidió dar media vuelta y salir del altozano. Se sentó en la hierba y apoyó la espalda en la piedra. Profirió un largo suspiro.

―No hagas caso a Peter, Elysant. ―Lucy se sentó al lado de la mayor―. No sé por qué está actuando de esa forma.

―Tiene razón, no puedo ir lastimando a gente de nuestro ejército como si no costara.

―Pero eso no justifica que pueda dirigirse así a ti ―insistió, poniendo una mano en su hombro.

En ese mismo momento, Elysant se dio cuenta de la madurez de la reina. Una niña de su edad ―una niña normal, claro está― no hablaría nunca de aquella forma, con aquel temple y determinación. Estaba claro que Lucy era especial, y se notaba a leguas. Sus años de reinado, hace más de un siglo, se podían apreciar en momentos como aquellos.

―Mi hermano está siendo un tonto ―añadió, chasqueando la lengua―. Contigo y con Caspian, y no sé muy bien por qué.

―Somos telmarinos ―respondió Elysant, como si fuera obvio.

―Pero esa no es excusa. No le he visto hacer lo mismo con un minotauro, que, como sabrás, en su momento estuvieron de parte de la Bruja Blanca ―refutó. Elysant hizo un mohín.

―Viéndolo de esa forma... ―musitó.

Lucy frunció los labios y se levantó. Le tendió la mano, ahora sonriendo. Sin duda, era, de los cuatro hermanos, la más amable, y posiblemente la más madura, a pesar de ser la menor.

―Empieza a oscurecer, no creo que quieras dormir aquí ―dijo, ensanchando las comisuras de los labios.

Elysant aceptó la mano que le tendía, aunque Lucy no podía hacer mucha fuerza al ser ella más menuda. La Rhullitvon apreciaba el gesto igualmente.

Ambas jóvenes entraron al altozano. Los guerreros narnianos seguían trabajando sin descanso, continuaban con sus ejercicios o hablaban sobre técnicas de batalla. Elysant recordó que unos ratones habían partido al castillo de Miraz aquella tarde, nada más terminar el consejo que el rey Peter había iniciado. Supuso que estarían bien, puestos que los animalejos serían fácilmente confundidos por unos ratones comunes. Sin embargo, recordó algo, un pequeño detalle. El condenado gato. Sin embargo y pensándolo bien, aquel zarrapastroso felino de color amarillento, con el pelaje deslustrado y estropajado no debía de ser un gran problema para dos ratones parlantes. De cualquier forma, debía de haber avisado de la existencia del animal.

Ella y Lucy llegaron a la habitación donde los miembros más importantes dormitaban; los reyes, Caspian, Cornelius y los líderes de sus respectivas razas. Edmund intercambiaba algunas palabras con el heredero al trono, lo que le hizo pensar a Elysant que él era bastante distinto a su hermano ―quizá porque no se le había subido nunca el título de rey a la cabeza―; más parecido a Lucy.

Las dos sentaron cerca una de la otra mientras observaban el panorama. Elysant apretó los labios cuando vio la venda en el brazo de Caspian, y no pudo evitar sentirse totalmente arrepentida, incluso si no había sido completamente su culpa.

Resopló cuando vio que tenía la mirada del Sumo Monarca sobre ella, de nuevo. Podría no ser de su agrado, pero aquello llegaba a ser molesto e incómodo. Sin embargo, no hizo nada más que clavar los ojos en el suelo y esperar a que llegara la hora de comer algo. No tenía demasiado hambre, pero tenía que mantener el estómago lleno.

La cena estuvo marcada por las manzanas. Lucy le explicó a Elysant que cuando llegaron a Narnia encontraron Cair Paravel ―su antiguo castillo, ahora derruido― y, por ende, todos los manzanos que ellos mismo plantaron mil trescientos años atrás. Gracias a las manzanas no habían muerto de hambre, así que aunque fuera un poco latoso comer la misma fruta, era mejor que nada.

Después, a Elysant y a los demás presentes les entró el sueño por lo que se acurrucaron en el duro suelo de piedra y trataron de dormir lo mejor que pudieron. Aquel lugar no era nada comparado con la cama del castillo, incluso la tierra del bosque era más agradable para Elysant. Pero no podían dormir al aire libre, así que no quedaba más remedio que intentar descansar unas pocas horas en aquel sitio bajo tierra.

Cuando despertó, a Elysant le dolía la espalda horrores. Parecía ser la primera en abrir el ojo, puesto que todos los demás seguían en la misma posición que unas horas atrás.

Caminó por las galerías, guiándose por las pinturas de las paredes, hasta llegar a una sala donde pasaba un pequeño arroyo subterráneo y varias faunas se encargaban de preparar algo para comer. Elysant se refrescó la cara y los brazos con el agua y tomó una manzana que una fauna le ofreció amablemente. Salió del altozano mientras le daba varios mordiscos a esta, con la mente en blanco.

Sacudió la cabeza varias veces antes de coger un arco y una flecha y apuntar a una diana roja y blanca, a unos metros de ella. Suspiró, separó un poco los pies y soltó la cuerda. La saeta cortó el aire con un sonido parecido a un silbido y se clavó en el centro. Elysant frunció los labios, satisfecha.

Disparó unas cuantas veces más, hasta que unos pasos la detuvieron. Cargó el arco con rapidez y precisión y apuntó al desconocido. Fue un acto completamente involuntario e intuitivo, aunque al momento se arrepintió de ello.

―Perdón ―dijo, destensando la cuerda y tensando los músculos del cuerpo―, Majestad ―añadió, mirando a Peter.

Estaba dispuesta a dejar el arco e irse a hacer cualquier otra cosa, pero el Sumo Monarca la detuvo.

―¡No! ―exclamó, acercándose a ella con celeridad y agarrándola del brazo. Al segundo se arrepintió, por lo que rompió el contacto físico―. Quiero decir, puedes seguir disparando, no tienes por qué irte ―se corrigió, aclarándose la garganta con claro nerviosismo.

El ambiente estaba tenso. Muy tenso. Y ambos lo notaron. Peter carraspeó de nuevo. No sabía muy bien qué estaba haciendo, pero Lucy le había dicho que no se estaba comportando como el adulto que decía ser, sino como un completo idiota y un maleducado, tanto con Elysant como con Caspian. Por supuesto, no mencionó al heredero al trono cuando dijo que iba a disculparse. Su orgullo no le permitía admitir que su tiempo como soberano de Narnia había terminado, que otra persona debía de ocupar el puesto y que, por ende, él no era el único que tenía voz para dar órdenes.

―Yo... ―murmuró―, lo siento ―dijo. No sabía exactamente cómo continuar.

Elysant arqueó una ceja. Pasó el peso de su cuerpo de una pierna a otra varias veces en lo que Peter sopesaba sus palabras. Tampoco tenía demasiado que decir, pero ya había hecho demasiadas cosas mal con la telmarina como para añadir una nueva a la lista. Profirió un suspiro y separó los labios.

―No he actuado como debería ―añadió.

―No, no lo habéis hecho, Majestad ―negó Elysant. Peter agachó la cabeza.

―Lo sé ―musitó. Llevó la vista hacia los ojos de Elysant, los más hermosos que había visto nunca; un color azul tan penetrante como el hielo, como la fría Narnia bajo el yugo de la Bruja Blanca, pero a la vez tan cálido como la melena dorada del Gran León. Se obligó a dejar de mirarla con insistencia―. Y puedes llamarme solo Peter, por favor.

La chica se relamió los labios y asintió. Se había disculpado, lo cual era un gran ―gigante― paso. Solo esperaba que no la volviera a tratar de la misma forma de nuevo, porque no lo dejaría pasar.

Un poco más relajada, Elysant volvió a lo que estaba haciendo. Peter tomó una espada con la que practicar en un muñeco de madera. Si se ponía a pensar, había actuado como un niño de cinco años en todo momento. Mientras que Elysant solo intentaba ayudar, él había parecido no entender eso. Y después con la herida del brazo de Caspian; no había sido su culpa y él no podía atribuirle aquello a la joven. Que fuera telmarina no era una excusa. Y aquello le quedó bien grabado en la memoria a Peter Pevensie: Elysant no era su enemiga. Con Caspian... las cosas eran más complicadas ―o, mejor dicho, él las quería hacer más complicadas―; orgullo de reyes.

―Se te da bastante bien, para ser una dama de la corte ―dijo Peter, tras un lapso de tiempo en el que ninguno de los dos dijo nada.

―Gracias, Majestad..., digo, Peter ―respondió Elysant. Después, añadió―: Pero, ¿es que acaso no crees que fuera capaz de igualar a los mejores arqueros del ejército de Miraz?

―¡No, claro que no! ―rectificó Peter al momento, dejando de golpear al muñeco―. No quería decir eso, yo solo...

―Solo bromeaba ―rio Elysant, a la par que cargaba otra flecha y la disparaba hacia una diana―. Sé que no lo decías con esa intención.

Peter sonrió. Elysant le agradaba, al contrario que en un principio. La chica era realmente distinta a lo que él había pensado en un principio, y eso estaba bien. Había estado equivocado con ella desde que la vio aparecer en medio del bosque amarrada por Borrasca de las Cañadas y Nikabrik, pero, fortuitamente, había sabido darse cuenta de su gran error. Nunca era tarde para darse cuenta de las cosas, ¿o sí?


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