⠀⠀━ Ten: The duel

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EVERMORE
CHAPTER TEN

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❝EL DUELO❞

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―Yo no me refería a esto, Peter. Esta es mi lucha.

Peter y Caspian caminaban por las galerías del altozano. Ambos habían estado informando a todos y cada uno de los miembros de su ejército del plan con el que ganarían tiempo. Sin embargo, Caspian no terminaba de estar conforme. Él quería luchar contra Miraz en el duelo.

―Creo que ya lo intentamos ―contradijo Peter, mirando al suelo.

»Mira, si en algún momento hay paz con los telmarinos, tienes que ser tú quien la logre ―añadió.

Caspian chasqueó la lengua y puso sus orbes almendrados en el Magnífico.

―¿Cómo lo hago si no me dejas? ―protestó.

En ese momento, Elysant llegó corriendo hacia ellos. Se había dado prisa en buscar a ambos muchachos en cuanto que ella y Edmund arribaron el altozano junto al gigante Turbión, que ahora descansaba en la entrada del montículo.

―Ha aceptado ―les informó―. Pasadas dos horas del mediodía.

Peter aprobó las palabras de Elysant con un asentimiento y luego volvió a poner su atención en Caspian.

―Así no ―dijo, retomando su conversación.

La castaña siguió a ambos jóvenes hasta que llegaron a la sala donde Peter debía de prepararse para el duelo. Los nervios cada vez la carcomían más y más. Sabía que Peter era un excelente espadachín, pero es no implicaba que tuviera la victoria asegurada. Y eso la asustaba.

―Si no sobrevivo ―prosiguió el rubio, en tono solemne―, el futuro de Narnia estará en tus manos.

Un escalofrío surcó de arriba a abajo la espina dorsal de Elysant, que suspiró al escuchar al Sumo Monarca.

―¿Qué pasa con tu propio futuro? ―cuestionó la chica con preocupación, frunciendo el ceño.

―Estaba pensando en estudiar Medicina ―respondió Peter, clavando sus orbes en ella por unos segundos. Apartó sus ojos de los zafiros de Elysant como si quemaran. Realmente sentía que, si quería batirse en duelo, no podría seguir mirándola.

Peter se acercó a la redonda y plana mesa de piedra blanca en la que descansaban su yelmo, armadura, escudo y espada. El rubio tomó el yelmo entre sus manos sudorosas por los nervios.

―Majestad, por favor.

Una voz somnolienta y grave llamó al Sumo Monarca. Peter llevó su atención al propietario de dichas palabras, que resultó ser el mayor de los Tres Osos Barrigudos.

―Si lo permitís, Majestad ―habló―. Yo soy un oso. ―Elysant soltó un bufido inaudible. «Eso ya lo vemos», pensó.

―Desde luego, claro que lo eres, y un buen oso, además, no tengo la menor duda ―respondió Peter.

―Sí ―siguió el oso―; pero siempre fue un derecho de los osos facilitar un juez en las lizas.

―Es cierto, debéis de elegir a vuestros padrinos ―reconoció Reepicheep desde su posición.

Sin embargo, Trumpkin gruñó antes de decir:

―No se lo permitáis ―refunfuñó―. Es una criatura excelente, no lo niego, pero nos avergonzará a todos. Se dormirá y se chupará las patas. Frente a los telmarinos, por si fuera poco ―añadió.

Caspian miró a Elysant y ambos se sonrieron. Si fuera otra situación, sería hasta gracioso.

―No puedo evitarlo ―se excusó el rubio, disculpándose con la mirada―, porque tiene toda la razón. Los osos poseían ese privilegio. No sé cómo es que aún se acuerda después de todos estos años, cuando tantas otras cosas se han olvidado ―discurrió. Chasqueó la lengua y finalmente asintió.

»De acuerdo, mi muy noble amigo. Pero debes recordar no chuparte las patas ―le recordó.

―¡Oh! ¡Desde luego que no, Su Majestad! ―prometió el oso.

Reepicheep, entonces, se adelantó varios pasos para hablar directamente con Peter.

―Majestad, siempre estaré a vuestra disposición ―dijo el ratón―, pero pensé que quizá me encomendaríais este desafío a mí.

―Como sabes, mi buen Reepicheep, muchos humanos les temen a los ratones ―argumentó el rubio, con sus orbes mirando al mencionado―. No sería justo tener a la vista cualquier cosa que pudiera embotar el filo de su valor.

Elysant tuvo que darle la razón a Peter. Más de uno y más de dos le tenían miedo a los ratones, y sería bastante patético que alguno de los jueces telmarinos se desmayase en medio del duelo al ver a Reepicheep.

―Su Majestad es el vivo retrato del honor ―halagó el ratón, haciendo una reverencia. Peter sonrió brevemente ante las palabras del ratón―. En eso pensaba exactamente.

―Sin embargo, aún nos faltan los otros dos jueces ―puntualizó Caspian.

Elysant sopesó varias veces sus palabras y después dio un paso adelante.

―Ningún telmarino ha osado reírse de un centauro ―razonó Elysant, observando a los presentes.

Todos asintieron.

―Reepicheep, dile a Borrasca de las Cañadas que lo necesito a él. Y a Edmund también ―le pidió Peter al ratón. El animal realizó una reverencia antes de escabullirse entre las columnas de piedra, en busca de los dos mencionados.

Trumpkin miró al oso no muy convencido, y descubrió que este estaba haciendo justo lo que había asegurado que no haría.

―¡Pero si se está chupando las patas ahora mismo! ―reportó el enano con indignación. El oso se sacó la pata de la boca con rapidez y fingió no haber escuchado a Trumpkin.

Elysant no evitó fruncir el ceño.

―¿Estás seguro que estás listo? ―inquirió Peter, alzando las cejas, en dirección al oso.

―¿Estás listo tú, Peter? ―preguntó Caspian entonces.

Viendo que la conversación se tornaba más personal, el enano y el oso abandonaron la habitación, quedando así solo Elysant, Caspian y Peter en ella.

El rubio suspiró mirando al príncipe.

―Has sido un buen líder ―contestó―. Me he portado mal contigo, no he actuado como se esperaría de mí. A pesar de todas mis palabras, lo has hecho bien. Y estoy seguro de que no será de otra forma cuando te conviertas en rey.

»Si muero en el combate, tendrás que encontrar la forma de liberar a Narnia tú solo.

Elysant negó y, con voz airada, le dijo:

―No vas a morir, Peter. ―Se cruzó de brazos―. Los narnianos creen en ti, y yo también.

El aludido agachó la cabeza. Elysant estaba cansada de la desmoralizadora forma de pensar del monarca, porque al final iba a terminar contagiándoselo a ella. Se había convencido de que Peter saldría vivo del duelo, de que era su mejor opción, su mejor baza para ganar tiempo, mas el rubio no se lo estaba poniendo fácil y empezaba a pensar que todo aquello había sido un error.

El monarca se había hecho a la idea de que lo más probable sería que pereciera durante el combate contra Miraz. Sobre todo si este resultaba ser mejor con la espada de lo esperado. Aunque Elysant tenía razón; no debía de ser tan pesimista. Si actuaba y pensaba así, entonces sí que estaba perdido.

Encontró la fuerza necesaria en los brillantes y azules ojos de la castaña, que relucían bajo la luz de las antorchas como dos luceros en el cielo nocturno. Elysant le devolvió una cálida sonrisa, aunque por dentro estaba muerta de miedo.

Tras la hora del almuerzo, el ambiente se tornó mucho más pesado. Un cosquilleo se extendía rápidamente por los dedos de Elysant, y su estómago se retorcía de tan solo pensar en lo que iba a acontecer. Las manos le sudaban y la sangre subía y bajaba vertiginosamente por su cuerpo.

Edmund ayudó a Peter a colocarse la parte de los brazos de su armadura encima de la cota de malla de los enanos y tomó a Rhindon enfundada en su vaina. Elysant hizo lo mismo con el escudo que Papá Noel le otorgó al monarca mil trescientos años atrás y, con el rubio encabezando la marcha, salieron del altozano. Los gritos del ejército narniano eran cada vez más audibles según avanzaban, hasta ser totalmente ensordecedores. Los telmarinos también voceaban animando a su rey.

Los tres llegaron hasta el lugar donde se disputaría el duelo; unas ruinas de lo que en su momento debió de ser un bonito monumento de mármol blanco, perfectamente pulido, que ahora estaba derruido y con maleza y musgo allá donde miraras. Dos arcos de piedra se enfrentaban el uno al otro. En el más próximo al altozano se encontraba Borrasca de las Cañadas, con el Oso Barrigudo en una de las esquinas, y en el arco de enfrente Miraz junto a Lord Sopespian, el general Glozelle y Lord Lewis aguardaban la llegada del rey narniano, con el usurpador sentado sobre una butaca de madera.

Los tres jóvenes se mantuvieron impasibles ante la afilada mirada de Miraz mientras avanzaban hacia su lugar correspondiente. El centauro asintió hacia Peter, sujetando su espada con ambas manos paralelamente a su cuerpo.

Miraz se ajustó con nerviosismo su armadura y miró a Glozelle, quien sostenía una ballesta adornada con tallas de madera.

―Si observáis que la cosa no va bien... ―murmuró. Con la cabeza señaló el arma del general.

―Entendido, Majestad ―respondió el aludido.

Miraz se levantó. Lewis le ofreció su espada y Sopespian le tendió el yelmo dorado que tenía la forma de un rostro telmarino. El rey agarró la espada y, mirando a Lord Sopespian, le dijo:

―Espero que no os suponga una decepción que sobreviva.

Elysant miró brevemente a Miraz antes de girarse hacia Peter. Le puso el escudo en el brazo izquierdo y Edmund le entregó a Rhindon. Cuando el rubio la sacó de su vaina, los vítores de los narnianos se elevaron considerablemente. Antes de que Peter se alejara, Elysant le retuvo agarrándole por la muñeca.

―Ten mucho cuidado, por favor, Peter ―pidió, sintiendo cómo los nervios se apoderaban al completo de su ser.

―Siempre lo tengo, Elysant ―contestó, mirándola por última vez.

Ambos combatientes se adentraron en la circunferencia donde se llevaría a cabo el enfrentamiento. Quedaron a escasos metros el uno del otro, desafiándose con la mirada, sin apartar los ojos del contrario, con las espadas en ristre. Los gritos habían cesado, tan solo los pasos de Peter y Miraz se escuchaban en el claro

―Estás a tiempo de rendirte ―farfulló el mayor, con cierto deje burlón.

―Lo mismo digo ―bisbiseó el aludido.

Miraz sintió la ira crecer dentro de sí, mas miró al monarca de nuevo.

―¿Cuántos más han de morir por el trono? ―inquirió.

―Solo uno ―respondió Peter, bajándose la visera del yelmo.

Peter profirió un grito, y al instante Miraz imitó su acción. El choque de las espadas no tardó en sonar, así como los vítores de ambos ejércitos animando a sus líderes.

El duelo daba comienzo.

Lucy y Susan cabalgaban sobre Batallador, el corcel de Caspian. A lo lejos aún se oía el barullo causado por el combate entre su hermano y Miraz.

El caballo se desplazaba con rapidez entre los árboles. La luz del sol se colaba por las frondosas copas de estos de forma mágica, iluminando únicamente algunas zonas.

La calma de las dos Pevensie se vio alterada cuando un segundo relincho sonó unos metros más atrás de ellas. Lucy giró la cabeza para encontrarse con varios soldados telmarinos que las seguían muy de cerca.

―¡Corred! ―proclamó un de los hombres.

La preocupación se hizo presente en el rostro de la mayor.

―¡Nos han visto! ―se lamentó Lucy, afirmando su agarre alrededor del torso de su hermana.

Susan supo que tenía que hacer algo si quería que la menor encontrase a Aslan, por lo que, tras llegar a un pequeño claro, libre de troncos de árboles, frenó a Batallador y se apeó de este.

―¿Qué haces? ―cuestionó Lucy.

La Benévola torció los labios y clavó sus orbes azules en los de la Valiente.

―Lo siento, Lucy, pero al final vas a tener que ir tú sola ―replicó―. Coge la riendas.

Después de pronunciar aquellas palabras, Susan espoleó al caballo en los cuartos traseros y este volvió a cabalgar, alejando a Lucy de ella.

La reina sacó del carcaj su arco y una flecha, lista para disparar. La primera saeta se dirigió al corazón del telmarino más cercano a ella, y unos segundos después otro proyectil tiró del caballo al segundo. No obstante, el tercero de los cuatro hombres logró que perdiera el equilibrio y terminara sobre un montón de hojarasca. Su arco salió disparado unos metros más allá y el telmarino la acorraló contra el tronco de un árbol.

Para su suerte, un quinto caballo ―blanco como la nieve― se dejó ver entre los árboles. Su jinete derribó al soldado y se acercó a Susan.

―¿Crees que es buena idea que no te devuelva el cuerno? ―preguntó.

―Insisto en que te lo quedes tú, Caspian ―rio Susan.

―Anda, sube, creo que a tu hermano le hará falta apoyo moral.

Susan tomó la mano que el príncipe le tendía y se subió a Theseus detrás de Caspian.

El joven espoleó al caballo de Elysant y emprendieron la marcha rumbo al Prado Danzarín. Susan esperaba que Lucy estuviera bien y que encontrara a Aslan.

―De todas formas, creo que a Peter le sobra ―comentó la castaña con una sonrisa divertida un rato más tarde.

Aunque la reina no podía verlo, Caspian alzó ambas cejas y una sonrisilla se dibujó en su rostro.

―¿Tú también te has dado cuenta? ―inquirió, entre suaves risas.

Susan carcajeó antes de contestar.

―Por favor, se comen con los ojos, como para no percatarse de ello. Apuesto mi arco a que todo el ejército se ha enterado de que ahí hay algo más.

El claro empate entre Peter y Miraz resultaba angustioso para Elysant, que no podía dejar de morderse el carrillo derecho. Sintió el sabor metálico de la sangre brotando de este, pero lo ignoró y continuó haciendo lo mismo.

Edmund, muy perspicaz, se percató de la inquietud de Elysant. Aunque tampoco era tan difícil, teniendo en cuenta su rostro contraído en una mueca y mirando sus manos, que jugueteaban con la empuñadura de sus espada nerviosamente. Además, el se sentía igual. Confiaba en Peter y en su destreza en combates, mas eso no significaba que se mantuviera tranquilo. Un solo despiste podía costarle al rubio la vida, y aquello, sumado a lo poco que se fiaba de la palabra de los telmarinos, le mantenía en un estado permanente de desasosiego.

El Justo se acercó un poco a Elysant y le dio la mano tratando de manifestar una calma que él no poseía. Esta le miró.


―Estará bien ―murmuró el chico. Luego volvió su atención al duelo.

Las espadas centelleaban bajo la luz del sol, y el escudo de Peter reflejaba un brillo deslumbrante. Esquivaba golpes y los devolvía con soltura, pero cada vez se mostraba más exhausto.

Se movían sin parar, describiendo círculos y tanteando las defensas del oponente, dando estocadas sin descanso. A un grito de guerra lo seguía otro, y luego otro. Y cuando parecía que uno de los dos estaba a punto de acabar con el contrario, ocurría algo que cambiaba las tornas.

El sol calentaba con fuerza. Ambos bandos animaban con sus gritos a sus líderes, aunque Peter tenía los oídos embotados. Para él, únicamente existía, Miraz, su espada y Rhindon, su fiel compañera. Solo era capaz de escuchar el chocar de metal contra metal. Chorros de sudor descendían por sus sienes y se perdían entre su piel y la cota de malla. La nuca la tenía también empapada, y la cara roja y amoratada por el esfuerzo.

En un golpe con su escudo, Miraz consiguió quitarle el yelmo a Peter. Elysant dio un pequeño respingo y apretó el agarre de su mano con la de Edmund, conteniendo el aliento y sin apartar los ojos de los dos combatientes. Los vítores narnianos cesaron por unos segundos.

Justo después, tras una intrincada maniobra, Peter consiguió cortar en la pierna, encima de la rodilla, a Miraz. Los narnianos volvieron a alzarse en gritos jubilosos.

Miraz lanzó una breve mirada, llena de ira, en dirección al general Glozelle. Este inclinó la cabeza, casi burlándose de su rey. Para Elysant, este gesto no pasó inadvertido.

Miraz profirió un grito ensordecedor y se lanzó hacia Peter, que dio una voltereta y cayó a suelo. Rápidamente se puso en pie de nuevo, sin perder la postura defensiva.

Con una ágil patada, Miraz tumbó a Peter, dejándolo a su merced. Sin perder tiempo, pisó el escudo del menor, doblándole así el brazo en la dirección contraria a la natural. El rubio soltó un grito de dolor. Se había lastimado el hombro izquierdo.

Con rapidez, el Sumo Monarca alzó su espada para detener el ataque de Miraz y, para esquivar las constantes estocadas, giró sobre sí mismo varias veces hasta quedar pegado a una de las derruidas piedras. Sin que el usurpador se lo esperase, Peter rodó sobre sus pasos, haciendo caer, esta vez, a Miraz. Los narnianos clamaron por su rey.

Ambos volvieron a ponerse de pie. Justo en ese instante, el relincho de un caballo le hizo a Peter alzar la vista. Susan y Caspian volvían en Theseus, pero, ¿dónde estaba Lucy? Una mueca de preocupación se hizo presente en su rostro.

―¿Necesita Su Majestad un respiro? ―inquirió Miraz.

―¿Cinco minutos? ―tanteó el Magnífico.

Miraz apretó los dientes.

―¡Tres! ―estableció con rabia.

Peter apartó entonces la vista de Miraz. Al momento, el daño que se extendía desde su hombro se hizo notar y el dolor se abrió paso en sus facciones contraídas.

A paso lento, se acercó hacia sus hermanos y los dos telmarinos, quienes aguardaban por él. Edmund se adelantó hasta llegar a su altura y le ayudó a llegar más rápidamente a la piedra redondeada que serviría como asiento.

Elysant se acercó al lugar donde descansaba su yelmo y lo dejó a un lado en el suelo.

Los narnianos murmuraban entre ellos. Ya se habían percatado de que a su rey le había ocurrido algo en el brazo izquierdo durante el combate. La preocupación se hizo presente en los rostros de cada uno de ellos.

―¿Y Lucy? ―cuestionó el rubio, mirando a Susan.

―Sigue adelante, gracias a Caspian ―respondió, cabeceando en dirección al mencionado. Peter miró al telmarino.

―Gracias.

―Tú no podías.

Elysant se fijó en cómo Miraz arrojaba al suelo su yelmo con furia, reprendiendo algo a Glozelle. Arrugó la nariz y miró a Peter, quién también se había dado cuenta de aquel gesto.

―Estad preparados ―dijo―. No me fío de la palabra de los telmarinos.

Los cinco miraron, de nuevo, en dirección al usurpador y sus Lores con angustia.

Susan se acercó y abrazó a su hermano. Incluso con delicadeza, este profirió un gemido de dolor.

―Perdona ―se disculpó.

―No es nada ―negó Peter, restándole importancia.

―Ten cuidado.

El Justo observó a los narnianos, que no habían parado de murmurar inquietos. Llevó la vista a Peter y, entre dientes, le dijo:

―Sonríe más.

Peter se giró en dirección a su ejército y, con el brazo bueno, alzó a Rhindon, tratando de sonreírles. Los narnianos vitorearon de nuevo, mientras, Susan se internó en el altozano para ocupar su puesto entre los arqueros.

Elysant obligó al rubio a sentarse y le quitó el escudo con cuidado. Aun así, Peter no evitó soltar un quejido.

―Lo siento ―murmuró la castaña.

Apoyó el escudo en una de las columnas de piedra y le pasó un trapo húmedo por la cara enrojecida. Peter agradeció el gesto con un débil cabeceo.

―Creo que está dislocado ―le dijo a Edmund, apretando los dientes, intentando soportar el dolor.

El aludido se posicionó a la izquierda de Peter y compró lo que su hermano de había dicho.

―¿Qué crees que pasa en casa ―cuestionó, sin mirar al azabache―, ¿si uno muere aquí?

Elysant resopló, mirando a Caspian.

―Tú siempre has estado a mi lado ―siguió con su monólogo― y yo jamás he-. ¡Ahg!

Un quejido se escapó de los labios de Peter, sin dejarle terminar su frase. Elysant y Caspian escucharon el inconfundible sonido de un hueso volviendo a su sitio. Ambos telmarinos torcieron la boca, casi sintiendo el dolor de Peter.

―Dímelo luego ―dijo Edmund, harto de escuchar las habladurías de su hermano.

Peter volvió a ponerse de pie. Elysant trató de tranquilizarse y tomó el escudo de Peter entre sus temblorosas manos. Se lo extendió, mirándole a los ojos con miedo reflejado en estos. El rubio intentó calmar sus nervios manteniendo el intercambio mientras se ajustaba las correas del escudo en el brazo. Al menos, volvía a sujetarlo correctamente y no se le caía.

Edmund le dio a Rhindon y después se agachó para coger el yelmo y ofrecérselo a Peter. El rubio negó. No lo quería.

Miraz, al ver el acto del monarca, rechazó de igual forma el suyo y dio varios pasos hasta el centro de la circunferencia, de nuevo. Peter imitó su acción, mas esta vez no hubieron palabras entre medias. Los gritos de ambos bandos se volvieron a hacer presentes en el Prado danzarín, así como el choque de ambas espadas.

El ritmo del duelo era ahora mucho más intenso y ofensivo. No daban tregua alguna.

Miraz golpeó tres veces de seguidas con su escudo a Peter, empujándole hacia una roca y tirándole al suelo. Arremetió contra el Sumo Monarca, mas Peter esquivó con su espada cada una de las estocadas y, con otro ágil movimiento hizo caer a su contrincante.

Ambos en el suelo se levantaron a la misma velocidad. Peter ya no tenía el escudo, por lo que el siguiente golpe de Miraz tuvo que esquivarlo con el brazo ―protegido por la armadura―. El rubio le arrebató la espada al telmarino e impactó la empuñadura de esta en la cara ―desprotegida― de Miraz.

Ahora, Peter únicamente se valía de Rhindon y Miraz de su escudo.

Peter intentó pinchar a Miraz en la axila con su espada, que era justo donde el agujero de la manga de la cota de malla dejaba pasar la punta. Sin embargo esto le salió en su contra y, apresando la espada con su brazo, Miraz logró que Peter soltara a Rhindon.

Miraz arremetió con su escudo contra Peter. El rubio paró el golpe con ambas manos, ejerciendo toda su fuerza en detenerlo. Dio una vuelta alzando el escudo sobre las cabezas de ambos y situó el brazal en la espalda de Miraz, retorciéndole el brazo. Miraz le propinó un codazo en el rostro y luego le lanzó contra una piedra.

Elysant aguantó el aire dentro de sus pulmones. Sintió el cálido brazo protector de Caspian sobre sus hombros pero ni se inmutó. No podía apartar los ojos de Peter.

Miraz tomó su espada del suelo, dispuesto a dar una estocada mortal. El rubio fue lo bastante rápido para retirarse. Esquivó cada una de las punzadas del telmarino con sus brazos y luego le dio un golpe en la misma herida que le había ocasionado un rato atrás. Esto hizo a Miraz caer al suelo.

―¡Un descanso, un descanso! ―pidió, con la voz ahogada.

Peter apretó los dientes, con el puño preparado para atacar de nuevo. Abucheos por parte de los telmarinos empezaron a hacerse oír.

―¡No es momento de ser caballero, Peter! ―le gritó Edmund.

Sin embargo, Peter era demasiado noble para atacar con su contrincante en desventaja. Bajó el brazo lentamente y se dispuso a ir hacia su hermano.

Miraz le lanzó una mirada asesina a Lord Sopespian, que reía sin ocultar su diversión. El usurpador aprovechó aquel despiste del rubio, no obstante, para tomar su espada y levantarse, dispuesto a matar al rubio allí mismo.

―¡Cuidado!

―¡Peter cuidado! ―le alertó Elysant con pavor.

El aludido se dio la vuelta y detuvo el ataque de Miraz. Le quitó la espada y se la clavó en el estómago. El tiempo pareció detenerse.

Peter sacó la espada del cuerpo de Miraz y este cayó de rodillas, doblegado ante el Sumo Monarca. Su pecho subía y bajaba con rapidez.

El rubio se preparó para dar el golpe de gracia.

―¿Qué pasa, chico? ¿No te atreves a quitar una vida? ―cuestionó, con la voz ronca.

Peter apretó la mandíbula y escupió las siguientes palabras con rabia acumulada:

―No me corresponde a mí.

Acto seguido, miró a Caspian. Agarró la espada por el filo y se la tendió. El castaño, con decisión, se acercó a Peter y tomó el arma por la empuñadura. Sus oscuros ojos negros reflejaban odio puro.

Peter cogió a Rhindon, que estaba unos metros más allá, y se alejó en dirección al arco de piedra, situándose entre Elysant y Edmund.

Elysant prestó atención a Caspian, que parecía decidido a terminar con la vida de su tío. No obstante, el hombre miró a su sobrino a los ojos, exactamente iguales a los suyos; dos pozos oscuros que parecían no tener fondo.

―Tal vez estuviera equivocado... ―logró pronunciar Miraz―. Posiblemente sí puedas ser un rey telmarino... después de todo... ―El hombre agachó la cabeza a la espera de la muerte.

La ira burbujeó en el interior de Caspian. Profiriendo un grito, enterró la espada en el musgo que había a sus pies. El claro se mantuvo en silencio.

Miraz alzó la cabeza, sorprendido.

―Uno como tú no ―masculló, con los ojos aguados. Elysant dejó que una sonrisa se dibujara en sus labios, orgullosa del telmarino―. Te perdono la vida, pero les devolveré su reino a los narnianos.

Miró al frente, encontrándose con los ojos de Lord Sopespian. Luego intercambió una mirada rápida con Lord Lewis, quien lucía igual de orgulloso que su hija ante la acción del muchacho.

Los narnianos vitorearon a Caspian. Elysant se acercó al joven y lo abrazó con fuerza.

Lord Sopespian se acercó a Miraz y lo ayudó a ponerse de pie.

―Majestad ―dijo el Lord

―Me ocuparé de ti cuando todo esto acabe ―murmuró entre exhalaciones.

Sopespian sonrió con ironía.

―Ya ha acabado.

Y le clavó una de las flechas de Susan en el costado, matándolo.


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