⠀⠀━ Six: Abducted in the castle
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EVERMORE
CHAPTER SIX
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❝ATRAPADA EN EL CASTILLO❞
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CUANDO ELYSANT ABRIÓ los ojos de nuevo se dio cuenta de que se encontraba en su habitación en el castillo. Maldijo internamente varias veces por la fuerte jaqueca que la dejó inmóvil diez minutos, únicamente mirando al techo de sus aposentos. Cuando por fin se vio capaz de incorporarse, el mismo lugar en el que el general Glozelle le había golpeado con su espada le dio una punzada fugaz de dolor.
Se puso de pie con cuidado y comprobó que habían sustituido sus ropas narnianas ―cortesía de la reina Susan y varias faunas― por un vestido azul oscuro de manga larga y que habían peinado su cabello. ¿Por qué tanta hospitalidad después de haber sido asaltados a las afueras del altozano, sobre todo cuando ella se había situado del lado de los narnianos?
No sabía muy bien si debía de salir del habitáculo o quedarse en él, mas tampoco le dio tiempo a realizar cualquier movimiento antes de que la puerta se abriera, dejando ver a Lord Miraz bajo el umbral. Elysant inspiró hondo.
Miraz cerró la puerta tras de sí con parsimonia y a continuación tomó asiento en una silla de madera situada junto al tocador de su habitación. Elysant no se movió de su lugar.
―Buenos días, Milady ―dijo Miraz―. Espero que vuestro trayecto hasta el castillo haya sido placentero... ―comentó, enarcando una ceja.
―Sin tener en cuenta que el general me golpeó en la cabeza ―murmuró―, sí, ha sido muy agradable ―contestó, sin dejar que la voz le temblase.
―Me alegra escuchar eso, Elysant ―asintió Lord Protector con sorna.
La mencionada frunció el ceño mientras tragaba saliva. Inevitablemente, a Elysant la invadió el terror.
―¿Qué queréis de mí?
―Quiero que mantengas la boca cerrada ―siseó Miraz, borrando cualquier deje de cortesía en la voz―. Prometo no tocar a tu familia si tú no dices nada de todo lo que has hecho. ―Elysant alzó ambas cejas―. ¿Qué creías, niña? ¿Que no sabía que tú, igual que Caspian, estás de parte de esas alimañas rastreras?
Elysant frunció los labios con fuerza. Miraz sabía su punto débil; sus hermanas y sus padres. No podía dejar que les sucediera absolutamente nada. No se lo perdonaría jamás. Por eso mismo, sabía que no le quedaba más remedio que aceptar. Si se negaba, pondría en peligro la vida de sus seres queridos.
Suspiró, rendida.
―Me complace ver que accedéis, Milady ―sonrió Lord Protector, recuperando sus modales. Hubo una largo silencio que el hombre volvió a romper―. Es un placer teneros entre los muros del castillo de nuevo.
Después, Miraz abandonó su sitio. Antes de que este saliera de la habitación, Elysant habló.
―¿Qué pasa si le digo algo a una de mis hermanas? No tendríais medio por el cual enteraros, Milord ―pronunció, desafiando al contrario.
―Oh, no dudéis, Milady, que vuestras hermanas tienen puesta en mí su plena confianza. Vos misma podéis hablar con Typhainne y preguntarle por la conversación que mantuvimos ayer.
Elysant se dio por vencida. No podía huir ni poner al tanto de la verdad a sus padres y hermanas si quería que siguieran respirando. Solo esperaba y anhelaba que Miraz no tratase de interrogarla con el mismo tipo de amenazas, puesto que en ese caso no podría negarse.
Le decepcionó lo rápido que había dejado de luchar. Sintió algo brotar en su interior, una extraña sensación, que clamaba por no rendirse, incluso le pareció escuchar un rugido en medio del lapso en el que sentía estar, con la vista en un punto fijo y Miraz observándola mientras se regodeaba, victorioso.
―Vuestra familia os espera en la Sala Este ―anunció el usurpador, dando por finalizada aquella conferencia y sacando a la castaña de su trance―. Y recordad que os espero a vos en mi coronación mañana al mediodía, Milady.
Algo se encendió dentro de Elysant, quien rápidamente se recompuso y salió de su alcoba. No prestó atención ―al menos, no demasiada― a las últimas palabras de Miraz. Solo le importaba la primera oración. «Vuestra familia os espera en la Sala este».
Los pasos del usurpador se escuchaban cada vez más lejos, pero la joven tomó la dirección contraria para ir en busca de sus padres y hermanas. Las yemas de los dedos le cosquilleaban y sentía la sangre burbujear frenéticamente en sus sienes. Las orejas le palpitaban y parecía que el corazón se le saldría del pecho.
Se iba a reunir con ellos, por fin.
Y todo había dejado de importar. Qué más daba Caspian, los narnianos, los reyes y el destino de Narnia. Solo podía centrarse en que estaba a varios metros de la sangre de su sangre. De las personas que más amaba en el mundo entero. Las lágrimas se acumularon en sus ojos, mas trató de contenerlas.
Empujó con suavidad el portón de madera, más grande que el de la habitación donde dormía, y por un momento dejó hasta de respirar. Porque los cinco estaban ahí.
Todos giraron la cabeza hacia ella, y al momento su madre rompió en llanto mientras se lanzaba a su cuello. Elysant apretó a Auphrey entre sus brazos mientras hundía su cara en los cabellos castaños de la mujer y aspiraba su tan familiar y añorado aroma a rosas. Se mordió el carrillo derecho con fuerza, ahogando un sollozo.
Un instante después, cuatro cuerpos se unieron al abrazo. Elysant no aguantó más y comenzó a llorar. Sentía una felicidad y plenitud inexplicables. Estaba con su familia de nuevo, y no había nada que le causara más dicha que aquella sensación. Porque después de sufrir, habían vuelto a reunirse.
―¡Oh, Elysant! ―exclamó Arabella, besando la mejilla de la nombrada.
Los seis miembros de la familia Rhullitvon se separaron. Lewis se acercó a su hija de nuevo, con varias lágrimas surcando sus mejillas. Elysant no había visto a su padre llorando jamás, y aquello hizo que varios gimoteos escaparan de sus labios sin previo aviso. El hombre abrazó a su hija, de nuevo, fugazmente. Acarició sus mejillas y su cabello con parsimonia.
―No te haces a la idea de lo mucho que te hemos extrañado ―murmuró, mientras le daba una pequeña sonrisa de lado. Elysant hipó varias veces.
Las dos hermanas más mayores se acercaron a ella a la vez. Arabella agarró una de sus manos, mientras que Typhainne sostenía la otra con fuerza. Como si temiera que se fuera a escapar en cualquier momento.
―Estás bien ―susurró Typhainne, con la voz quebrada.
Elysant no dijo nada. No quería ni pensar en todas las patrañas que Miraz debía de haberles metido a todos en la cabeza. Y aunque así era en cierta parte, también se equivocaba.
―Menos mal ―añadió Arabella, profiriendo un suspiro. Ambas estrecharon a la castaña entre sus brazos y a continuación la menor de la familia rodeó el torso de Elysant, abrazándola con todas sus fuerzas.
―Mi pequeña ―susurró Elysant mientras se agachaba. Había extrañado a Mary incluso más que a sus hermanas.
Mary siempre había sido su apoyo incondicional ―desde que la menor tenía uso de razón, claro― y había demostrado ser la mejor compañía, que escuchaba cada cosa que le contabas sin rechistar y después hacía uso de su increíble sentido de la sabiduría. Sin duda, para Elysant, Mary era su consejera por excelencia. Tenía solo doce años ―como la menor de los Pevensie; casualidades― pero a veces sus razonamientos desconcertaban a Elysant enormemente.
Cuando por fin los seis hubieron derramado todas las lágrimas que habían acumulado en aquellos días, a Elysant le invadió una sensación de calma y paz inmensa.
Arabella la puso al tanto de su compromiso con el hijo de Lord Degarre, Señor de los Vados de Beruna, Lord Hobb. La joven había tenido suerte de enamorarse de Hobb en su adolescencia, puesto que un matrimonio concertado no habría sido para nada agradable.
Typhainne, en voz baja, le preguntó por Caspian.
―Está bien, Typhainne ―le respondió Elysant, envolviendo con sus manos la derecha de su hermana en un gesto de consuelo―. No te preocupes.
Mary, sin embargo, sospechaba que algo pasaba. Conocía demasiado bien a su hermana ―como todos, en realidad―, y sabía que algo le había ocurrido durante aquella semana junto a los narnianos. Por eso mismo, cuando el cielo oscureció y Elysant, que había sustituido el hermoso vestido por un camisón blanco, se cepillaba el pelo frente al espejo de sus aposentos, Mary tocó varias veces la puerta, la abrió y luego la cerró una vez estaba dentro.
―Buenas noches, Ely ―dijo la niña, con voz dulce. Entrelazó las manos en el regazo y comenzó a mirar con nerviosismo a todas partes y ninguna en concreto.
―¿Pasa algo? ―inquirió la mayor, frunciendo el ceño. Dejó el cepillo sobre el tocador y clavó los ojos en su hermana―. ¿Alguien te ha hecho algo? ―añadió, con preocupación.
Mary negó varias veces. Se sentó en la cama con dosel de Elysant y llevó la vista al techo.
―No... no es nada de eso ―murmuró―. Es que... creo que te ha pasado algo ―aseveró, apretando los labios―; quiero decir, psicológicamente. Algo ha cambiado.
Elysant no dijo nada. Por supuesto, habían sucedido muchas cosas. Tal vez demasiadas. Había descubierto la verdad, había conocido a personas nuevas y su opinión ahora era otra totalmente distinta.
―No te secuestraron los narnianos ―declaró entonces, con total convicción, la menor. Elysant giró la cabeza con rapidez hasta observar con detenimiento a su hermana, quien continuaba mirando al techo―. Te fuiste tú.
Elysant se mordisqueó el carrillo. ¿Cómo lo había sabido? ¿Es que acaso había sido muy obvio darse cuenta?, ¿o quizás alguien se fue de la lengua y el rumor se extendió por todo el castillo?
―¿Qué? ―balbuceó. Tomó lugar al lado de Mary, un poco incómoda. La niña enarcó una ceja―. Yo... ―Elysant jugueteó con el bordado de su camisón y suspiró.
»Quería encontrar a Caspian, nadie quería incluirme en el plan ni informarme de los avances. Y me escapé ―confesó, ignorando todo lo que había acordado con Miraz.
Su hermana no dijo nada. Elysant pensó en que Mary estaría decepcionada de ella, de lo que había hecho, pero no se arrepentía de nada. Estaba luchando por lo que ella creía justo, ¿verdad? Y no hay nada más noble que eso. Y, si por el camino tenía que sacrificar ciertas cosas, no le importaba. Podría tomar el riesgo. Caspian era su rey, y ella le sería fiel a su rey. Siempre.
Sin que se lo esperase, Mary envolvió a Elysant en un abrazo. La mayor tardó unos segundos en procesarlo todo, pero, después, imitó la acción de su hermana.
―¿No estás enfadada, o decepcionada? ―cuestionó la de ojos claros, aún sin separarse de ella.
―No. ―Mary miró a Elysant a los ojos―. SI yo hubiera podido, también habría ido en busca de Caspian. Quiero decir, no sabías si estaba bien o si los narnianos le habían hecho algo ―argumentó―. Aunque ahora todo el pueblo sepa que está de su lado... ―añadió, bajando la voz hasta convertirse en un susurro.
―Y yo también ―reconoció Elysant.
―Ya. Los cinco lo sabíamos.
Elysant abrió los ojos desmesuradamente.
―¿Cómo? ¿Es que acaso os lo ha dicho Miraz?
―No, Ely. Somos tu familia. Te conocemos ―dijo la niña con obviedad. Elysant empezó a sentirse mal―. Typhainne ha sido la que más ha tardado en aceptarlo. Dice que le parece increíble que tú y Caspian hayáis abandonado al pueblo telmarino así porque sí. Aunque creo que ya empieza a entenderlo.
Elysant suspiró. No quería ni imaginarse cómo tenía que encontrarse Typhainne; destrozada, seguramente. Que su hermana estuviera sufriendo le pesaba más que nada en el mundo. Mas no podía hacer mucho.
―Tengo mis razones, ¿sabes? ―musitó Elysant. Mary la miró, insistiéndole para que continuara―. Caspian huyó porque ―disminuyó considerablemente el tono de voz― Miraz quería matarle. Estuvo a punto de hacerlo, Mary. Quiere el trono. Él mandó asesinar a Caspian IX.
Mary frunció el ceño. No se esperaba aquella confesión. Un dilema se había hecho paso en su cabeza, y aunque sabía que Elysant no mentía ―si no, no le habría contado aquello― también existía el problema de que le debía lealtad al rey. Y a Miraz le iban a coronar al día siguiente. ¿Lo sabría Elysant?
―Mañana es la coronación ―soltó, abruptamente―. La de Miraz, Elysant. Mañana.
―¿Qué?
Elysant recordó entonces las últimas palabras de Miraz: «Y recordad que os espero a vos en mi coronación mañana al mediodía, Milady». Quiso golpearse mil veces. Aquello no podía ser cierto. La corona era de Caspian, no de Lord Protector.
―Tengo que hacer algo para detenerlo.
―No puedes, hija.
La voz de Lewis la sobresaltó. Acababa de abrir la puerta, y detrás de él venían sus hermanas y su madre. Elysant palideció repentinamente y se puso de pie.
―Padre ―dijo.
Arabella cerró la puerta detrás de ella. Los cuatro traían sus ropas de dormir, mas ninguno parecía tener sueño. Lord Lewis se acercó a su hija y posó una mano sobre su hombro. Le regaló una mirada cálida acompañada de una pequeña sonrisa.
―Hemos escuchado todo, Elysant ―comenzó.
―Deberías de hablar más bajo ―la riñó Arabella, aunque sonriendo de medio lado.
―Estarás decepcionado ―murmuró la nombrada mientras agachaba la cabeza.
―No, hija ―negó Auphrey.
Typhainne agarraba a Arabella de la mano con fuerza. Intentaba contener las lágrimas.
―No me esperaba esto de ti ―admitió Lewis―, pero has demostrado ser digna de tu apellido. La casa Rhullitvon siempre lucha por lo que cree que es correcto, y tú no has dudado en hacerlo incluso si eso suponía dejar atrás muchas cosas. Has sido muy valiente, Elysant.
La nombrada alzó la cabeza hasta mirar a su padre a los ojos. ¿Valiente? ¿Ella? Ella no era valiente. No se consideraba valiente, para nada. Podía ser inteligente, leal, noble, pero, ¿valiente? La reina Lucy sí que era valiente. No por nada tenía aquel título. Pero Elysant no lo era, o eso creía ella.
―No soy valiente ―contestó.
―Sí que lo eres, hija. Y no dejes que nadie te diga lo contrario ―aseveró Auphrey.
Typhainne, que no había dicho nada, dio un paso adelante.
―Ely, ha sido muy difícil para mí. Darme cuenta de la realidad. De que tú y Caspian estáis haciendo las cosas bien ―bisbiseó. Una lágrima se deslizó silenciosamente por su mejilla, y a Elysant se le rompió el corazón―. Pero estoy orgullosa de ser tu hermana.
Elysant se vio envuelta por varios pares de brazos. Unas ganas de llorar inmensas inundaron cada fibra de su ser. ¿Qué sería de ella sin su familia? Nada. No sería nada. Elysant se sentía muy afortunada de tenerlos a su lado pasara lo que pasara.
―Elysant ―habló su padre―, no puedo darle la espalda a Lord Miraz ahora, tendré que ofrecer a mis tropas. No me queda otra.
―Lo sé ―respondió―. No me perdonaría que algo os ocurriese solo por apoyarme a mí. No importa en lo absoluto.
Aquella noche, aun con la coronación de Miraz cerniéndose sobre su cabeza, durmió plácidamente. Feliz. Y soñó con árboles que caminaban y con un león.
Las tres damas de compañía de Elysant irrumpieron en sus aposentos a las diez de la mañana. La despertaron y después llevaron al aseo para que tomara un baño en agua de rosas. La peinaron el castaño cabello en un bonito peinado recogido con una tiara de florecillas blancas. Sus orejas estaban adornadas por unos pendientes bastante sencillos y habían aplicado un delineado sutil en sus párpados. Colorearon sus mejillas para darle más vivacidad a su rostro y le pintaron los labios de un color bastante discreto sin desentonar con el resto de su cara.
Como vestido, los costureros reales habían confeccionado uno de color azul con bordes dorados que caía recto desde la cintura, de mangas anchas y hecho con una tela suave y ligera. Elysant estaba muy guapa.
Cuando se reunió con su familia, comprobó que los seis llevaban la misma gama de colores en sus vestimentas. Estaba muy nerviosa. No quería estar allí, pero no le quedaba más remedio.
Entraron a la Sala del Trono y se posicionaron en el lado derecho, en la primera fila. Lewis se acercó hacia los demás Lores y se situó al lado de Lord Sopespian en el tercer escalón de los cinco que tenía la tarima en la que se encontraba el trono. El maestro de ceremonias, ataviado de blanco, esperaba con la corona sobre una almohada roja y dorada. Elysant apreció la belleza de la corona, tan llamativa como las ropas de Miraz.
El futuro rey entró por el portón, que estaba abierto de par en par. Según avanzaba por el pasillo que habían hecho los allí presentes, los Lores alzaban la voz.
―¡Beruna ofrece sus tropas!
―¡Galmath ofrece sus tropas!
―¡Tashbaan ofrece sus tropas!
―¡Ettinsmoor ofrece sus tropas!
―¡Rhullitvon ofrece sus tropas!
A Elysant le recorrió un escalofrío mientras observaba a su padre proclamar aquello. Todos los hombres de la guardia del ducado de Rhulitvon quedaban a la disposición de Miraz.
Las familias de los Lores se mantenían cerca de sus esposos y padres, mas todos los ojos estaban puestos en Miraz. Elysant ni siquiera fue capaz de escuchar lo que el maestro de ceremonias decía y lo que Miraz prometía hacer.
Miraz se arrodilló en el primer escalón y agachó la cabeza. El hombre de blanco tomó la corona y la colocó sobre su cabeza. Este se retiró, y el ahora rey subió hasta el trono y se sentó en este. Miraz observó a Elysant, dándole una mirada amenazante. Luego llevó la vista al frente y se sentó en el trono.
Todos los presentes se inclinaron ante él en señal de respeto, incluso si aquello era lo que menos sentía Elysant por él. En el patio del castillo se escuchaban los gritos de los pueblerinos que clamaban por su rey.
―¡Larga vida al rey! ―oía Elysant.
Se celebró un banquete en el que los Lores junto a sus familias estuvieron presentes. Elysant aguantó junto a sus hermanas como buenamente le fue posible, mas cada vez se sentía más privada de aire en aquella gran sala. Un nudo se le había formado en la boca del estómago y fue incapaz de probar el segundo plato o el postre. Auphrey, dándose cuenta de la desazón de su hija, le dijo:
―Si necesitas irte, yo misma te disculparé con los Lores y con Su Majestad.
Elysant asintió. Dejó un beso en la mejilla de su madre y, poniendo su mejor cara de malestar, se acercó a la puerta. Por el camino, la interceptó Lord Sopespian.
―¡Lady Elysant! ―exclamó este, acercándose a ella. Tomó una de sus manos y depositó un beso protocolario en el dorso de esta―. ¿Os marcháis tan pronto? La ceremonia apenas ha empezado ―apostilló.
―Sí, Milord, no me encuentro muy bien ―respondió―. Creo que algo de la comida me ha sentado mal.
―O quizás fueron esas alimañas ―añadió Sopespian. Una sonrisa malévola se dibujó en su rostro, pero Elysant fue capaz de ignorarlo―. De cualquier forma, es una lástima. Espero que os recupereis, Milady.
Elysant elevó ligeramente las comisuras de sus labios sin perder el gesto.
―Gracias, Lord Sopespian.
El hombre la dejó marchar. Elysant suspiró y salió del salón sin llamar mucho la atención, a un paso moderado. Quería llegar a su habitación y meterse debajo de las sábanas para no salir jamás. O, al menos, esperar a que Caspian, o Peter, o algún narniano, la sacara del castillo.
Lo que no esperaba Elysant era tener a cuatro guardias delante de la puerta de su alcoba esperándola a ella. Y ni siquiera le dio tiempo a pensar cuando ya tenían a los hombres encima. Su cabeza formuló la frase «Otra vez no» y unos instantes después todo se volvió negro para ella.
Los guardias llevaron a Elysant al calabozo por uno de los pasillos menos concurridos, que en aquel momento estaba vigilado por soldados de Miraz para que nadie les viera mientras trasladaban a la joven.
Dejaron a Elysant en una celda y salieron de allí. Unas horas más tarde, cuando la ceremonia de la coronación hubo llegado a su fin, Miraz, acompañado por Lord Sopespian y el general Glozelle, fueron hasta las mazmorras. Elysant empezaba a despertarse después del golpe que uno de los hombres le había dado ―por segunda vez en tres días―.
Elysant se dio cuenta de dónde estaba y qué había pasado. ¿Habría sido mejor idea quedarse junto a sus hermanas? Supuso que no, y que aquello iba a ocurrir de una forma u otra.
Apoyó la espalda en la pared de piedra, dobló las rodillas y las pegó al pecho. Escuchó pasos de alguien que se aproximaba y pronto el lúgubre lugar se iluminó gracias a la titilante luz de varias antorchas. Cerró los ojos con fuerza, sintiéndose muy pequeña de pronto. Alguien abrió su celda y la sacó casi a la fuerza de esta.
Elysant abrió los ojos de nuevo. Ante ella tenía al rey de Narnia.
―Mi querida Elysant ―murmuró con voz trémula Miraz. La mencionada no contestó―. No os habéis comportado como una dama de vuestra clase debería, Milady ―dijo, riendo.
No obstante, quitó cualquier rastro de sonrisa para darle una bofetada con fuerza. Elysant no se quejó, mas sintió cómo comenzaba a brotar un hilillo de sangre de su mejilla derecha. Miraz llevaba anillos en la mano, varios, por lo que estos provocaron que le infligiera más daño.
―¿Por qué hacéis esto? ¿Qué ganáis con matarme a mí? ―preguntó Elysant, mirándole a los ojos.
―Gano poder, mi querida Elysant ―contestó a la primera de sus cuestiones―. ¿Pero quién te ha dicho que quiera matarte? Así no me servirías de nada, querida.
Elysant sopesó sus palabras durante unos segundos.
―Caspian vendrá a rescatarme.
―Esa es la intención, querida ―aclaró Miraz riendo.
Elysant entendió que ella era el señuelo. Y si venían a por ella, estarían esperándolos para matarlos. A todos.
Miraz golpeó ―otra vez― a Elysant, causándole una nueva hemorragia en el labio. El sabor metálico de la sangre se extendió por su boca pero, de nuevo, no se quejó. Levantó la cabeza y le observó irse sin mostrar ningún signo de debilidad. Cuando supo que estaba sola, volvió a la esquina y se permitió llorar.
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