PROLOGUE ━ The lost prince

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EVERMORE
PROLOGUE

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❝THE LOST PRINCE❞

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TRAS EL NACIMIENTO del hijo de Lord Protector, Lord Lewis de Rhullitvon, duque de Narnia, como todos sus antepasados lo habían sido, había notado cómo las cosas se salían de su cauce. El príncipe Caspian había desaparecido misteriosamente, Miraz había mandado patrullas de busca por todos los alrededores ―incluso les había pedido que se internaran en los bosques― y había prohibido a su mujer y a sus hijas salir de los muros del castillo sin motivo alguno.

La asamblea estaba más tensa que de costumbre mientras esperaban a que Lord Miraz llegase. Varias de las sillas de madera con grabados estaban vacías desde hacía años ―desde el fallecimiento de Caspian IX, padre del príncipe―, y eso era un hecho que había preocupado a los Lores del consejo. Muertes misteriosas y que habían hecho sospechar a más de un miembro. Sin embargo, ese sentimiento acusatorio no era digno de alguien de la casa Rhullitvon, que había servido fielmente a los reyes telmarinos, con el título de duques, desde que habían llegado a tierras de Narnia hacía mil años.

―Avisé a este consejo cuando decidió confiar en Lord Miraz ―decía Lord Sopespian, en pie desde su asiento, mirando a cada uno de los allí presentes― de que traería consecuencias.

―No podemos acusar a Lord Protector. Estoy seguro de que hay una explicación relacionada con esto, señores ―trató de razonar Lewis de Rhullitvon.

―¿Cuánto tiempo más vamos a escudarnos en eso? ¿Hasta que estos asientos estén vacíos? ―replicó otro de los Lores, Scythley.

Sin embargo, nadie pudo contestar a aquella pregunta puesto que las puertas se abrieron de par en par de golpe. Miraz entró por ellas con paso apresurado, y fue a sentarse a su lugar correspondiente, frente a Lewis, ambos en las sillas más próximas a la que le pertenecería al rey.

―Miembros del consejo, pido disculpas por el retraso, no sabía que teníamos sesión.

―Estaría muy ocupado, seguramente ―repuso Sopesian, apoyando el codo sobre el reposabrazos de su silla.

―Milord ―Miraz agachó la cabeza en señal de saludo.

―Desde la muerte de Caspian IX, os habéis comportado como un rey ―protestó Lord Scythley―, y ahora, aun estando en su aposento, el príncipe Caspian ha desaparecido. ―Según avanzaba el monólogo, alzó la voz hasta casi el grito. Miraz tornó su rostro en un gesto mucho más sombrío.

―Reciba mis condolencias ―habló entonces Sopespian, con un deje casi burlón―, Lord Miraz, por haber perdido a vuestro sobrino, el heredero legítimo del trono, la misma noche que vuestra esposa os bendice con un hijo.

―Gracias, Lord Sopespian, la compasión que mostráis es muy de agradecer ―aceptó Miraz, como si no se hubiera dado cuenta de la insinuación del Lord.

―Confío en que nos diréis cómo ha ocurrido esta tragedia.

En ese mismo momento, el general Glozelle abrió con lentitud la puerta y la cerró tras de sí. Con un asentimiento del hombre, Lord Protector se levantó y se desplazó hasta el centro de la sala, aunque sin dejar de moverse.

―Eso es lo más preocupante de todo esto. Nuestro querido Caspian ha sido raptado.

Nada más decir aquello, los murmullos en la sala no se hicieron esperar. Lord Lewis se reprendió a sí mismo con sumo pesar por no haber sido capaz de vigilar mejor durante su ronda de guardia hacía varias noches.

―Por narnianos.

No obstante, al pronunciar aquellas palabras, todos los Lores que menos confiaban en Miraz comenzaron a alzar el tono de voz más y más, protestando. Lord Lewis solo pudo pensar que el hermano del rey había perdido la cabeza por completo. ¿Narnianos? Eso era un auténtica locura, solo eran personajes de cuentos.

―Has ido demasiado lejos, Miraz ―negó Lord Scythley, perdiendo los estribos―. ¿Esperáis que creamos que los culpables son unos personajes de fábula? ―bramó.

―Calma, señores, calma ―pidió el duque de Narnia, tratando de relajar los ánimos. Sonaba como un auténtico disparate, pero Miraz nunca habría dicho algo semejante si no fuera cierto.

―Gracias, Lord Lewis ―asintió Lord Protector.

Miraz le hizo un gesto al general, quien abrió la puerta y dos soldados empujaron hasta el interior a una figura de un metro escaso. A Lewis se le paró el corazón durante unos segundos, todos en el consejo se levantaron de sus asientos como si un enano fuera lo peor que habían visto en sus vidas ―ya que en parte así era―, y las exclamaciones no tardaron en llegar.

―Dios santo ―murmuró Lewis mientras miraba a la criatura.

―Durante años, hemos olvidado que Narnia fue una tierra de salvajes. Hemos olvidado que nuestros antepasados derramaron su sangre para limpiar nuestras tierras de estas alimañas ―comenzó Miraz―. Y mientras nosotros nos peleábamos ―miró a Lord Sopespian durante unos segundos― y creíamos que las bestias y seres extraños estaban extintos, ¡se han ido reproduciendo como cucarachas! Nos vigilan... ¡esperando atacar! ―Miraz le dio una cachetada al enano, que le bajó la mordaza que llevaba en la boca.

―Y todavía os preguntáis por qué no nos caéis bien ―masculló el enano.

―Pues yo seré el que ataque primero ―siseó Lord Miraz, mirando fijamente al enano y después a los Lores―. Pienso talar todos los árboles del bosque. Os aseguro que encontraré al príncipe Caspian y acabaré lo que iniciaron nuestros antepasados.

Lord Lewis abandonó el consejo muy preocupado. Los narnianos habían estado escondidos desde siempre, incluso conviviendo con ellos, ¡y nunca se habían dado cuenta! Ya entendía muchas cosas, como que Lord Protector no dejara salir del castillo a su mujer y sus hijas. Debía de contarles lo que había sucedido durante la asamblea cuanto antes, pues tendrían que estar preparados para cualquier acontecimiento que pudiera ocurrir.

Llegó a la sala común del ala que les correspondía con las pulsaciones a mil por hora. Abrió la puerta súbitamente, lo cual causó sobresalto en las cinco mujeres.

―¡Lewis! ―exclamó Lady Auphrey, su esposa, dejando a un lado las telas en las que cosía―. ¿Qué sucede?

Las cuatro hijas del matrimonio miraron a su progenitor igualmente alarmadas.

―¿Qué ha ocurrido, padre? ―cuestionó Typhainne, la segunda.

―Ten paciencia, Typhainne ―la reprendió Arabella, la mayor.

Las dos hermanas restantes, Elysant y Mary, simplemente observaban con cautela. Elysant llevaba días preocupada por la repentina desaparición de Caspian, una de las pocas personas fuera de su familia a las que consideraba como tal. El haber crecido junto a él había hecho que ambos fueran como hermanos, y sospechaba que su padre traía noticias sobre él.

―Es sobre... el príncipe. ―Tras escuchar aquellas palabras, la joven separó la espalda del respaldo y se inclinó hacia delante. Lewis relató todo lo que había sucedido durante la asamble con inquietud, y cuando terminó todas quedaron tan conmocionadas como los Lores en su momento.

―¿Entonces las criaturas de las fábulas que nos contaba mi aya eran reales? ―fue lo primero que preguntó Elysant, frunciendo el ceño.

―Eso parece, querida hija, eso parece. ―Lewis se desplomó al lado de su mujer, con el ánimo muy bajo. Parecía, incluso, que la temperatura del lugar había descendido.

―Tenemos que hacer cuanto podamos por salvar a Caspian ―manifestó la tercera hija, mirando por la ventana y con alguna que otra lágrima acumulándose en sus ojos.

―La guardia de Lord Protector le encontrará, Elysant ―dijo su madre, más pálida que la tela que reposaba en su regazo.

Los seis miembros de la casa Rhullitvon no dijeron nada más. No tenían palabras para expresar sus sentimientos, simplemente. Caspian era uno más de la familia, y su secuestro tan solo les había provocado una desazón en el pecho. Sin embargo, había algo que Elysant tenía claro; aquella tarea de rescate no sería únicamente de los hombres de Miraz.


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