⠀⠀━ Nine: A distraction
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EVERMORE
CHAPTER NINE
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❝UNA DISTRACCIÓN❞
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PETER Y ELYSANT siguieron a Edmund por las galerías hasta llegar a unas escaleras con bastante pendiente que llevaban al segundo piso del altozano. Les guió, encabezando la marcha, por los corredores de piedra, iluminados por antorchas dispuestas en las paredes cada tres metros. Llegaron a una abertura en la pared que daba al exterior y que dejaba ver la parte delantera del montículo. Allí estaban Caspian, Susan y Lucy junto a algunos narnianos. A Elysant se cerró la boca del estómago al ver el panorama.
Miles de telmarinos se abrían paso entre los árboles, empujado catapultas, liderados por los gobernantes de cada una de las tropas que habían quedado a disposición de Miraz después de su coronación, entre los cuales se encontraba el propio usurpador, Lord Sopespian, el general Glozelle o Lord Lewis, padre de Elysant.
La imagen era sobrecogedora.
La joven telmarina contrajo su rostro en una mueca de disgusto. Les sobrepasaban en número, quedaba a la vista. Todos los soldados que se veían en el claro solo eran una pequeña parte de los que en realidad eran. Miraz les dirigió una mirada desafiante desde su posición. El rey saboreaba la victoria, estaba seguro de que con un ejército tan numeroso como el que él poseía no tendría que mover un dedo para hacer polvo a aquellas bestias.
Peter y Caspian se miraron mutuamente durante unos segundos. Los Reyes de Antaño y el príncipe heredero sabían que tenían que actuar, se quedaban sin tiempo. Los telmarinos no tardarían en atacar y, entonces, estarían muertos.
Elysant localizó los azules y brillantes ojos de su padre, que la buscaban a ella. La castaña sabía que él no quería estar ahí, mas no le quedaba otro remedio si quería mantener a su familia a salvo.
Caspian entrelazó su mano con la de Elysant intentando ofrecerle apoyo. La chica le agradeció silenciosamente con un apretón y volvió a prestar atención al hombre que lideraba el batallón enemigo. Miraz la observaba a ella en ese mismo instante. Elysant no se dejó amedrentar y mantuvo el intercambio de miradas hasta que el usurpador posó sus ojos en el Sumo Monarca. Peter apretó la mandíbula antes de desaparecer de nuevo en el interior del altozano.
Peter había hablado con Susan y Lucy. Se había disculpado con ambas. No había hecho las cosas bien, y ya iba siendo hora de que enmendara sus errores. La menor le había perdonado al instante ―por no creerla ni hacerla caso cuando hablaba de Aslan― y la mayor había sido un poco más reticente. No olvidaba que su hermano había perdido a la mitad de su gente. Sin embargo, entendía que él simplemente había querido gestionarlo todo como mejor supo, a pesar de que no fuera la forma correcta. No podía culparle por todo ya que suficiente cargaba en sus espaldas como para añadir algo nuevo.
El rubio buscaba a Elysant, que parecía no estar en ningún lado. Estaba atardeciendo, incluso. Necesitaba hablar con ella antes de convocar la reunión en la que planear una distracción para los telmarinos.
La telmarina estaba en la armería, aunque se mantenía quieta en un rincón, mirando a un punto fijo. Peter se acercó a ella.
―Elysant ―la llamó. La aludida no contestó, demasiado sumida en sus pensamientos―. Elysant ―repitió, un poco más alto. Entonces miró a Peter.
El rubio se sentó al lado de la castaña y la agarró de la mano.
―En unos minutos habrá una reunión ―le informó. Elysant asintió.
Peter sabía que le ocurría algo. Posó su mano libre en la barbilla de la chica y le obligó a mirarle a los ojos.
―Te pasa algo ―aseveró, sin quitar la mano de su mentón.
―Sí ―respondió. El Sumo Monarca frunció el ceño.
Elysant suspiró profundamente antes de decir nada. Quería sopesar sus palabras antes de pronunciarlas.
―¿Sabes qué pasa, Peter? ―volvió a hablar, unos segundos más tarde―. Que estás demasiado ocupado intentando demostrarte a ti mismo que eres mejor rey que Caspian, y se te ha olvidado que tu pueblo sufre y que hay una guerra que amenaza con extinguirlos a todos sin piedad.
Peter se mordió la lengua. Tenía razón. Con pedirle perdón con sus hermanas no era suficiente. Caspian se merecía una disculpa tanto como ellas. Había actuado como un crío, en lugar de como lo que era, un rey.
―Lo sé ―contestó. La voz le tembló un poco.
Retiró sus manos del cuerpo de la joven y las entrelazó en su regazo.
―Es demasiado, Peter. Demasiado para ti solo. No puedes culparte por todo ―murmuró―. Todos tenemos parte de la culpa. Yo también. Si yo no hubiera aparecido-
―Esa gente habría muerto incluso antes y en mayor número ―negó Peter, no prestándole demasiada atención a sus primeras palabras―. Tengo que disculparme con Caspian.
El rubio se levantó, decidido a buscar al príncipe. Elysant hizo lo mismo y antes de que se fuera le retuvo por el brazo.
―Peter.
El chico se dio la vuelta. Elysant le sonrió a medias y se acercó a él. Le abrazó con fuerza, aunque por unos segundos, y después le miró.
―Recuerda que nunca estarás solo.
Peter sintió aquellas palabras como algo que diría el mismísimo Aslan, pero dejó una caricia en la mejilla de la joven y salió de allí.
Cuando cayó la noche, los cuatro reyes, Caspian, Elysant, los Tres Osos Barrigudos, Trumpkin, Buscatrufas, Reepicheep y Borrasca de las Cañadas se reunieron en una sala del altozano. Todos prestaban suma atención a las palabras de Peter, que había descrito un plan con el que ganar tiempo.
―Adoquines y timbales ―dijo Trumpkin, consternado―. ¿Así que ese es vuestro plan? ¿Enviar a una niña a lo más recóndito del bosque sola?
Elysant tenía que admitir que enviar a Lucy al bosque en busca de Aslan era una locura. No obstante, situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas, y aquella era una de ellas
―Es la única solución ―se excusó Peter. Él sabía que su hermana era lo suficientemente valiente como aventurarse en el bosque, no por nada Aslan le había otorgado aquel título.
―Y no va a ir sola ―añadió Susan, haciéndose notar.
El enano miró brevemente a la Benévola antes de acercarse a Lucy.
―¿No te parece que ya ha habido suficientes muertes? ―preguntó retóricamente, con una mueca de preocupación en el rostro.
El tejón se irguió en sus patas traseras y abandonó su lugar al lado del Justo para hablar directamente hacia Trumpkin.
―Nikabrik también era mi amigo ―comenzó Buscatrufas―, pero perdió la esperanza. La reina Lucy no, y yo, tampoco. ―Lucy sonrió.
―Por Aslan ―dijo Reepicheep. Desenvainó su espada, la alzó en el aire y, con solemnidad, la cruzó sobre su peludo pecho.
―Por Aslan ―repitió uno de los tres Osos Barrigudos.
El enano pelirrojo, que seguía sin creer en el Gran León, negó varias veces.
―Iré con vosotras.
―No, te necesitan aquí ―contestó la reina.
Elysant se removió con inquietud al lado de Caspian. Una idea fugaz había cruzado por su mente, mas esta le parecía la peor idea del mundo. Era demasiado arriesgada.
―Hay que resistir hasta que Lucy y Susan vuelvan ―se impuso Peter.
Elysant y Caspian se levantaron entonces.
―Peter ―la joven llamó al Sumo Monarca. Él se giró para mirar a ambos telmarinos.
―Miraz puede ser un tirano y un asesino, pero ―dijo Caspian―, como rey, debe cumplir con las tradiciones y expectativas de su pueblo. Hay una tradición en particular que puede darnos más tiempo.
―Un duelo cuerpo a cuerpo ―finalizó Elysant, frunciendo el ceño.
Sí, era muy peligrosa, pero Peter pareció no pensar en ello. Era una buena idea.
―¿Crees que acepte? ―cuestionó.
―Tengo mis dudas ―repuso Caspian.
―Sí, pero si con eso conseguimos ganar tiempo... ―musitó la castaña.
No quería que Miraz aceptase. Mas si pasaban parte de la mañana enviando heraldos de un lado a otro lograrían retrasar el ataque.
―Doctor Cornelius ―Peter miró al anciano―, ¿tiene pluma y tinta?
―Un buen hombre de letras nunca anda por ahí sin ellas, Majestad ―respondió el hombre.
―Entonces empezaré a dictar.
Tras mucho insistir, Elysant había convencido a Peter de dejarla ir junto a Edmund y el gigante a enviar la misiva que el rubio había redactado. Peter había alegado que no podía presentarse allí si su padre se encontraba entre los Lores de Miraz, mas la castaña había negado cada una de sus palabras.
Por eso mismo, el rey Edmund, el gran gigante ―que era poco listo pero muy imponente― y Elysant cruzaban el Prado Danzarín en dirección al campamento de los telmarinos, alzando una rama de olivo. Los tres iban ataviados con trajes de batalla, con el escudo de Narnia en el pecho. La telmarina había preferido vestirse con unos pantalones en lugar de usar un vestido como el de Susan, con una cota de malla debajo de las ropas narnianas. Edmund y Elysant portaban en su cinturón dos espadas forjadas por los enanos ―así como también la malla―, que eran mucho mejores de lo que podrían llegar a serlo nunca unas armas o armaduras de los telmarinos.
―Venimos en son de paz ―proclamó Edmund cuando el general Glozelle los interceptó por el camino―. Solicito, en nombre del Sumo Monarca, un parlamento con vuestro rey.
Glozelle analizó a los tres, deteniéndose en Elysant. Esta no se amedrentó y le devolvió una mirada desafiante.
―Él se queda aquí ―dijo, señalando al gigante.
Edmund le miró, interrogante.
―Es demasiado... grande ―añadió. El Justo asintió entonces.
Glozelle los guió hasta la carpa en la que Miraz aguardaba a su llegada, de la cual ya había sido informado. Edmund desenrolló el pergamino y comenzó a leer, con voz autoritaria y sin temblar en ningún momento. No sería aquella la primera vez Edmund hacía algo así, supuso Elysant.
―«Yo, Peter, por el don de Aslan, por elección, por prescripción y por conquista, Sumo Monarca sobre todos los reyes de Narnia, Emperador de las Islas Solitarias y Señor de Cair Paravel, Caballero de la muy Noble Orden del León, a Miraz, hijo de Caspian VIII, en un tiempo Lord Protector de Narnia y que ahora se llama a sí mismo rey de Narnia, saludos.
Para impedir el derramamiento de sangre, y para el soslayamiento de todos los demás inconvenientes que puedan surgir de las guerras que tienen lugar en nuestro reino de Narnia, tenemos el placer de aventurar nuestra real persona en nombre de nuestro leal y querido Caspian en limpio combate para demostrar sobre el cuerpo de Su Señoría que dicho Caspian es rey legítimo de Narnia tanto por nuestro obsequio como por las leyes de los telmarinos, y que Su Señoría es culpable doblemente de traición tanto por denegar el dominio de Narnia a dicho Caspian como por el muy abominable, sanguinario, y antinatural asesinato de vuestro bondadoso señor y hermano el llamado rey Caspian IX. Por lo cual muy gustosamente provocamos, desafiamos y retamos a Su Señoría a dicho combate y monomaquia, y enviamos esta misiva de la mano de nuestro muy amado y real hermano Edmund, antiguo monarca bajo nuestro reinado en Narnia, Duque del Erial del Farol y Conde del Linde Occidental, caballero de la Noble Orden de la Mesa, a quien hemos otorgado completos poderes para fijar con Su Señoría todas las condiciones del susodicho combate. Fechado en nuestros aposentos del Altozano de Aslan este día duodécimo del mes de la Bóveda Verde del primer año de Caspian X de Narnia.» ―recitó. Elysant se quedó casi sin habla, incluso si ya había escuchado a Peter dictarle al doctor Cornelius el mismo texto unas horas atrás.
Miraz puso los codos sobre la mesa de madera y miró a Elysant y a Lewis ―que se mantenía impasible mirando al joven rey― por unos segundos. Luego, clavó sus ojos marrones en Edmund.
―Dime, príncipe Edmund- ―comenzó, mas el mencionado le interrumpió
―Rey ―discordó el castaño.
―¿Perdóname? ―Miraz parpadeó varias veces sin salir de su asombro.
―Es rey ―hizo énfasis en esta palabra― Edmund, en realidad. Solo rey. Peter es el Sumo Monarca. Lo sé, es confuso.
Elysant estuvo a punto de soltar una risa, aunque se contuvo. Aún así, una pequeña sonrisa tironeó de las comisuras de sus labios.
Miraz pareció enfurecerse ante la contestación del menor. El ambiente era bastante tenso y a Elysant le ponía nerviosa el tener a su padre a unos metros de ella. tan cerca pero a la vez tan lejos.
―¿Por qué vamos a aceptar tal propuesta cuando nuestros hombres pueden venceros sin esfuerzo? ―interpeló el usurpador, mirando de soslayo hacia atrás. Telmarinos iban y venían de un lado a otro.
―¿No nos habéis subestimado ya lo suficiente? Os recuerdo que hace unas semanas, los narnianos ni siquiera existían. ―Edmund tenía un don, Elysant estaba segura de eso.
―Y van a dejar de existir ―siseó Miraz.
―Entonces, ¿a qué le teméis? ―cuestionó Edmund, alzando una ceja.
Miraz se echó a reír.
―No es una cuestión de valor ―negó, con voz potente.
―¿Os negáis a batiros en duelo con alguien a quien dobláis en edad? ―le provocó Edmund con una sonrisilla socarrona.
―Yo no he dicho que me niegue ―bisbiseó, echándose hacia delante en su silla.
―Estaremos de vuestro lado, Majestad, decidáis lo que decidáis ―dijo entonces Lewis. Le dirigió una rápida mirada de su disculpa a su hija.
Miraz sonrió brevemente con malicia en dirección a Elysant, aunque esta le ignoró.
―Señor, la enorme ventaja militar es la excusa perfecta para evitar- ―apostilló Sopespian, aunque fue interrumpido por el usurpador.
Elysant arqueó una ceja. Lord Sopespian tramaba algo. Quería que Miraz aceptase batirse en duelo con Peter por alguna razón que le era desconocida. Quizá, después de todo, no le fuera tan leal como aparentaba.
―¡Yo no estoy evitando nada! ―bramó, levantándose de su silla y apuntándole con la espada.
Edmund miró seriamente a Miraz. Sabía que acabaría aceptando.
―Solo pretendía puntualizar que Milord tiene derecho a negarse si ese es su deseo ―se excusó, lanzándole una mirada rápida al general Glozelle.
―Su Majestad jamás se negaría ―contrapuso Glozelle, clavando sus orbes marrones en los de Miraz y después en los de Lord Sopespian.
Definitivamente, esos dos se traían algo entre manos. Y todos los Lores, Edmund y Elysant se habían percatado de ello.
―Disfruta pudiendo demostrar a todos el... valor de su nuevo rey... ―pronunció el general, entrelazando sus manos en su regazo, con un destello altivo en los ojos.
Los enviados narnianos se giraron unos segundos para mirarle y después llevaron la vista de nuevo hacia Miraz, quien parecía estar a punto de explotar. Apretó los dientes con fuerza y, apoyando una de sus manos en la mesa de madera, señaló a Edmund con su espada, sujetada por su mano libre.
―Tú ―escupió―. Reza por que la espada de tu hermano tanto o más certera que su pluma.
Elysant atisbó una sombra de sonrisa en la cara de Edmund, que con una breve reverencia dio media vuelta para salir de allí.
La telmarina le siguió rápidamente, con las últimas palabras de Miraz grabadas a fuego en su mente. Temía por la vida de Peter, por supuesto que lo hacía. Aunque, según tenía oído, Miraz no era rival para el Sumo Monarca. Nunca lo sería.
Llegaron hasta donde el gigante Turbión aguardaba, jugueteando con su gran mazo y haciendo gala de su poca inteligencia. Elysant no evitó rodar los ojos antes de reír. Edmund le dijo que ya podían irse, por lo que los tres tomaron sus ramas de olivo y se pusieron en marcha hacia el altozano.
―No te preocupes por Peter, Elysant ―le dijo Edmund antes de entrar en el montículo―. Este no es su primer duelo. No creo que le suponga un problema.
―Crees ―repitió ella―. Eso es lo que me preocupa.
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