⠀⠀━ Eight: Adam's blood
┏━━━━━ ༻♕༺ ━━━━━┓
EVERMORE
CHAPTER EIGHT
┗━━━━━ ༻♕༺ ━━━━━┛
❝LA SANGRE DE ADÁN❞
━━━━ ༻♕༺ ━━━━
ELYSANT SENTÍA UN vacío enorme en el pecho. No más grande que el de Peter, eso seguro, pero la culpa los carcomía a ambos desde lo más profundo de su ser. El rubio sabía que en parte aquello había sucedido por su culpa, aunque no toda era suya. Caspian también tenía parte de esta al no haber seguido el plan.
Rendida, Elysant apoyó la cabeza en el pecho del Sumo Monarca y profirió un suspiro entrecortado. Peter se percató de lo decaída que, de pronto, Elysant estaba. Soltó una de sus manos de las riendas de Theseus y la entrelazó con la derecha de la castaña. Ninguno tenía fuerzas para pronunciar ni una palabra, es más, nadie de todos los que habían sobrevivido tenía ganas de hablar. Había sido un golpe demasiado duro para todos, había hecho mella en cada uno de los miembros del ejército narniano. Y no habían conseguido nada con aquel sacrificio, exceptuando un número de bajas irreversible. Y, por si fuera poco, la mitad de los que quedaban vivos estaban heridos.
En un momento de la oscura noche, a Elysant se le juntaron los párpados y se quedó dormida. Su pecho subía y bajaba más lentamente, mas de vez en cuando algunas lágrimas se escapaban de sus ojos cerrados. A Peter le rompía el corazón aquella situación. La joven telmarina se había tragado sus lágrimas mientras estaba despierta, seguramente para servirle de apoyo a Peter, sin embargo debía de estar sufriendo una pesadilla en aquellos momentos. El rubio sintió cómo a Elysant se le aceleraba la respiración y sus hombros empezaron a convulsionar, también percibió algún que otro sollozo. No aguantaba ver a Elysant padecer en sueños, por lo que la sacudió varias veces del hombro hasta que empezó a abrir los ojos de nuevo.
Elysant giró el cuello para mirar a Peter. Le temblaba el labio inferior. Peter pensó que ella no merecía pasar por aquello y que era una injusticia.
El rubio llevó su mano derecha a la mejilla de la castaña para dejar varias caricias sobre ella con cuidado. Aún tenía aquella fea herida en esta y el labio partido, además de un corte nuevo en la frente, cortesía de alguno de los telmarinos. Le dolía enormemente que Elysant estuviera pasando por semejante infierno.
Caspian lideraba la marcha a lomos de Batallador, su caballo. Susan caminaba al lado de Edmund, un poco más atrás, con las cabezas agachadas y los hombros caídos. Ninguno tenía ánimos como para mantener el porte que les caracterizaba.
El príncipe telmarino sabía que Peter y Elysant estaban varios metros atrás cabalgando a Theseus. El sonido que hacían los cascos del caballo al pisar el suelo, se escuchaba hasta desde su posición por el asfixiante silencio del ambiente. Para ser exactos, los únicos ruidos audibles eran los pasos del reducido grupo de narnianos. Una marcha solemne, funeraria y, en definitiva, totalmente desalentadora y desmotivadora.
Caspian suspiró. Sabía de sobra que él tenía algo de culpa por no ceñirse al plan que habían acordado. ¡Pero Peter también había hecho las cosas mal! Era difícil de aceptar, mas, si hubiera sido realista y hubiera analizado la situación con objetividad se habría dado cuenta de que no conseguirían nada. Si se hubieran ido, Elysant seguiría encerrada, pero aún contarían con el ejército de los narnianos al completo.
Tantas muertes en vano para no lograr absolutamente nada.
Edmund también era consciente del gran error que Peter había cometido. Las personas se equivocan, sí, pero, por muy duro que pudiera sonar, Peter no podía permitírselo, ni dudar un solo segundo. Por algo Aslan le había nombrado Sumo Monarca, rey de reyes. Si el Gran León confiaba en el rubio había de ser por algo y no por capricho. Peter lideró grandes ejércitos en el pasado y los llevó siempre al triunfo y la victoria. También era cierto que el peso de la corona siempre había recaído sobre él, y eso le hacía venirse abajo. Tenía la suerte de contar con Edmund, su más fiel consejero, quién le recordaba que no estaba solo. Sin embargo, Peter parecía haberlo olvidado en aquellos momentos. Había querido hacerlo todo por su cuenta y sin contar demasiado con sus hermanos o con Caspian, y aquello le había hecho caer.
Susan, por supuesto, estaba mosqueada con su hermano. Sabía por qué Peter había hecho aquello, mas no le parecía lo correcto. Por salvar a Elysant habían caído demasiadas vidas narnianas como para tener la cuenta de cuántas. Ella también quería sacar a la joven de allí, de hecho ese era uno de los objetivos principales del plan, además de tomar el castillo y matar a Miraz. Y solo habían conseguido el primero a costa de la muerte de su gente.
Cuando empezó a amanecer, Peter descabalgó a Theseus. Elysant le interrogó con la mirada, pero parecía que la ira había vuelto al mayor de los Pevensie, de nuevo. Estaban a punto de llegar al claro en el que estaba situado el altozano. El rubio se adelantó hasta posicionarse junto a Caspian, quien también iba a pie. Aunque ninguno de los dos se miraba.
Elysant suspiró y sacando fuerzas de la flaqueza bajó de su querido amigo, le dio unas suaves caricias en el hocico y alcanzó a Susan y Edmund. Los dos le dieron una rápida mirada y después volvieron la vista al frente. La telmarina se mordisqueó el interior del carrillo intencionadamente y con fuerza para calmar sus impulsos y ganas de llorar de nuevo.
Lucy esperaba al ejército narniano ―a lo que quedaba de él, mejor dicho― en la Mesa de Piedra. Miraba el relieve de Aslan frente a la entrada, tras el arco de piedra, con miles de sentimientos en su interior. Solo esperaba que estuvieran bien. Todos.
―¡Majestad! ―Buscatrufas irrumpió en el silencio, únicamente perturbado por el crepitar de las llamas que iluminaban la sala. Lucy miró a su interlocutor―. Están aquí ―anunció.
La Valiente se levantó de un brinco y siguió al tejón por las galerías del altozano hasta salir al exterior. La joven reina supo que algo no iba bien en cuanto vio que el número de narnianos había mermado notoriamente. Una mueca de preocupación se instauró en su inocente rostro mientras analizaba las caras de cada uno de los recién llegados. Le tranquilizó ver a Elysant junto a Susan, aunque no tanto las heridas que mostraba en la cara y los brazos ―y quién sabe si tendría alguna más debajo de la ropa―; lo cierto es que cuando aquellos hombres irrumpieron en el claro y se llevaron a la telmarina la angustia inundó cada fibra de su ser.
―¿Qué ha pasado? ―inquirió, clavando sus ojos en el Sumo Monarca.
―Pregúntale a él ―escupió Peter, mirando de reojo a Caspian. Elysant suspiró mientras paseaba su mirada entre el rubio y el castaño.
―Peter ―murmuró Susan reprobatoriamente.
―¿A mí? ―preguntó, con pasmo y enfado en la voz, Caspian―. Te recuerdo que pudimos irnos en lugar de atacar, pero tú decidiste abrir la puerta de todas formas. ―«Sí, porque quería sacarme a mí de allí», pensó Elysant, sintiéndose enormemente culpable.
La impotencia había dejado paso a la culpa. Elysant era consciente de que una de las principales razones por las que Peter no había pedido la retirada había sido ella, y eso le pesaba en cada una de todas las fibras de su ser.
―No, no había tiempo ―dijo Peter, con voz temblorosa. Su cara se había teñido de un color rojizo y los ojos se le habían aguado de nuevo―. De haberte ceñido al plan y olvidado tus caprichos, toda esa gente seguiría viva ahora.
Elysant se percató de que, al lado de Lucy, una centaura lloraba en silencio. El corazón se le rompió un poco más.
―Y si hubiéramos planeado las cosas de otro modo seguro que vivirían ―rebatió el castaño. Apretó los dientes con fuerza hasta que le chirriaron.
―Tú nos llamaste, ¿lo has olvidado? ―le recordó, abriendo los brazos, Peter.
―Mi primer error ―masculló.
―No, tu primer error fue creer que podrías guiarlos. ―Peter se dio la vuelta, dispuesto a internarse en el altozano, mas la voz de Caspian le hizo mirarle de nuevo.
―¡Eh! Al menos, yo todavía no he abandonado Narnia ―pronunció entonces el príncipe con tono acusatorio.
Las palabras de Caspian calaron en lo más hondo del rubio. Él nunca había querido irse, fue un accidente, ni siquiera estaba planeado. Solo pasó, y después tuvo que sufrir durante todo un año, esperando a regresar. Y se encontraba con que habían transcurrido mil trescientos años y que su gente casi se había extinguido. Aquella imputación en su contra no era justo, él no tenía la culpa.
―¡Vosotros la invadisteis! ―exclamó―. No te mereces gobernarla más que Miraz. Tú, él, tu padre ―bisbiseó―. ¡Narnia está mejor sin vosotros!
Caspian dio un grito y desenvainó su espada. Peter hizo lo mismo y ambos quedaron cara a cara, apuntándose con los filos brillantes de sus armas.
Elysant dio un paso adelante, cansada de la actitud de ambos jóvenes.
―¡Basta ya! ―gritó―. ¿No os dais cuenta que a cada palabra que decís, Miraz y sus tropas están un paso más cerca de hacernos polvo a todos? ―Silencio, silencio, silencio. Nadie contestó. Elysant siguió hablando―. Dejad vuestras malditas batallitas de lado y empezad a preocuparos más por vuestro pueblo y un poco menos por ver cuál de los dos es el mejor rey ―dijo con voz trémula. Las lágrimas amenazaban con salir de nuevo, mas no se permitió derramar una sola. Clavó sus brillantes ojos azules en ambos, primero en Peter y luego en Caspian―. No tenéis derecho a decir todas esas cosas.
»Si hubieras pedido la retirada cuando aún se podía- ―prosiguió, un poco más calmada. El rubio y ella intercambiaron miradas, y este la cortó en la mitad de la frase.
Si Peter pudiera decirle todo lo que tenía guardado...
―Si lo hubiera hecho no estarías aquí ―contestó, con un hilo de voz. Caspian supo que tenía que darle la razón en eso.
―¿Acaso importa? ―preguntó retóricamente―. Ahora la mitad del ejército está en el patio del castillo de Miraz. Todos muertos ―se le rompió la voz―. Podíais permitir perderme a mí, pero no a ellos.
Peter intentó rebatirla, mas Borrasca de las Cañadas se abrió paso entre el reducido grupo de narnianos, cargando a Trumpkin en sus brazos. Edmund le ayudó a dejar al enano en el suelo. Había salido mal parado del ataque ―mejor que algunos, eso sí― y tenía un feo hematoma en la frente.
El rubio se acercó a Elysant, pero la chica se abrió paso entre él y Caspian, propinándoles un suave golpe a cada uno ―suave debido a las pocas energías que le quedaban en el cuerpo― y entró al altozano. Poco después lo hicieron el castaño y Nikabrik, el enano negro, mas ella se desvió a otra sala en lugar de tomar su misma dirección.
Lucy se acercó corriendo a Trumpkin, aunque antes le dirigió una mirada a la telmarina, que estaba demasiado concentrada en no llorar allí mismo.
La Valiente abrió su frasco con la poción curativa de la Flor de Fuego y vertió una gota en la boca del enano pelirrojo. Este despertó poco a poco y, tras darse cuenta de que todo el mundo aguardaba a que despertarse, se irguió y miró a los reyes.
―¿Qué hacéis ahí parados? Los telmarinos llegarán pronto ―murmuró, lo suficientemente alto para que los que estaban a su alrededor consiguieran escucharle.
Lucy sonrió a medias y luego intercambió una mirada con Edmund. Ellos dos y Susan, que se habían arrodillado en torno a Trumpkin, se pusieron de pie. Los dos mayores se unieron a Peter para internarse en el altozano, mas la menor se quedó un poco más atrás.
―Gracias, mi querida amiguita ―agradeció, un poco más bajo, el enano. Lucy le sonrió.
Elysant profirió un sonoro y entrecortado suspiro. Varias lágrimas escaparon de sus ojos sin aviso alguno. A cada segundo que pasaba, algo dentro de ella se resquebrajaba más y más y más. En algún momento no habría nada más que pudiera romperse, y le aterraba que eso ocurriera. Ella era feliz, todo iba bien en su vida, no miraba nada más que por los de su propia especie, y nunca se paró a pensar que había más razas en Narnia a parte de los humanos. Gente que sufría constantemente. Y no había sido capaz de verlo hasta unos días atrás. No había nada que le doliera más.
Necesitaba un poco de apoyo, alguien en quien sostenerse. Se levantó y abandonó una de las mil salas del altozano. Se desplazó por las galerías sin perderse, y se encontró a Lucy por el camino.
―¡Elysant! ―exclamó la niña. La nombrada miró a Lucy con una pequeña pero sincera sonrisa.
La Valiente se acercó a ella y le dio un abrazo que la mayor correspondió sin dudar. Lucy le recordaba tanto a Mary que le fue imposible no soltar un suspiro melancólico.
―¿Qué ocurre? ―cuestionó Lucy.
―He vuelto a dejar a mi familia en el castillo ―murmuró, reprochándose el no haber podido sacar a sus hermanas de allí. Tampoco estaba muy segura de si estarían más seguras en el castillo o en el altozano―. ¿Sabes? Mi hermana pequeña se parece mucho a ti.
Lucy sonrió.
Se dirigían a la Mesa de Piedra sin pronunciar palabra, mas cuando llegaron al pasillo que daba entrada a esta se detuvieron en seco.
Caspian estaba en medio, delante del arco que dejaba ver el relieve de Aslan, rodeado por una arpía ―lo más feo que Elysant había visto en su vida―, un hombre lobo y Nikabrik. Lo más preocupante era la pared de hielo mágico que se estaba formando en la curva de piedra. A ninguna de las dos les dio buena espina, por lo que se pegaron a la pared, camuflándose en las sombras, para observar la situación.
El ambiente se enfrió de repente. De la boca de Elysant salía vaho y un repentino frío se apoderó de su cuerpo. Mas lo que vio en aquel trozo de hielo petrificó a ambas.
Era Jadis. La Bruja Blanca.
De alguna forma, esa arpía había conseguido invocar a la bruja y ahora estaba allí, y parecía tan viva como el día que arribó el Campamento Rojo reclamando la sangre de Edmund por su traición. A Lucy le llegaron demasiados malos recuerdos a la mente.
―Shhh.
Elysant se colocó un dedo sobre los labios.
―Espera aquí, voy a avisar a tus hermanos ―susurró. Se dio la vuelta y sigilosamente se alejó.
Cuando estuvo lejos empezó a correr, buscando a Peter, a Susan o a Edmund. Tenía que encontrarlos, antes de que sucediera algo irreversible.
Encontró a los dos hermanos junto a Trumpkin en la armería, repasando el número de espadas, arcos y ballestas con los que contaban. Su llegada alertó a los tres, que la miraron.
―Peter ―dijo, sin aliento―. En la Mesa de Piedra... Caspian... La Bruja Blanca...
No hizo falta más. Los tres abrieron los ojos y acto se pusieron en marcha con rapidez. Elysant tomó una de las espadas antes de salir de allí también.
Peter solo podía pensar en qué estaba haciendo Caspian, y en cómo habían conseguido traer a esa maldita de vuelta. Aceleró aún más el paso, y mientras corría desenvainó a Rhindon.
―¡Alto! ―gritó cuando estaban a unos metros de la entrada.
Lucy se les unió y los cinco, con sus armas en ristre, se prepararon para atacar.
El hombre lobo se lanzó a por Edmund y Elysant, la arpía a por Peter y Nikabrik se enfrentó a Trumpkin y Lucy.
Elysant rodó por el suelo cuando el más animal que hombre ―se notaba por el pelo, que lo cubría en su totalidad― se precipitó sobre ella. En el proceso realizó un corte en la pata del hombre lobo, que aulló de dolor, y Edmund, a su vez, intentó clavarle su espada en el costado. Elysant se levantó rápidamente y volvió a embestir contra el seguidor de la Bruja Blanca a la par que el Justo. Podía escuchar a unos metros de ellos a Peter batiéndose contra la arpía.
En un momento dado, Trumpkin cayó al suelo, quedando a merced de Nikabrik. Elysant se dio cuenta de ello, por lo que dejó a Edmund con el hombre lobo ―el azabache no tenía demasiados problemas contra él―, y se aproximó a los dos enanos. Antes que ella llegó Lucy, que le puso su daga en el cuello del enano negro. Para su mala suerte, la joven reina no tenía la fuerza suficiente y Nikabrik intercambió papeles, tirando a Lucy sobre el pavimento.
―¡Lucy! ―gritó.
Descuidando todo lo demás se acercó al enano negro y le clavó su espada por detrás. Sintió una punzada de dolor en la espalda pero solo se preocupó por levantar a la Valiente y dejar un apretón en su mano.
―¡Déjale en paz!
Peter había terminado con la arpía, y ahora enfrentaba a Jadis. Esta había retirado la mano que extendía hacia Caspian.
Peter había empujado a Caspian hacia un lado, procurando que cayera. Elysant se acercó al príncipe para ayudarle a ponerse en pie y después miró al rubio y a la bruja.
Esa mujer tenía algo hipnótico, magnético, en la mirada. No podía explicar la sensación que le causaba.
―Peter, querido ―bisbiseó la Bruja Blanca con dulzura. A Elysant se le heló la sangre―. Te he echado de menos.
Jadis tornó su gesto a uno amable, sonriendo a Peter. Volvió a estirar su mano, sacándola del hielo de nuevo.
―Ven. Una gota solamente ―dijo, en tono meloso―. Sabes que no puedes hacerlo solo.
Elysant vio cómo Peter bajaba la espada lentamente. ¿Pero qué estaba haciendo? No podía sucumbir a las tentaciones de la bruja. Aquello sería el fin definitivo de Narnia y de todos los que en ella habitaban. Todos morirían si eso ocurría.
Sin embargo e inesperadamente, la punta de una espada atravesó el hielo. Jadis miró hacia abajo y, profiriendo un grito que a Elysant le puso el vello de punta, la pared de hielo se resquebrajó en mil pedazos cortantes.
Caspian protegió a Elysant de los cristales de hielo tirándola al suelo y cubriéndola con su cuerpo. La telmarina sintió una nueva punzada en la espalda, mucho más fuerte que las anteriores. El aire dejó de entrar a sus pulmones por un segundo y se quedó totalmente inmóvil.
―Lo sé, no te hacía falta ―masculló Edmund, bajando la espada. Él había clavado su arma en la pared para evitar que Peter finalmente cayera en la tentación.
Peter miró a su hermano. Caspian se levantó y se acercó a Peter. Ambos miraron al relieve del león, que parecía devolverles una mirada de decepción, y luego giraron la cabeza hacia Susan y Lucy. La primera miró al rubio y al castaño con desaprobación y luego se dio la vuelta para marcharse por el corredor y desaparecer. Peter bajó la mirada.
―¡Elysant!
Entonces, el llamado de Edmund alertó a ambos jóvenes, que clavaron sus ojos en el rey y la mencionada. Elysant estaba en el suelo, con el vestido manchado de rojo y la cara más pálida que nunca.
Peter y Caspian se acercaron rápidamente a ella para comprobar el estado de la joven con la preocupación creciendo a cada segundo en ellos.
Lucy también corrió al lado de Elysant, con su poción preparada.
―¿Elysant? ―murmuró Peter, con un hilo de voz.
La menor destapó el frasco del Jugo de la Flor de Juego y dejó que una gota cayera sobre los labios entreabiertos de la castaña. Aguardaron unos segundos hasta que Elysant volvió a exhalar aire. Peter profirió un suspiro al ver que volvía a respirar.
Elysant abrió los ojos poco a poco. Miró a los presentes sin entender nada hasta que recordó lo que acababa de ocurrir.
―¿Lucy está bien? ―fue lo primero que preguntó.
A Peter le entraron ganas de llorar.
―Sí, gracias a ti ―respondió la niña con media sonrisa.
Elysant se levantó con ayuda de Caspian, que la abrazó con fuerza. Susurró un «Menos mal» casi inaudible y que solo Elysant puso escuchar. Le sonrió y luego sintió la mano de Lucy apretando fuertemente una de las suyas.
―Deberías de ir a la sala de curas ―añadió Lucy. Edmund asintió.
―Yo la acompaño.
Elysant se apoyó en los hombros del Justo para salir de la sala de la Mesa de Piedra. Varios faunos se llevaron los cuerpos de la arpía, el hombre lobo y el enano, y Caspian y Trumpkin también abandonaron el lugar poco después.
Peter se sentó en el escalón del medio, de los tres que tenía la mesa, mirando al relieve de Aslan esculpido en la roca. Estaba decepcionado de sí mismo. Había estado a punto de traer de vuelta a la Bruja Blanca y no había confiado en Aslan como debería. Se arrepentía profundamente de sus actos, sabía que no lo había hecho bien. La presión con la que cargaba se hacía más pesada por momentos, y lo único que que sentía era que solo empeoraba las cosas a cada momento. Le dolía, a veces le era difícil respirar, las noches se le hacían cada vez más largas, incluso sentía que había perdido la fuerza para seguir luchando.
Su hermana Lucy se sentó a su lado y, juntos, contemplaron la imagen del Gran León.
―Tienes suerte, ¿sabes? ―musitó Peter. De nuevo, sentía que se rompía.
Lucy le miró, sin entender.
―¿A qué te refieres?
―Por haberlo visto ―respondió, refiriéndose a Aslan―. Ojalá me hubiera dado a mí... algún tipo de prueba.
A Peter le pareció que Lucy tenía cien años cuando le contestó:
―A lo mejor nosotros tenemos que dársela a él.
El rubio miró a su hermana. La niña le abrazó y después se levantó. Peter volvió a clavar sus orbes zafiros en el león, iluminado por las crepitantes llamas del fuego que iluminaba la sala. Lucy tenía razón, él no había manifestado en ningún momento la misma fe que ella había tenido, incluso si durante aquel año su mayor deseo había sido volver a Narnia. Tal vez, si hubiera confiado en Aslan como hizo su hermana ahora no estaría en aquella situación. Pero no lo había hecho.
―Peter.
La voz de Elysant le hizo ponerse de pie. Se acercó a ella rápidamente. La tomó de la mano con delicadeza. Ninguno de los dos dijo nada.
Peter miró a Elysant con intensidad, y la joven telmarina le devolvió el gesto.
Elysant no sabía cómo le había cogido tanto cariño al rubio, ni cuándo había ocurrido. Solo sabía que había sucedido. Y, sin embargo, tras tantas situaciones y momentos juntos, tanta adversidad, Elysant tenían tan claro lo que sentía por el Sumo Monarca, tanto como él sobre ella.
Peter se había dado cuenta de que Elysant le importaba más, de otra forma, cuando vio cómo no podía hacer nada por ella mientras se la llevaban a la fuerza. Y luego, en aquel estado de debilidad en el castillo de Miraz.
Peter ―que no aguantaba más― acortó la distancia entre ambos con rapidez y envolvió a la muchacha entre sus brazos. La apretó contra su torso todo lo que le fue posible y se propuso no soltarla en cien años. Elysant rodeó el cuello del rubio con sus brazos y colocó la cabeza en el hombro del chico, suspirando entrecortadamente. Estaban bien y estaban juntos.
Un carraspeo se escuchó desde el arco que daba paso a la habitación de la Mesa de Piedra. Edmund curvó las comisuras de sus labios hacia arriba con una sonrisa burlona.
―Lamento la intromisión ―dijo, con diversión en la voz―, pero deberíais de dejar de intercambiar babas y venir. ―Elysant y Peter se separaron con rapidez. Edmund, sin embargo, quitó la mueca socarrona, frunció el ceño y abrió la boca―. Un momento, ¡no os estábais besando! Qué decepción.
Elysant no pudo evitar soltar una risita, aunque Peter miró a su hermano avergonzado.
―Ya entiendo, si no hubiera interrumpido es lo que estaríais haciendo ―siguió, ignorando a Peter. Entonces, Elysant enrojeció desde la barbilla hasta las orejas. Edmund disfrutó del momento incómodo que los contrarios estaban viviendo.
Peter se aclaró la garganta varias veces.
―¿A dónde decías que tenemos que ir, Ed? ―preguntó, enarcando una ceja.
El mencionado borró la sonrisa de su rostro y frunció el ceño.
―Mejor si lo veis por vosotros mismos.
━━━━━━━ ༻♕༺ ━━━━━━━
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top