chapter seven. the greatest fear
𝐄𝐕𝐄𝐑𝐌𝐎𝐑𝐄
⌇ ☾ ❪ chapter seven ❫ ೋ
۫ ₊˚ the greatest fear ˚₊ ۫ ۫
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Todo esta en silencio unos segundos, solo unos segundos cuando escucho los gritos de mi otro hermano; Sage, quien es arrastrado por mi padre del cuello de su camisa mientras le grita un montón de atrocidades que no puedo describir de forma explícita.
Eso nos hace mirar a los tres, Sage mira a mamá en forma de ayuda pero ella solo se limita a ignorarlo, lo cual me hace enfurecer.
—¡Déjalo en paz!— Lucien fue el primero en ponerse de pie —¡Déjalo en paz, lo lastimas!
—¡Mamá!— la chillona voz de Sage le ruega por su ayuda.
Sin embargo, mi madre no responde y mi padre está tan ocupado en buscar una manera cruel de castigarle por lo que sea que haya hecho.
El error de Sage fue haber mirado a su lado, donde había un hondo pozo con rocas. El miedo me atravesó tan rápido que me quede mirándolo.
No se atrevería. No podía, si lo hacía se ahogaria.
Mis sospechas fueron acertadas. Mi padre tomó a Sage por el cuello de la camisa y la orilla de su pantalón, y lo lanzó.
Lo lanzó al profundo pozo donde poco después escuché el chapoteo de él al caer sobre el agua.
—¡Sage!— grito Lucien en unisonido conmigo.
Ambos corrimos hasta la orilla del pozo, donde Sage apenas nadaba a metros de profundidad. Se veía muy diminuto ahí dentro, mientras buscaba alguna manera de sacarlo.
—¡Ayuda! ¡Ayúdenme!— pidió él —¡Papá, por favor!
Recordé la presencia de mi padre, tan dura, fría y tenebrosa como la de mi madre.
—Si lo ayudan los lanzó con él— advirtió, al notar lo que intentábamos hacer.
Los escenarios se mueven muy rápido, todo se desvanece otra vez y está ocasión soy yo la que se ahoga, la que lucha y la que grita por su vida.
El agua me empapa de pies a cabeza, chapoteo dentro del pozo mientras me trago el agua por accidente y comienzo a toser.
—¡Ayuda!— le exijo a mi padre —¡Por favor, yo no lo he hecho! ¡No hice nada!
Las lágrimas se deslizan por mis mejillas, apenas puedo nadar ya que no es la primera vez que me castiga de esta manera. Mis pies no tocan lo profundo del pozo así que cada vez que intento salir, me caigo dentro y me ahogo unos segundos.
Suelto sollozos de ayuda que se combinan con los chapoteos y cuando mi padre se ha ido para dejarme ahí hasta quien sabe cuando, busco una salida, una manera de irme. Sin embargo, algo toca mi pierna, una mano fuerte me sostiene y me hace mirar al fondo, me jalonea, muy deprisa que apenas puedo tomar aire.
Cuando despierto, mojada y tosiendo como si hubiera estado de verdad en ese pozo, lo primero que noto es la luz del día y que estoy en la orilla del lago. Mi cuerpo duele y veo algo hinchado sobre mi mejilla, lo bueno es que sigo viva.
También estoy sola, así que en silencio intento levantarme con cansancio y siendo una presa fácil. También intento ubicarme a mi alrededor, pero no veo a nadie más, ni siquiera a Peeta. Recuerdo lo último que paso: las rastrevíspulas, el dolor, el cuerpo de esa chica del distrito cuatro lleno de piquetes e hinchado que vi antes de salir corriendo.
Las rastrevíspulas... los piquetes... ¡Los piquetes! Los aguijones. Intento quitarme los aguijones con desesperación y esperando a no morir en el proceso.
Cuando termino, miro que a mi alrededor empieza a oscurecerse. ¿Cuántos días han pasado? ¿Dónde están los demás? Y ¿Qué hago a la orilla del lago cuando debí haber muerto ahogada?
Son muchas preguntas para mi cabeza y, aunque haya dormido quién sabe cuantos días, me sigo sintiendo cansada por lo que me trepó al primer árbol que veo con mucho —mucho— esfuerzo y me recuesto sobre la rama luego de soltar un largo suspiro. Mis articulaciones siguen doliendo así que con lentitud bebo agua que he rellenado desde hace quien sabe cuantos días.
Busco entre mi bolso algo de comida ya que el estomago me gruñe con exigencia de comida pero lo único que tengo son esas barras de granola que decido comer. Mañana buscaré algo mejor.
Dormir no sirve de mucho, así que me paso la mitad de la noche despierta, intentando calmar el dolor con lo que sea que encuentre aunque nada sirve.
Cuando suena el himno giró la cabeza hacia arriba y me doy cuenta que hoy no ha muerto ningún tributo aunque quien sabe si los otros días alguien haya muerto. Estoy casi segura de que la profesional del distrito cuatro no lo ha logrado debido a las rastrevíspulas. Lo último que recuerdo de ella es su estado de hinchazón y sus gritos.
Eso me trae pesadillas que se combinan durante el resto de la noche con ese pozo de rocas. Jamás hablo ni pienso sobre eso, es una fase de mi infancia que decidí cerrar hace unos cuantos años pero ahora ha vuelto, gracias a las rastrevíspulas que buscan tu más grande miedo y te atormentan hasta que el veneno pase.
De tantas cosas a las que le temo no se por qué han elegido ese, digo, pudieron haber elegido el miedo a la oscuridad o algo más.
Es una noche muy fría, tal como había dicho Kenna que habría, así que me subo la capucha del suéter y me hago bolita en mi lugar, pero ni eso me lo quita así que busco entre la mochila algo que me ayude y entonces recuerdo los guantes térmicos y me los coloco en la mano, con mucho cuidado. Solo así y con el dolor de los piquetes aún, consigo dormir un poco.
Cuando despierto me decido a seguir en marcha y no quedarme a morir en aquel árbol así que, llenó mi cantimplora de agua para esperar a que se purifique e intento conseguir toda la comida posible y empezar desde ahí: unas pequeñas bayas que no parecían ser venenosas, me dedico a comer pino, cortándolo y dejando una delgada capa. El sabor al inicio se me hace tan extraño, pues en casa estoy acostumbrada a comer cosas como pan o carne.
Me detengo un momento para descansar en un árbol cuando la noche empieza a caer, aferrándome a las ramas y colocando más hungüento sobre mi mejilla que esta casi intacta pero aún deja una fea cicatriz a la mitad de mi cara. Intento hacer lo mismo con la hinchazón de los piquetes de rastrevíspulas pero no funcionan, sigo sintiendo el dolor. Entonces empiezo a pensar en algo que pueda utilizar pero simplemente no puedo, estoy tan hambrienta y adolorida que no puedo.
Los demás profesionales se me pasan por la cabeza en aquel silencio donde paso la mirada con las gafas para ver en la oscuridad. ¿Qué estarán haciendo? Están vivos, eso sí, no me han buscado y seguramente fueron ellos quienes me dejaron en el lago sola. En realidad no me sorprende, ellos no confían más que en sí mismos, incluso Marvel.
Una nueva noche fría hace que me tiemblen los dientes, me sostengo sobre aquella rama, dentro de mi saco de dormir cuando me doy por rendida en que no dormiré como el día anterior y el anterior a ese. Simplemente me quedo observando el cielo y escucho a los pájaros cantar cuando el sol comienza salir.
Me doy prisa para buscar comida y lo que me falte para sobrevivir, limpiar mis armas y quizá darme un baño en el lago ya que mi cabello sigue lleno de ramas, está despeinado y en la ropa llevo algo de sangre. Mi nueva dirección es el arroyo, bueno, pensándolo bien no es nueva.
Cuando voy por la mitad del camino rocoso noto el olor a sangre y me pregunto si es por mi, pero no, no llevo ninguna herida.
Aunque descubro que la sangre no es mía, si no de alguien que debió pasar por este mismo camino e iba demasiado herido. Mi ceño de frunce y noto el camino de sangre, que mágicamente sigue el mismo camino a donde estaba por ir, desconfiada lo sigo y estoy apunto de poner un pie sobre el agua cuando lo escucho:
—¿Has venido a rematarme, preciosa?
Suelto un chillido y caigo al suelo de espaldas hacía el agua, la cual me empapa toda y hace que sienta un dolor punzante sobre mis muñecas al intentar sostenerme.
—¿Peeta?— frunzo mi ceño, esperanzada a que no me esté imaginando su voz.
Además, ¿Quién más en este lugar me llamaría preciosa?
Recorro la orilla con la mirada, pero nada.
—¿Peeta? ¿Dónde estás?— no hay respuesta.
Estoy tan convencida de que ha sido cosa mía, así que me levanto hasta la orilla cuando lo vuelvo a escuchar.
—Bueno, no me pises.
Debo estar volviéndome loca a este punto. La voz viene del suelo, pero sigo sin ver nada, al menos no hasta que el real Peeta, el que en definitiva está aquí, abre los ojos.
—Oye, te caíste muy chistoso— lo veo reírse, sus dientes resaltan del escombro en el que está.
Pero no me rió, me quedo quieta sobre mi lugar y le digo: —Tienes que darme un tutorial de cómo hacer eso, en serio.
Sonrio un poco al fin, rascando mi ceja para observar el detalle con el que se ha escondido.
—De todos los escondites que hay en este lugar... ¿De verdad te fuiste por el glaseado?— añadí.
Eso solo lo hace carcajearse aún más, antes de soltar un quejido de dolor.
—¿Qué haces acá solo? Podría ser peligroso.
—Estaba esperando a morir— su voz es ronca y débil, lo cual me preocupa.
—Vamos, creo que puedo curarte— aseguré, extendiendo mi mano hacia él.
Peeta acepta, saca su mano de algún lugar de ese escombro y toma la mía, entonces lo empujó hacía mi para ayudarlo a sentarse.
—Pierna izquierda, arriba— indica él.
—¿Quién te lo hizo?— murmuré, revisando el corte por encima de su pantalón.
—Cato, cuando corríamos de las rastrevíspulas.
Suspiro con algo de cansancio. —Bueno, primero necesito lavar y ver qué tipo de herida tienes.
—¿Sabes cómo curarla?
Alcé ambas cejas —¿Dudas de mis conocimientos?
Él negó con una leve sonrisa —No, creo que eres extremadamente inteligente.
Puedo sentir el sonrojo en mis mejillas otra vez.
—Vale, entonces confía en mi.
—Primero, acércate un momento, tengo que decirte una cosa— pidió y me incliné sobre él, acercando mi oído hacia el chico —Recuerda que estamos locamente enamorados, así que puedes besarme cuando quieras.
Ay, no, otra vez el sonrojo y mi estúpida sonrisa que salía de mis labios.
Aparté mi cabeza de Peeta, mientras él me sonreía el igual. —Gracias, me había olvidado pero lo tomaré en cuenta.
Todo es risas tontas y bromas hasta que intento ayudarle a llegar al arroyo para lavarlo. Al inicio me parece totalmente imposible, pues con tan solo lastimar a Peeta me detengo.
No puede moverse ni un centímetro lo que significa sólo dos cosas: que es muy débil para el dolor o que realmente es una herida muy seria.
Prefiero irme por la primera, no quisiera que algo le pasara.
¿Qué cosas pienso?
Con mucho—muchísimo— esfuerzo, logro llevarlo hasta el arroyo a rastras. Apoyo mi botella y la de Peeta de agua sobre la roca, no quería arriesgarme a no lograr sacarlo del arroyo después, así que solo logré llevarlo hasta la esquina y lo deje ahí, vigilando por mi.
Comienzo a limpiar las heridas que tienen menos seriedad, con la mirada atenta del chico que luego noto sobre mi rostro. Echo agua sobre su cabello sucio y comienzo a bañarlo solo con agua, así como su rostro y rasguños sobre sus mejillas.
Tengo que buscar un tema de conversación antes de que otra cosa pase.
—Entonces...— comienzo a hablar —¿Estabas planeando quedarte ahí? Supongo que el glaseado te serviría de algo.
Él asintió, mientras yo seguía tallando la suciedad de su frente.
—Sí, el glaseado es la última defensa de los moribundos.
—No te vas a morir— sentencio.
—¿Y quién lo dice?
—Yo— le digo con voz firme, que hasta a mi me sorprendió —Ahora somos aliados.
Me levanto, yendo a buscar la otra botella y llenado justo la que me terminé.
—¿Tienes más heridas?— le pregunto, colocando ambas manos sobre mi cintura.
—Las rastrevíspulas me picaron.— señala su oreja.
De un tirón quite el aguijón, ocasionando que soltara un quejido, del cual luego me disculpe.
Busco mi mochila entre las cosas y el barro, recuerdo que Cato me había dado su maletin de primeros auxilios justo después de huir al lago cuando empezaron los juegos, así que estiro mi mano hasta la mochila cuando veo que el chico se quita la chaqueta y toma las orillas de su camiseta.
—¿Qué estás haciendo?— le detengo, cuando él me mira confuso.
—Tengo una quemadura en el pecho de cuando nos atacó el fuego, no quería decirlo pero duele— forma una mueca.
Entonces entiendo. Lo dejo deshacerse de su camiseta pero, está tan pegada a las heridas que tengo que cortarla con el cuchillo. Me doy cuenta que tiene razón, esta muy magullado pues, tiene una larga quemadura en el pecho y tres picaduras más de rastrevíspula.
Junto toda la seguridad en mi cuerpo y comienzo a curar con mis conocimientos, los cuales son ni muchos ni pocos, ya que mis hermanos solían jugar muy pesado, ocasionando siempre que uno de los dos termine con una nariz magullada o una cortada más grande que sus neuronas a esa edad.
Sin embargo, él se queda ahí sentado, sin quejarse, mientras termino de curarlo. Luego de sacarle los aguijones de las picaduras y colocar un poco de hungüento por acá y allá, me quito la chaqueta y la lavo junto con la de Peeta en el arroyo, al igual que su camisa. No suelo lavarle la ropa a mis hermanos, ni cocinar, Lucien se encarga de eso, él es la mamá de los tres, pero sólo lo hago porque ahora Peeta está herido y apenas puede pararse un poco al escuchar el mínimo ruido.
—Debes tener hambre— menciono, cuando dejo nuestras chaquetas secarse con el sol.
Él me niega con la cabeza. —La verdad es que no. Que raro, llevo días sin tener hambre.
—Debe ser la euforia de todo esto, tienes que comer algo.
—Solo servirá para que lo devuelva.
Aun así, busco entre mi bolso algo de comida y encuentro la poca comida que me quedaba sobre lo que había recolectado estos últimos días. Tomo una manzana que encontré y comienzo a partirla luego de lavar mi cuchillo.
—Come— acercó el pedazo de manzana a su rostro.
Me mira unos segundos, titubeante y volviendo a negar —Come tu, debe ser lo único que tienes.
—¿Cómo sabes?— bromee —Hablo en serio, tu debes ser quien coma ahora, no te preocupes por mi, encontraré algo.
Toma mi mano, mientras que con la otra apenas lograba sostenerse y aleja la manzana de su rostro.
—Solo si lo compartimos— sentencia y sé que no tengo otra opción.
Mastico el pedazo de manzana mientras corto uno más grande para él y, por obvias razones, me mira diciéndome no me refería a comer más, pero aún así acepta, lo obligo.
Me paso media hora compartiendo esa manzana con él y quedándome con hambre pero no me importa. Solo quiero que él esté bien.
Nos quedamos esperando a que la ropa de Peeta y la mía se sequé unos minutos más, en los cuales observo la herida de su pierna y la verdad es que, cuando la veo nada viene a mi cabeza, al menos no hasta que recuerdo mi herida en mi mejilla y el adhesivo cutáneo.
—¿Qué es eso?— se pregunta Peeta cuando observo el frasco.
Le siseo, por un momento supe que podría salvarlo. Lo coloco con cuidado al tener que cortar una parte de su pantalón para que no se infecte y tener mejor vista de la herida, claro.
—¿Eso lo curará?
Asentí —Al menos eso creo, me curo el rostro.
Señalo mi mejilla y me sobresalto cuando Peeta toma de está con su mano. Siempre, por lo más mínimo que sea el contacto, me paralizó. No puedo dejar de mirarlo, su concentración y su repentino movimiento que me tomó por sorpresa me deja viéndolo como una boba.
—Parece que funciona— murmuró —Tu rostro se ve más lindo.
De nuevo, el sonrojo.
—Gracias— sonreí levemente, no puedo evitarlo.
—¿Puedo dormir ahora?— se recostó sobre el suelo, mientras yo me levante.
Negué con la cabeza al mismo tiempo, tomando su camiseta un poco más seca y lanzandosela para que se la colocará junto a la chaqueta.
—Debemos buscar un lugar donde dormir, no podemos quedarnos aquí— respondo.
Él frunce su ceño —¿Irnos? ¿Adónde?
—Lejos de aquí, podríamos ir arroyo abajo, a algún lugar menos aquí, para que puedas recuperar fuerza y ver como sigue tu pierna.
Le ayudo a levantarse, su rostro se torna muy pálido cuando se recarga sobre la pierna y me asusta así que me detengo.
—¿Puedes?— le pregunto, deteniendo cada uno de mis movimientos.
Peeta forma una mueca pero asiente, apesar del dolor que debe de sentir ahora mismo.
—Vamos, sé que puedes— le apoyo, sin apartar mi mirada de él.
Se tarda unos segundos en decidirse, en tomar toda la fuerza posible y comienza a caminar conmigo ayudándolo.
Aunque no fue mucha la caminata que logramos recorrer, fue la suficiente. Decido detenernos cuando noto que esta apunto de desmayarse y el pánico se apodera de mi.
Lo siento sobre el suelo y coloco su cabeza sobre mi regazo con tanta delicadeza, entonces le acaricio el cabello rubio mientras con la mirada busco algún lugar para pasar la noche. Es obvio que no podemos quedarnos aquí a la vista del resto de los profesionales que si nos miran ahora seguro nos matarán.
Ellos jamás confiaron en Peeta o en mi, así que supongo que toda esa alianza se ha roto y ahora ellos trabajan aparte.
Mientras paso la mirada por cada árbol que nos rodea, siento la mano de Peeta tomar la mía con fuerza y cuando lo miro, él me sonríe y entrelaza sus dedos con los míos.
—¿Estas bien?— susurra, sin borrar esa sonrisa incluso con el dolor que debe sentir.
El pobre debe estarse muriendo de dolor pero todo el show de los amantes debe estar fingiendo así que decido seguirle el juego. Cuando encuentro algunas rocas que forman unas pequeñas estructuras que figuran cuevas la bombilla de mi cerebro se enciende con rapidez.
Miro a Peeta otra vez, él mantiene esa sonrisa la cual le devuelvo y entonces dejo un cálido beso sobre su frente.
—Vamos a estar bien— le aseguro de la misma manera.
Peeta logra volver a levantarse y sólo así lo llevo medio a rastras hasta la cueva que me parece mejor. Le ayudo a sentarse sobre la tierra y me encargo de cubrir el suelo de la caverna con una capa de agujas de pino.
—Usaras mi saco de dormir.
Eso lo hace mirarme —¿Y qué hay de ti?
—Haré guardia esta noche, tu descansa— lo miro de reojo, mientras saco el saco de dormir de mi mochila.
Peeta se acomodó sobre las agujas de pino —Al menos esto servirá, mañana encontraremos algo mejor.
Me levanto en cuanto lo veo listo para dormir —No es la hora de dormir, tienes que comer.
Él niega —Vamos, apenas y queda comida.
—Y toda es para ti— respondo con voz firme —Si mañana quieres encontrar algo mejor debes curarte primero.
Se levanta a duras penas, mientras yo me siento frente a él y busco entre mi mochila al mismo tiempo.
—Vale, doctora Evermore, ¿Qué tienes para mi?— se preguntó.
Sonrio, con el bolso en mi regazo —Píldoras, agua y fruta.
Corto por la mitad la fruta que logra comerse con el mismo trato anterior. Luego le doy las píldoras y el agua y solo así me quedo tranquila.
—Gracias por cuidarme— le escucho murmurar cuando termina de beber el agua.
—Tu habrías hecho lo mismo por mi, ¿no?
Él asiente sin dudar un sólo segundo, lo cual me hizo darle una leve sonrisa. Más tarde y, para cubrir la entrada intento buscar algo entre mi cerebro, algo que pueda ayudarnos.
Sage hablo una vez sobre algo llamado vides... vides... son hojas, no tengo idea si son comunes pero al parecer aquí sí, porque en cuanto asomó la cabeza en busca de algo las encuentro, como si esperarán a que las viera.
Al final terminó fabricando una cortina con estas, aunque sé que no es mucho, si me encargo de hacer guardia toda la noche estoy segura de que nada vivo o mutos pasarán de ahí.
Me acerco luego de terminar cansada y toco la frente de Peeta, está ardiendo en fiebre, lo cual hace que restriegue la palma de mi mano sobre mi rostro con su atenta mirada en mi.
—Es malo, ¿No?— se preguntó.
Las medicinas debieron haber servido pero él parece empeorar.
—No es malo— negué.
—Sí— toma mi mano con delicadeza —Amanda, si no regreso...-
—No digas eso— le señalo con brusquedad. La idea de que muera me asusta por un segundo.
No puedo evitar imaginarme la escena; el cañón sonando de un momento a otro, el cuerpo sin vida de Peeta sobre está cueva conmigo solamente, sollozando y asustada. Eso me asusta.
—No te he curado gratis— añado, con un tono de broma para aligerar el ambiente aunque no funciona.
—Lo sé, pero, por si acaso...-
—No quiero hablar de eso— murmuro entre dientes, intento levantarme pero él me toma de ambas manos.
Cuando vuelvo a caer sobre el suelo, noto la poca distancia que nos separa, su rostro está tan cerca del mío que sólo me bastaría unos centimetros en besarlo.
Pero no lo hago.
—No puedes morir— le aseguro, sin despegarme de él —Te voy a curar.
No pude evitar sentirme débil cuando él nota la poca distancia, cuando mira mis labios y yo los suyos pero ninguno se mueve.
—Vale— asiente levemente, rendido.
—Duerme, te ayudará— ordenó, y él obedece sin dudar.
Lo ayudó a recostarse con la cabeza recargada sobre la mochila que él robo de la Cornucopia. Le coloco por encima mi chaqueta seca y yo me hago bolita sobre la esquina junto a la única entrada de este lugar para vigilar.
Aprieto los dientes y lo observo dormir en aquella fría noche, envuelta en el único suéter que llevo y los guantes términos.
Sólo me encargo de vigilar su estado y la entrada de la cueva, así como nuestro alrededor. En medio de la noche le coloco un paño mojado sobre la frente y espero a que eso le baje la fiebre.
El frío aumenta y yo ya no puedo soportar más así que, me recuesto sobre el suelo junto a él. El calor que la fiebre me transmite es suficiente cuando me cubro con mi chaqueta y es como si fuese por inercia o algo así, él me abraza con los ojos cerrados y me acurruca entre sus brazos.
En cuestión de segundos dejo de temblar y me quedo cómoda, manteniendo mis ojos lo más abiertos que puedo y mi oído despierto para cuidar.
Lo único malo y con Peeta abrazándome ahora mismo, eso me parece imposible.
La mañana llega muy pronto, casi caigo dormida un par de veces antes de decidir en levantarme para buscar comida y por accidente terminó acercándome al alba, donde la Cornucopia parece intacta a excepción del montón de provisiones que se encuentran reunidas como carnada.
Cuando asomó mi cabeza entre los arbustos, los únicos que veo es al chico cuyo distrito creo que es el tres, agachado mientras entierra algo sobre el suelo. Me asusto cuando escucho una rama romperse a centímetros de mi y entonces Cato y Marvel salen del bosque hasta la Cornucopia con algo sobre sus manos, no sé lo que es y la distancia no me permite ver.
Una loca idea viene a mi cabeza: quizá pueda robar algo de provisiones para Peeta y para mi, sería peligroso, eso sí, pero la comida se nos termina a un ritmo que me asusta.
—¡Peeta!— llamó, cuando me adentró a la cueva de nuevo.
El chico se ve animado de verme, pero al notar que vengo agitada de correr se asusta e intenta ponerse de pie pero falla, la pierna se le dobla y cae al suelo otra vez.
—¡Peeta!— mi grito cambia de un alegre a un sustadizo en cuestión de segundos —¿Qué haces?
—¿Qué hay? ¿Qué viene persiguiendote?— se pregunta, mirando detrás de mi.
Mi ceño se frunce —¿Qué?
—Me llamaste...— respiró con pesadez —Creí que te venían siguiendo.
—No, nadie me sigue— formo una sonrisa —¿Creíste que venían siguiendome?
—Sí, me asuste— tomo su frente con delicadeza, el sudor bajaba de su piel, mientras su respiración seguía acelerada —Creí que estabas en peligro.
—Estoy bien— le aseguro, tomando sus manos para unirlas con las mías —Creo que tengo un plan.
El interés crece y lo veo en su mirada.
—¿Sobre qué?— inquiere con un tono que se vuelve dulce.
—Para conseguir comida, fui a buscar, el caso es que vi a los demás profesionales en la Cornucopia— tomo una gran bocanada de aire antes de soltar la bomba: —Creo que puedo robar algo de su comida para nosotros.
No suena tan mal al decirlo en voz alta, si no imposible, sea lo que sea que el chico del tres estaba enterrando seguro eran trampas.
Sin embargo, Peeta parece no entender el resto del plan y claro, no lo culpo, porque no le dí el contexto completo.
—Cato, Clove y Marvel juntaron las provisiones en la Cornucopia, es como una carnada o algo así— añado —El chico del distrito tres también estaba ahí, ha estado enterrando algo que me imagino deben ser trampas.
Su ceño se frunce y yo no se por qué, así que espero a que diga algo.
—¿Y bien...?— le apresuro.
—¿No crees que la trampa está en dejar las provisiones como carnada?— se pregunta.
Asiento con la cabeza —Sí, pero, podría tomarme un tiempo antes de pasar por todas esas trampas, quizá hasta pueda encontrar algo de medicina para tu pierna.
—Mi pierna esta bien.
—Dile eso a tu pierna.
—No lo sé, es... parece peligroso y más si vas sola.
Alzó ambas cejas —¿No confías en mi?
—Claro que lo hago— relame sus labios, mientras yo me remuevo sobre mi lugar antes de que añada: —Sé que puedes hacerlo, de los dos eres la más fuerte pero no quiero que arriesgues tu vida por mí, no lo merezco.
—¡Pero claro que lo mereces!— le miro confusa —Somos más que aliados, ahora me importas así que te salvaré incluso si me muero y tu vives.
Eso me deja atareada. ¿Lo dije o lo pensé?
Es obvio que ambos nos quedamos quietos por lo que acabo de decir, ni siquiera sé de donde ha salido eso pero sé que lo digo de verdad, no por la audiencia, no por ser los trágicos amantes, sino de verdad.
Y entonces hago lo único que mi cabeza me dice que haga luego de declararle mi amor a Peeta de forma indirecta... para hacerlo más directo.
Lo beso.
Sus labios se acoplan a los míos de inmediato y su mano busca mi mejilla con desesperación para jamás soltarme. Se siente extraño al inicio, luego, mi corazón revolotea sobre mi pecho como loco y se siente tan bien que no quiero que se termine jamás.
Es la primera vez que siento algo así, la primera vez que experimento miles de emociones a la vez.
Esto es una clara respuesta de un sí a su declaración con Caesar, aunque no puedo pensar en el público, ni en los patrocinadores, ni en nadie más. Sólo en él.
En su contacto. Estoy segura de que es algo que debí haber hecho ya, pues, como él dijo, se supone que estamos locamente enamorados. Sin embargo, no imaginé que hacerlo me hiciera sentir bien.
Cuando me separo de él, noto que me observa y su confusión desaparece, nuestras frente unidas y nuestras respiraciones agitadas se intercambian, estamos tan pegados el uno al otro que casi puedo escuchar los latidos de su corazon revolotear como el mío. No puedo dejar de mirarlo, ni de acariciar su cabello rubio. Todo en él es tan adictivo.
—Eso no ayuda en nada a la situación— habla antes que nada, formando una sonrisa de lado.
Su sonrisa se me contagia al saber que sintió lo mismo, eso me hace feliz así que planto sus labios sobre los míos una vez más pero esta ocasión es diferente, ya que a ninguno lo tomo de sorpresa, ni esta nervioso.
Esta vez es como si la confianza creciera con magia, suelto el arco que tenía sostenido y junto mis manos sobre su cabello. Por un momento Peeta está apunto de caerse así que se sostiene unos segundos y entonces aparto mis manos ya que él se ha abierto paso para colocarlas en mis mejillas, apenas puedo sostenerme así que lo sostengo por encima de sus manos que me atrapan pero no me incomodan, al contrario de eso.
Son besos delicados, no uno solo, si no uno tras otro, tras otro. De un momento a otro se vuelven desesperados, llenos de una sola cosa: deseo, como si ambos, en el fondo, hubiéramos deseado que esto pasara desde hace un tiempo.
Entonces recuerdo a que venía principalmente.
Me separo de él de manera brusca e intento organizar mis ideas, todo ha pasado tan rápido y me he dejado llevar que me olvido.
La confusión clara en el rostro de Peeta está frente a mi, cuando aparto sus manos con delicadeza y beso su mejilla una última vez, tomando el arco y el carcaj al mismo tiempo.
—Bueno, intenta perseguirme— le señalo la pierna, lo cual resulta divertido un segundo.
Y salgo huyendo de la cueva con sus llamados en mi nombre que simplemente ignoro.
━━━━ ⋆ AUTHOR'S NOTE: antes que nada, buenos días 🙂
Espero les guste el capítulo, si quieren spoilers gratis pueden seguirme en ig: same.izzie, btw, el siguiente capítulo serán escenas de Amanda y Peeta so, si quieren alguna escena que escriba en específico pueden decírmelo acá o por mensaje :)
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