Capítulo VI

—¿Entonces me crees?—cuestionó Anne esperanzada, pero el mutismo de Jack hizo que aquel sentimiento se esfumara.

Probablemente él pensaba lo mismo que ella cuando analizaba a su paciente: que la verdad es relativa, y que se altera por la subjetividad.

El individuo tiene la capacidad de auto convencerse de que ciertas cosas, determinados hechos, son verídicos, basándose en su propio juicio crítico, en su ideología y sentimientos, y creerlo fervientemente, pero eso no verifica su autenticidad completamente.

Necesitamos que otras personas, que la comunidad, avale el hecho a partir de pruebas o evidencia que compruebe su fiabilidad.

La morena nunca pudo saber cuál era la respuesta del contrario, pues en ese momento las luces de toda la estación se apagaron por completo, dejándolos en penumbras unos instantes, hasta que las led de emergencia se encendieron, iluminando toda la habitación con una luz bermeja.

Jack ya estaba de pie, sosteniendo el arma que colgaba de su cinturón, enfocando los ojos en el vitral que estaba de espaldas a Anne.

Cuando la chica volteó, notó que Steven ya no estaba en el cuarto de junto.

—¡Maldición. Ese desgraciado hacker nos las jugó! —vociferó Jack, al tiempo que el sistema de alarmas comenzaba su incesante pitido de alerta y todo se sumía en el caos—.¡Quédate aquí! Si intentas algo tendré motivos más que suficientes para dejarte detenida —informó el oficial, al tiempo que salía disparado de la sala de interrogatorios.

La voz robótica del sistema de seguridad advertía una violación en el software principal, una fuga de datos, y por el comentario que había hecho Jack, a la chica no le costó adivinar que el otro prisionero tenía que ver en esto, además del claro hecho de ya no se encontraba en la Estación, o eso creía ella, segundos antes de que la puerta metálica volviera a abrirse y observara la cabellera oxigenada del impetuoso ojiverde, asomándose a través de la misma.

—¿Te quedas o te vas preciosa?— dijo el osado joven, que le sonreía de medio lado, satisfecho con su hazaña —.Piénsalo rápido Adler, antes de que Sherlock regrese—añadió guiñándole. Ese muchacho sin duda era un galán.

Haciendo omisión a la analogía con aquel clásico detectivesco que nunca pasaría de moda, sin pensar demasiado en las consecuencias futuras que podrían sobrevenir a aquella acción, pero principalmente impulsada por el deseo de salir a buscar respuestas por sus propios medios, en vistas que la autoridad descreía de ella, la mujer se levantó y lo siguió.

En el pasillo penumbroso, iluminado por las parpadeantes luces de neón, visualizó a dos oficiales, cuyos cuerpos inertes estaban completamente desgarbados, en el suelo.

—No preguntes—fue el comentario de Steven, quién buscaba la salida más cercana, aquella que aún no se había cerrado herméticamente cuando el sistema fue vulnerado.

Ambos cruzaron la puerta, justo a tiempo. Unos segundos más y hubieran quedado atrapados.

Salieron al callejón trasero de la Estación donde había un vehículo de diseño aerodinámico estacionado. El mismo parecía una cápsula de color negro brillante. La polaridad de los vidrios impedía ver al conductor, y la ausencia de los relieves de las aberturas daba la impresión de que era impenetrable.

Pero era notorio que los estaba esperando, o al menos a Steven, pues cuando ambos salieron completamente a la calle, las puertas traseras se abrieron, desplegándose hacia arriba, para que ambos pudieran ingresar.

Anne sentía que estaba viviendo una película de acción, de esas que eventualmente veía y que le permitían escapar de la monotonía y la rutina de su vida. El corazón le latía rápidamente y el pulso palpitaba en las sienes y en su arteria carótida. Su sangre hacía ebullición por la intensa adrenalina que la recorría.

—Espero que tu nueva amiga no se orine en el vehículo por el susto. Los nuevos tapizados costaron la mitad de mi salario—dijo la voz femenina de la quejumbrosa conductora, que de inmediato puso el automóvil de última generación en marcha, luego de que las puertas se cerraran.

Los cinturones automáticos se colocaron instantáneamente en torno a la cintura de Anne asegurándola, mientras esta fruncía el ceño, irritada por aquel comentario.

—Ignora a Mónic. Está de mal humor por esa dieta neo vegetariana que hace—comentó Steven y añadió en voz más baja—. Solo come barras orgánicas hechas con fibras de vegetales que murieron de causas naturales —se mofó.

— Te oí imbécil—comentó la desconocida joven, oculta tras el cristal opaco que separaba ambas secciones del automóvil, impidiendo que Anne pudiera observarla con claridad —. ¡Los vegetales también son seres vivos! No se concibe que los asesinemos cruelmente para nuestra satisfacción personal—añadió, con cierta pesadumbre.

—Yo le llamo alimentarse—dijo Steven, haciendo un gesto de que estaba "loca de remate" con los dedos.

—También vi eso. ¡Eres un insensible! —acusó Mónic, ofuscada. Al parecer la visibilidad, de momento, estaba limitada solo a uno de los lados. El vidrio del automóvil tenía el mismo sistema de polarización rotativa del de la sala de interrogatorios de la Estación.

—¡Podrían dejar de discutir y decirme de una vez ¿dónde vamos?! —chilló Anne, arrepintiéndose en su fuero interno por haber escapado con ese par de locos. Aunque ya era demasiado tarde para eso. Ahora era tan prófuga como ellos, o bueno, eso asumiendo que la chica también estuviera huyendo de la ley.

"Pensar que en la mañana era una psiquiatra de prestigio y ahora mi carátula ha cambiado a la de «rea», «demente», y seguramente «prófuga peligrosa»" se lamentó.

Anne no sabía cómo sentirse con semejante cambio de etiqueta. Aunque era consciente de que estaba mal lo que había hecho, aquel desafío a la autoridad; tampoco se podía quedar de brazos cruzados delegando toda la responsabilidad del esclarecimiento de la verdad, de la desaparición de su paciente, a un policía que descreía de todo lo que ella decía. Tenía que buscar respuestas y al parecer ese joven demente podía dárselas.

—Es una buena pregunta—señaló Mónic—. Llevo 10 minutos conduciendo sin rumbo.

El auto era tan liviano y ágil que apenas se sentía que se estaban moviendo y el tiempo para Anne, se había desdibujado entre la cháchara y la adrenalina.

—Es un hecho que a mi apartamento no podemos ir—observó Steven—. Está intervenido por la policía desde mi "neófito intento de hackeo"—ironizó. Algo le decía a la doctora que su arresto había sido premeditado.

—Al mío tampoco—agregó de inmediato Mónic—.No quiero que me vinculen directamente con ustedes. Ya te dije que debo seguir manteniendo una vida normal.

—Tu vida dejó de ser normal desde que ese monigote al que le llamas "novio" se volatizó frente a ti muñeca— se despachó el rubio y, salvando la nueva revelación, Anne pudo notar cierto tono de hostilidad en su voz e incluso reconoció algo de tensión en su mandíbula.

—¡Lo dije eres un insensible. A demás de que claramente estas celoso!—lo increpó la fémina.

—¿Y desde hace cuánto tiempo exactamente son ex ustedes dos? —interrogó la hábil psicóloga, que ya se había dado cuenta cuál era el vínculo que unía a aquel par.

—Dos meses—respondió el dúo a la misma vez. Y al darse cuenta de la primera concordancia que habían tenido en todo el trayecto, ambos callaron un momento.

—Iremos a la casa de Arthur, mi amigo—anunció Steven cambiando de tema, mirando directamente a Anne— Su casa queda en las afueras de la ciudad. A él no le molestará la intromisión, ya que también desapareció de "la faz del planeta", o eso quieren que creamos. Además, mudé mi equipo técnico ahí hace una semana—informó.

Mónic, quién se mostraba ahora muy callada, dió las órdenes del nuevo paraje al GPS y así fue como, bajo las titánicas sombras de los imponentes edificios, proyectadas por los últimos rayos del sol crepuscular, el trío de fugitivos abandonó la ciudad.

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