Capítulo IX
—¡Malditos sean esos polis!— vociferó Steven y estrelló ambos puños sobre la mesa.
—Cálmate querido— intentó tranquilizarlo Mónic, posando delicadamente una mano sobre su hombro derecho y usando una voz extremadamente suave y persuasiva—. Al menos hemos visto parte del archivo y confirmado nuestras sospechas— añadió, y Anne pudo notar como el estado furibundo del rubio menguaba.
En definitiva había subestimado las habilidades de aquella fémina. Ni siquiera ella había podido tranquilizar al hombre tan rápido, con todos sus títulos en psiquiatría, pero claro, ella no había compartido con él una relación romántica, de la cual aún quedaban visibles resabios.
Steven soltó un sonoro suspiro y asintió, luego de mirar por última vez las palabras "acceso denegado" que habían aparecido en la pantalla hacía unos segundos atrás, como clara señal de que ya había sido combatido el virus que había esparcido el hacker en la computadora central de la Estación.
En efecto, la sensual castaña tenía razón. Habían llegado a visualizar parte de la información que contenía la carpeta ARCA. Dentro, encontraron las bases de datos de sus amigos reportados como desaparecidos: Michelle, Arthur y Dylan- el novio actual de Mónic- entre otras personas que nunca habían visto.
La evidencia de su existencia estaba allí, y la mano negra del gobierno en todo este asunto también.
Ellos se habían encargado de borrar cualquier registro de estas personas de la red y todo rastro que hubieran dejado en su entorno, pero también, de alguna manera extraña -ya sea mediante coacción o algún tipo de procedimiento desmemorizante en masa- habían conseguido que todas las personas con las que habían tenido contacto, a excepción de ellos, borraran de sus mentes sus recuerdos, al poco tiempo de haberlos abducido, de una forma igual de misteriosa e incomprensible.
Pero la pregunta más urgente no era cómo lo habían hecho, sino por qué.
Y esa respuesta sí la tenían, o eso creían.
—¿Entonces, sigues pensando que esto tiene que ver con el fin del mundo?—musitó Anne, desde su puesto en el sofá, parcialmente recostada, como si fuese su propio diván.
La cabeza no paraba de darle vueltas desde que había aparecido aquella misteriosa carpeta en las pantallas, de una forma tan sugerente, como si los esperara de algún modo.
— ¿Tú no? —Steven enarcó una ceja, destinándole una mirada furtiva, sin perder de vista a la otra chica—. Es evidente que se trata de eso. Y hay un patrón común. Todas estas personas experimentaron esa especie de "visiones" del cataclismo mundial, por lo que no es casual que al poco tiempo de manifestarlas desaparecieran de modo abrupto y... escalofriante— se estremeció—. Por eso creo que hay algo más allá de simples profecías apocalípticas. Además, ya ha pasado. La historia es prueba de ello. Cada vez que suceden hechos de esta naturaleza, el Gobierno considera que la sociedad no será capaz de manejarlos con cautela y entraran en pánico, y los mantiene en secreto.
Anne lo meditó un momento. Tal vez estaba en lo cierto. Todo estaba relacionado con el fin de los tiempos. La cabeza volvió a martillarle terriblemente y esta vez un mareo la embargó, sintió desvanecerse y todo se tornó en una llamarada anaranjada alrededor, antes de poder formular una respuesta.
—Creo que está despertando— oyó una voz masculina desconocida, y pestañeó brevemente.
La luz la cegó y debió volver a cerrar los ojos de inmediato.
Sintió su cuerpo liviano, tanto que parecía flotar.
—No, aún no. Es demasiado pronto. No ha hecho la relación, es peligroso —Esta vez era otra voz que la doctora reconoció como familiar. Pero era imposible, porque esa persona había muerto hacía tiempo.
Volvió a pestañear y esta vez vio el destello de un rostro sobre el suyo, pero no reconoció rasgos, ni facciones, pues la luz era demasiado potente.
Cuando volvió en sí, estaba en un ambiente íntimo con personas conocidas. Un aroma dulzón y perfumado, impregnó sus fosas nasales y apresuró su recuperación.
Mónic la había rociado con su caro perfume importado, en una dosis considerable.
Comenzó a toser de forma convulsa, mientras se giraba de lado.
—Me alegra que estés mejor y que tus pulmones funcionen—dijo de modo casual, la fémina.
"Siempre tan amable" pensó la psiquiatra.
—Hacía un momento no respirabas —manifestó Steven. Y ahora entendió a qué se refería Mónic y se sintió mal por pensar así de ella.
Cuando la tos cesó dijo:
—No sé qué pasó. Creo que me desmayé, pero debe ser porque no he comido nada.
—No estabas desmayada chica, estabas como catatónica—dijo la castaña, aleteando sus largas pestañas sobre ella, cual abanicos de antaño.
—Y mencionaste algo antes de salir del trance. Un nombre— aportó Steven.
—¿Arca? —aventuró Anne.
—No. Jane...
La doctora suspiró recordando y sintió un poco de humedad en sus ojos, aún ardidos por el perfume.
—Era mi mejor amiga, casi una hermana para mí—explicó—. Ambas habíamos hecho la carrera de psicología en la Universidad y éramos colegas. Murió hace varios años, en un accidente de tránsito. No sé por qué la recordé ahora...—hizo una breve pausa, y frunció el ceño—. Pero creo que "soñé" con ella, cuando estuve catatónica.
En su interior sabía el por qué de su evocación. La extrañaba demasiado, y la necesitaba, mucho más ahora que posiblemente el fin de la humanidad se acercaba. Todos necesitaban estar cerca de sus afectos en momentos difíciles.
Curiosamente el nombre de "Jack" también resonó en su mente, aunque en un eco mental mucho más lejano.
—Lo lamento— comunicó el rubio, y acarició con la yema de su dedo, su mano. Aunque el contacto fue breve, Anne lo agradeció profundamente en su fuero interno. Hacía tiempo, no recibía esa clase de apoyo de nadie cercano.
No fue hasta ese punto que reflexionó sobre cuán solitaria era su vida.
— Sí, yo igual lo lamento—dijo Mónic—, y no quisiera ser desconsiderada ni nada, pero creo que es momento de que nos preocupemos más por los que aún están vivos y se pueden salvar — terminó la frase, rompiendo cualquier tipo de atmósfera emotiva.
—No sabía que te urgía tanto rescatar al patán ese que tenías por "novio"—soltó Steven, nuevamente ofuscado, o mejor dicho celoso.
—Hablo también de tu amigo, imbécil, y su paciente— corrigió Mónic, mirándolo de manera ceñuda—. Pero sí, Dylan forma parte del rescate.
—¿Rescate? —Anne se sentía ahora más desorientada que antes.
— Es obvio ¿no? ¿Pensaste que esto se acababa aquí chica? Ahora que tenemos indicios de dónde pueden estar todos no los dejaremos a su merced para que sirvan de conejillos de laboratorio. Iremos a rescatarlos. El Gobierno no tenía derecho a secuestrarlos, ni a intentar alterar nuestros recuerdos sobre ellos.
—¿Entonces, ustedes también se han sentido hostigados o acechados?
—Sí —confesó la chica y se puso algo pálida de pronto—. Pasó la noche posterior a la desaparición de Dylan. Sentí que "alguien" más estaba en mi apartamento. Fue por eso que contacté con Steven de inmediato. Me negaba a aceptar que estaba loca.
—Tampoco hay que descartar del todo esa posibilidad— dijo el ojiverde y está vez se ganó un "toque" menos afectuoso de su parte.
La riña podría haberse extendido más, de no ser porque en ese momento los sensores móviles, llamados vigías, que estaban diseminados, volando, por los alrededores de la propiedad, como medio de seguridad, habían captado "algo" y el sistema de alarma había comenzado a pitar.
—Computadora, muéstrame las imágenes que captaron los vigías —ordenó Steven, y en breve en las pantallas aparecieron varios patrulleros de la policía de N.Y acercándose peligrosamente a la vivienda —. ¡Mierda! ¿Cómo nos encontraron?— manifestó, mirando a Mónic.
— A mi no me mires, yo hice bien mi trabajo— se excusó, levantando los brazos.
—Bien, no importa ahora—dijo el rubio, no muy convencido, y luego le dió varias instrucciones— Saca a Anne de aquí. Lleva una de las aeromotos y sal por la puerta trasera hacia el camino del bosque. Sigue la vía aérea más transitada para pasar desapercibida, hasta el primer descanso. Yo las alcanzaré ahí.
La psiquiatra estaba con los nervios de punta. La adrenalina había vuelto a dispararse.
—¿Pero y qué harás ahora? —musitó, adelantándose a Mónic, que lo miraba expectante.
—Yo... me quedaré a volar este lugar en mil pedazos.
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