Veintisiete
Hacía tiempo que Franco y Bruno no tenían una semana tan intensa, y el bajón de adrenalina se sintió ese viernes, cuando se encontraron en el piso que compartían. Dormir hasta que el cuerpo se despierte solo, fue un pacto implícito que hicieron al acordar que cuando se levantaran al día siguiente irían juntos a visitar a su padre en Lanús.
Ambos necesitaban el domingo libre para poner la cabeza en orden, porque a ninguno le esperaba un lunes fácil.
La incertidumbre de Franco por conocer a Evangelina fuera de su zona de confort, y la ansiedad de Bruno por comenzar a entrenar a Ismael, les carcomió la cabeza ese domingo. En soledad, cada uno en una punta del piso, cada vez que se cruzaban las miradas hablaban por sí solas.
«Hermano, no es por ahí».
«No lo arruines, andá de a poco».
Pero ninguno se animaba a decírselo en voz alta al otro.
El domingo se convirtió en lunes cuando ambos ya estaban cansados de esperar, contrario a lo que pensaron al momento de acostarse, fue en un abrir y cerrar de ojos que las luces de la ciudad reflejadas en el agua del dique comenzaron a apagarse, dejando al sol hacer su trabajo lumínico. El celular de Franco sonó mientras intentaba desenredarse de las sábanas.
—Sí —atendió somnoliento.
—Buen día. Estoy en la puerta.
—Ahí bajo.
Se vistió con lo primero que encontró, tomó las llaves del auto de su hermano, el papel con la dirección, y bajó arrastrando los pies. Le dio las indicaciones a Ismael, y volvió de prisa a ducharse y arreglarse, no quería que Evangelina llegara y encontrara la oficina vacía.
Del otro lado del dique, la situación era completamente distinta. Evangelina ya estaba lista dando los últimos retoques a su maquillaje, mientras Daniel le preparaba el desayuno, todavía en pijama.
—Guau, estás más ansioso que yo —lo molestó entre risas.
—Evi, estás a punto de trabajar para uno de los tipos más importantes del país, ¿no pensaste que si te sale bien puede ofrecerte un puesto en su empresa? O sea, no es que necesitemos la guita, pero...
—Sí, lo pensé muchas veces, pero no. No podría dejar a Isidro, sabés lo que quiero a ese hombre, es como un padre para mí.
—Pero vos mejor que nadie sabe que algún día todo va a cambiar. —Daniel se acercó a su esposa y le tomó el rostro—. Va a llegar el día en que su hijo tome el control, y aunque sé que son amigos, algo entre ustedes se va a romper, porque no siempre hay lugar para la amistad cuando se trata de negocios.
—Lo sé, y creéme que no quiero pensar en eso. Lo que tenga que ser será, mientras tanto tomo esto como una ayuda a Isidro, el tiempo dirá qué pasa después con Franco.
Daniel deposito un beso en los labios de Evangelina, y la dejó para que terminara de arreglarse. Sirvió el desayuno, café y tostadas, y cuando el reloj de la sala marcó las siete y media, el sonido del timbre dio por finalizado el desayuno. Se asomó por el balcón, y ahí estaba sobre Paseo Colón.
—Tenia razón... —rio mientras se cubría la boca porque estaba masticando el último bocado de tostada—. Ahí vino mi secuestrador en un auto negro.
—Ya quisiera yo que me secuestren en un Porsche —acotó Daniel, risueño—. ¿Lista?
—Es un día más de trabajo —dijo restándole importancia al asunto.
—Éxitos, mi vida.
Se besaron como despedida en el balcón, y mientras Daniel corría para alistarse para llegar cuanto antes al canal y no aprovecharse del permiso que le concedió su productor, Evangelina avanzaba con cautela hacia el Porsche negro estacionado en la puerta del edificio. Apenas Ismael la notó, se bajó para presentarse y abrirle la puerta trasera.
—Buen día, te mando Franco, ¿no?
—Buen día, sí... Soy Ismael, el secretario presidencial de los Antoine.
—Un gusto —respondió estrechando la mano que le ofrecía Ismael.
—El gusto es mío, Franco me dijo que venía a buscar a una Evangelina, pero no a qué Evangelina —enfatizó—. Sos la esposa de Daniel Grimaldi, soy seguidor de tu marido, como no podía ser de otra manera siendo hincha del más grande.
—Si lo querés conocer está arriba, todavía no se fue para el canal.
—No, no te preocupes, no lo voy a joder en su casa, será en otra ocasión. Además se nos va a hacer tarde, no conozco a Franco enojado, pero si es como el hermano...
—Mirá que interesante lo que decís... —deslizó con picardía mientras se introducía en el auto.
Ismael cerró la puerta de Evangelina, y rodeó el vehículo con destreza para llegar a su lugar de piloto. Sintonizó una radio para que el viaje sea más ameno para ambos, cuando Evangelina habló.
—¿Hace mucho que trabajás con Franco y su hermano?
—Tres días.
—Guau... No esperaba esa respuesta, pensé que al menos conocías a Bruno, como dijiste recién que...
—Larga historia —la interrumpió—. Pero sí, conocí al Bruno enojado antes de que fuera mi jefe. ¿Y vos? Ahora entiendo por qué Dani te cuida tanto en sus redes, nunca imaginé que trabajaras de cajera en ese restaurante.
—Ya el nombre te lo dice todo: La Escondida. No es que me jodan sus seguidores, si se me acercan tengo la mejor, pero prefiero mil seguir siendo esa chica desconocida que era antes de conocerlo. Incluso, tengo mi perfil de Instagram cerrado y todos los días me caen solicitudes de sus fans.
—Te confieso que una es mía.
—Ay, bueno... Pero ahora ya nos conocemos, decime tu usuario y te acepto.
Ismael aprovechó el semáforo en rojo para desbloquear su teléfono y abrir la aplicación de Instagram.
—Ahí tenés mi usuario.
Ismael le extendió su celular antes de arrancar con el semáforo en verde. Evangelina la hizo más fácil, retiró la solicitud de seguimiento desde la cuenta de él y la volvió a enviar. Cuando sonó su teléfono, fue más fácil aceptarlo.
—Listo, agregado. —Evangelina le devolvió el teléfono en otro semáforo en rojo—. Y ahí te devolví el follow. Es tu turno de aceptarme, si es que querés, por supuesto.
—Obvio. Aceptada.
Y no hubo más charla, el corto trayecto solo les alcanzó para agregarse a Instagram. De nuevo, al llegar, Ismael no le dio tiempo a Evangelina a abrir su puerta y se apresuró a repetir la cortesía, y se sintió parte de la realeza por el trato que le estaba dando Franco. El auto de alta gama, su secretario oficiando de chofer, no entendía por qué la trataba como princesa.
Y eran esas actitudes las que intentaba evitar como esposa de Daniel. Por eso su Instagram estaba cerrado: no quería ser influencer, no quería notas, detestaba los canjes, y por sobre todo, quería evitar las miradas lascivas de todos los seguidores futbolísticos de su marido. Ya suficiente con los comentarios que leía en algunas fotos de Daniel.
Ya en la puerta del edificio, Ismael sacó su teléfono, abrió WhatsApp y envío una nota de voz.
—Estoy en la puerta. Bajá a buscarla antes que me acarren el auto y tu hermano me asesine.
—Acá estoy.
Evangelina todavía se estaba riendo del mensaje de voz de Ismael cuando la sorprendió la voz de Franco a sus espaldas. No pudo evitar mostrar una expresión de sorpresa al notar que él lucía ligeramente distinto. Vestía la versión masculina de la misma campera de abrigo que usaba ella, también de color negra y con piel sintética en la capucha. Al llevarla abierta, podía ver la camisa de jean desabrochada y la remera blanca. También era la primera vez que usaba jeans, a tono en color negro y tan ajustados que simulaban una calza. Lo único que reconocía eran las Nike de siempre, en esa ocasión blancas y negras. Si no fuera por el flequillo asomándose por la capucha, hubiera pensado que se trataba de Bruno. Ismael la sacó del trance.
—Los dejo, me voy a buscar al gemelo gruñón. Un gusto conocerte, Evangelina.
—El gusto es mío, y decime Eva.
Se saludaron con un beso en el cachete, mientras Franco observaba la escena con fascinación. Calculaba que el viaje desde su casa hasta la oficina había durado quince minutos, teniendo en cuenta el tráfico, y Evangelina ya había hecho migas con Ismael, un hombre bastante difícil de penetrar.
—¿Te dije buen día?
Franco no escuchó, fue su turno de sorprenderse con Evangelina, que si bien no vestía nada del otro mundo, verla con una gota extra de maquillaje y montada en unos stilettos negros con brillos era algo que no esperaba.
Y se ilusionó al ver que no fue el único en elegir cuidadosamente la ropa.
En consecuencia, confirmó lo peor: Evangelina era la primera mujer que lo cautivaba después de Pilar.
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