Veintiséis
Lo que restó de ese jueves y el viernes siguiente, Bruno y Franco se la pasaron encerrados cada uno en su oficina. El primero, revisando el contrato que Ismael había recibido, aportando sus conocimientos del mundo del fútbol, mientras el segundo depuraba el código de la terminal de cobros en tiempo récord.
Quería que, a más tardar, Evangelina estuviera autorizada por Isidro para pasar la jornada laboral del martes en su oficina.
Pero si conseguía terminar el trabajo ese viernes, gestionaría la visita de Evangelina para el lunes.
El objetivo era simple, estaba eliminando los bloques de código que serían obsoletos en la versión final: el pago en efectivo y con criptomonedas, el ranking de clientes, la sección de delivery, y por supuesto, el cerdito bailando del inicio. Tuvo suerte de que su equipo había comentado todo el código, nunca pensó que lo llevarían a cabo, hasta que recordó que él no era un jefe cualquiera.
Era dueño y CEO, y por ende, su palabra era ley.
Borraba un bloque de código y probaba para corroborar que no hubiese borrado una coma de más, y a cada reinicio un ítem desaparecía del menú. Estaba apurado porque no sabía a qué hora Alan abandonaba el restaurante, le urgía hablar con él y acordar la ausencia de Evangelina. Su vista oscilaba entre el IDE y la hora junto a la bandeja de sistema, recordó que la primera vez que fue a buscarla eran alrededor de las cinco de la tarde, y ya había terminado su turno. Continuó con su trabajo mientras no dejaba de controlar la hora.
15:43
15:58
Calculó lo que le faltaba para terminar un modelo rústico pero operativo, si no se encontraba con ningún contratiempo en los reinicios podría ir a ver a Alan.
16:10
«Ya debe haber salido. Ya casi...».
16:29
«Dale... Dale, Orson...».
16:45
—Listo.
Franco cerró su computadora, tomó su abrigo, las llaves de su moto, y salió disparado como si La Escondida estuviera a punto de cerrar. Cuando su smartwatch marcó las cinco en punto, apagó el motor de su scooter en la puerta del restaurante, y efectivamente, Alan estaba en la caja y el trío de apertura ya había salido.
Hora de llevar a cabo su plan.
—Alan... ¿Cómo va?
—¡Ey! ¿Qué hacés acá a esta hora? —El joven salió de su lugar tras la barra y se acercó a saludar a Franco con un choque de palmas—. Eva ya se fue, hace un ratito, capaz si venías hace diez minutos te la cruzabas porque se fue tarde.
—Tranquilo, vengo a verte a vos. Necesito tu ayuda.
Los ojos de Alan se abrieron de sorpresa, se sentía más que halagado que uno de los gemelos Antoine le pidiera ayuda. En realidad, él pensaba que era el más idóneo para el proyecto de Franco, y esperaba el momento en que lo necesitaran por ser el futuro dueño del lugar. Soltó un suspiro engreído y sonrió socarrón.
—Sabía que en algún momento me ibas a necesitar, te dije que Eva no conoce todo de este lugar.
Y fue el turno del suspiro de Franco, aunque fue un reflejo para no perder los estribos cuando comprendió por qué todos odiaban al muchacho.
—En realidad, la necesito a ella, por eso estoy acá. Decime, ¿quién la cubre cuando falta? Porque el lunes la necesito todo el día en mi oficina. Ya tengo el código listo para empezar con el desarrollo y necesitaría tenerla conmigo, porque voy a hacer las modificaciones en caliente con una terminal de pruebas.
Alan borró la sonrisa socarrona, no esperaba que Franco avalara el trabajo de Evangelina.
—En realidad... nadie. Evangelina es muy responsable, muy pocas veces ha faltado y siempre la cubrí yo.
—Y en el caso de que mi trabajo se extienda unos días, no sé... dos o tres... ¿No hay nadie que la pueda cubrir así no te jodo a vos? —Franco sacó del bolsillo de su campera una tarjeta de Chanchi, la colocó entre sus dedos índice y mayor, y la levantó—. Yo lo pago, no te preocupes. ¿Veinte lucas por día estará bien? No conozco los salarios del rubro.
La cara de Alan era una calculadora, a matemática simple ese monto que ofrecía por día era un poco más del diez por ciento del sueldo de Evangelina. Mientras que para él era evidente que no conocía los salarios del rubro gastronómico, Franco celebraba en silencio que había picado el anzuelo.
—La verdad es que no... Como te dije, Eva apenas falta y siempre la cubro yo. A todo esto, ¿mi papá sabe que...?
—Sí —lo interrumpió—, se lo dije el día que vine con mi hermano, que quizás algún día me la llevaba a la oficina y aceptó. Por eso te vengo a pedir que me consigas un reemplazo para el lunes.
Alan no podía dejar pasar esa oportunidad.
—Es que es muy sobre la fecha, si me avisabas antes podía poner un aviso buscando personal temporal, pero hoy viernes... —Fingió pensar—. Yo la podría cubrir... —deslizó con cautela.
—Perfecto. —Franco le extendió la tarjeta, pero cuando Alan estaba a punto de tomarla movió sus dedos con destreza, atrapando el plástico con su mano, y lo señaló—. Eso sí, el mismo horario de Eva, a las siete y media te quiero acá, y a las cuatro ya sos libre. No quiero que tu viejo se enoje conmigo y me cancele el proyecto. Mirá que me voy a enterar de lo que hagas por los pibes, eh. No cumplís, y voy con tu viejo a pedirle un reemplazo.
—Tranquilo, que cuando me tengo que poner las pilas soy responsable.
Franco le entregó la tarjeta prepaga con los primeros veinte mil pesos ya cargados.
—Ya la podés usar, te voy cargando las veinte lucas de acuerdo a la cantidad de días que necesite a Eva.
—¿Y ya hablaste con ella?
—No, y eso también te quería pedir. Avisale vos que el lunes va a trabajar en mi oficina, así no piensa que son delirios míos. Que me llame, o sino la llamo yo mañana para avisarle.
—¿Y por qué no le avisamos juntos?
Alan le hizo un gesto a Franco para que lo siga hasta la pequeña oficina ubicada al costado de la cocina, cerró la puerta para tener más privacidad, y discó al celular de Evangelina. Puso la llamada en altavoz y aguardaron hasta que atendiera.
—Alan... ¿Y ahora qué me olvidé?
—Hola, Eva. No, no te olvidaste nada. Es para decirte que tengo a Franco acá conmigo porque el lunes te necesita todo el día en su oficina para trabajar con su aparato, y ya acordamos que yo te voy a cubrir en la caja. Así que el lunes vas para allá todo el día.
—Hola, Eva —intervino Franco en la conversación—. ¿Te acordás cuando te dije que ibas a tener que trabajar en el diseño? Bueno, es ahora. ¿Estás lista?
—No. —Soltó una risa nerviosa al otro lado de la línea—. Ya te dije que no tengo idea de programación.
—Tranquila, los que van a programar son mis chicos y yo. Vos solo vas a diseñar y probar en caliente.
Alan soltó una risa infantil cuando escuchó la última frase.
—Dejalo, a veces parece que tuviera siete años en vez de veintisiete. Yo entendí lo que dijiste, creo... En lugar de probar todo junto, vas a probar de a pedacitos, ¿no?
—Algo así... Se podría decir que sí.
—¿Y qué hago, Alan? ¿Necesitás que vaya un toque el lunes?
—No, ya arreglé todo con Franco. Lo que él diga.
—¿Y a dónde voy, Fran? ¿Me mandás después la dirección de la oficina por WhatsApp?
—No, no, yo te mando un auto. Pasame la dirección de tu casa, o si no te sentís cómoda dándome tu dirección, te venís para acá y te pasa a buscar por La Escondida.
—¿Y por qué no le voy a dar mi dirección al hombre más rico del país? —acotó entre risas—. O sea, no te lo tomes a mal, lo que quiero decir es que no es que me fueras a secuestrar.
—Pero yo ya te dije que te iba a secuestrar, y según las películas, a la víctima siempre se la llevan en un auto negro. Espero que el lunes no salgas corriendo cuando veas el auto que te va a pasar a buscar.
—Y yo te dije que estás jodido si esperás que alguien pague un rescate por mí —rio del otro lado de la línea.
—Y yo te dije que mejor para mí si nadie te reclama —retrucó con ese tono tan bajo que no podía evitar cuando hablaba por teléfono con ella.
Alan estaba hipnotizado paseando la mirada entre la expresión de Franco y su teléfono, él conocía ese lado jocoso de Evangelina que en ocasiones podía confundirse con un coqueteo. Y bastó que Franco cerrara sus ojos por un segundo para comprender la situación.
«Qué quilombo se va a armar...», pensó Alan.
Pero decidió no intervenir. No era su problema.
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