Veinticinco
Ismael conducía intentando mantener la calma, si bien Franco le había anticipado que tal vez Bruno le pidiera ejercer de chofer, nunca imaginó que lo hiciera en su primer día de trabajo.
—Pero pisalo un poco más —se quejó Bruno—. Es un Panamera, no un 911. Voy a llegar tarde al almuerzo con la gente del club.
—Punto uno, hace mucho que no manejo cuatro ruedas. Y segundo, si te pusiste como loco porque me tropecé y te mojé las revistas, no quiero imaginar qué me vas a hacer si te rayo semejante máquina.
—Dale un poco más, no pasa nada.
Ismael aceleró un poco más, aunque no mucho, su principal temor era que el auto se enloqueciera, porque a pesar de no ser un deportivo, era un vehículo de alta gama. Eso, sin contar con que Bruno le tuvo que explicar brevemente cómo se usaba la caja automática.
—¿Y con quién vas a almorzar? —preguntó, solo para entablar conversación y quitarse los nervios.
—Con un directivo de un club de Santiago del Estero, no tenemos muchos usuarios en esa provincia, y vamos a ver si sponsoreándolos en la camiseta conseguimos más mercado allá. Aprovecho que ya termina la temporada, si todo sale bien, en el próximo torneo van a tener a Chanchi en la camiseta.
—Bien... Es buena publicidad, cada vez que haya una falta, un gol, una tarjeta, vas a tener el primer plano de tu marca. ¿Y yo que hago? ¿Te espero en el auto? ¿Me vuelvo a la oficina?
—No, venís conmigo. Sos mi secretario, y sinceramente... Me gusta el fútbol como espectador ocasional, no entiendo mucho. Decime que te gusta el fútbol.
Ismael soltó una risa mientras negaba con la cabeza.
—Ahora me cierra todo, ya me parecía raro tanta responsabilidad en mi primer día. ¿Tanta cara de futbolero tengo?
Bruno perdió la vista en la calle a través de su ventanilla, mientras buscaba una excusa para ocultar que en realidad había visto en su Facebook una foto suya en la platea del Monumental, vistiendo una camiseta de River Plate.
—Anoche vi tu Facebook —soltó sin mirarlo.
—Porque no pudiste ver mi Instagram, ¿no es cierto?
—Tenía que saber a quién estaba contratando.
—Me hubieras preguntado lo que querías saber. En mis redes sociales no hay nada que te interese, ni a vos ni a nadie, no te preocupes.
El resto del trayecto hasta el fino restaurante de Puerto Madero lo hicieron en silencio, Ismael estaba algo molesto por la confesión de Bruno, y éste último avergonzado por tener que admitir que estuvo esculcando en sus redes. Cuando llegaron a destino y bajaron del auto, Bruno detuvo a Ismael.
—Hay algo que no me gusta. Tu corbata. Sacatela, dejala en el auto.
—¿Qué tiene de malo? —Ismael se observó el pecho, confundido—. Ya sé que no son las finas que de seguro usás, pero...
—¿Me ves usando una? —negó con la cabeza en respuesta—. Por eso, con corbata parecés mi Smithers. Okey, sos mi secretario, pero... ¿Puedo? ¿Me permitís?
Bruno lo señaló, y él aceptó confundido. Se acercó con cautela, le quitó la corbata, le desabrochó el botón superior de la camisa, y acomodó la prenda para que quedara casual y elegante. Ismael no quería bajar la cabeza y la vista porque Bruno tenía casi su misma altura, y estaban demasiado cerca. Cualquier transeúnte podía pesar cosas que no eran, y lo último que deseaba era tener otro problema con su nuevo jefe.
—Mucho mejor —concluyó observando el resultado.
Bruno señaló el espejo retrovisor del auto, e Ismael se acercó a contemplar el resultado. Recibió la corbata que le extendía, y la arrojó dentro del auto antes de comenzar a caminar en dirección al restaurante.
Para suerte de Ismael, la cita de Bruno ya lo esperaba en una mesa, y de ese modo se ahorraba disimular la incomodidad del momento en que le quitó la corbata en el estacionamiento. Efectivamente, su nuevo jefe lo presentó como su secretario personal, y luego de los saludos cordiales, llegó otro momento para el que no estaba preparado.
Ismael intentaba ocultar el horror que le daba el lado derecho del menú, temía por tener que sacar su billetera cuando llegara la hora de partir. Bruno lo notó, y con disimulo se acercó a su oído.
—Yo pago, elegí lo que quieras.
Asintió pestañeando lentamente, y pasó al lado izquierdo del menú. Y se encontró con el segundo problema: no entendía los nombres de la carta, y mucho menos conocía algunos de los ingredientes que se detallaban debajo de cada uno. Por suerte, los hombres estaban demasiado ocupados charlando sobre el tránsito y el clima del día, es que el santiagueño estaba recién llegado a la ciudad. Pero de nuevo, Bruno supo que Ismael estaba en aprietos.
Descubría que tenía mucho que enseñarle.
—Te recomiendo este. —Señaló una carne con guarnición de verduras—. Básicamente es un churrasco con ensalada —susurró cuando el dirigente no los escuchaba.
—Gracias —dijo, en el mismo tono.
Pidieron la comida y siguieron charlando de temas variados mientras Ismael observaba la escena en silencio, solo participando cuando alguno lo integraba. Terminado el almuerzo, cuando pidieron el café, fue el momento de comenzar a discutir el contrato. Primero, Bruno expresó el deseo de que su marca estuviera impresa en el pecho de las camisetas, habló de algunos beneficios para el club y los jugadores como usuarios de Chanchi, y finalmente preguntó el costo de la publicidad.
Y en esa ocasión, Ismael no pudo disimular su asombro.
—Bueno... No esperaba que costara tanto sponsorearlos... —soltó Bruno entre risas nerviosas.
—Discúlpeme —intervino Ismael, sin siquiera pedirle permiso a su jefe—. Pero, ¿por qué su contrato de sponsor cuesta lo mismo que la marca que viste River en la espalda de su camiseta? Tengo entendido también que tienen una deuda con su último diez, por ese mismo monto... ¿No debería revisar el número?
Los ojos de Bruno estaban fuera de órbita, comenzaba a enfurecerse, hasta que notó el nerviosismo de su contraparte. Ismael tomó su celular, y buscó toda esa información que justamente había leído en Twitter de casualidad esa mañana mientras esperaba a ser atendido en la clínica.
—No es por desmerecer su institución ni su camiseta —continuó para amortiguar sus palabras—, solo sugiero que revea el contrato. Quizás le dieron mal el número, un malentendido...
—Sí, puede ser que sea un cero menos —soltó entre risas nerviosas—. ¿Me disculpan un segundo?
El hombre se alejó de la mesa y efectuó una llamada en su celular, mientras Ismael no le despegaba la mirada, no confiaba en el hombre. Bruno seguía en shock, tratando de entender qué había sucedido, paseando la mirada entre Ismael y el dirigente.
—Tenía que hacerlo —se justificó sin despegar la vista del hombre—, te está subestimando porque te ve muy joven, y encima es evidente que no entendés un carajo de fútbol. Si me trajiste para que aporte mis conocimientos de fútbol, ese fue mi aporte, espero no haberte cagado el negocio.
—Para nada... Si hubiera venido solo ya le estaba firmando ese disparate de plata, total si la publicidad es efectiva se recupera, son los riesgos de este negocio.
—Eso lo entiendo, pero igual, te está viendo la cara, no te dejes.
Terminaron la conversación en el momento que el hombre volvía a la mesa.
—Efectivamente hubo un error, es un cero menos. Si le parece, Bruno, le envío el contrato para que lo revise esta misma tarde.
—A mí no, envíeselo a Ismael. Espere que ya le anoto su correo.
Bruno sacó una tarjeta personal de su billetera, y anotó en el dorso el correo electrónico de Ismael, esperando que el departamento de sistemas haya dado de alta su casilla de correo corporativa. Concluida la reunión, cuando Ismael se levantó pensando que todo ya había acabado, su jefe le hizo una seña para indicarle que se quedara en su lugar. Bruno acompañó al hombre hasta la salida, y al volver, tomó asiento frente a Ismael. Se cruzó de brazos y clavó su mirada en él, sonriendo de lado.
—¿Qué? ¿Ahora sí me vas a cagar a pedos? —soltó entre risas.
—Sos un diamante en bruto, espero que me dejes pulirte porque sos bueno. Demasiado. Y no te das cuenta. Y eso, es lo mejor.
Bruno tomó su celular y creó una cita. Un minuto después, corroboró que la casilla de correo de Ismael estaba activa, porque el móvil corporativo de su secretario recibió la notificación.
—¿Y esto? —expresó confundido al ver la fecha.
—En seis meses hablamos de nuevo sobre esto que te dije. Volvamos a la oficina, que ese diamante no se va a pulir solo.
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