Veinte
Franco adivinó cuando Bruno se levantó en medio de la charla, con la clara intención de desaparecer de la oficina para encerrarse en el piso que compartían. Accedió y lo siguió, pero ya en su hogar lo persuadió para salir a cenar a alguno de esos exclusivos restaurantes que tanto le gustaban. Hizo un esfuerzo por abandonar su look hípster sport que casi le oficiaba de uniforme en su vida, eligió pantalón, camisa y zapatos, y lo arrastró hasta el Porsche Panamera que también compartían, a pesar de que era casi el coche de Bruno, porque Franco prefería la comodidad de su scooter vintage para movilizarse dentro de la ciudad.
Condujo por la zona de restaurantes de Puerto Madero esperando a que Bruno lo detuviera cuando se tentara con algún lugar, pero como nada le llamaba la atención, cruzó el dique hacia la zona turística de San Telmo, e inconscientemente enfiló hacia La Escondida.
—Definitivamente no —sentenció Bruno—. No es hora de trabajar, dejate de hinchar las pelotas, volvé a Madero. Te conozco y sé que me llevás ahí para seguir investigando el lugar y los clientes.
—¿Qué? —Franco en realidad no era consciente del camino que había tomado, y Bruno le señaló el restaurante a lo lejos—. Mierda, no, no... En serio, no sé por qué vine hasta acá.
El que sí sabía era Bruno, en realidad lo sospechaba, pero se la dejó pasar en silencio. Deseaba con todas sus fuerzas que esas piezas que él había encajado fueran incorrectas, lo que menos necesitaba su hermano era enredarse con una mujer casada, por lo que no pensaba fomentarle el delirio para después terminar protagonizando un escándalo por la condición mediática de todos los involucrados.
—Vamos al de siempre, el que está a la vuelta de casa —sugirió finalmente, ya más animado—. Hasta te diría que dejemos el auto en la cochera y vayamos caminando, pero estoy tan hecho mierda que no soportaría una foto paparazzi.
Franco asintió, y condujo hasta el restaurante elegido por Bruno. Una vez allí, hicieron su pedido y continuaron la charla inconclusa de la mañana.
—Y a todo esto... ¿Se arruinó o no tu correo? —dijo Franco, en un claro intento de despejar la mente de ambos—. ¿Perdiste algo de valor?
—No... —soltó en un suspiro, mientras dejaba el tenedor sobre el plato para limpiar la comisura de sus labios antes de beber un sorbo de vino—. Es lo que dijiste, las revistas vienen en una bolsa plástica, había un sobre con unos presupuestos que ya los pedí de nuevo... Y lo del paquete era un presente para...
—Sí, ya sé... —lo cortó para no seguir morificándolo.
—Planeaba darle la sorpresa este fin de semana, vi que había puesto en Twitter que se le antojaba probar un buen vino añejo, y compré un Rutini cosecha 2000.
—Decime por favor que no se rompió.
—Está intacto en su caja de madera. Es una botella de doscientos cincuenta mil pesos, si no la trajo un camión de caudales le pega en el palo —bromeó, en referencia a que la botella estaba debidamente embalada.
—¿Ves? Ese es tu error —puntualizó, apuntando a su hermano con el tenedor—. ¿Te pensás que ese tweet fue espontáneo? ¡No! Era un claro palo porque sabía que vos lo ibas a leer y que ibas a salir corriendo a concederle el capricho. Por favor, nota mental para tu próxima relación: menos regalos, y dejá bien en claro lo que querés desde el primer día. Y a todo esto, ¿qué hiciste con el vino?
—Está guardado en la caja fuerte de mi oficina. Debería devolverlo y usar la plata para indemnizar al pobre hombre que hice despedir, pero no sé si acepten devoluciones.
—De ninguna manera. Ese vino te lo vas a tomar con tu hermano, o sea, yo. Ahora pasamos a buscarlo por la oficina, nos vamos a casa y no paramos hasta dejar la botella vacía. Después vemos cómo indemnizar al flaco, me gusta tu idea.
Pagaron la cena, y condujeron a toda velocidad para llegar a tiempo antes de que la administración cerrara el edificio de Chanchi. Tomaron la botella y volvieron al piso, Franco fue el encargado de musicalizar el ambiente, porque si lo dejaba a su hermano terminarían llorando entre sorbos y boleros de Luis Miguel. Eligió la misma lista de reggaeton que usaba en las mañanas para despabilarse, omitiendo las protestas de Bruno, que detestaba ese género. Se fueron a dormir pasada la madrugada, cuando el Rutini del 2000 era un cadáver en la mesa ratona del living.
El problema era que Franco no estaba acostumbrado a tomar tanto, si no fuera por su vejiga que lo despertó a las siete de la mañana, hubiera seguido de largo hasta el mediodía.
Se levantó como si lo accionara un resorte, se duchó mientras se lavaba los dientes, se colocó lo primero que encontró sin reparar en combinaciones, y logró estar a las siete y veinte sentado en su moto. Esa mañana no tenía tiempo de dejarla en el estacionamiento del edificio de Chanchi, si quería llegar a tiempo debía ir directo a La Escondida.
Y llegó justo en el momento en que Evangelina estaba sola en la calle abriendo el restaurante, y se sobresaltó al escuchar el ruido de una moto frenando tras ella. Colocó la mano en su cartera buscando el gas pimienta para defenderse, y cuando escuchó que apagaron el motor, se puso de pie de un salto y giró apuntando al presunto ladrón.
—Eva... Soy yo. —Se apresuró a aclarar, con las manos en alto para que se tranquilizara.
—¿Franco? Ay, disculpa, es que... ¿Y esta motito? ¿Es nueva? Está preciosa, nunca había visto una vintage.
—No, hace rato que la tengo, siempre la dejo en el estacionamiento de Chanchi, pero hoy me quedé dormido. Si pasaba por allá no llegaba a tiempo.
Evangelina lo observó un momento, y con una mirada supo lo que pasaba.
—Anoche te la diste en la pera, ¿no?
Señaló sus pies. Estaba tan apurado y tan dormido que no reparó en que se había colocado una Nike Air Jordan color verde y otra azul. Agradeció que al menos hayan sido las dos zapatillas del mismo modelo, que en realidad, fue lo que le ocasionó la confusión.
—Mierda... Esto pasa cuando te ponés en pedo con un vino de doscientas cincuenta lucas. No me di cuenta.
—¡Doscientas cincuenta lucas! —exclamó entre sorprendida y horrorizada—. ¡¿Qué te tomaste?! ¿La sangre de Cristo?
—Un Rutini cosecha 2000 que compró mi hermano, larga historia —explicó peinando su flequillo—. Decime que tenés algo para la resaca además de café porque me explota la cabeza, ahora que llegué y me relajé se me cayó la noche de anoche encima.
—¿Aspirinas? Creo que no hay nada en el botiquín para las resacas, pero igual reviso.
—Dejá, no te preocupes, apenas llegue Enzo me vuelvo a casa a dormir. Además, ahora que me veo los pies me siento incómodo.
—Pero te quedan bien, marcas tendencia. Vamos adentro que te busco algo para tomar.
Entraron al local, y mientras Franco encendía la cafetera para prepararse el café más cargado de su vida, Evangelina había encontrado un Alikal en el botiquín. Buscó una botella de agua fría de las que servían en el menú, un vaso de la cocina, y le llevó todo hasta la barra.
—Tuviste suerte, de seguro es de algunos de los chicos de la tarde porque nuestro no es, después lo repongo.
—Gracias, Eva. Sos un ángel.
Franco se maldijo por haber sido tan cariñoso, por un segundo olvidó lo que había pasado cuando la llamó Evi. Pero su pulso se aceleró cuando, contrario a lo que pensaba, Evangelina tomó su mano apoyada en la barra y le dio un apretoncito mientras deslizaba el pulgar por el dorso de su mano a modo de caricia. Y para terminar de desarmarlo, sonrió.
—De nada, para eso están los amigos, ¿no?
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