Treinta y tres

La vuelta de Evangelina a La Escondida al día siguiente fue suficiente para convencerse de que sería difícil dejar ese lugar para trabajar con Franco de manera fija. Ángel y Patricio no perdieron el tiempo a la hora de asaltarla con preguntas sobre el proyecto, cómo eran las oficinas de Chanchi, pero sin dejar de resaltar que en ningún lugar se sentiría como en La Escondida.

Porque ellos también pensaban en la posibilidad de que los abandonara para trabajar definitivamente con Franco.

Ninguno lo decía abiertamente, pero Evangelina lo percibió, y se los hizo saber.

—Chicos, no me voy a ir a ningún lado, ¿sí? ¿Ustedes también me van a quemar la cabeza con eso? Al final, voy a terminar pensado que todo el mundo quiere que trabaje para Franco, o peor aún, que Franco anda haciendo de las suyas a mis espaldas y yo no me estaría enterando.

—¡Eva! ¡¿Pero qué cosas decís?! —exclamó Ángel—. Yo me muero si te vas y nos dejás en manos de Alan, me voy con vos, le pido a Franco algún laburito.

—¿Tan mal la pasaron ayer sin mí?

Sus amigos se miraron, ninguno se atrevía a hablar.

—Bueno, mal, mal, no... —comenzó Patricio—, pero sí nos costó un poco más trabajar. Sabés cómo es Alan, la cabeza en cualquier lado menos en la caja, las comandas...

—Yo en un momento salí de la cocina, y lo vi a Patito manejando la caja, con eso te digo todo.

Evangelina se frotó la cara con ambas manos, frustrada.

—Lo sabía —refunfuñó con el rostro aún cubierto—. ¿Y por qué no me avisaron? Al menos hubieran tirado un mensajito en el grupo, así también lo veía Franco.

—La remamos, Eva. Además, tuvimos más clientes que lo normal, quizás eso fue lo que nos hizo correr.

—Un jugador menos en la cancha afecta el rendimiento del equipo —agregó Patricio para terminar de convencerla—. Me extraña que la esposa de un periodista deportivo no sepa eso.

Evangelina sonrió tímida, acto seguido, extendió sus brazos y los atrajo contra sí para abrazarlos en simultáneo. Sus amigos no tardaron en devolverle el gesto, y permanecieron así un par de segundos, mientras pensaba una solución para el viernes.

Aunque no había mucho qué pensar.

—Déjenme hablar con Franco, ¿sí? Había acordado volver el viernes, pero si la pasaron tan mal, entonces cancelo y...

—¡Eva, no! —la detuvo Ángel—. Tiene que entender que vos tomaste un compromiso con Franco, a pedido de su padre, y que incluso él también se comprometió a cubrirte. Sí, hablá con Franco, pero no para cancelarle, sino para decirle que Alan no cumplió su parte del trato.

—Abrir no es cubrite, pararse detrás de la caja sin hacer nada tampoco —acotó Patricio—. Además, me dijo Esteban que le pagó veinte lucas por un trabajo que debería hacer gratis, al fin y al cabo es su restaurante.

—No me dijo que le había pagado a Alan... —susurró confundida—. Pero, ¿por qué hizo eso?

—Franco no es pelotudo, Eva —afirmó Ángel—. Sabe que si pasa algo en tu ausencia, Isidro se va a enojar y le va a cancelar el proyecto. Para él veinte lucas no son nada, es una moneda, se queda tranquilo, y tiene al boludo de Alan bien domadito.

—Pero no tiene que ser así, voy a hablar con Franco, no se preocupen.

Volvió a resoplar frustrada mientras tomaba su lugar detrás de la caja, tenía planeado llamarlo a media mañana para que pasara a buscar los dibujos que había terminado durante el fin de semana, pero previendo que la charla se extendería un poco más, prefirió hacerlo antes de que explotaran de clientes.

Minutos antes de las nueve, efectuó la llamada.

Eva... ¿Cómo estás?

—Hola, Franqui. ¿Te desperté?

¿Me escuchás adormilado? —retrucó divertido.

—No, no, es que...

Tranquila, recién llego a la oficina. ¿Pasó algo? Te noto rara.

Evangelina enmudeció, no esperaba que Franco fuera tan receptivo. Intentó esquivar la respuesta.

—Tengo tus dibujos, cuando quieras pasá a buscarlos por el restaurante, así ya los tenés digitalizados para el viernes.

¿Cuántos hiciste al final?

—Cuatro, ¿por qué?

Por el contrato. Hoy hablo con la gente de legales, seguro paso a buscarlos el miércoles, ¿te parece? ¿O querés que vaya antes? ¿En serio no pasa nada, Eva?

Resopló por tercera vez. Definitivamente era el día de expulsar aire de manera dramática.

—Sí y no, no es grave, pero necesito que hablemos de algo. Nada malo, no te asustes, solo preferiría hacerlo en persona.

Me asustás, Eva... Dejá que salgo para allá.

—No, Franco...

Había colgado. Resopló por cuarta vez.

Quince minutos después se llevó un buen susto cuando el scooter de Franco apareció del otro lado del ventanal, mientras le tomaba el pedido a un cliente. Se quitó el casco, le guiñó un ojo, y lo arrastró hasta el poste de luz para asegurarlo. Evangelina ya estaba del otro lado del mostrador para cuando Franco se desplomó en la barra.

—Soltalo. ¿Qué pasó?

—Buen día primero, ¿no te parece? ¿Dormimos juntos acaso?

Franco bajó la cabeza y ocultó una pequeña sonrisa mientras trataba de mantener la calma. Ya estaba más que acostumbrado a ese tipo de chistes por parte de Evangelina, lo que aún estaba aprendiendo era la parte del autocontrol, para no entrar en un juego que podía ser peligroso.

—Ya te saludé por teléfono, solo vine a continuar la conversación en persona —atinó a decir cuando se recompuso—. Escupilo. ¿Qué pasó?

Quinto suspiro dramático de la mañana, mientras se desplomaba sobre la barra en el mismo tono. Bajó la cabeza lo más que pudo, mientras armaba una oración concisa y coherente para escupir, como bien pidió Franco.

—¿Por qué no me dijiste que le pagaste a Alan para que me reemplace en la caja?

Franco desvió la mirada al vacío, se lo pensó por un momento con total parsimonia. Bajó las comisuras de sus labios mientras elevaba los hombros con real desinterés.

—Porque no me parecía relevante que lo supieras —sentenció volviendo a posar sus ojos en ella.

—¿No te parecía relevante? ¡Franco! —soltó un gritito contenido para no armar un escándalo en el restaurante, mientras golpeaba su brazo con uno de los menús sobre la barra—. Cuando se trata de Alan, me tenés que decir esas cosas, que acá la única que lo sabe manejar soy yo.

—¡Auch! —exclamó mientas acariciaba exageradamente la zona en la que recibió el golpe—. ¿Que hay de malo con eso, Eva? Además, ¿cómo te enteraste?

—El barista de la tarde te escuchó el día que hicieron el trato, y se lo comentó a Patito.

—¿Y te enojaste conmigo por eso? ¿Porque no te lo dije?

—No, no es eso. Es que...

—Alan no hizo un carajo, Franco —intervino Patricio por detrás de Evangelina, mientras lustraba una taza—. Le pagaste para que la cubra todo el turno, hizo dos boludeces y después el que terminó en la caja fui yo. Tuve que atender la caja, la cafetería... Encima el viernes este lugar era un quilombo, de pedo pudimos con todo.

Franco paseaba la vista entre Patricio y Evangelina, claramente angustiada con la situación. Fue su turno de resoplar y de frotarse el rostro con ambas manos.

—Lo sabía... qué pelotudo —rezongó todavía con el rostro cubierto—. Bueno, voy a tener que hablar con el padre para que le ponga los puntos.

Franco tomó su celular, y cuando abrió la agenda dispuesto a buscar el contacto de Isidro, Evangelina lo detuvo.

—No, Franco. No molestes a Isidro por esto, yo voy a hablar con él, y...

Como si lo hubieran llamado con sus pensamientos, Alan entró a La Escondida. Relajado, despreocupado y sonriente. Su rostro cambió cuando notó la pequeña reunión en la barra, y sus alarmas se encendieron cuando vio a Franco junto a Evangelina y Patricio, todos con el semblante serio.

Pero como en su cabeza él era el puto jefe, se despreocupó y se acercó a ponerse al corriente de lo que hubiera sucedido. Si algo pasaba con el restaurante de su padre, él debía ser el primero en saberlo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top