Treinta y siete

El teléfono de Bruno sonó con una notificación que jamás pensó recibir.

«franco1011100 comenzó a seguirte».

Sabía perfectamente de quién se trataba, aún así, no daba crédito a lo que veía. Su gemelo, aquel que había cerrado todas las redes sociales cuando terminó su relación con Pilar, volvía al ruedo con el usuario que solía usar en sus años de adolescente: su nombre a secas, y el número 92 en sistema binario, que no era otro que su año de nacimiento. Resopló agobiado y entró para ver a dónde quería ir a parar con su regreso a las redes sociales.

—¿Pasó algo, Bruno? —Ismael irrumpió en su oficina.

—No... Todavía no.

Confundido, el joven entró y se sentó frente a su jefe.

—¿Puedo ayudarte en algo?

Bruno arrojó su teléfono por el escritorio hasta dejarlo frente a Ismael, quien lo tomó con cautela luego de que su jefe lo habilitara con una seña de cabeza.

—Ah, ¿entonces es Franco? Me acaba de dar un follow y no sabía quién era, todavía no lo acepté. Pero ustedes ya tienen cuenta y verificada, no entiendo cuál es el problema en que se abra una personal, después de todo su otro perfil es casi institucional.

Bruno se levantó de su silla y se reposó sobre su escritorio, para quedar al lado de Ismael. A pesar de que estaban a solas, quería asegurarse de que nadie más escuchara lo que iba a decir.

—Esto que te voy a decir queda bajo el contrato de confidencialidad que firmaste cuando entraste a trabajar. —Ismael asintió con la cabeza, serio—. El problema es que probablemente se abrió esa cuenta para acercarse a Evangelina.

—¿Me estás diciendo que...? —Bruno solo asintió—. Ah, bueno... Eso explica muchas cosas entonces.

—¿Qué me estás queriendo decir con eso?

Ismael se reacomodó en su silla, y se relamió los labios antes de continuar.

—Lo sospeché desde mi primer día de trabajo acá, esa mañana cuando me llevó al garage para guardar la BMX me habló de ella. Se le notaba en la cara que está enamorado de ella, y no te digo la primera vez que los vi juntos, aquella mañana que fui a buscarla a su casa. Ella no, es obvio, pero Franco... Pensé que iba a desmayarse ahí en la vereda.

—Mierda... Pensé que solo yo me había dado cuenta de eso porque vivo con él y encima es mi gemelo, no sabía que era tan obvio. Esto es más grave de lo que imaginé, porque no solo se está metiendo con una mujer casada, sino que encima es la esposa de un periodista.

—Pero no creo que el canal en el que trabaja sea capaz de dejar como un cornudo a uno de sus periodistas por un punto más de rating.

Ellos no, ¿pero qué hay del resto de los canales? ¿Diarios? ¿Revistas? ¿Medios digitales? ¿Periodistas independientes? ¿Blogueros? ¿Twitteros? Y puedo seguir, yo mejor que nadie sé a qué clase de monstruos nos estamos enfrentando.

Ismael movió la cabeza dubitativo, con la vista fija en la alfombra azul que cubría todo el piso de la oficina. Y es que Bruno sabía mejor que nadie cómo era la prensa rosa cuando quería una primicia, en varias oportunidades había sufrido acoso de periodistas preguntando si era cierto algún romance inventado. Lo cierto es que su jefe tenía razón: no podía ayudarlo con Franco. Ninguno lo decía abiertamente, pero ambos ya comenzaban a pensar posibles panoramas en el caso de que algún paparazzi despabilado notara la cara de enamorado de Franco cuando estaba junto a Evangelina.

—Y esto también explica lo que acabo de ver... —recordó Ismael en voz alta, sin despegar la vista de la alfombra.

—¿Y ahora qué? —resopló Bruno, levantándose de su lugar.

—Cuando venía para acá, pasé por su oficina vidriada y lo vi medio recostado en su escritorio. Sonaba «Usted» de Luis Miguel al palo, y a la cara que traía solo le faltaba un vaso de wisky.

Intercambiaron una mirada que hablaba por sí sola: el «¡¿Qué?!! de Bruno y el «¡Oh,sí!» de Ismael, quien se levantó cuando su jefe salió como si se lo llevara el viento. Apuró el paso hasta quedar junto a él, y se podía escuchar la música en aumento a medida que se iban acercando al área de la oficina de Franco. Pero ya no sonaba Luis Miguel, todo lo contrario. Ismael contuvo una risa, mientras que Bruno necesitaba cerciorarse de que nadie estuviera viendo semejante escena.

Sentado en su escritorio, haciendo honor al «palmas arriba» típico de la cumbia, Franco bailaba sentado en su silla «Él no va a venir» de Grupo Trinidad.

Él no va a volver, no va a dejar a su señora... —Se lo escuchaba cantar a viva voz, sin percatarse de que su hermano y su secretario lo miraban desde afuera.

—Menos mal que ya no queda nadie —refunfuñó Bruno, frotándose la cara, en el mismo gesto que tenía su hermano—. ¿Querés ayudarme?

Ismael enmudeció, confuso. Asintió poco convencido.

—Sí, pero... ¿Qué puedo hacer yo con esto? —Señaló con su mano a la oficina.

—Vigilarlo, ¿o tenés algo que hacer al salir de acá? Te pago las horas extras.

—Nada, pensaba ir a tomar algo con mis amigos como cada viernes, pero a mí también me preocupa tu hermano. No me molesta hacerlo, pero... ¿No deberías hablar vos con él? Sos más que el hermano, sos su gemelo, casi su otra mitad. ¿Yo que puedo hacer?

—Ese es el punto, con vos se va a abrir, conmigo no porque sabe que lo voy a cagar a trompadas por pelotudo. ¿Me hacés el favor? Cualquier cosa me llamás por teléfono, y después decime las horas que te llevó esto, te las pago doble.

—Y después te preguntás por qué la gente te odia.

Bruno lo miró entre sorprendido y molesto, estaban comenzando a molestarle las contestaciones insolentes del joven.

—Sabés que tu impertinencia está empezando a hincharme las pelotas, no te olvides que soy tu jefe.

—Me chupa un huevo —contraatacó, acercando su rostro al de él—. Prefiero morirme de hambre antes que trabajar para un sorete como vos.

—¿Y ahora qué hice para molestarte?

Ismael resopló indignado, alejándose de él.

—Me rompe las pelotas que todo quieras arreglarlo con guita. Tu hermano se está muriendo del dolor ahí adentro porque se enamoró de la equivocada, y vos estás dispuesto a pagarme para que vigile que no haga ninguna estupidez, porque estás acostumbrado a tener mulos que te resuelvan los problemas. Yo me ofrecí a hacerlo desinteresadamente, porque es un ser humano que está sufriendo. ¿Y sabés qué es lo peor? Que sos vos el que ahora debería entrar ahí a consolarlo.

—Si te mando a vos es porque sé que es lo mejor para él —le recriminó Bruno, hundiendo su dedo en el pecho de Ismael.

—Perfecto, yo me ocupo de él. Y si me querés echar, hacelo —lo desafió—, no pienso lamerte el orto. Yo igual me voy a quedar con él porque es evidente que necesita a alguien que lo aconseje o le diga que todo va a estar bien.

—Te juro que no entiendo por qué sos tan maleducado, jamás tuve un empleado así.

—¿Alguna vez te contesté así delante de un cliente? ¿De otro empleado? ¿De tu hermano? —Bruno negó con la cabeza—. Bueno, entonces tan maleducado no soy. Así que te lo voy a decir una vez para que antes de volver a cuestionar mis contestaciones tengas tu respuesta: vos me enseñaste este negocio, yo te estoy enseñando a respetar a los que mantienen tu negocio en pie. Estamos a mano. Y no sé si no deberías agradecerme, pero ya es pedirle peras al olmo.

Bruno quedó de piedra cuando Ismael lo dejó solo por ir a ver el estado de Franco. No podía replicarle absolutamente nada, y para qué ser hipócrita consigo mismo: le gustaban esos bríos de Ismael.

Lo hacían sentir vivo.

Les dejo el cumbión con el que Franco se estaba cascando la cabeza. 🤣

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