Treinta y seis

Ni bien Evangelina cerró la puerta de Porsche en la esquina de Córdoba y Florida, Franco borró la falsa sonrisa y volvió a toda prisa a la oficina.

Bruno lo iba a escuchar.

—¿Cómo te fue? —preguntó Bruno de manera casual cuando vio a su hermano por el rabillo del ojo entrando a su despacho, sin despegar la vista de su computadora.

—Para la mierda.

—¿Qué pasó? ¿Algún problema con la terminal? —deslizó, intentando evadir el tema.

—No te hagas el pelotudo. Vos lo sabías, ¿no?

—¿Qué cosa?

Bruno intentó seguir evadiendo el tema, y Franco comenzaba a perder la paciencia porque lo conocía demasiado. No eran sus dichos, sino el tono que utilizaba al hablar cuando quería evadir alguna responsabilidad.

—Ay, Bruno, te voy a cagar a trompadas —refunfuño en voz baja—. ¿Cómo «qué cosa»? —repitió indignado—. ¿Vos sabías que Eva está casada?

—Sí... ¿Y?

Bruno seguía sin encararlo, lo que enfureció más a Franco.

—¿Cómo «y»? ¡Ninguno de los dos me lo dijo!

—¿Y por qué teníamos que decírtelo? —Bruno levantó la cabeza por primera vez—. No esperarás que las mujeres vayan por la vida diciendo «Hola, soy Fulanita y estoy casada» —se burló—. Además es algo que todo el mundo sabe, eso te pasa por no sacar nunca la cabeza de tu mundo binario. Si tan solo tuvieras redes sociales, o siquiera miraras aunque sea un partido de fútbol... Todo el mundo sabe que es la mujer de Daniel Grimaldi, el periodista deportivo. Te gusta Evangelina, ¿no?

—Me tiene loco, no sé si me gusta, si me enamoré o qué, pero... Pensé que había algo entre nosotros... —resopló frustrado mientras enredaba los dedos en su flequillo—. Siento que tenemos una conexión especial a pesar del trabajo.

—Pensaste mal, encima están bastante enamorados.

—¿Y vos cómo sabes eso? Lo único que falta es que sean íntimos amigos y tampoco lo sepa.

—Te das cuenta con solo ver las fotos que suben a Instagram, dos más dos son cuatro, no es tan difícil de interpretar cuando casi todos los posteos son de enamorados.

Franco volvió a resoplar, pero de vergüenza. Se cubrió el rostro con ambas manos simulando frotarse los ojos para ocultar que en realidad se sentía un idiota por no haber indagado un poco sobre la mujer que lo enloqueció las últimas semanas. Pasó tanto tiempo en soledad que olvidó que los años iban pasando, y que a esas alturas de su vida la mayoría de las mujeres ya tenían un vínculo sentimental establecido.

Se había quedado atrapado en la primera juventud.

—¿Te recomiendo algo? —continuó Bruno—. Sacá un poco la cabeza de la computadora, podemos salir a tomar algo y vas a ver qué estás confundido. Es la primera mujer con la que tenés un trato... especial. Hay muchas más solteras allá afuera que darían cualquier cosa por estar con alguno de nosotros.

—No entendés nada, Bruno.

—¿Yo soy el que no entiende nada? —replicó—. ¡Me acaban de hacer mierda y acá estoy! ¿Y qué hice? Una lloradita y a seguir porque la vida no se termina con un fracaso amoroso. Además... ¿En serio estamos hablando de amor? La conocés hace poco menos de un mes después de años de estar solo, y de haber roto una relación que casi termina en familia consolidada. —Bruno hizo una breve pausa, respiró, y continuó en un tono más conciliador—. En serio, Franco. Tomate un té de tilo, relajate, y pensá con claridad. No es tan grave, es tu primera desilusión amorosa, porque lo de Pilar fue distinto. Ella te traicionó, y el pecado de Evangelina es estar enamorada de otro, no es su intención lastimarte.

Y como si las palabras de Bruno hubieran activado un botón en su cabeza, Franco comenzó a recordar momentos en las mañanas de La Escondida que creía aleatorios, pero que comenzaban a tomar forma luego de saber el estado civil de Evangelina. El canal de noticias siempre sintonizado era un patrón común en cualquier local gastronómico, pero que los compañeros de Evangelina la hicieran poner atención en el noticiero cuando aparecía el periodista deportivo, la sonrisa boba de ella mirando la pantalla, y en ocasiones su celular vibrando con un mensaje que la haría sonreír de nuevo, cuando Daniel ya había salido del aire y otro periodista era enfocado.

Había estado rodeado de señales que no supo captar.

—¿Cómo no me di cuenta? La concha de su madre —volvió a recriminarse con la cara hundida en sus palmas—. Te juro, te juro que si me hubiera dado cuenta antes no me habría fijado en ella, y ahora que lo pienso, Eva me trata igual que a Patricio, a Ángel, o a Alan.

—¿Y te confieso algo? Creí que lo sabías y que estabas jugando con fuego. Pero no te dije nada y ahora me arrepiento de no haberte frenado antes, o al menos preguntarte si estabas seguro de lo que estabas haciendo. Porque aunque el marido no es un hombre cualquiera y tiene las herramientas para hundir tu imagen, vos levantás un teléfono y callaste a toda la prensa: te llevás a la chica y asunto terminado.

—Yo no soy así, puber. Sabés que odio las cámaras, la exposición... Con más razón me hubiera alejado de ella, incluso... Tampoco sé si la hubiera convocado para este proyecto, porque también corremos el riesgo de que un paparazzi nos saque una foto para inventar un romance.

Se hizo un silencio en la oficina en donde Franco asimilaba toda la nueva información y su nueva situación sentimental, y Bruno no despegaba la vista de su gemelo, atento a su lenguaje corporal. Era evidente que quería hacer algo, pero no sabía qué. Y se decantó por lo que mejor le salía a la hora de escapar de la realidad.

—¿A dónde vas, Franco?

Pregunta boluda, porque Bruno ya sabía la respuesta.

—Tengo trabajo que hacer, hay que sacar esa terminal al mercado.

Franco abandonó la oficina, ya más calmado, enfocado, deseando que el resto de los programadores que no eran de su equipo ya se hubieran ido a su casa para estar a solas, y así no notaran el corazón roto en sus facciones desencajadas. Y sintió alivio al llegar a su área y ver casi todos los escritorios vacíos, y con razón. Había perdido la noción del tiempo, eran casi las seis y media de la tarde de un viernes, los pocos que quedaban deambulando ya estaban preparándose para salir. Echó un vistazo a su oficina vacía antes de ocupar su escritorio y abrir su computadora para seguir refinando los detalles del modelo final de la terminal.

Pero era más lo que estaba rompiendo que lo que estaba arreglando.

Jamás se había sentido de esa forma, ni siquiera cuando Bruno le contó que había visto a Pilar a los besos con su amigo. Era rabia, impotencia, y un dolor en el pecho como si literalmente su corazón se estuviera quebrando en mil pedazos. Quería llorar, pero sus ojos estaban secos. Solo respiraba con dificultad, apoyado en su escritorio con los antebrazos, hasta que su vista cayó sobre su tatuaje.

Tomó el marcador de pizarra negro, y coloreó el segundo corazón. Era un game over técnico, porque no solo estaba casada, estaba felizmente casada en un matrimonio de ensueño para muchas mujeres. Daniel era apuesto, todo un romántico al que no le temblaba el pulso a la hora de demostrar su amor en cámara, en sus redes sociales. No podía competir con eso...

¿O sí?

Cerró el editor de código, abrió Google, y tecleó el nombre de Evangelina en el buscador. Clickeó el primer resultado, su cuenta de Instagram, sin éxito. Tenía el perfil con candado. Sin más remedio, buscó a Daniel y comenzó a bucear por sus fotos. Bruno tenía razón, no había una sola foto de la pareja en donde no expresara su amor. Vacaciones, cenas, instantáneas de su vida cotidiana, y mejor no mencionar las extensas palabras en fotos de aniversario.

Acto seguido, se buscó a sí mismo en Instagram, ese perfil que mantenía activo el departamento de marketing simulando ser él. Postales de las oficinas, promociones de Chanchi, avisos institucionales hablando en su nombre... Las palabras de Bruno volvieron a su cabeza: era una máquina de trabajar, y eso era lo que también reflejaba su falsa cuenta de Instagram. ¿Qué mujer podría enamorarse de un hombre que vivía para su empresa?

Sin dudarlo, se creó una cuenta personal que él se encargaría de mantener, con un usuario difícil de relacionar a su persona. Completó los datos básicos, improvisó una foto de perfil, y luego de colocar el candado, comenzó a segur a un selecto grupo de cuentas. Entre ellas, su hermano, algún que otro amigo olvidado, y por supuesto, a su principal objetivo: Evangelina y los chicos de La Escondida. Era una jugada sucia, aunque no tan agresiva como la que había sufrido él: convertirse en aquel David que odió por años.

Iba a hacer todo lo que estuviera a su alcance para que Evangelina se enamorara de él, pero sin demostrar sus sentimientos. Su objetivo era ridículamente ambiguo y homónimo: ser Franco.

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