Treinta y nueve
Tal como supuso Ismael, Franco se sorprendió por la emboscada, pero aun así la pasó muy bien hasta casi la medianoche con sus amigos. Al salir de la oficina, cada uno fue en su vehículo hasta la modesta casita que alquilaba el joven, dejaron la bicicleta y la moto de Franco allí antes de ir al bar a beber hasta cansarse. Al terminar, Ismael le ofreció pasar la noche allí si no quería volver con Bruno, pero Franco seguía con la idea fija de ir a ver a su padre a Lanús. Pidió un Uber, y se despidió de su nuevo amigo con la promesa de volver por su moto al otro día.
Eran alrededor de la una de la mañana cuando, algo mareado por el alcohol ingerido, Franco revolvía su manojo de llaves buscando la que abriría la puerta de su hogar de la infancia. Desde el exterior podía notar que apenas estaba encendida la lámpara dicroica con la luz muy baja, y que el living en su mayoría estaba alumbrado por la luz de la televisión encendida. Lo más probable era que Julieta estuviera estudiando luego de acostar a su padre, por lo que entró con sumo cuidado, intentando hacer el menor ruido posible.
Efectivamente, la chica estaba estudiando antes de caer rendida por el sueño. La encontró recostada de lado en el sofá, y el libro que leía en el suelo, junto con algunos papeles que debieron salirse del interior con la caída. Franco sonrió al verla así, se le hizo tierno ver cómo esa niña revoltosa de su infancia que no quería hacer la tarea se había convertido en toda una mujer responsable con sus estudios. Siguió de largo hasta la habitación de su padre, pero se detuvo a medio camino, no podía dejar así a Julieta. Se acercó hasta el sillón, con sumo cuidado de no despertarla levantó su cabeza y colocó un almohadón, luego, la cubrió entera con la manta que hasta ese momento solo cubría sus pies. Finalmente, recogió los papeles regados por el suelo, y los introdujo en el libro antes de dejarlo sobre la mesa ratona. Apagó el televisor, y enfiló a la habitación de su padre.
Si bien ya era bien de madrugada, no era descabellado encontrarlo sentado en la cama mirando alguna película, o peor, embobado con los infomerciales de fin de transmisión. Pero el hombre estaba profundamente dormido, también con el televisor encendido. En su caso, decidió dejarlo así, no quería confundir más su cabeza si se despertaba a mitad de la noche y veía el aparato apagado. Sin más qué hacer, se dirigió a su vieja habitación, lo mejor era dormir un poco y en la mañana hablaría con su padre.
Sonrió al encender la luz, desde que Julieta vivía ahí jamás había vuelto a entrar a su viejo cuarto por respeto a la privacidad de la chica, pero en esa ocasión no tenía otra opción, el sillón estaba ocupado por ella. Le causaba gracia el contraste entre la mitad de la habitación que le correspondía a Bruno y la suya, se notaba la presencia femenina en la que alguna vez fue su cama, porque Julieta la había adoptado como propia y le había dado su toque personal. Un oso de peluche recostado en la almohada, había colocado algunas plantas, y su mesita de luz estaba llena de maquillajes y accesorios. Incluso la habitación entera olía a ella. Sin indagar de más, se quitó las zapatillas, el abrigo hasta quedar en remera, y se acostó en la cama de Bruno sin desarmarla, tampoco quería dormir profundamente porque su objetivo era levantarse antes que ella, así le ahorraría el disgusto de encontrarlo en la que ya era su habitación.
Pero estaba demasiado estresado y alcoholizado para tener un sueño ligero.
—Franco... Fran...
Julieta lo zamarreaba con suavidad, en vano. Y al final, el que se llevó el susto fue él. Se despertó sobresaltado y confundido, incluso, confundió a Julieta con Evangelina cuando ni por asomo eran parecidas.
—¿Eva?
—Soy Julieta, Fran... Parece que anoche estabas tan en pedo que te olvidaste de que ya no vivís más acá en Lanús —bromeó.
—No, boluda... Ya sé... —contestó también entre risas—. Anoche vine a ver a papá, pero ya estaba dormido.
—¿Mal de amores?
—¿Por qué lo decís? —repreguntó, acomodándose para verla mejor.
—Me acabás de llamar Eva.
Enmudeció. Se restregó los ojos con las palmas de las manos, avergonzado.
—Mierda, Ju... Perdón, me confundí.
—No pasa nada —aclaró entre risas—. Dale, levantate y mientras te preparo un café. Si querés pegarte un baño, en el armario todavía hay ropa tuya, aunque no sé si te va a entrar.
Julieta hizo un ademán con las manos para indicar que estaba mucho más fornido.
—Sí, dudo que me entre algo... Ese buzo te queda pintado y era mío.
—Perdón, es que lo usé un día que no tenía que ponerme porque llovía, y mi ropa no se secaba, y...
—Tranquila, Ju... —la interrumpió mientras se levantaba de la cama—. Usá lo que quieras, es más, ese te lo regalo, te queda mejor que a mí.
—Bueno... Gracias.
Julieta sonrió incómoda, pero no por la situación, sino porque hacía mucho tiempo que no estaba en una situación tan cercana con Franco. Su amistad se había enfriado un poco con él, no así con Bruno, a quien veía más seguido visitando a su padre. Y a pesar de que ya era un hombre fornido, todavía veía en él a ese adolescente tímido y retraído que la consolaba cuando sufría por su hermano.
Porque Julieta estaba enamorada de Bruno.
No era algo reciente, tampoco podía precisar el momento exacto en el que Bruno acaparó sus sentimientos. Su primer dulce recuerdo con él fue en su fiesta de Quince Años, cuando al bailar el vals con él se sintió una princesa de Disney, más precisamente Bella. Porque Bruno era Bestia, pero bestia en serio, y verlo decidido a ser el primer chico en bailar con ella en su gran noche le dio esperanzas con él, pensando que sus intentos por conquistarlo estaban rindiendo frutos. Pero el encanto duró poco, al otro día habla vuelto a ser ese chico maleducado que la trataba como si fuera su molesta hermana pequeña. Al pasar el tiempo comprendió que Bruno era así, que jamás se fijaría en ella, que no iba a cambiar, y fue olvidándolo con la ayuda de Franco.
Y aunque nunca se concretó, para ella, Bruno había sido su primer amor.
—¿Papá ya está despierto?
—Sí... Desde las seis de la mañana masomenos, le gusta madrugar para mirar el noticiero de los sábados, hasta que no termina no se levanta de la cama.
—¿Qué hora es?
Julieta consultó su reloj de pulsera.
—Minutitos para las ocho.
—Con razón tengo hambre, anoche no cené y encima me tomé hasta el agua del inodoro.
—Eso no está bien, Fran... Si querés te llevo el desayuno a su pieza.
—De ninguna manera, Ju. Paso por el baño para acomodarme un poco y voy a la cocina a prepararme algo. Vos ocupate de él, que bastante bien lo hacés.
Julieta quería insistir, pero desistió al ver la expresión de Franco. Había olvidado lo testarudo que era. Se limitó a acompañarlo a la cocina y le indicó dónde estaban las cosas, se preparó su café cargado mientras picaba unas galletitas surtidas, porque el de la jarra estaba bastante lavado para su gusto, y se dirigió a la habitación de su padre.
Necesitaba respuestas concretas, y él era el único que las tenía, a pesar de sus desvaríos.
Quiero que escuchen esta canción súper bonita que dejé en multimedia, que encima se llama Eva. Perfecta para acompañar el capítulo y los sentimientos de Franco.
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