Treinta y dos
No me esperes para cenar, el productor al final me cambió el turno por el central y medianoche. Te videollamo entre noticieros.
Te amo mucho, Evi.
Evangelina tomó la nota sobre la mesa y soltó un largo suspiro. Estaba acostumbrada a esos cambios de horario repentinos de Daniel, pero esa tarde tenía mucho para contarle a su esposo. La experiencia de trabajar en una oficina era una asignatura pendiente en su vida, algo que nunca había hecho y que siempre quiso experimentar, pero jamás se dio la oportunidad.
Y no le desagradó en absoluto.
Dado que La Escondida estaba en una pieza luego de su primera ausencia, Franco acordó con Alan para que volviera a cubrirla el viernes siguiente. Y no podía mentirse, estaba ansiosa por volver a trabajar con el equipo de desarrollo; el poco tiempo que estuvo hizo buenas migas con todos, y hasta intercambió números de teléfono con Celeste antes de irse.
Con tanto tiempo de sobra, se duchó y se colocó su pijama de algodón. Extrañamente tenía hambre, pero era temprano para el delivery y estaba agobiada como para cocinarse, así que optó por preparase una sopa ramen instantánea que llevó a su habitación. Prendió el televisor, lo silenció, y puso música de fondo hasta que comenzara el noticiero para poder ver a Daniel aunque sea en la pantalla. Comió su sopa recostada en la cama mientras la carpeta con el único dibujo que había hecho le quemaba, dejó el vaso de sopa sobre la mesa de luz y continuó dibujando sobre la bandeja de desayuno para poder cumplir el plazo de entrega que le prometió a Franco, el miércoles siguiente.
Se perdió entre trazos de crayón y suaves melodías, que tarareaba mientras plasmaba en el papel aquellos dibujos que había imaginado en la mañana. Sonrío al levantar la vista y ver a su esposo comentando los goles de la fecha anterior, no se había percatado de que el noticiero estaba llegando a su fin. Pausó la música y le devolvió el sonido al televisor en el momento justo en que los conductores lo despedían.
—Gracias por venir, Dani. Un placer tenerte con nosotros. ¿Te vemos mañana en el matutino?
—Por supuesto, ahí los espero a todos a las ocho en punto, como siempre. Dejame mandar un saludo rápido a mi amigo Alberto, que hoy comenzó un proyecto nuevo y le deseo todo el éxito del mundo.
Daniel se tocó el lóbulo de la oreja, simulando acomodarse la famosa cucaracha, y Evangelina sonrió enamorada. Si bien a veces Daniel mandaba saludos a sus amigos o a algún seguidor que lo cruzaba en la calle, ese gesto en cámara indicaba que en realidad el mensaje era para ella. Los televidentes más avispados lo intuían, los periodistas que compartían estudio con él lo sabían y lo celebraban; era un bonito gesto hacia su esposa, y una manera de resguardar su intimidad.
El noticiero terminó en sintonía con el segundo dibujo, un engranaje para la configuración, y de inmediato comenzó con el siguiente, dudosa de si lo utilizarían en la versión final, pero estaba inspirada. Daniel la había inspirado con ese detalle. La terminal original tenía un inventario, y se le ocurrió dibujar una hoja de papel con una lista y un lápiz, en caso de que esa funcionalidad permanezca en la versión final del dispositivo.
Se perdió tanto en sus dibujos que no escuchó cuando la puerta del departamento se abrió, y mucho menos sintió la presencia de Daniel parado en el umbral de la habitación.
—¿Interrumpo?
Evangelina levantó la vista, pensando que estaba alucinando, y se sorprendió al ver a su esposo con las manos en los bolsillos y una enorme sonrisa en sus labios.
—¡Dan! ¿Qué hacés acá tan temprano?
Arrojó la mesita con el dibujo a un lado, y gateó por el colchón hasta llegar a Daniel, que observaba la escena con curiosidad, parado frente a la cama. Se abrazó a su torso como si fuera una niña pequeña.
—Vine a ver si tenía la oportunidad de conocer a mi pata de lana, pero veo que ya se fue.
—En realidad está escondido abajo de la cama —bromeó Evangelina, siguiendo el juego.
—Entonces vamos a aplastarlo un poco.
Daniel se tumbó en la cama con Evangelina aún abrazada a su cintura, y comenzó a besar su cuello con ternura. Y cuando la velocidad de los besos cortos fue mermando, Evangelina giró la cabeza y capturó con sus labios la boca de Daniel. Se besaron lento y pausado, intentando evitar un incendio que no tenían tiempo de controlar.
—Cómo te haría el amor, pero no tengo tiempo, Evi. Vine porque supuse que tenías un montón de cosas para contarme, y porque los chicos insistieron. En realidad, Silvia insistió, y ya te habrás dado cuenta cómo es cuando se le mete algo en la cabeza. Básicamente me arrastró con ella a la salida, y bueno... No me opuse.
—Lo sé, no por nada es la periodista más incisiva del canal, imagino que usó sus técnicas para persuadirte.
—¿Persuadirme de qué? Si me moría por venir a verte aunque sea un ratito, ella solo me dio un motivo. Así que vamos a aprovechar el tiempo, imaginé que ibas a pedir delivery así que agilicé un poco las cosas. Traje hamburguesas con papas fritas, vamos a comer antes de que se enfríe todo.
Daniel se levantó de un salto mientras Evangelina se mordía el labio inferior, cada vez más enamorada de su esposo. Había adivinado lo que se pediría de cenar, y es que el hombre sabía que cuando su esposa estaba feliz por algún motivo mundano, gustaba de agasajarse con comida chatarra. Acomodó el pequeño desorden de la habitación y corrió hasta la mesa que Daniel acababa de poner. El tiempo también era tirano, aunque no estuviera al aire.
—Quiero todo el chisme, así que contá. Con la boca llena, no me importa. Quiero saber todo.
Evangelina casi se atraganta con el bocado de hamburguesa al escuchar a Daniel. Cuando se recompuso, comenzó a contarle sobre las oficinas de Chanchi, le habló del equipo de desarrollo y su extraña costumbre musical de los lunes, y el trato excepcional que Franco le brindó. De su cartera sobre la silla en la otra cabecera de la mesa, sobresalía la cinta de su tarjeta de ingreso, se estiró un poco para alcanzarla, y cuando la enganchó con su dedo índice tiró de ella. Cuando la tuvo en sus manos se la enseño a Daniel.
—¿Analista de producto? Hasta puesto te consiguió —bromeó mientras admiraba la tarjeta—. No estaba tan errado cuando te dije que esto puede terminar en una contratación real, permanente. ¿Ya lo pensaste eso? Siempre quisiste trabajar en una oficina y hoy tuviste la oportunidad. Ahora, vuelvo a preguntarte: si al final del proyecto Franco te ofrece un puesto en Chanchi, ¿te irías con él?
Evangelina masticó en silencio, mirando al vacío, procesando la pregunta de Daniel. Si bien Franco jamás le habló de un trabajo en su empresa, lo poco que lo conocía bastaba para intuir que era una posibilidad.
Pero su corazón estaba en La Escondida.
Resopló, limpió la comisura de su boca, y respondió con sinceridad.
—Me iría, sí. No te voy a mentir. Pero le tengo demasiado cariño a La Escondida, a Isidro, a los chicos... No sé si tendría el corazón tan frío como para dejarlos atrás por un trabajo mejor, no necesitamos la plata y lo sabés. Lo que cobro es para mis caprichos, y hasta me sobra para ahorrar para mi propio auto. Además, trabajando en una oficina nos veríamos menos, por lo menos ahora nos vamos juntos cada mañana, y llegamos casi a la misma hora. No sé... Son más los «no» que los «sí». Pero si surge esa oportunidad, debería pensarlo bien.
—Evi... Uno de los motivos por los que vine ahora es porque yo también tengo algo para contarte. La gerencia del canal está evaluando sacarme del matutino... —Hizo un silencio en el cual Evangelina tampoco pudo emitir sonido—. Y dejarme fijo en el central.
—¿Eso quiere decir que...?
—Básicamente me están ascendiendo, sí. No sé si tendrá algo que ver mi nominación al Martín Fierro y la del noticiero, pero es una gran oportunidad que no sé si se repetirá. Ahora, vuelvo a preguntarte. Si me pasaran al central y Franco te ofrece un puesto fijo... ¿Te irías con él?
Evangelina volvió a morderse el labio, aunque en esa oportunidad lo hizo para evitar el llanto. El puesto del periodista deportivo del noticiero central era el que supo tener su padre, y a lo que aspiraba desde que comenzó a trabajar en ese canal. Era el sueño de Daniel desde que arrancó a trabajar en el medio, y estaba a nada de cumplirlo.
Y porque de concretarse, se estaba cayendo uno de los motivos para quedarse en La Escondida.
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