Trece

—Buen día, Eva. Vine lo más rápido que pude desde que bajé del colectivo, ¿pudieron...?

Ángel enmudeció, y por un segundo todo detrás de la barra quedó en pausa. Franco con la taza del café que estaba a punto de servir en las manos, Evangelina aferrada a la caja registradora, y él cayendo en cuenta de que Enzo no es tan corpulento, ni creció veinte centímetros durante la noche. Eso, sin contar que tampoco tenía su uniforme de camarero.

—¿Franco? ¿Pero vos no ibas a hacer no sé qué cosa con el aparato ese? —continuó Ángel, cuando recobró los sentidos.

—Sí, pero necesitaban una mano hasta que entrara el otro chico, Eva me probó como barista y aprobé. Eso sí, no se mal acostumbren, eh... Es solo hasta que Patricio se recupere, lo cubro hasta que llegue el camarero que lo reemplaza. ¿Qué te sirvo?

Ángel seguía sin emitir palabra, miraba embobado los pocos y a la vez muchos clientes que había para ser las ocho y cuarto de la mañana. Todos con su café, y una de las mesas hasta minuta tenía. Nada complicado, tostadas de jamón y queso.

—No me digas que también lo hiciste cocinar —le susurró a Evangelina mientras Franco se acercaba a servir el café hasta la mesa.

—No, esa fui yo. Así que si tu cocina es un quilombo la culpa es mía, hice lo que pude.

—Che, pero... La tiene muy clara el nenito Wall Street para no haber trabajado nunca en su vida. Y a simple vista no parece que esté tomándoselo como un juego, hasta lo veo más profesional que el pelotudo de Alan.

—Lo sé, también pensé que me estaba jodiendo, pero cuando me preparó el café con leche no lo podía creer. Si llamaba a Enzo, nos quedábamos sin barista hasta las nueve, así que nada... Acepté su ayuda, ya está acá, si nosotros lo vamos a ayudar con su aparato, que él nos ayude a nosotros con el restaurante.

Evangelina sonrió mientras levantaba los hombros, y Ángel le devolvió la sonrisa cómplice en el mismo momento en que Franco volvía a su lugar temporal tras la barra, algo incómodo porque había notado el cuchicheo entre esos dos.

—Angelito, ¿qué te sirvo? —preguntó para romper el hielo y comenzar a entrar en confianza con el hombre, que si bien ya no lo miraba con reticencia, sentía que todavía no confiaba de todo en él.

—Una lágrima, lo mismo de siempre.

Evangelina interpretó la quietud de Franco como el primer momento en que tuvo que ayudarlo con la carta. Estaba claro que no sabía cómo se hacía una lágrima.

—Dos tercios de leche y uno de café —explicó gesticulando las medidas con los dedos estirados—. Es la inversa del cortado.

Franco asintió con la cabeza, y puso manos a la obra, mientras Ángel y Evangelina lo dejaron a solas para no cohibirlo más de lo que ya estaba, con la excusa de mostrarle los regalos que Daniel les había traído de Londres. Acordaron esperar a la vuelta de Patricio para probar el té y los chocolates, y mientras acomodaban el pequeño desastre que había hecho Evangelina para elaborar el tostado, Franco apareció con el café. La secuencia de los ojos abiertos se repitió en Ángel, cuando probó su lágrima.

—Decime que en algún momento de tu vida de cuna de oro trabajaste como barista. ¡Está muy bueno esto, pibe!

Franco bajó la cabeza para ocultar una sonrisa, y es que en verdad se sentía avergonzado, pero en el buen sentido.

—Dijo que tiene una cafetera parecida en la oficina. —Evangelina salió al rescate, al ver que Franco no respondería.

—Sí, pero por más cafetera buena que tengas, si no tenés buena mano el café te va a quedar mal igual. Me sorprendiste, che.

—Bueno... No les voy a mentir, mi primer trabajo cuando salí del secundario fue de bachero en una parrilla, después fui camarero y me ha tocado servir café. Como el negocio fuerte era la carne, no tenían barista y el café lo preparábamos los camareros. Igual, no es mentira que tengo una cafetera profesional en mi oficina.

—Miralo al niño Wall Street —acotó Ángel con picardía.

—Sé que me odiás, Ángel, pero no me digas así... — se quejó entre risas—. Todavía no me acostumbro al monstruo que hizo mi hermano con una app personal de finanzas. Yo sigo siendo el mismo de siempre, o al menos eso intento.

Ángel dio unos pasos hasta quedar frente a frente con él. Apoyó la mano en el hombro derecho de Franco y sonrió.

—¿Te creés que yo no sé eso? Si Eva no te descubría en la tapa de la revista de finanzas de Isidro, para nosotros eras un nerd más de sistemas. Si fueras un niño rico de Wall Street, jamás te hubieras puesto el delantal de Patricio, y mucho menos servir mesas de gente que a veces te trata como si fueras su sirviente. Nunca te odié, pibe, todo lo contrario. Estaba sacándote la ficha y ya terminé. Eva —se dirigió a su compañera—, agregalo al grupo del trío y cambiá el nombre a cuarteto de apertura. Bienvenido, Franquito. Y a todo esto... ¿Quién quedó en el salón?

—Llegó Enzo, tuve que explicarle quién era, dónde estaba Patricio y por qué estaba usando la cafetera.

—Ay, perdón por ponerte en esa situación —se disculpó Evangelina con exagerado dramatismo—. Ahora cuando lleguen todos, armo una mini reunión y te presento al resto de los chicos que trabajan acá.

Y cumplió. Cuando el equipo de La Escondida estuvo completo a las diez de la mañana, Evangelina los reunió en la cocina y presentó a Franco. Explicó en líneas generales lo que haría en cada visita, y luego fue el turno de Franco de explicar lo que esperaba hacer con el POS, finalizó prometiéndoles beneficios como usuarios de Chanchi, en parte, a modo de compensación si es que su proyecto interfería en su trabajo diario.

Sin una barra que atender, Franco comenzó con su relevamiento. Parado detrás del mostrador, se dispuso a examinar el movimiento de la caja, la metodología de pago de los clientes, y sobre todo, cada uno de los movimientos de Evangelina como cajera. Cruzado de brazos, con la espalda apoyada en la pequeña pared entre la puerta de la cocina y el mostrador de la barra, sus ojos bailaban como si estuviera viendo un partido de tenis, esperando al primer cliente que quisiera pagar con tarjeta.

Pero se equivocó al pensar que Evangelina iba a usar la terminal de Chanchi solo porque él estaba ahí.

Tardó en reaccionar al darse cuenta de que iba a cobrar con la terminal clásica, y más se demoró en desenredar sus brazos y piernas de la cómoda posición que había adoptado. Cuando llegó junto a ella ya era demasiado tarde, había deslizado la tarjeta del cliente y el cobro ya se estaba efectuando.

—Evi, la idea era que cuando yo esté acá cobres con mi POS, no te lo dije porque pensé que te ibas a avivar.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Evangelina, era la primera vez que alguien que no fuera Daniel la llamaba de esa manera. Y lo que más la preocupó fue que no se molestó en lo absoluto, en cambio, sintió cómo se rompió esa magia cómplice con su esposo en el momento en que ese «Evi» sonó bien en sus labios.

—Cambio de planes —decretó con voz gélida—. Yo manejo la caja y vos tu aparato.

Franco quedó pasmado por el cambio radical de actitud de Evangelina, solo movió la cabeza mientras ella le hundía su POS rosado en una de sus manos.

Estaba más que claro que se había pasado de la raya al llamarla Evi.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top