Setenta y uno

—Ya está listo el desayuno, Evi.

—Voy —gritó desde la habitación.

Evangelina paró de caminar cuando vio a Franco estático en su posición, con la jarra de café en la mano a punto de servir el segundo café, observándola confundido.

—¿Quién es usted y qué hizo con Evangelina? —preguntó fingiendo seriedad.

—Ay, Fran... ¿Tan mal me veo? Me compré este conjunto la tarde que te confirmé el viaje, justamente para usar hoy.

La realidad era que Franco estaba pasmado porque era la primera vez que veía a Evangelina vestida formalmente. Se había comprado un delicado traje color gris, lucía una remera blanca de manga corta dentro del pantalón, y había peinado su cabello con una cola alta, dejando algunos mechones sueltos. Enfundada en aquellos stilettos negros con brillos que Franco ya conocía, parecía una mujer de negocios, solo le faltaba un par de gafas para cerrar el look empresarial.

—No, no me malinterpretes —aclaró dejando la jarra de café sobre la mesa—. Estás hermosa, pero parecés la versión femenina de Bruno. —Evangelina no pudo contener una carcajada—. Fuera de joda, si te veo sin conocerte pensaría que sos de marketing, recursos humanos... Yo necesito a la cajera de La Escondida que me ayudó en el proyecto, con su nulo conocimiento de mi negocio, pero con los años de experiencia como comerciante. Ese trajecito guardalo para cuando tengamos que ir con algún inversionista.

—Pero no traje tanta ropa, Fran. Todo lo que tengo es informal.

—A ver, mostrame qué trajiste.

Franco enfiló para la habitación y Evangelina lo siguió. Comenzó a sacar prendas bajo su atenta mirada, y él no dudó en tomar una falda plisada color turquesa.

—Esto, con esa remera que tenés puesta, y tus Converse rosas. Y si tenés frío, esto. —Tomó la campera de jean que había sacado primero—. Esta es mi Eva, la otra seguro es la de Bruno.

Evangelina le dio un golpecito con la falda antes de que saliera para que pudiera cambiarse, pero Franco volvió sobre sus pasos.

—Ah, y me olvidaba de algo.

Se acercó y con delicadeza quitó la colita skunzi para deshacer la cola de caballo, Evangelina movió la cabeza por inercia para acomodar su cabello y las pulsaciones de Franco se elevaron. La manera inocente en la que Evangelina lo observaba, contrario a su semblante endurecido debido a lo delicado de la situación, era la escena perfecta para acortar la distancia que los separaba, besarla, y que sea lo que Dios quiera.

Pero ese viaje era una oportunidad única que jamás volvería a repetirse, no podía arruinarlo.

Se colocó la colita en la muñeca y dijo: —Me la llevo, no sea cosa que te vuelva la tentación de atarte el pelo, Bruna.

—Tengo más —gritó antes de cerrar la puerta.

—Ni te atrevas, Evangelina —retrucó desde el living—. Y dale, que se nos hace tarde.

Evangelina se cambió en tiempo récord, y en cuanto estuvo lista partieron hacia las oficinas de Chanchi. Había llegado el momento, su primera tarea oficial como colaboradora, a pesar de que su contrato con La Escondida todavía no había finalizado. Era su oportunidad de demostrarle a Franco cuánto había aprendido a su lado, y el potencial que tenía para dar. Se acomodaron con sus respectivas computadoras y comenzaron a preparar la presentación mientras los asistentes comenzaban a acomodarse. Un «buen día» al aire sonaba repetitivamente con cada colaborador uruguayo que iba tomando asiento, expectante de estar cara a cara con el dueño de la compañía.

Cuando ya todos los presentes estuvieron en la sala de reuniones, Franco comenzó hablando de la empresa, su cultura, y las operaciones que tenían activas en Buenos Aires. Presentó a Evangelina como analista de producto, su mano derecha, y responsable del diseño de la terminal Eva, apresurándose a aclarar que la idea del nombre fue exclusivamente suya, cuando las mejillas de Evangelina se enrojecieron al escuchar el nombre del aparato.

En su presentación mencionó su actual puesto como cajera de un restaurante, haciendo énfasis en La Escondida y su estética vintage, tan dispar al viejo producto de las terminales en forma de chanchito. Y para dejar en claro que el problema no era el comercio, también habló del fracaso de los Orson en locales como el L'arrière-plan, la moderna cafetería de su amigo Manuel, contando que ese POS terminó como decoración en la habitación de su pequeña hija.

A continuación, colocó las dos terminales sobre la mesa: un Orson y la nueva Eva para que los asistentes puedan entender su punto anterior, y le cedió la palabra a Evangelina.

—Para contar cómo fue que pasamos de esto —señaló la terminal en forma de chanchito—, a esto —levantó la Eva—, le cedo la palabra a Evangelina.

Franco tomó asiento en la mesa, y se acomodó para escuchar —o mejor dicho, admirar— todas las andanzas que vivieron para llegar a ese día.

—Sinceramente, no sé por dónde empezar —confesó ocultando una risa nerviosa mientras revisaba su listado de puntos en su MacBook.

—Desde el principio, la mañana en que ustedes, los tres chiflados, se persiguieron conmigo porque pensaron que era un hacker cometiendo delitos cibernéticos en una ubicación púbilca, solamente porque no me conocían y les fui a cortar la hora del recreo sin clientes en la apertura.

La audiencia rio, y Evangelina no pudo más que sumarse a ellos para ayudar a distenderse.

—¿Vos decís? —le susurró.

—Es la idea principal de esta charla, que vos cuentes tu punto de vista y yo el mío.

A modo de ayuda, fue Franco quien comenzó a relatar aquella mañana, y lo hizo con tanta gracia y soltura que Evangelina no tardó en unirse al relato, corrigiendo cositas que Franco exageraba a propósito para captar la atención de la audiencia. Y a Evangelina se le hizo fácil comenzar a resaltar las fallas y falencias de la vieja terminal, reforzando sus argumentos con ejemplos prácticos del día a día en La Escondida.

Fue una charla amena, en la que poco a poco todos los presentes comenzaron a participar activamente preguntando cosas, sugiriendo mejoras, hasta que surgió un comentario que dejó a la sala en silencio.

—Yo solo tengo una pregunta, creo que es para usted, señor Antoine. Con todo el respeto del mundo, ¿en qué estaban pensando cuando diseñaron el cerdito? Estéticamente parece un juguete didáctico, su amigo tuvo toda la razón del mundo al colocarlo en la habitación de su hija como decoración. No lo tuve en mis manos, pero desde aquí puedo ver que es incómodo para utilizar. Por más que lo pienso, no entiendo la estrategia comercial de ese POS, más allá del apego a la marca.

Franco se reacomodó de su postura holgada en la silla, y observó al emisor de esa pregunta tan incisiva. Hasta ese momento no había notado que había un asiático entre los asistentes. Lejos de sentirse ofendido, comenzó a elaborar una respuesta coherente en su cabeza.

—Muy buena pregunta, ¿cómo es tu nombre?

—Soh Dae-myung, o Demián Soh, si prefiere mi nombre latino.

El joven se puso de pie y lo saludó con una reverencia, bien propia de su cultura. Y por inercia y cortesía, tanto Franco como Evangelina devolvieron el saludo inclinándose levemente.

—Demián, tu pregunta no es inapropiada, y puede ejemplificar perfectamente lo que pasa cuando abusamos de las innovaciones. ¿Conocen el meme «lo que pedí en AliExpress, lo que me llegó»? —Todos rieron—. Bueno, eso es lo que me pasó a mí.

»Yo tenía planeado sacar un POS rosado, rosado —enfatizó—, no rosa alcancía. Además de eso, pretendía que el botón de encendido fuera analógico en forma de colita de cerdo. Y nada más. Jamás pensé en hacer un chanchito entero, o que la terminal haga oink oink al encender, y mucho menos que se robaran el guiño del cerdito bailando de MSN. Tuvimos suerte de que Microsoft no lo vio, sino me hubiese comido alto juicio.

»Resumiendo, además de las funcionalidades extra que había ideado, las cuales la señora a mi lado dilapidó en una tarde de uso, yo solo quería que nuestro producto tenga la marca impregnada en él: un rosa suave distintivo, y solo la colita del cerdo.

—Entiendo, pero ¿cómo fue que ese modelo salió al mercado? Porque es evidente que usted no lo aprobó.

—Por el idiota de mi hermano y un excolaborador, que ya daba señales de problemático.

—¡Franco! —lo regañó Evangelina por lo bajo.

—¿Qué? ¿Acaso no tengo razón? —se defendió—. El puber se dejó llenar la cabeza por el idiota de Ignacio.

—Pero no hables así de tu hermano —siseó.

—Es para que empiecen a conocernos. —Le guiñó un ojo antes de proseguir—. Para responder tu pregunta, Demián, esta cosa horrorosa salió al mercado cuando yo no estaba en el país. Fue así como al volver caí en el negocio en donde trabajaba Evangelina, y el resto de la historia ya la saben.

—¿Y no pensó en reutilizar esas unidades? Quizás podrían encajar en otro tipo de negocio, tal vez infantiles, o como una edición limitada, aumentando el precio por ser pocas unidades, para amortizar la pérdida que seguramente tuvieron al tener que fabricar un nuevo modelo.

Las alarmas de Franco se encendieron, era la misma sugerencia que había recogido de aquella cliente con su hijo en La Escondida. Sin contar que jamás se le hubiese ocurrido lanzar las terminales como edición limitada.

—De hecho, eso es lo que pensamos para los equipos que recogimos —agregó con un dedo en alto y mirando al vacío—. ¿De qué área sos?

—Soy jefe de desarrollo, señor.

—¿Quién es tu gerente?

—Nelson Gutiérrez.

El gerente no era otro que el encargado regional, aquel que había propuesto la charla, la cabeza actual de esa sucursal, lo que significaba una sola cosa.

Al no existir la figura de gerente de desarrollo, Dae-myung como jefe de área era su equivalente uruguayo, y compartía su misma filosofía y visión del negocio.

Había encontrado su par en la sede uruguaya.

No, no están leyendo un fic de BTS. Habemus personaje coreano: Dae-myung, o Demián, como se bautizó en la patria rioplatense hermana. Y esto es porque Dae-myung es fonéticamente similar al nombre Demián.

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