Setenta y tres

Ni siquiera golpeó la puerta entreabierta. Entró como alma que lleva el diablo. Le tomó un segundo ver a Evangelina con el rostro teñido de culpa, y los ojos rojos por las lágrimas contenidas. Le quitó el teléfono de las manos con tanta rapidez, que ella no tuvo tiempo de frenarlo. Se colocó frente a la cámara y arrancó su descargo.

—A ver, boludito... ¿Por qué le hablás así a Eva?

Boludito... —repitió con sorna—. Agradecé que no te tengo enfrente, sino te cagaba a trompadas —siseó entre dientes.

—El que debería cagarte a trompadas soy yo. ¿Qué te dije? Que no la hicieras llorar. Te dejé pasar una, hace dos días cuando le insististe para que fuera con vos a Qatar, pero esta no te la voy a dejar pasar.

Franco giró la cámara del teléfono para apuntar a Evangelina, que lloraba sentada en la cama.

Devolvele el teléfono a mi mujer, esto es algo que tengo que arreglar con ella.

—No, estás equivocado. Esto lo tenemos que arreglar nosotros, porque tu inseguridad es conmigo, no con ella. Explicame algo, ¿por qué Alan no te da inseguridad? O Patricio, o Ángel, siendo que con ellos pasa más tiempo. Tu problema soy yo.

Daniel enmudeció, realmente no sabía qué responder a esa acusación porque era cierta.

El problema es que ellos nunca me dieron un motivo para desconfiar, en cambio vos sí.

—¡Alan la invitó a salir y vos ni te mosqueaste! —exclamó entre risas—. ¿Qué pasa? ¿Alan es poca cosa para vos? Además, ¿te creés que va a ser tan estúpida de contestarte desde mi departamento si realmente estuviera conmigo? Hasta en esas pequeñas cosas la menospreciás.

Evangelina no lo soportó más, intentó quitarle el teléfono a Franco, en vano.

—¡Basta, Franco! Yo me arreglo, no te metas —rogó con un chillido.

—¡Sí me meto, Eva! Porque si no aclaramos las cosas ninguno va a vivir en paz. —Colocó el teléfono tras su espalda antes de continuar—. Confiá en mí —susurró, y se acomodó para continuar hablando con Daniel—. Te la hago corta. —Colocó la cámara trasera, y comenzó a apuntar—. Esa es la valija de Eva, ahí están su cosas. Ahí está el sofá donde duermo con la cama deshecha, esa es mi valija en el piso. Ahí mi computadora y la suya porque estamos trabajando. ¿Contento?

Daniel estaba inexpresivo, Franco podía visualizar de fondo a sus colegas del canal. Era evidente que estaba fingiendo compostura para no quedar mal frente a sus compañeros. Asintió con la cabeza mientras ojeaba lo que pasaba a sus espaldas.

De todos modos no me gusta esta situación —expresó en un tono mucho más bajo, y más calmado—, no es correcto que una mujer casada comparta departamento nada más ni nada menos que con un hombre que la pretende, y lo sabés.

—¡Sos un ridículo! —se rió con sorna—. Dejá de fingir perfección, me voy a trabajar. Seguí jugando al marido perfecto, cuando sos un tóxico de mierda, inseguro, y celoso. Dios le da pan al que no tiene dientes, ojalá Evangelina se fijara en mí, pero no... Está tan enamorada de vos, que necesita de tu aprobación para hacer todo, porque antes de pensar en ella, primero piensa en vos. No la merecés, flaco.

Cuando giró para volver a la habitación, Evangelina lo observaba fijo, llorando en silencio, y una sonrisa triste en sus labios. La invadía una sensación agridulce al aceptar que Franco tenía razón sobre Daniel. Le devolvió el teléfono con una mirada abatida, y justificó su actitud.

—Ya te lo dije, Evi, yo te respeto a vos y a tu matrimonio. A él no, y mucho menos después de ver cómo te trata cuando las cosas no son como él quiere.

Franco abandonó la habitación cerrando la puerta, si Daniel volvía a tratar mal a su esposa no quería escucharlo. Y aunque intentó volver a la reunión con su equipo, su cabeza había quedado en la habitación con Evangelina. Se disculpó con su equipo y se bajó de la videollamada.

Desconocía que, a pesar de sus malos modos, la discusión había hecho efecto en Daniel.

Me jode aceptar que tiene razón en muchas cosas. Es evidente que no hay nada entre ustedes, y es cierto que los celos me están encegueciendo. Pero ponete en mi lugar, ¿cómo te sentirías si yo compartiera departamento con Laura?

Evangelina dio un largo suspiro mientras secaba las últimas lágrimas de su rostro.

—Daniel, el que quiere hacer algo lo hace en cualquier momento y lugar. Ahora mismo estás en un hotel con un montón de periodistas jóvenes y hermosas, estás a cientos de kilómetros. ¿Quién me garantiza que no estuviste con ninguna mujer?

Jamás te haría eso, Evi. Te amo con toda mi alma, y el problema es que te estoy amando mal. De nuevo tiene razón, estoy siendo tóxico, y no podemos seguir así.

—Lo sé, pero no es el momento adecuado para hablar de esto. Toda tu vida deseaste cubrir un mundial de fútbol, y ahora que tenés la oportunidad tu cabeza está conmigo, en lo que hago o dejo de hacer.

Tenés razón, cuando termine todo esto necesitamos hablar. Además, tengo que poner en orden mi cabeza, combatir estos sentimientos tóxicos... Creo que llegó el momento de que nos enfoquemos en nuestras carreras, y ya hablaremos con calma a mi vuelta, que espero sea a fines de diciembre.

—Es lo que todos queremos, que vuelvan con la copa —bromeó ya más animada.

Daniel rio para ocultar sus verdaderas emociones, si bien ya no estaba enojado por el hecho de que Evangelina estaba compartiendo techo con Franco, había quedado muy sentido luego de su discusión con él. Porque le había demostrado que era cierto que no se estaba aprovechando de la situación, así como también había leído a la perfección esas actitudes involuntarias que tenía con su esposa.

Y le dolía aceptarlo.

Cuando empiece el mundial voy a tener menos tiempo para llamarte, así que no te asustes si te llamo poco o te mando un mensaje cada tanto —se justificó para evitar decir que quería su espacio para analizar la relación—. Disfrutá de tu nuevo trabajo, yo voy a estar bien. Te amo, Evi.

—Yo también, Dan. Que descanses.

Colgó la llamada y se arrojó en la cama a analizar todo lo que había pasado; no supo cuánto tiempo pasó hasta que Franco entró a la habitación y se sentó al borde de la cama junto a ella.

—Perdón si te metí en un quilombo, lo escuché gritarte y no podía quedarme de brazos cruzados. Aunque sea tu marido, no tiene derecho a tratarte así, no estamos haciendo nada malo.

—Algo se rompió —sentenció tirada en la cama, con la vista clavada en el techo.

—Solo está celoso, ya se le va a pasar, no te preocupes.

—No, Fran... Lo conozco, lo vi en su mirada. ¿Tendrá otra mujer y por eso está tan perseguido conmigo, porque se siente culpable? ¿O está buscando una excusa para dejarme, ya sea porque tiene otra o dejó de amarme?

Franco resopló, se odiaba a sí mismo por lo que estaba a punto de decir, pero quería que Evangelina se sintiera mejor.

—Ni ahí, te ama mucho y se le nota. Si hay alguien más en su vida, ese es él. Hasta me atrevería a decirte que se ama más a él mismo, y después venís vos.

—No sé cómo sentirme frente a eso —reconoció con una risa sarcástica—. No veo mal que tenga amor propio...

—No —la interrumpió—, pero en exceso ya es narcisista y egocéntrico. Aparecí en tu vida, fue un golpe bajo a su ego porque soy más conocido que él. Y para terminar, encontré un talento en vos y te ofrecí un trabajo que más de uno quisiera tener, otro golpe a su narcisismo, porque vos no podés ser mejor que él. Ya se le va a pasar.

—¿Y si no se le pasa? ¿Si todo empeora?

Franco hizo un silencio, mordiéndose la lengua para no decir lo que realmente estaba sintiendo. Resopló de nuevo.

—Uno, no te merecía porque no te amaba tanto como decía. Dos, podés empezar de nuevo, a tu manera, con tus reglas. Y tres, acá estoy, Evi. Porque yo daría mi vida, mi fortuna, lo que sea, a cambio de que seas feliz.

Evangelina giró la cabeza sobre el colchón y lo observó triste. Franco solo hizo un gesto de cierre en sus labios antes de abandonar la habitación, para que pudiera procesar sus palabras y la discusión que tuvieron los tres momentos atrás. Planeaba extender la estadía en Uruguay cuando vio en Instagram que Alan había tomado la posesión definitiva de La Escondida, realmente quería volverse con Dae-myung, pero no tenía sentido quedarse si Evangelina experimentaba culpa por hacer cosas que su esposo desaprobaba.

Aguardó pacientemente a que Evangelina saliera de la habitación, cuando el sol comenzaba a caer. Le dio a elegir entre pedir comida o salir a cenar, y escogió lo segundo. Y en ningún momento hablaron de lo sucedido, de Daniel, o de los sentimientos de Franco. A la vuelta comenzaron a preparar todo para el regreso a Buenos Aires, y se fueron a dormir expectantes por el regreso a sus rutinas.

Evangelina porque tenía los días contados en La Escondida, y Franco porque él también había sentido que algo se había roto en ese matrimonio.

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