Setenta y dos
Por primera vez, Franco estaba cumpliendo su deseo de hacerse a un lado para que Evangelina pudiera recibir las felicitaciones por su trabajo bien logrado, tal como se lo había prometido una vez. Uno a uno se iban acercando a saludar a Evangelina, agradeciendo por el contenido de la charla, mientras Franco la observaba embelesado, apoyado sobre la pizarra blanca, con las manos tras su espalda y una sonrisa boba de enamorado. La sala de reuniones se vaciaba de a poco, y los últimos en acercarse a saludar fueron Nelson y Dae-myung.
Era el pie perfecto para lo que Franco tenía en mente. Rápidamente, se desenredó de su cómoda posición y se acercó hasta donde Evangelina agradecía a los últimos asistentes.
—Fue un placer conocerla, señorita Evangelina. —Dae-myung la saludó con una reverencia—. Me llevo muchas ideas para implementar aquí en Uruguay.
—No es señorita, es señora —bromeó Franco detrás de ella, con una sutil molestia por su estado civil.
—¡Ay, Franco! ¡Me hacés sentir una vieja! —lo regañó, omitiendo el verdadero sentido de sus palabras—. Vos no te preocupes Demián, decime como prefieras.
—Me disculpo si la ofendí —agregó bajando levemente la cabeza, también clara señal de disculpas de su cultura oriental.
—Para nada, espero que pronto nos volvamos a ver, después de todo trabajás con los mismos productos que nosotros en Argentina.
—De eso justamente quería hablar. Nelson, si no te molesta me lo llevo. Bueno... Siempre y cuando Demián quiera trabajar conmigo en Argentina.
Los tres observaron a Franco confundidos, aunque Evangelina tenía una expresión molesta, y se lo hizo saber.
—¡Franco! ¡El chico no es un objeto para que decidas si te lo llevás o no!
—Me expresé mal, perdón. Lo que quise decir es que me gustaría que Demián trabaje conmigo en Argentina, desde allá puede coordinar su equipo, como lo hice yo durante mi estadía acá hace unas semanas. Quiero entrenarlo para que tome la gerencia de desarrollo, ya que actualmente no hay nadie con ese rol.
—Bueno... Me agarrás desprevenido... —balbuceó Nelson—. No contaba con perder a la cabeza del área de desarrollo, ya viste que somos pocos acá, y...
—No lo vas a perder, solo va a coordinar todo desde Buenos Aires. Demián tiene mucho potencial, y quiero ayudarlo a crecer.
—No sé... ¿Qué decís, Demián?
El joven no respondía, solo analizaba la propuesta con la vista fija en la terminal de cobros rosada. Y cuando levantó la cabeza se encontró con el rostro de Evangelina, entre expectante por su respuesta, y avergonzada luego de que Franco lo tratara como mercancía. Ella era la prueba fehaciente de que todo lo que tocaba Franco Antoine lo convertía en oro.
—Haré lo que usted diga, señor —le dijo a Nelson.
—Hagamos algo —propuso Franco—, vamos a comer, les cuento lo que tengo en mente y los próximos pasos a seguir.
—Genial, te llevo al restaurante del cual te hablé la última vez —propuso Nelson.
Nelson y Franco salieron de la sala de reuniones, y Evangelina aprovechó la oportunidad a solas con Dae-myung para disculparse por el exabrupto de Franco.
—No te preocupes, Franco es así cuando entra en confianza. Eso es una buena señal, le caíste bien.
—No le temo en absoluto, es solo que no sé si estoy preparado para adaptarme de nuevo a otra cultura —respondió con postura firme y mucha parsimonia en su tono.
—Tranquilo, Argentina es el hermano gemelo de Uruguay, no vas a sentir la diferencia. Ya ves, tenemos el mismo acento, también compartimos las culturas. Aunque... Hablás muy bien el rioplatense, pero te comportás como oriental.
—Mis padres son coreanos, nací en Corea y meses después nos mudamos a Montevideo, tengo doble nacionalidad. A pesar de esto, crecí inmerso en la cultura de mi país, ya que mis padres nunca abandonaron su herencia coreana, incluso viviendo aquí en Uruguay.
—Imagino que también hablás coreano.
Acto seguido, comenzó a hablar en su idioma natal.
—¿Qué dijiste? —preguntó Evangelina entre risas.
—Repetí lo mismo que dije anteriormente, pero en coreano.
Dae-myung levantó las comisuras en una especie de sonrisa, que provocó que la intimidada fuera Evangelina. Estaba acostumbrada a trabajar con Franco, su equipo, y los chicos de La Escondida, donde el patrón que compartían era la informalidad. Y a simple vista, Dae-myung era la rectitud personificada. Si el joven aceptaba la propuesta, estaría a la par de Franco, y deducía que también recibiría órdenes directas de él.
Por ende, tenía dos opciones. O se acostumbraba en caso de que su prejuicio fuera correcto, o trabajaba duro para sacar su lado uruguayo a flote.
—Creo que deberíamos alcanzarlos, antes de que se vayan sin nosotros.
Dae-myung asintió con la cabeza y aguardó a que Evangelina saliera de la sala. Efectivamente, ni Franco ni Nelson estaban por el piso, por lo que se dejó guiar por Dae-myung hasta la salida. Se reencontraron todos en la puerta del edificio para partir hacia el restaurante que había prometido Nelson, a unas pocas cuadras de las oficinas.
Y mientras Franco exponía su plan para que los equipos de desarrollo de Uruguay y Argentina trabajen en conjunto, Evangelina no dejaba de revisar su teléfono. No había tenido noticias de Daniel desde el día en que discutieron y ella colgó la llamada. Consultó la hora en Qatar, eran alrededor de las siete de la tarde, seguramente estaba al aire en el noticiero. Sintonizó la transmisión en vivo del canal desde su celular, y efectivamente estaba en pantalla, haciendo una nota en el mercado tradicional de Doha.
Y cuando reparó en la cantidad de días que no se comunicaban, decidió enviar un corto mensaje.
La charla salió de 10! Los uruguayos quedaron súper contentos con nuestra experiencia en Argentina. ☺
Espero que estés bien, te extraño. ✓✓
Estoy al aire, a la noche de Qatar hablamos, Evi. ✓✓
—No tocaste nada de tu plato, ¿estás bien, Evi?
Evangelina giró la cabeza, Franco aguardaba una respuesta a su lado con la vista clavada en la pantalla de su teléfono. Lo bloqueó y lo colocó boca abajo sobre la mesa.
—Sí... Solo... Nada... —susurró para no verse comprometida a contar los detalles de su vida personal con Dae-myung y Nelson.
—Que no te afecte, él está en la suya, vos deberías hacer lo mismo —murmuró con disimulo en su oído.
Pero sí le afectaba, y le costaba seguir como si nada cuando era la primera vez que pasaban tanto tiempo sin hablarse, sumado a la distancia que los separaba. Puso su mejor cara y se integró a la conversación del almuerzo. Debía acostumbrarse a esas situaciones, algo que en La Escondida no sucedía, porque siempre tenía su tiempo a solas para procesar los problemas que, en ocasiones, indefectiblemente acarreaba consigo.
Y para empeorar las cosas, jamás había tenido una crisis de esa índole con Daniel.
Cuando el almuerzo terminó y volvieron de regreso al departamento que compartían, Evangelina pudo dejar de fingir la sonrisa, y Franco se retorcía de bronca por no poder hacer nada para remediar su pesar. Maldecía a Daniel porque siempre encontraba la manera de hacer sentir mal a Evangelina, por cuestiones que solo a él le molestaban.
Eran las cuatro y media de la tarde en Montevideo cuando el teléfono de Evangelina sonó con una llamada de video entrante, Daniel había cumplido su promesa. Se levantó como si la accionara un resorte de la mesa que compartía con Franco, quien estaba trabajando remoto con su computadora, y se encerró en la habitación para poder hablar con calma.
—¡Mi amor! No sabés cómo te extraño —comenzó ella—. Perdón por cortarte la ultima vez que hablamos, es que de verdad estaba enojada.
—Lo sé, Evi. Por eso te di tu espacio, además de que estuve de acá para allá con las coberturas. ¿Cómo va todo por Uruguay? ¿Cerraste bien el departamento antes de irte?
—Sí, igual le avisé a los vecinos de al lado para que estén alerta, y les dejé mi número para que me llamen ante cualquier cosa.
—¿Cuándo volvés? ¿Segura que no querés venir conmigo a Qatar?
—Sí, Dani —afirmó entre risitas—. Como te dije, la charla salió perfecta, incluso puede que uno de los chicos de Uruguay venga a Argentina a trabajar con nosotros.
—Está bien, no te insisto más. Sé que estás ilusionada con este nuevo trabajo... —Daniel dejó de hablar cuando, de fondo, escuchó la voz de Franco—. ¿Ese es Franco? ¿Dónde estás?
—Sí, es él —respondió intentando mantener la calma, porque sabía lo que seguía—. Estoy en su departamento, me dio a elegir entre quedarme acá o ir al hotel, y como no quería quedarme sola después de pelearme con vos...
—A ver si entendí... ¿Te peleás conmigo y vas corriendo a buscarlo a él? ¿Vos te escuchás lo que estás diciendo? —repitió su planteo entre irónico y molesto—. ¿Cómo tengo que tomarme esto? ¿También comparten la cama?
Y Franco, que desde su posición escuchaba claramente los reclamos de Daniel, imaginó lo que pasaba en la habitación. Se disculpó con su equipo, apagó la cámara, silenció la videollamada, y fue a la habitación para aclarar las cosas.
Era la oportunidad perfecta para demostrarle a la pareja su posición.
UCR picó v2. 🤣
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