Setenta y cinco

Finalmente, el pitido del árbitro sonó, la pelota comenzó a rodar, y el mundial FIFA Qatar 2022 comenzó. Y tal como lo predijo Alan, la clientela subió considerablemente en los horarios de partido. Muchos comensales se sentían atraídos cuando al pasar caminando casualmente por la calle veían la pantalla gigante con los partidos, y eso atraía clientes, además de curiosos que pispeaban los partidos desde la vereda sin consumir.

Argentina perdió el primer encuentro con Arabia Saudita, aquel que excepcionalmente los hizo abrir a las seis y media de la mañana para que todos pudieran ver el partido antes de entrar a trabajar en los alrededores, pero la suerte del equipo de Scaloni cambió en los partidos siguientes. Y el último partido de la fase de grupos, justo coincidió con el último día laboral de Evangelina y Patricio, el treinta de noviembre frente a Polonia.

El golpe emotivo fue mucho más leve, porque ninguno notó que el partido comenzaba a las cuatro de la tarde, su horario de salida habitual. De hecho, los dos siguieron trabajando después de hora como autómatas, embobados con el partido. Y Franco, que sí lo advirtió, no quiso remarcarlo para que justamente ninguno de los dos cayera en la realidad de que su ciclo laboral en La Escondida ya había culminado, y ellos seguían ejerciendo sus funciones habituales.

Recién cuando juntaron sus cosas para retirarse, cayeron en cuenta al ver el rostro emotivo de Alan. No faltó alguna lágrima por parte de Evangelina, agradeciendo por todos los años compartidos, y la sonrisa nerviosa de Patricio, que también luchaba por no llorar en público. Franco se acercó a alivianar el momento.

—Y al final te la llevaste. —Alan le reprochó cariñosamente a Franco—. Cuidala, hermano, sino me la traigo de vuelta como administradora, que esa era mi idea para el día que quedara a cargo.

—Basta, idiota, no me hagas llorar más —protestó Evangelina entre risas y lágrimas—. Igual, no te vas a deshacer de mí tan fácilmente, voy a trabajar a un par de cuadras, ya vamos a venir a descontrolarte todo con el equipo de desarrollo.

—Yo no voy a estar tan cerca, pero cada tanto me voy a pegar una vuelta. Eso sí, no me hagas pasar papelones cuando venga acompañado.

—Uy... No me digas que tenés a alguien dando vueltas por ahí —lo molestó Evangelina.

—En eso estamos —aclaró, comenzado a sonrojarse y bajando la mirada—. Espero que este sea un buen lugar para una primera cita.

—Mandame un WhatsApp y te aparto una linda mesita.

Se despidieron todos en la vereda entre risas y lágrimas, y cuando Evangelina estaba a punto de partir caminando a su casa, Franco la detuvo.

—Evi... ¿Tenés algo que hacer ahora?

—No... ¿Prepararme para mi primer día de trabajo oficial en Chanchi, tal vez?

—¡Ay, por favor! Hace rato sos del equipo, ¿qué te cambia? El contrato es un papel. En serio, ¿tenés algo que hacer? ¿Daniel te espera para llamarte?

—No, hablamos muy poco a la mañana porque justamente los días que juega Argentina son los que más trabaja, ¿por qué?

—¿Me acompañás al aeropuerto? —Evangelina lo observó sin comprender sus palabras, Franco fue más claro—. A aeroparque, no a Ezeiza. Voy a buscar a Demián.

—No me digas que lo convenciste...

Franco asintió con suficiencia.

—No hay nada que no pueda hacer, señora. Bueno, hay una sola cosa que no puedo hacer —puntualizó remarcando cada palabra—, pero es porque eso no está en mis manos.

Evangelina comprendió a qué se refería, y Franco, como siempre, hizo un gesto de cierre sobre sus labios, mirando a la avenida.

—Pero, ¿cuánto vamos a tardar? De verdad quiero descansar un poco, estoy agotada física y mentalmente del día de hoy.

—Su vuelo llega a las ocho, y no te preocupes, que él también arranca mañana a trabajar, así que no creo que nos dispersemos. Además, quiero que me acompañes para ver si me lo ablandás un poco, porque no quería venir, Nelson me ayudó a convencerlo.

Evangelina se lo pensó un momento, y finalmente levantó los hombros en señal afirmativa. De camino dentro del auto, Franco le explicó que iba a darle asilo en su departamento, aprovechado que Bruno no estaba, hasta tanto le consiga su propia residencia.

—Pobre pibe, encima que lo obligaron a venir, tiene que vivir con su jefe. O peor, con el dueño de la empresa. ¿Cómo querés que se sienta?

—Vos mejor que nadie sabés que yo no me comporto como Bruno, el problema es que él está aferrado a su cultura coreana, donde todo es súper respetuoso. Si a eso le sumamos que yo soy su jefe, la cosa se pone aún más incómoda. Por eso te llevo, para que le asegures que todo va a estar bien.

—No puedo opinar de algo que no sé, nunca vivimos juntos —bromeó.

—Ay, Evangelina, la concha de tu hermana. No me hagas decir lo que estoy pensando... ¿Por qué siempre me la dejás picando?

Evangelina contuvo una risa nerviosa porque comprendió aquello que estaba pensando. Bajó la mirada para ocultar la vergüenza de sentirse egoísta por permanecer a su lado como amiga, a pesar de saber que Franco estaba enamorado de ella hasta los huesos. Pero se contuvo y disimuló, eran los riesgos que había aceptado al fingir demencia y quedarse a su lado como amiga y empleada.

Llegaron a aeroparque justo a tiempo, el vuelo de Dae-myung estaba desembarcando, y no pasó mucho tiempo hasta que reconoció los saltitos de Evangelina y la sonrisa ganadora de Franco.

—Nos volvemos a ver, te lo dije, ¿viste? —lo saludó Evangelina con un abrazo cálido.

Y mientras lo abrazaba, comprendió aquello que Franco le dijo en el auto. Dae-myung no le correspondía el abrazo, y hasta podía sentir todos sus músculos tensos. Fue recién cuando estaba a punto de rendirse y soltarlo, cuando sintió las manos de Dae-myung en su espalda.

—Hola, señora Evangelina —hizo una reverencia, y luego repitió el gesto con Franco—. Hola, señor Antoine.

—Demián —le devolvió la reverencia—. ¿Puedo llamarte por tu nombre latino o me aprendo la pronunciación de tu nombre coreano?

—Demián está bien, señor.

—Primero, no soy señor, soy Franco. Y ella no es señora Evangelina, es Eva a secas. Por favor, no le digas más señora, que esa palabra me da escalofríos.

Evangelina le dio un empujoncito, y él volvió al gesto del cierre en su boca.

—Está bien, Franco. Se me hace un poco raro porque Nelson jamás me dio esas atribuciones, pero siendo sincero, me sentiría más cómodo en un tono informal, teniendo en cuenta que compartiremos piso por algunos días.

—Tranquilo, de a poco vas a ver que Franco parece más un asalariado que el dueño de la empresa. Mañana cuando conozcas a su equipo te vas a dar cuenta.

—Te recuerdo que ya sos oficialmente de mi equipo.

—Todavía no me acostumbro —reconoció sonrojada.

—Bueno, considerando que soy el jefe de los dos, les propongo algo. Hoy es miércoles, le quedan dos días a esta semana, ¿quieren arrancar el lunes? Así vos descansás de todo lo extra que trabajaste hoy, y yo ocupo estos dos días en buscarle un departamento a Demián.

Dae-myung afirmó con la cabeza convencido, no así Evangelina, a quien se le notaba que lo estaba pensando seriamente.

—Es que... —A Evangelina le daba algo de pudor hablar delante de Dae-myung, aun así, continuó—. No me quiero caer, Fran. Hoy fue mi último día en La Escondida después de cinco años, Daniel está en Qatar, me va a empezar a caminar la cabeza y no quiero caerme.

Evangelina pestañeaba fuerte para no llorar en pleno aeropuerto, mientras Franco se maldecía porque realmente había olvidado que estaba sola, y la conocía en demasía para saber que las emociones le jugarían en contra.

—Si no tenés nada que hacer, y a Franco no le molesta, ¿por qué no nos acompañás? —propuso Dae-muyng—. No me vendría mal una opinión femenina para ayudarme a elegir un departamento, después de todo ustedes son las que saben de diseño.

—Me gusta la idea, ¿qué te parece Evi?

Afirmó con la cabeza mientras se llevaba un mechón tras la oreja.

—Eso sí, te rechazo la cena, de verdad quiero descansar un poco.

Con todos los detalles listos, salieron del aeropuerto con la promesa de reunirse al día siguiente a media mañana. Franco acompañó a Evangelina hasta su casa, pactando pasar a buscarla al día siguiente para llevarla a su departamento y juntos buscar el nuevo hogar de Dae-muyng. Pero sucedió algo inesperado dentro del auto.

—¿Te gusta Evangelina, no es cierto?

Franco giró la cabeza hacia su derecha, sorprendido por la pregunta de Dae-myung, todavía con el brazo izquierdo apoyado en la ventanilla baja.

—¿Por qué preguntás eso?

—Porque llevamos cinco minutos parados aquí, y no dejás de mirar el balcón que acaba de encender la luz.

Franco rio de costado, negando con la cabeza. Cada vez era más obvio con sus actitudes.

—No me gusta, estoy hasta las pelotas con ella, que es peor. Ya no tiene sentido ocultarlo, todo el mundo lo sabe. Pero bueno, me toca ser espectador.

—«No le digas señora, esa palabra me da escalofríos» —recordó Dae-myung en voz alta mirando al vacío.

Franco asintió cerrando los ojos, y completamente resignado arrancó el auto rumbo a su departamento. En lo que restó del trayecto Dae-myung se encargó de tomar nota mental de la situación:

«Evangelina está casada, y no solo eso. El jefe está enamorado de ella».

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