Sesenta y ocho

El fin de semana previo al viaje, Evangelina lo percibió como si hubiera durado un mes entero, a pesar de que estuvo bastante ocupada preparando su inexistente experiencia con las viejas terminales Orson, y de que Daniel la llamaba en cada rato que tenía libre para compartirle detalles de su viaje. Porque hasta que el arbitro pitara el primer partido, él se encargaba de las notas de color por las calles de Qatar.

La MacBook que Franco le había obsequiado le sirvió para preparar una pequeña lista de puntos clave a mencionar en su experiencia, y se dejó llevar por las bondades de tener una computadora propia. Nunca le hizo falta una, su celular de gama alta siempre fue suficiente para atender sus redes sociales y leer alguna que otra noticia, y fue en ese momento cuando comprendió que Franco estaba en lo cierto al afirmar que la necesitaría.

El sol estaba cayendo esa tarde de domingo cuando recibió una de las tantas videollamadas de Daniel, cuando estaba a punto de bajar la tapa de su computadora, dispuesta a terminar de armar su maleta para el viaje en la mañana siguiente. Atendió sin demorar, sabía que Daniel no disponía de mucho tiempo.

—Hola Dan —Evangelina sonrió ante la cámara.

Evi, mi amor... ¿Ya te dije que te extraño?

—Como cien veces en lo que va del día —rió, bajando sutilmente la cabeza—. ¿Por dónde andás ahora? No tengo el canal puesto, estaba por terminar la valija para el viaje de mañana.

Por eso te llamo ahora, después quizás se me complica, y con la diferencia horaria es peor. ¿Cuándo vuelven de Uruguay?

—Miércoles a la tarde, ¿por qué?

¿Qué te parece si apenas bajás del avión te tomás el siguiente a Qatar?

Evangelina enmudeció, su sonrisa se borró al instante.

—¿Qué? —soltó incrédula—. No entiendo, Dan.

Te explico. Yo pensé que no quedaba bien traer a nuestros familiares, pero el esposo de Diana, la periodista que viajó con el equipo, está acá, él se pagó su viaje y en los momentos libres que no estamos al aire están juntos. ¿Por qué no te venís?

Evangelina abrió la boca, intentando decir algo, pero estaba muda. De nuevo, afloraba aquel Daniel que solo le importaba su carrera y las apariencias.

—No, Daniel... A ver... —Comenzó a gesticular con sus manos—. Al margen de mi viaje a Uruguay, son mis últimos días en La Escondida antes de empezar a trabajar efectiva en Chanchi. ¿De verdad te parece que arranque mi nuevo trabajo pidiendo un mes de vacaciones, o lo que dure tu cobertura?

Bueno, yo no sabía, si lo hubiera sabido te habría recomendado coordinar tu ingreso para enero o después del Mundial. Además, ¿no tenés trato preferencial con Franco y su hermano? Si les pedís un favorcito, estoy seguro de que no te lo negarían.

Evangelina seguía boquiabierta, muda, y con lágrimas en sus ojos. De nuevo, a Daniel no le importaba en absoluto su nueva oportunidad laboral, solo se preocupaba por demostrar que él también tenía los medios para trasladar a su esposa hasta Qatar, mientras imaginaba su feed de Instagram lleno de fotos con ella en esos paisajes tan modernos y elegantes. Por supuesto que se sintió menospreciada, y se lo hizo saber.

—Es horrible esto que me decís Daniel, ¿vos te estás escuchando? —gesticuló llevándose el índice a su oreja, visiblemente molesta—. Básicamente me estás sugiriendo que aproveche que Franco está enamorado de mí para pedirle favores solo para concederte un capricho, porque dudo mucho que me quieras ahí solo para que pueda vivir la experiencia de un mundial. No soportás que Diana se pasee con su esposo mientras yo estoy acá en Buenos Aires.

Lo dijo. Y no se arrepintió ni por un segundo. La reacción de Daniel no tardó en llegar, la discusión que tuvo con Franco en el estudio afloraba en las palabras de Evangelina.

Menos mal que me dijo que no te llenaba la cabeza, ya hablás como él —siseó sin mirar a la cámara.

—¿Perdón? ¿Quién me llena la cabeza?

¿Qué no es obvio? Eso fue lo que me dijo tu enamoradito la última vez que vino al estudio, palabras más, palabras menos...

Fue en ese momento cuando Evangelina notó que el día de la entrevista para hablar de las nuevas terminales de cobro, su esposo no estuvo en pantalla. Daniel aprovechó el momento de confusión de su esposa para continuar.

¿Qué? ¿Acaso no te contó la amigable charla que tuvimos detrás de cámaras? ¿La manera en la que me amenazó?

—No, ¿y por qué debería decírmelo? Además, conociendo a Franco, dudo que te haya amenazado, seguro estás exagerando.

¿Por qué no le preguntás acerca de lo que conversamos? Ya que son tan amigos... —deslizó perspicaz.

—No tengo por qué preguntarle, Daniel —murmuró bajando la cabeza.

Evangelina cerró fuerte los ojos para impedir que las lágrimas se derramaran por su rostro. Quería creer que Franco era incapaz de hacer algo así, pero también confiaba en las palabras de su esposo. Sin dudas, lo siguiente que haría al cortar la llamada era pedirle una explicación a Franco. Porque de ser verdad, no sabía cuánto tiempo iba a aguantar ese tira y afloje entre Daniel y Franco.

No importa, y tampoco te preocupes, me chupan un huevo sus amenazas de niñito berrinchudo —prosiguió Daniel—. Vamos a lo importante, ¿venís o no? —retomó con una amplia sonrisa—. Si me decís que sí, ya mismo me encargo de todo, te mando los pasajes...

—No, Daniel, ya te dije que no. Es la primera vez en mi vida que tengo un buen trabajo en una buena empresa, y vos hacés de todo para sabotearme. ¿Tanto te molesta que tenga este trabajo?

No, para nada, Evi. Es solo que no me acostumbro al hecho de que ahora tengas un trabajo de verdad. Como siempre tuviste changas para entretenerte mientras no estoy...

¿Changas para entretenerme cuando no estás? —repitió indignada—. ¿O sea que para vos mi trabajo en La Escondida es una changa?

¡Pero si vos misma dijiste que dejaste Burger King porque querías algo más tranquilo! Porque te molestaba que te reconocieran como mi mujer, te señalaran y cuchichearan. Renunciaste y a la semana te arrepentiste porque te aburrías estando sola en casa.

—¡Sí, pero es un trabajo al fin y al cabo! Además, a estas alturas de nuestro matrimonio deberías saber que siempre me gustó valerme por mí misma, no estamos en el siglo diecinueve para que me mantengas. —Hizo una breve pausa para tomar aire—. ¿Por qué sos así, Daniel? ¿Por qué menospreciás todo lo que hago?

Se enredaron en una discusión sinsentido, en donde Evangelina trataba de hacerle entender que siempre estuvo condicionada por su etiqueta de «la esposa de», sumado a que odia la exposición, y por otro lado Daniel, que a cada palabra la embarraba más y más, intentando persuadirla de sus innecesarias ganas de trabajar, siendo que no necesitaban el dinero.

—O sea, que yo no puedo trabajar porque el señor gana lo suficiente como periodista —exclamó totalmente frustrada, agitando sus brazos.

No digo eso, solo digo que no es necesario que te esfuerces tanto porque no lo necesitamos. En La Escondida estabas bien, eras feliz...

—No, Daniel. No era feliz. Yo también quería ser profesional, recibirme... —Su voz comenzó a temblar, porque había perdido la batalla frente al llanto—. Pero no nací en cuna de oro como vos, tuve que salir a laburar, en el medio te conocí, y bueno... El resto ya lo sabés. —Evangelina se secó las lágrimas con la palma de la mano antes de proseguir—. Así que, ni voy a ir a Qatar, ni me voy a quedar en La Escondida, y empezá a pensar cómo vamos a seguir de ahora en más, porque yo no pienso dar un paso atrás ni al costado. Te acostumbrás o te acostumbrás. Yo nunca te corté las alas, no cortes las mías. Me voy a hacer la valija, Daniel. Hablamos mañana.

Colgó sin esperar a que Daniel se despida, y cuando se cercioró de que no volvería a llamar, se desplomó a llorar. Ese no era el hombre del que se había enamorado, o siempre fue así y bastó un pequeño cambio en sus rutinas para aflorar al verdadero Daniel, celoso de sus logros.

Pero una parte de la conversación volvió a su memoria. Tomó su teléfono y marcó el celular de Franco.

Hola, Evi... ¿Pasó algo?

—Necesito hablar con vos, ahora. Decime dónde nos vemos.

Y Franco, que notó la voz temblorosa de Evangelina, no lo dudó ni un segundo.

En ningún lado, salgo ahora mismo para allá.

Y colgó, sin darle chance a réplica.

Changa: Trabajo temporal o informal.

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