Sesenta y nueve
Evangelina todavía estaba recostada sobre sus brazos cuando el timbre de su departamento sonó con un chirrido irritante. Bastó asomarse por el balcón para ver el Peugeot de Franco estacionado en la puerta del edificio. Resignada, presionó el botón para abrirle la puerta, y segundos después lo que sonó fue el timbre de su departamento. Abrió la puerta desganada.
—Evi... ¿Por qué llorás? ¿Qué pasó?
Evangelina se hizo a un lado para dejarlo pasar, y luego de cerrar la puerta, se recargó sobre ella, mientras sostenía el pomo.
—Quiero que me digas la verdad, y no me mientas porque me voy a dar cuenta —sentenció seria, sin mirarlo a la cara—. ¿Es verdad que amenazaste a Daniel?
Franco no esperaba esa pregunta, aunque tampoco se sorprendió de que ella lo supiera. Se sinceró.
—Sí. Y si esas lágrimas son por él, mucho me temo que voy a tener que cumplir con mi promesa.
Evangelina tampoco esperaba esa respuesta, y mucho menos que lo reconociera sin rodeos. Soltó el agarre de la puerta, confundida.
—¿Qué promesa? ¿De qué hablás?
—Básicamente le dije que no te haga llorar porque sino, además de hacer mierda su carrera, lo iba a cagar a trompadas.
—¡¿Por qué hiciste eso?! ¡¿Qué mierda les pasa conmigo?!
Evangelina no lo soportó y nuevamente se largó a llorar, cubriéndose el rostro con ambas manos. Franco no pudo más que acercarse a consolarla, forcejearon un poco porque ella no aceptaba su abrazo, hasta que finalmente se rindió.
—Calmate, Evi —pidió mientras peinaba su cabello—. Viendo cómo estás, imagino lo que hablaste con Daniel; o distorsionó todo, o te contó solo lo que a él le convenía.
—¿Y qué gana mintiéndome? —susurró hundida en su pecho.
—¿Qué no es obvio? Separarte de mí. Es cierto lo que te dijo, y no me enorgullece admitirlo. Pero no soporto ver cómo sabotea tu carrera profesional solo por envidia, porque sabe que tarde o temprano lo vas a opacar.
—No... —negó rotundamente, separándose de Franco—. Me niego creer que Daniel sea así, pero...
Evangelina volvió a llorar, Franco la tomó por los hombros y la condujo hasta el sillón. Luego de que se sentara, se colocó de cuclillas frente a ella.
—Tranquila, Evi. Ahora hablamos, ¿sí? Dejame traer algo para tomar, te usurpo la cocina.
Asintió, con la cara cubierta por sus manos, y Franco se internó en la cocina buscando algo para prepararle a Evangelina. Como no quería revolver todo, se decantó por el equipo de mate sobre la mesada, calentó el agua, armó el mate, y volvió al living.
—No sabía que tomabas mate —dijo al verlo con el mate y el termo, con una media sonrisa.
—No es mi preferido, pero no está mal hacer valer mi documento argentino cada tanto. Además, tampoco quería revolver toda tu cocina.
Franco cebó el primer mate y se lo entregó a Evangelina.
—Yo que vos, voy devolviendo el documento. El primer mate siempre lo toma el que está cebando —bromeó.
Franco le quitó el mate y lo bebió un sorbo, la mueca de dolor no se hizo esperar. El mate estaba muy caliente.
—Mejor te hago un café.
Evangelina se levantó y Franco no la detuvo, la siguió hasta la cocina, todavía con el mate y el termo en la mano. Como no había mucho espacio, se acomodó en un rincón y comenzó a contar su versión de los hechos.
—El día de la entrevista en el canal, fue Daniel quien se acercó a hablarme. Arrancó atacándome con el tema de que odio las cámaras y no pude contenerme. Le dije que estaba ahí por vos, para reconocer el excelente trabajo que hiciste. Palabra va, palabra viene... Le dije todo lo que pensaba de él, nada que no sepas.
—La verdad es que no sé —enfatizó mientras encendía la cafetera—. Así que si me das detalles...
Suspiró resignado, llevándose el flequillo hacia atrás. Le cebó un mate a ella y comenzó.
—Le eché en cara que solo le importa su carrera, que no te valora, que lo único que le importa es cómo se ve su matrimonio en las redes, y le dejé en claro que... —Hizo una pausa, buscando las palabras correctas—. Que yo no avanzaba con vos solo porque respeto tus sentimientos, y no a él.
Evangelina dejó el mate y se aferró a la mesada mientras observaba el café caer en la taza. Apagó la cafetera y permaneció así algunos segundos más. Fue Franco el que se acercó para comprobar que, efectivamente, estaba llorando de nuevo.
—¿Y la amenaza? —susurró—. ¿En qué parte entra?
—Obviamente, después de eso se puso del orto. En el medio le dije te amaba mucho más que él, puso en duda la veracidad del viaje y le retruqué que este trabajo era mucho mejor que ser la chica del clima como él quería, y fue en ese momento cuando pensé que quizás podía darme un golpe bajo con alguna noticia amarillista sobre mí o mi hermano. Esa fue la amenaza, en donde digan alguna boludez yo muevo mis influencias y no vuelve a trabajar de periodista nunca más en su vida. Bueno... Bruno en realidad, él es el de los contactos.
Franco dejó el termo sobre la mesada y tomó la taza de café, mientras Evangelina procesaba toda la información.
—No sé si fue una buena idea aceptar tu trabajo —murmuró, atropellando las palabras mientras se cruzaba de brazos.
—Fue la mejor decisión, Evi. ¿Hasta cuándo ibas a seguir viviendo en el siglo pasado? Además, yo no dije nada que no haya deducido de las cosas que me contás, la manera en la que te comportás. En todo caso, si soy culpable de algo no es de amarte, sino de quitarte la venda de los ojos.
—Jamás habíamos discutido tanto, nuestro matrimonio era perfecto, y de repente empezaron las inseguridades, las discusiones... —Evangelina giró lentamente para quedar cara a cara con Franco—. Y todo desde que nos conocimos.
Por primera vez, Franco se sintió culpable de aquello que se prometió cumplir: que Evangelina abriera los ojos respecto a su matrimonio. Jamás había pensado que en la maniobra, ella podía salir lastimada. Sin embargo, lo tranquilizaba saber que él no había hecho nada más que ofrecerle una buena oportunidad laboral, el mérito era completamente de ella; supo usar las herramientas que él le otorgó para ver su realidad desde otra perspectiva.
—En mi defensa, no hice nada más que descubrir tu potencial y ofrecerte un lugar en mi equipo. Respecto a lo que siento... Son cosas que pasan, también pudo haberse enamorado de vos Alan, Ángel, o Patricio. No pasó, pero ¿y si pasaba? ¿Daniel le hubiese buscado el pelo al huevo para que renuncies de La Escondida? Te doy un pequeño spoiler: no le hubiera importado.
»Porque como cajera no opacás su carrera, en cambio a mi lado sí lo vas a hacer. Ya viste: te metiste en su noticiero y fuiste tema de conversación para los periodistas. Y te digo otra cosa: esa noche estuviste en boca de todos en el piso. Periodistas, camarógrafos, técnicos, todos hablaban bien de vos, pero como «la mujer de». Quiero que eso cambie, que Daniel sea «el esposo de». Así que por una vez en tu vida sé egoísta, dejá de llorar y pensá en tu futuro. ¿Odiás las cámaras y la exposición? Yo también. ¿Querés mantener tu perfil bajo? Lo vas a hacer. Pero que el mundo sepa que todos mis productos exitosos son tuyos.
Evangelina sonrió con tristeza, no podía objetar nada del discurso de Franco. Recordó en voz alta aquel momento en el que ingresó a trabajar a La Escondida y Alan la invitó a salir, porque ella también fue víctima de sus coqueteos en sus inicios como cajera. Cuando se lo comentó a Daniel, y tal como predijo Franco, no le importó en absoluto, solo le había recomendado que aclarara los tantos para poder trabajar en paz con el muchacho. Pero ni sintió celos, ni le sugirió buscar otro empleo, el tema murió en aquella conversación.
Comenzaba a comprender que quizás era el momento de replantear su matrimonio, antes de que fuera demasiado tarde.
—Solo tengo una condición. No quiero más cruces con Daniel. Entendé que esto es difícil para mí porque quedo en el medio de sus diferencias, y no quiero tirar por la borda diez años de matrimonio, pero tampoco quiero renunciar a tu oportunidad.
—Está bien. Aunque lloraste por él y debería ir a romperle la cara, tal como se lo prometí. Pero se la voy a dejar pasar, por vos, Evi.
—Sabés que me pidió que vaya a Qatar, me preguntó si podía pedirte el favorcito de empezar a trabajar después del mundial, ese fue el detonante de todo esto.
Evangelina omitió la parte en la que Daniel mencionaba que el esposo de su compañera había viajado por su cuenta, eso sería darle la razón en su argumento. Ya suficiente tenía con comprobar que su punto era acertado.
—Yo no me opongo, Evi. Si querés ir, puedo cancelar la charla y...
—No —lo detuvo con una mano en alto—. Yo asumí un compromiso con vos y lo voy a cumplir. Además es en el culo del mundo, en una sociedad un poco... estricta, y no me sentiría cómoda. Además, no voy a ir para estar la mayor parte del tiempo sola porque él tiene que hacer la cobertura para el canal. Mejor miramos el mundial acá en La Escondida.
—O en mis oficinas, estamos preparando todo para verlo en pantalla gigante.
—¿Ves? Me emociona más eso que viajar a Qatar.
—Entonces no se diga más. Gracias por el café, y te dejo para que sigas preparándote para mañana.
Franco dejó la taza vacía sobre la mesada, y Evangelina lo acompañó hasta la calle.
—Te veo en el aeropuerto, ¿sí? Que descanses, y no llores más que no pasó nada.
Evangelina asintió, Franco tomó su rostro y dejó un beso en su frente. Lo vio partir con el auto, y cuando el semáforo se puso en verde y el Peugeot comenzó a alejarse, esbozó un «gracias» al aire, acompañado de una sonrisa.
Le dolía todo lo que pasó, sí. Pero agradecía que Franco le quitara poco a poco la venda de los ojos.
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