Once

Hacía tiempo que Evangelina no estaba tan impaciente por llegar a su casa, más precisamente, desde el último viaje de trabajo de Daniel. Estaba ansiosa por comenzar a preparar el reencuentro en la noche, pero grande fue su sorpresa al entrar y verlo de pie en el living, con los brazos cruzados y una amplia sonrisa.

Tiró la cartera y las llaves al piso antes de correr hasta él, y de un salto subirse a horcajadas para fundirse en un profundo beso.

—Te extrañé tanto, Dani... —dijo, todavía apoyada en los labios de su esposo.

—¿Y yoni...? —bromeó—. Amo mi profesión, viajar, pero es una tortura estar separado de vos, Evi.

Sonrió, se sentía bien que el único que le dijera Evi fuera su esposo. Disfrutaron cada segundo de ese reencuentro como si no se hubieran visto en años, y cuando Evangelina ya estuvo momentáneamente satisfecha de sus besos, Daniel comenzó a mostrarle algunas postales de su viaje que, por lógicas razones, no podía compartir en sus redes. Selfies con algunos jugadores de la selección, incluido el mismísimo Messi, fotos y videos del backstage de sus coberturas con los técnicos y camarógrafos del canal, y algunas a título personal, de paisajes o de su día a día.

—Me cagaste la sorpresa, venía pensando qué podía cocinarte para que comas casero después de tantos días...

—Evi, no importa —la cortó mientras le acomodaba el cabello detrás de la oreja—. Podemos pedir pizza, asado, lo que quieras. Si me preguntás qué es lo que mas anhelaba de estar en casa, no es tu comida en sí, sino el momento de la cena. Verte cocinar con una remera mía, o con el toallón en la cabeza, verte bailar descalza y con el cucharón en la mano... Eso necesito.

—El problema es que para verme así, antes tiene que pasar otra cosa... —sugirió bajando la mirada, todavía se sonrojaba como si fuera una adolescente intimidada por el descubrimiento del amor.

—Pero empecemos en la ducha, quiero sacarme el vuelo de encima.

Evangelina lo tomó de la mano y lo llevó al baño, después de todo, ambos necesitaban sacarse el trabajo de encima con una ducha. La ropa de ambos voló entre caricias torpes por el poco espacio del lugar, pero nada importaba, porque eso era lo que anhelaba Daniel. Se tomaron todo el tiempo del mundo para disfrutar cada centímetro de piel, aprovechando que era viernes y ambos tenían el fin de semana libre en sus trabajos. Daniel como descanso por la impecable cobertura, y Evangelina porque trabajaba en sintonía con el movimiento de las oficinas que rodeaban La Escondida.

Ya en la habitación, cuando sus cuerpos estaban exhaustos y sus estómagos reclamaban comida, Daniel se dio el lujo de ver esa fotografía marital que tanto extrañaba. Evangelina vistiendo su remera, cubriendo hasta la mitad de sus glúteos y mostrando apenas un pedazo de tela de su ropa interior, mientras encargaba una pizza con su celular. Despeinada, sonriente, y todavía con las mejillas sonrosadas de suspirar su nombre mientras tocaba la cima del cielo. Daniel se vistió, porque alguien tenía que bajar a recibir la pizza, y volvió al living para acomodar su equipaje y darle a su esposa los presentes que trajo de Londres.

—Como no puede ser de otra forma, traje auténtico té inglés y algunos chocolates. —Daniel sacó dos bolsas iguales—. Una es para nosotros y la otra para ustedes tres, llevásela el lunes a Pato y Angelito de mi parte.

—Dirás cuatro —acotó Evangelina con un suspiro—. Somos cuatro ahora.

—¿De qué me perdí? ¿Isidro contrató más personal?

—Diría que el contratado fue Isidro... —La cara de Daniel era para una caricatura—. Ahora te cuento mientras comemos, te caés de culo con todo lo que tengo para contarte.

Daniel tuvo suerte, y la pizza tardó menos de quince minutos en llegar, el mismo tiempo que tuvieron para acomodar la mesa y el desorden que dejó su llegada. Evangelina le contó absolutamente todo sobre Franco, desde el primer día que pisó La Escondida con todo lo cómico de la situación; le habló de Chanchi y la ridícula terminal POS en forma de chanchito, y del proyecto que quería llevar a cabo en el restaurante para arreglar el desastre que hizo su hermano en su ausencia.

—A ver si entendí... ¿Este flaco te buscó a vos para que lo ayudes a desarrollar el POS? —Daniel estaba cada vez más confundido.

—No exactamente, si a duras penas sé manejar un Office —destacó entre risas—. Lo que quiere es que yo lo ayude diciéndole qué le falta, qué le sobra, que lo pruebe para ver si es fácil de usar... O sea, no es que me eligió a mí por ser yo, lo que pasó es que vino como cliente, y se dio cuenta que algo andaba mal cuando no le cobré con su aparato. Pero ahora, viendo toda la situación en perspectiva, sí, es como si me hubiera contratado, a pesar de que el trato lo hizo con Isidro.

—¿Y con cuál de los dos vas a trabajar? ¿Con el bueno o con el malo? —preguntó divertido.

—¿Cómo si con el bueno o con el malo? —repitió—. ¿Los conocés, Dan?

Daniel suspiró mientras jugaba con la caja de pizza, hizo una mueca mientras se notaba cómo ordenaba en su cabeza la vez que compartió estudio con ellos.

—¿Te acordás hace unos meses cuando estuve cubriendo las vacaciones de Humberto en el noticiero central? —Evangelina asintió—. Bueno, en una de esas emisiones vinieron como invitados, creo que fue justo cuando comenzaron a operar en Wall Street, por eso la nota. Era increíble lo idénticos que son físicamente, los diferenciás por la ropa y por la actitud. Pero no solo eso, detrás de cámaras el de traje era cerrado, callado. Las chicas en el estudio estaban en llamas y el tipo ni bola, contestaba con monosílabos y se lo notaba molesto.

»En cambio el otro no, era muy simpático, incluso se sacó un par de fotos con varios del canal. Y cuando se encendieron las cámaras se volteó la tortilla. El de traje era súper carismático, sonreía, y el otro apenas hablaba. El periodista le preguntaba cosas y respondía con monosílabos, como si le molestara que le pregunten sobre su propio emprendimiento. Creo que eso fue lo que más nos sorprendió a todos ese día.

Se hizo un silencio en la mesa cuando Daniel terminó de contar su anécdota con los gemelos Antoine. Es que Evangelina estaba tratando de entender quién era el bueno y el malo de la anécdota de su esposo. Pero por más que lo intentara, no terminaba de poner una cara al gemelo bueno y al gemelo malo, ambos habían tenido actitudes admirables y cuestionables en ese relato.

—Vas a trabajar con el bueno —finalizó Daniel—, el hipster.

—¿Cómo adivinaste? —Evangelina no daba crédito a la seguridad con la que su esposo había adivinado el acertijo—. O mejor dicho, ¿por qué decís que es el bueno?

—Fácil. Ese día uno de los dos fingió en un momento de la visita al canal, y fue el de traje. Su verdadera cara era la que mostró detrás de cámara, un tipo serio y callado. El jocoso que salió al aire no existe, era una fachada. En cambio el otro, estaba a las puteadas desde el momento en que le colocaron el micrófono porque no quería salir al aire y lo había arrastrado su hermano. Se mostró tal y como era con la cámara encendida y apagada. No habló en toda la nota porque no quería estar ahí, y a pesar de todo fue muy cordial y educado con todos los que estábamos en el piso, mientras el otro nos miraba como si fuéramos sus empleados.

Si Evangelina estaba confundida con la actitud de ambos en el almuerzo de ese mediodía, luego del relato de Daniel tuvo muchas más preguntas en su cabeza. Bruno parecía un tipo serio, sí, pero se notaba cómo su hermano trataba de sacar ese lado jocoso oculto cada vez que estaba con él. Compartió con Daniel el momento en el que Franco llamó puber a Bruno y la rabieta en voz baja que armó intentando mantener las apariencias, y entre los dos comenzaron a descifrar las personalidades de los gemelos.

—Resumiendo. Entonces, Franco es el gemelo bueno, y Bruno el gemelo malo. Y yo voy a trabajar con Franco, así que...

—Vas a estar bien, y lo mejor de todo, es que esta es una gran oportunidad, Evi. No la desperdicies.

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