Ocho

Contrario a lo que pensaba Evangelina, Isidro entendió a la perfección la propuesta de Franco. Incluso, lo veía como una oportunidad de negocio en la que ambos podían retroalimentarse.

Pero obviamente, el problema era que eso insumiría tiempo de trabajo de Evangelina.

—Y a todo esto... ¿Vos querés ayudar a ese chico, Evita? Porque si no querés, y si él de verdad lo necesita, le puedo pedir a Alan que se encargue de atenderlo. Tampoco quiero que te sobrecargues, lo último que me faltaría es tener a un periodista amigo de Dani haciendo una nota acá en la puerta, acusándome de explotador laboral —bromeó.

—¡Qué exagerado! —rio, en parte, para relajarse antes de confesarse con Isidro. El hombre no lo sabía, pero ella también veía en él una figura paterna desde que se distanció de su padre—. Y sí, quiero ayudarlo. Yo nunca se lo dije, pero hace rato que ando necesitando un giro en mi vida. Y no se asuste, no voy a renunciar —se apresuró a aclarar cuando vio que el hombre abrió exageradamente los ojos—. Justamente por eso acepté, además, de que Alan no le serviría a Franco por el hecho de que él fue el que compró la terminal.

—Entiendo... Pero hija, lo que me preocupa es que no puedas atender la caja y a este muchacho. ¿Vas a poder con todo?

—Sí, claro.

Evangelina se detuvo a analizar la posibilidad de confesarle a Isidro su pequeño secreto de la apertura, y pudo ver en sus ojos que el peligro no era el mismísimo dueño, sino el niñito mimado devenido en dueño. Y lo soltó.

—Además, si Franco viene a la mañana temprano, como hizo la primera vez, Ángel, Patito y yo estamos sin hacer nada. Los clientes no llegan hasta las nueve de la mañana, y esa hora y media la usamos para hacer cosas. Patito estudia para su profesorado, Angelito usa la cocina para hacer sus prácticas de chef, también para el instituto, y yo... Siempre hay alguna buena serie en Netflix. No perdería nada con ayudarlo.

—¿Y Alan? ¿Qué hace Alan en ese tiempo hasta que viene el primer cliente del día?

Evangelina se arrepintió al instante de confesar su pequeño gran secreto, pero no tardó mucho en salvar el pellejo de su amigo, al mismo tiempo que quizás se lo sacaban de encima en la apertura, teniendo en cuenta que ese día había expresado su deseo de responsabilizarse más por el restaurante.

—Yo le dije a Alan que era inútil que venga tan temprano, que era preferible que viniera a media mañana, y así podía optimizar su tiempo cuando este lugar explota. Espero que no le moleste lo que hice. Bueno... eso, y el hecho de que básicamente estamos robando su tiempo en ese bache sin clientes, que la mayoría de las veces es hasta las nueve. Quiero que sepa que acá si hay clientes se trabaja, solo hacemos nuestras cosas hasta el momento en que llega el primer cliente del día.

—Evita, ¿cómo me va a molestar que hagan sus cosas si no hay nadie? Es algo que debería molestarle a ustedes; Patricio estudiaría mejor en su casa, quizás Ángel estaría más cómodo en su cocina con sus utensilios, y vos podrías pasar más tiempo con Daniel. Si fueran otros empleados, faltarían cuando tienen algún examen decisivo, sin embargo, cumplen con su responsabilidad y estudian de a ratos. No podría enojarme nunca por eso, ¿y sabés también por qué? Porque yo seré de madera para estas cosas de la tecnología, pero lo que sé hacer perfectamente es revisar las reseñas del restaurante en Google, y la casilla de correo de La Escondida la manejo yo. Y tuve un montón de quejas, todas, en el rango de las cuatro de la tarde hasta el cierre. ¿Eso te dice algo?

Evangelina enmudeció, sonrió para levantar las comisuras de sus labios en un intento por no llorar. Isidro notó esto, tomó su mano por encima de la mesa y la apretó cariñosamente antes de proseguir.

—No me molesta en absoluto lo que hacen a solas, ustedes tres son mis mejores empleados, y esta es su segunda casa; pueden hacer lo que quieran mientras cumplan con su trabajo. Y si no fuera por esto que salió ahora de las pruebas esas, incluso hasta les diría de correr el horario de apertura una hora, a las ocho y media.

—¡No! De ninguna manera —se apresuró a acotar Evangelina—. Ese tiempo libre nos sirve justamente para hacer cosas que al llegar a casa no haríamos, por cansancio, por hacer otras cosas... Para nosotros esa media hora, hora, hora y media, es oro puro. De todos modos, deje la puerta abierta, es una conversación que deberíamos tener los cuatro, pero en otro momento, no ahora, ¿sí?

—Claro, hija. Vamos de a poco entonces, decile al muchachito ese que lo espero para almorzar el viernes, y por Alan no te preocupes. Él se va a encargar de cubrirte en la caja cuando este chico... ¿Franco era? —Evangelina asintió—. Cuando Franco te necesite para su experimento.

—Gracias, Isidro. Solo espero que al final del camino tenga su recompensa con esto, que ni siquiera yo sé qué es. Pero de eso me encargaré yo después.

—Mirá, si esa cosa es tan moderna como decís, y tiene descuentos y recompensas, y todas esas cosas novedosas que usa la gente ahora, puede traernos más clientes. Solo con eso me conformo.

Con el visto bueno de Isidro, a Evangelina solo le quedaba concretar la cita con Franco, pero decidió efectuar la llamada en su casa. A Daniel le quedaba un día más de viaje, y cualquier actividad, por mínima que sea, paliaba esa dulce espera hasta el momento del reencuentro. Isidro abandonó el restaurante a la misma hora de salida del trío de la apertura, y antes de despedirse aprovecharon para ponerse al día, luego de tanto tiempo sin verse.

Apenas Evangelina puso un pie en su casa, el departamento que Daniel había comprado como auto regalo de bodas en un complejo de edificios sobre Paseo Colón, en pleno San Telmo, se dirigió a la cocina a preparar ese mate que tanto ansiaba al llegar cada día después de trabajar. Luego de disfrutar el primer mate, tomó su teléfono y llamó a Franco sin pensarlo demasiado.

Eva... ¿Cómo estás? —Franco ni siquiera dejó sonar el aparato, clara señal de que esperaba ansioso su llamada.

—Hola Franco, llamaba para avisarte que Isidro te espera para almorzar el viernes en La Escondida.

¿Significa que tu jefe aceptó?

—Significa que va a escuchar lo que tengas para proponerle —aclaró.

Ah, entiendo.

Evangelina notó la decepción en su voz, ella sabía que en realidad Isidro había aceptado, pero quería que Franco no estuviera tan seguro para que subiera la apuesta. Pero se hizo un silencio en la línea que la convenció de no seguir torturándolo.

—En realidad... Isidro aceptará todo lo que yo acepte, así que...

¿Así que entonces es a vos a quién tengo que convencer?

El tono tan bajo que utilizó Franco para hablar provocó que Evangelina se atragantara con el mate que estaba tomando. Tosió en la línea, preocupando a su interlocutor.

¿Estás bien? —inquirió Franco conteniendo una risa.

—Sí, no te preocupes. Estoy tomando mate, y se me fue un palito a la garganta. En realidad —continuó tratando de mantener la compostura—, no es cuestión de convencerme, es ajustar algunas cosas como tiempos, detalles, y... Alguna que otra regalía.

No te preocupes por eso, yo ya lo había pensado y voy a ir con el encargado de resarcirle tu tiempo al señor, el gerente de marketing.

—¡Perfecto! Entonces te veo el viernes al mediodía.

Ahí estaré, Eva. Y gracias, en serio.

—Nos vemos.

Evangelina cortó mientras se auto agradecía la sabia decisión de tener esa comunicación en la soledad de su casa. Franco era un hombre intimidante, y debía comenzar a acostumbrarse a tratar con él.

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