Ochenta y siete

Llevaban media autopista recorrida en completo silencio. Franco había sido partícipe de la fuerte discusión que Evangelina tuvo con su familia, y comprendía perfectamente que nada había salido como ella deseaba. Apenas subieron a la autopista, Franco solo se limitó a encender la radio del coche y dejó que sonara lo que Bruno escuchó la última vez.

No era momento para poner su lista de reggaetón.

Las canciones del cuarto disco de Ricky Martin se reproducían en orden mientas Evangelina tenía la vista clavada en la ventanilla, y Franco se perdió en las melodías, cantando en voz baja aquellas canciones que conocía a la perfección, porque era el álbum preferido de Bruno.

Que lo malo siempre pasa, el futuro será bueno, todo pasa...

Y cuando menos lo esperaba, Evangelina se cubrió la cara y comenzó a llorar. Franco no sabía si detener el auto en la banquina, bajar en la próxima salida, o seguir conduciendo como si el amor de su vida no llorara con congoja junto a él. Se limitó a acariciar su espalda mientas mantenía la vista clavada en el camino, y comenzando a cantar a conciencia.

Mañana es otro día mejor, pero hoy, ¿por qué me siento así? Baja del cielo un ángel triste cerca de mí...

Podía sentir cómo las convulsiones del llanto de Evangelina se iban calmando de a poco, la canción seguía sonando, y en un momento, los cantos de ambos se sincronizaron.

Y muchas gracias por pensar en mí...

Evangelina levantó la cabeza y se descubrió el rostro, le regaló una hermosa sonrisa que él pudo disfrutar una milésima de segundo, porque su vista tenía que seguir en el camino de regreso. El disco llegaba a su fin y comenzaba nuevamente, Evangelina volvió a clavar la vista en la ventanilla mientras le extendía la mano a Franco. Él, percibiendo el gesto por vista periférica, entrelazó sus dedos con los de ella.

—No lloraba de tristeza, lloraba de alivio. Siento que me saqué un peso enorme de la espalda. Dije un montón de cosas que tenía atragantadas hace años, y se siente bien.

—Tantos idiomas y decidiste habar con el de la verdad —ironizó.

—Noelia y Martín me chupan un huevo porque los odio. Mi primo siempre fue así de pedante, se cree superior porque es el único de la familia que se graduó en la universidad. Y su mujer porque piensa que está casada con Steve Jobs.

—Si supieras la cantidad de gente que entrevisté como él... Los huelo, por eso lo metí de cabeza en la lista negra. Escuché todo lo que te dijo en el audio que me mandaste, es un pelotudo. Por favor, que sus palabras no te afecten, sos la pieza más importante de mi equipo.

—Para nada. Ahora más que nunca estoy segura de lo que hago, cuando veo los resultados de Eva se me eriza la piel, lo veo y digo «¿yo hice eso?». ¡Y sí! —afirmó entre risas—. Me cuesta creerlo.

Evangelina hizo un silencio y continuó desahogándose, no quería llegar entristecida a la cena con la familia de Franco.

—Me preocupa mi papá, cómo quedó después de esto. De verdad quería reparar mi relación con él, pero evidentemente lo quiere más a Daniel que a mí. Y lo entiendo, siempre quiso un hijo varón, por eso fue así con él, y también explica ese vínculo con Martín.

—Me ofrezco como su hijo.

Evangelina estalló en risas estridentes.

—¡Ay, Franco!

Afortunadamente, Evangelina estaba tan tentada que no escuchó el mensaje entrante al celular de Franco. Era de un número desconocido, pero el mensaje que alcanzó a leer de un vistazo rápido reveló la identidad del remitente.

Buenas noches, soy Mauricio Leiva. Mis más sinceras disculpas por adelantado, y cuando su agenda lo disponga, me gustaría hablar unas palabras con usted. Le deseo una próspera navidad y cuide a mi hija, se lo ruego.

Como no podía contestar en ese momento, deslizó la notificación antes de que Evangelina reconociera el número o la foto de perfil. Sin revelar que su padre le había escrito, decidió utilizar esa información para tranquilizarla.

—No sé cómo estaba su relación antes de esta noche, pero sí puedo asegurarte que lo vi con ganas de reparar sus errores del pasado. Entendé que él quería mucho a Daniel y la noticia le afectó, fue demasiada información junta. Tu regreso, tu separación... Dejá que se calmen un poco las cosas, y te aseguro que cuando vuelvan a verse, las cosas serán distintas.

—Es que yo de verdad quería hablarles a solas y con tacto, porque sé cuánto lo querían, pero la forra de Noelia soltó sin filtro que vio las historias que subimos Daniel y yo. Entonces tuve que contar todo sin anestesia.

—Tranquila. Dejá que pasen las fiestas y después hablás con ellos, con calma y sin terceros. Por esta noche olvidate de todo, sé que en casa te vas a sentir en familia, papá está ansioso por conocerte.

—La que me da miedo es tu bestie de la infancia, me va a clavar un Tramontina en cuanto tenga oportunidad.

—¿Por qué? —preguntó entre risas—. Julieta también quiere conocerte.

—Franco, es tu amiga de la infancia y yo soy la mujer ingrata que no te corresponde. Yo también me odiaría en su lugar.

—Juli no es así, te aseguro que este es el comienzo de una bonita amistad.

—Eso espero, no estoy mentalmente preparada para más quilombos.

Evangelina suspiró y siguió concentrada en el camino. Al bajar de la autopista, Franco tenía que comprar hielo por encargo de Estela, y aprovechó la parada en la estación de servicio para responderle el mensaje a Mauricio.

Cuando usted quiera, yo soy dueño de mis tiempos, y mi prioridad siempre será Evangelina y todo lo relacionado a ella. Me dice qué día puede y con gusto me acerco a su casa. Feliz Navidad para usted también, y me disculpo por el mal momento que le hice pasar. ✓✓

Estaba saliendo con la bolsa de hielo cuando recibió la respuesta.

Lunes a la tarde está bien? ✓✓

Ahí estaré. Un placer conocerlo, aunque haya sido en estas circunstancias. Saludos a Gloria, y dígale de mi parte que quiero la receta de sus ravioles. ✓✓

Lunes al mediodía, Gloria te quiere cocinar ravioles. ✓✓

No se hubieran molestado 😊
Los veo el lunes al mediodía. Feliz Navidad. ✓✓

—¿Todo bien? —indagó Evangelina cuando volvió al auto.

—Mejor que nunca, Evi.

Era la primera vez que Evangelina visitaba Lanús, miraba las calles embobada porque le recordaban mucho a su La Plata natal. El hogar de nacimiento de Franco era una modesta casita renovada en el Barrio Ingles de Remedios de Escalada, una construcción tan antigua como todas las que la rodeaban, cerca del velódromo municipal, las vías del ferrocarril Roca, y a cuadras del estadio de Lanús.

—¿Por qué todo lo que te rodea es tan lindo, Franco? La puta madre, a veces dudo que seas de este mundo.

—¿Por qué lo decís? —preguntó entre risas.

—Es hermoso este barrio, ahora entiendo por qué tu papá no quiso irse a la frivolidad de Puerto Madero. Yo tampoco me iría, es hermoso esto.

Franco subió el auto a la vereda, bajó la bolsa de hielo, y abrió la puerta de la casa con su juego de llaves. Evangelina entró tras él, con pasos cautelosos. No solo no conocía a nadie, sino que sentía en sus hombros el peso de ser la mujer que se atrevió a rechazar al hombre más deseado del país.

—Llegamos.

Franco se dirigió a la cocina a dejar la bolsa de hielo, y Evangelina quedó sola, parada y estática en el medio del living. Eugenio apareció desde la puerta del patio trasero, y apenas la divisó se acercó lentamente a ella, observándola como si de un alienígena se tratara. Evangelina esperaba que el hombre no la reconociera, producto de su Alzheimer, se preparaba para comenzar a explicarle quién era y por qué estaba allí. Pero no.

—Evita... Si será mentiroso mi hijo, me dijo que eras hermosa, pero...

Evangelina se quedó pasmada, sonrió con la boca cerrada intentando contener una risita, pero falló miserablemente en el intento.

—Don Eugenio... ¿Tan mal me veo? Estuve llorando, pero...

—Sos un ángel, nena —la interrumpió con dulzura—. Hermosa te queda corto. Esperá... ¿Vos no me habrás venido a buscar para llevarme al más allá?

—¡Ay, no! —soltó entre risas—. ¡¿Qué cosas dice?!

Eugenio la abrazó, y Evangelina no pudo más que rendirse a sus cálidos brazos. Ese era el recibimiento que esperaba de su padre, y si bien tuvo una escena parecida, en el abrazo no sintió el amor que Eugenio le estaba transmitiendo.

—No llores, preciosa —le dijo con dulzura al desprenderse y ver lágrimas en sus ojos—. Si me lo permitís, por esta noche quiero ser tu papá.

—Y yo tu mamá —expresó Estela, que se acercaba junto con Franco desde la cocina.

Evangelina no pudo evitar llorar nuevamente cuando comprendió que todos estaban al tanto de la discusión que acababa de tener en la casa de sus padres, y la conmovía el amor con el que la recibía la familia Antoine, lejos de ese prejuicio que imaginó en su cabeza por su relación con Franco. Intuía también que todos estaban al tanto de su reciente separación, y que su objetivo era hacerla olvidar por una noche de que su vida estaba patas para arriba.

Evangelina se acercó a saludar a Estela, y mientras la mujer le contaba lo que comerían esa noche, Julieta apareció por la puerta principal. Olía al perfume del acondicionador por su cabello húmedo, lo que denotaba que venía de su casa. Las pulsaciones de Evangelina se elevaron, realmente temía a la reacción de la joven, sobre todo porque su instinto femenino leyó cómo su corazón se hacía trizas al verla parada junto a su madre.

Había llegado el momento de someterse a la bestie original de Franco.

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