Ochenta y ocho

—Y se me acaba de juntar el ganado —bromeó Franco, como si hubiese leído sus pensamientos—. Bestie de la infancia, te presento a mi bestie de la adultez.

Evangelina sonrió algo incómoda, expectante a las palabras y el lenguaje corporal de Julieta.

—¡Que bueno! Carne fresca para contarle un montón de anécdotas vergonzosas de tu infancia.

—No seas hija de puta, Ju —bromeó Franco entre risas.

Evangelina saludó a Julieta con un ruidoso beso en la mejilla, mientras suspiraba aliviada por había pasado exitosamente la prueba de fuego de la amiga más influyente en la vida de Franco. Y tuvo la última certeza cuando Julieta la tomó de la mano para llevarla a su habitación, aquella que fue de los gemelos hasta que abandonaron el hogar de nacimiento.

Lo que Evangelina desconocía era que Julieta, con sus acciones, intentaba que ella se enamorara de su amigo, aunque eso implicara romper su corazón en mil pedazos. Lo conocía en demasía, Franco tuvo muchas novias en su juventud, pero la única mujer que había pisado esa casa había sido Pilar.

Que Evangelina estuviera esa noche allí, solo significaba una cosa: Franco estaba enamoradísimo de ella.

—Guau... Esta pieza quedó detenida en el tiempo —exclamó Evangelina boquiabierta—. Igualita al piso que ahora tienen en Puerto Madero —ironizó.

—Ese fue Bruno —agregó con seguridad—. Franco quería algo más austero en algún barrio tranquilo de capital, pero en parte tenía razón... Quedaban muy expuestos si se mudaban a donde Fran quería.

Ese simple comentario, dejaba en evidencia cuánto los conocía Julieta. Evangelina volvió a incomodarse, así que decidió poner las cartas sobre la mesa.

—¿Te puedo preguntar algo con todo el respeto del mundo? Y quiero que seas sincera.

Julieta la observó confundida.

—Pero sí, decime.

—Me odiás en secreto, ¿no es cierto?

—¿Y por qué te odiaría si recién nos conocemos?

—En persona —aclaró—. Franco te habló mucho de mí, de que...

Julieta entendió sus palabras, boquiabierta y con la mirada perdida, y afirmó con la cabeza.

—A ver. Lo he visto borracho, en ese estado me ha llamado Eva, y hasta pronunció tu nombre dormido, y sí. Sé cuánto te ama y lo frustrado que estaba el día que se enteró que estabas casada. Incluso te defendí, le dije que no juzgara lo que pasaba dentro de tu pareja cuando afirmaba que no eras feliz en tu matrimonio. Pero en el corazón no se manda, no fue tu culpa que él se enamorara de vos.

—¿Estás enamorada de él? —escupió sin anestesia—. Vi tu carita cuando me encontraste en el living, porque si es así me toca a mí el trabajo de hacer que...

—De Bruno —mintió—. Lo que pasa es que... Bueno, son dos gotas de agua, y... —suspiró ruidosamente—. Bruno está fuera de mi alcance, así que toca seguir hasta que llegue el correcto.

Evangelina cayó redonda, no era descabellado lo que decía, teniendo en cuenta la homosexualidad de Bruno.

—Perdón si fui impertinente, es que de verdad no quiero incomodarte cayendo como peludo de regalo. Entiendo lo difícil que puede ser ver al hombre que amás pendiente de otra mujer. Me pasó en la adolescencia —rio ante el recuerdo—, de adulto debe ser más duro.

—Es que lo veo a Franco y justamente se me remueven todos esos sentimientos dormidos de la adolescencia, encima no están muy cambiados, mirá esto.

Julieta tomó un portarretrato de la mesa de luz de la cama intacta, aquella que fue de Bruno, y se lo extendió a Evangelina. Era cierto que conservaban las mismas facciones, mucho menos varoniles y sin vellos en rostro.

—¡Ay, acá si que no puedo distinguirlos! ¿Quién es quién?

Julieta se colocó junto a Evangelina, y después de examinar la foto con nostalgia le marcó las diferencias.

—Obviamente, el más desaliñado es Franco, y te paso el tip para reconocerlos el día que se vistan iguales. El del lunar acá al lado de la nariz es Bruno, y Franco tiene una cicatriz acá en la ceja. Todavía recuerdo ese día, estábamos andando en bicicleta, se llevó puesto un pedazo de escombro y voló a la vereda. Lloró tanto que se autolimpaba la cara ensangrentada con las lágrimas. Hoy me río, pero en ese momento nos llevamos un buen susto, teníamos siete años.

Evangelina estaba tan sensible que su puchero de ternura fue acompañado por una lágrima que se le escapó solo de imaginar la escena.

—Ahora me toca a mí el comentario con todo el respeto del mundo —continuó Julieta—. Estás separada, no dejes pasar la oportunidad de conocer a Franco más allá de la amistad que los une. Y no lo digo por su incalculable fortuna, lo digo por esto. —Julieta extendió los brazos—. Los dos pueden ser los tipos más poderosos e influyentes del país, pero pisan esta casa y vuelven a ser esto —señaló la foto—. Eso habla mucho de ellos.

Evangelina asentía repetidamente con la cabeza mientras se entregaba por completo al llanto, y es que los golpes bajos no paraban desde que Daniel había abandonado el hogar. Julieta le acomodó un mechón de cabello tras la oreja y le sonrió para tranquilizarla.

—Gracias. —Fue lo único que pudo decir.

—Veo que te te tomaste muy en serio lo de las anécdotas de la infancia —expresó Franco al entrar y ver a Evangelina con el portarretrato en sus manos.

En cuanto Franco percibió el rostro hinchado de Evangelina, la abrazó por los hombros, y luego repitió el gesto con Julieta.

—No saben lo feliz que me hace tenerlas a las dos acá conmigo. Es mi primera navidad sin Bruno en treinta años, pero ustedes compensan su ausencia con creces.

Franco las abrazo con más fuerza, y permanecieron así un buen rato. Julieta cortó el momento cuando percibió que Evangelina comenzaba a llorar nuevamente.

—¿No deberías estar en la parrilla? —le recriminó Julieta—. A este paso vamos a brindar con la tira de asado.

—Lo está haciendo papá. Está empecinado en cocinarle a Eva.

—Si será desgraciado... Cuando quiere es lúcido, y cuando le conviene sale con sus desvaríos.

—Igual, está mucho mejor desde que lo cuidas, Ju. Ya ni me menciona a mamá.

—Eso porque Bruno sacó todas las fotos de tu vieja del cuarto —comentó Julieta—. Se hinchó las pelotas de que le preguntara en dónde estaba cada vez que venía a visitarlo. Encima que la odia...

—¿Y por qué? —indagó Evangelina curiosa—. Si no les molesta contarme...

—Mamá nunca aceptó la homosexualidad de Bruno. Era una mujer demasiado religiosa y chapada a la antigua, nada que ver con papá, que ya adoptó a Ismael como su tercer hijo.

—¡Me hiciste acordar! —exclamó Evangelina—. Quiero saludarlos, voy a buscar mi teléfono.

—No te preocupes, hacemos un dos por uno, yo lo llamo y los saludamos todos por turnos.

Franco efectuó la llamada y comenzó la ronda de saludos, fue acercándose a cada uno para que pudieran saludar a Bruno e Ismael, quienes se sorprendieron de ver a Evangelina en la casa. Tuvo que encerrarse en el baño para explicarles brevemente todo lo que había sucedido en su ausencia, y el consejo de ambos fue unánime.

Meté primera, hermano —aconsejó Ismael.

Era lo que querías, ¿no? —agregó Bruno—. Al final tenías razón con el chabón y tu percepción de que Eva no era feliz. Así que ahora aprovechá a lucirte, es tu momento para destacar.

Franco aceptó todos sus consejos, y colgó cuando Estela lo llamó para cenar. La imagen de Evangelina poniendo la mesa con total naturalidad lo motivó a seguir el consejo de su hermano y su cuñado. Cuando pasó por detrás de ella, la tomó de la cintura y dejó un beso en su mejilla. No pudo ver cómo Evangelina se mordía el labio, y luchaba por controlar sus mejillas enrojecidas antes de levantar la cabeza.

Un gesto que Daniel jamás había tenido con ella en todos los años de matrimonio.

Julieta tenía razón y terminaron de cenar diez minutos antes de la medianoche, ni siquiera tenían tiempo para el postre si querían brindar. El noticiero saludaba en pantalla completa a sus televidentes por la Navidad, y la ronda de saludos comenzó a girar.

Cuando fue el turno de Franco de saludar a Evangelina, la tomó del rostro por sus mejillas con ambas manos, y dejó un pequeño beso sobre sus labios. Evangelina, que había cerrado los ojos por inercia, al abrirlos se perdió en la mirada de Franco, y pudo ver mil sentimientos que no notó en el primer beso que le robó, impulsado por el frenesí del campeonato del mundo. Dudó en tomarlo por la nuca y dejarse llevar, pero su teléfono vibró sobre la mesa con un mensaje entrante.

Feliz navidad, Evi. Sin rencores. ✓✓

Franco pudo ver cómo se oscurecía su semblante mirando el mensaje, la tomó del rostro y fue determinante.

—Evi, que no te afecte —le rogó—. Sigue siendo egoísta, porque no está con vos, pero tampoco permite que rehagas tu vida.

Evangelina bajó la mirada poco convencida, era cierto lo que decía, pero le afectaba que siguiera presente en su vida.

—Es como si te oliera, cada vez que estoy con vos aparece en mi WhatsApp. Siempre fue así, y no entiendo por qué lo sigue haciendo.

—Lamento informarte que desde que nos conocemos, pasás más tiempo conmigo que con él. Por eso sentís como si te vigilara, pero nada que ver, no te persigas, Evi.

—Necesito tomar aire, pero no quiero ir con estas malas vibras al patio con tu familia.

—Vamos a la calle entonces.

Franco tomó una botella de sidra y salió decidido a la vereda. Por su parte, Evangelina apagó su teléfono y lo dejó sobre la mesa.

El único afecto que tenía estaba ahí con ella, el celular era innecesario en ese momento.

La canción es toda de Julieta... Les juro que estoy así con ella 💔

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