Ochenta y cuatro

Ese viernes al volver del trabajo, Evangelina no solo encontró una nota en la mesa del comedor, sino que sintió un gran vacío en el ambiente, a pesar de que Daniel había dejado el inmueble intacto.

Sin quitarse la mochila de la espalda, comenzó a caminar por el departamento como si fuera la primera vez que lo visitaba. Daniel había dejado intencionalmente las puertas del armario abiertas para darle a entender que se había llevado toda su ropa. El baño también estaba a medio llenar, faltaba un cepillo de dientes y todos los artículos de tocador masculinos.

En simples palabras, ya no habían quedado indicios de que un hombre vivía allí.

Tomo la nota doblada en la mesa con desinterés y la leyó.

Le dejé las llaves al portero, andá a buscarlas. Te deseo todo lo mejor en esta nueva etapa, y gracias por haber sido mi compañera de vida todos estos años. Te amo y te amaré siempre, Evi. Espero que la vida vuelva a encontrarnos de nuevo, pero por ahora es necesario seguir por caminos separados.

—Qué lastima que nuestros caminos no coincidan, porque te amaba y todavía te amo. Pero evidentemente no te conocía lo suficiente, y con esto que hiciste me quitaste las ganas de conocerte de nuevo.

Evangelina se limpió la lágrima que se le escapó, dejó la nota en la mesa y fue por sus llaves a la portería antes de que fuera más tarde. Luego, se duchó y comenzó a buscar algún método para ir a La Plata a visitar a sus padres al siguiente. Se maldijo por haber postergado la compra de su propio automóvil, porque con sus ahorros de años más lo que Franco le pagó extra por los dibujos del menú de la terminal Eva, había alcanzado la meta para comprarse su propio vehículo.

El problema fue que lo postergó por falta de cochera, y porque realmente en ese momento de su vida era un capricho. Jamás imaginó que el espacio correspondiente a su unidad quedaría vacío, así como el otro costado de su cama.

—Nota mental: comenzar a buscar un auto el lunes.

Y se le hacía extraño hablarle al vacío, pero en el fondo sabía que ella misma era su propia compañía, debía comenzar a acostumbrarse a estar sola y no depender tanto de otras personas.

O en simples palabras: de Franco.

Generó una reserva de Uber para el sábado a la tarde, de ese modo le sería más fácil conseguir un auto, y además aprovecharía para hablar a solas con sus padres, porque estaba segura de que allí estaría el pedante de su primo junto a su aún más pedante esposa. No estaba en condiciones de que ese par la juzgara por haber perdido a Daniel de una manera tan estúpida como irrisoria.

Cenó una ensalada a sabiendas de que al día siguiente comería como si fuera su última cena, y se fue a dormir sin más preámbulos, mientras pensaba qué se pondría para el reencuentro con sus padres luego de tantos años.

Y despertó pasado el mediodía, con algunos saludos navideños tempranos del equipo de desarrollo en el grupo de WhatsApp, y el infaltable mensaje de Isidro, como cada mañana de la víspera de Nochebuena. Sonrió y le respondió el mensaje antes de levantarse de la cama.

Volvió a ducharse y luego se plantó frente a su armario en busca de un atuendo que se ajustara a todas las ocasiones de su actual estado. Buscaba algo apropiado para la Navidad, evitando cualquier tono depresivo y destacando su nuevo estatus al trabajar junto a Franco.

Optó por usar el pantalón gris del traje que Franco nunca dejó que vistiera el día de la charla en Uruguay, lo combinó con la misma remera pero en color negra, y para cortar un poco la formalidad, se calzó las Converse bajas de color blanco. Cambió el saco del traje por otro negro oversize, y alació su cabello para reforzar sutilmente el tono informal.

Respondió por inercia una llamada en altavoz sin prestar atención, mientras daba los últimos retoques a su maquillaje.

—¿Hola?

¿Ahora que volviste a ser señorita me atendés así de altanera, Evangelina?

—Franqui... Es que justo me agarraste maquillándome en el baño, creí que eras mi Uber.

Sí, Demián me contó que vas a ver a tus viejos, por eso te llamo ahora. Quería desearte una feliz Navidad.

—¡Ay, gracias! —esbozó con un tono exageradamente tierno—. ¿Y vos? ¿Qué vas a hacer esta noche sin Bruno?

Lo mismo de todos los años, me voy a Lanús a pasarla con papá, Estela y Juli. Solo que este año iré sin mi hermano. ¿Querés que te lleve a la casa de tus viejos?

—Es un poquito lejos, Fran —rio intentando no lastimarse el ojo con el delineador—. Y no quiero molestarte más, suficiente todo lo que hiciste por mí desde que nos conocemos.

¡Ay, Evi! No exageres, Pompeya está del otro lado de Lanús, los separa el río, nomás.

—Se nota que no leíste mi legajo de empleada. —Volvió a reír con más ganas—. Soy platense, Pompeya fue a donde nos mudamos con Dani a vivir juntos antes de casarnos. Este departamento fue su regalo de bodas para mí, lo estrenamos después de la luna de miel.

¿Y qué? Es una hora por autopista y sigue siendo zona sur.

—Franco, no... Quiero empezar a valerme por mí misma. Es más, el lunes voy a empezar a buscar un auto, te acepto la ayuda con eso porque yo no entiendo nada de mecánica, y tengo miedo que me empernen con un auto maquillado.

Hecho. Pero si te clava el Uber por la alta demanda, avisame y te llevo, ¿sí? Voy a estar con el Porsche, total Bruno está de luna de miel en Miami.

Y como respuesta, Evangelina recibió la confirmación del viaje, en una hora partiría hacia La Plata.

—Lamento informarte que ya me confirmaron el viaje, así que podés ir tranquilo a festejar con tu papá. Si hablás con Isma y Bruni mandales mis saludos, yo voy a tratar de llamarlos en cuanto pueda. Me voy a terminar de alistar. Feliz Navidad, Franqui. Después te cuento cómo me fue con mis viejos.

Feliz Navidad, mi amor. Llamame en cuanto vuelvas a tu casa para contarme todo el chisme.

—Okey, nos vemos, Fran.

Y colgó omitiendo ese «mi amor» que Franco soltó sin tapujos. Ya cuando se aseguró de que la llamada había terminado, soltó una risita vergonzosa porque estaba comenzando a dejarse llevar sin culpas.

Tal fue el efecto de ese simple saludo, que comenzaba a notar lo bien que se sintió todas esas veces que Franco le expresaba su amor y luego hacía el gesto de cierre en sus labios. Revivía esas emociones que en su momento reprimía, y las disfrutaba en diferido mientras el Uber recorría la autopista Buenos Aires - La Plata. Y cuando comenzó a debatirse si debía o no avisarle a su madre que colocara un plato más en la mesa, el viaje había llegado a su fin. Tomó las bolsas con los regalos y su cartera, y respiró profundo al bajar.

A mal trago, darle prisa.

Tocó el timbre, y a los pocos segundos fue su madre la que abrió la puerta. La mujer se quedó pasmada al ver a su hija de pie, tan elegante y cambiada que no podía articular palabra. Evangelina decidió cortar el tenso momento.

—Hola, má... Tanto tiempo.

—Eva... Yo sabía que alguna Navidad ibas a venir, se lo pedí siempre al niñito Jesús, y esta vez me escuchó.

Bastó esa simple declaración para que Evangelina se abrazara a su madre. Si bien la relación entre ellas había quedado aclarada y saneada desde hace años, hablaban ocasionalmente por WhatsApp, en raras ocasiones por videollamada y no estaban frente a frente desde el día en que discutió con su padre, cuando apareció casada.

—¿Y papá? Ya veo que me echa a la mierda —bromeó intencionalmente para medir el termómetro de enojo de su padre.

—¡Pero no, hija! Ya se le pasó el berrinche. Lo que pasa es que es un hombre orgulloso, y nunca te hablaría, a menos que vos lo hagas primero. Por eso me alegra que hayas venido, pasá.

Evangelina entró con cautela a la casa que la vio nacer, todo estaba tan detenido en el tiempo que le causaba escalofríos. Dejó la bolsa con los regalos y siguió atentamente cada paso que daba su madre.

—¡Mauricio! ¡Mirá quién vino! —gritó en el pasillo que iba a las habitaciones.

—¿Llegaron los chicos? —preguntó desde algún lugar de la casa.

La mujer no respondió, solo observó a su hija con una gran sonrisa, quería darle la sorpresa a su esposo.

Y así fue, cuando el señor Leiva apareció en el living, esa gran sonrisa que traía pensando que se trataba de su sobrino junto a su esposa se borró. Evangelina y su padre se observaron tiesos, cada uno en su lugar. Finalmente, Mauricio sonrió.

—Evita... ¡Pero qué cambiada estás, hija!

—Hola, papá.

Ambos acortaron la distancia y se abrazaron por un buen rato.

—¿Y Daniel viene más tarde? A él lo veo en la tele todos los días, también está grande ese sinvergüenza. ¿Le tocó noticiero hoy? Porque no lo vi en todo el día.

Evangelina no sabía qué responder. Empezó a pensar que fue una mala idea aparecer sin siquiera haberle comentado el asunto a su madre.

—¿Pasó algo malo, hija? —indagó la mujer—. No nos asustes...

—Daniel está perfecto, Gloria —sentenció sin quitar la mirada de su hija—. ¿Dónde está tu esposo, Evangelina?

—De eso justamente quería hablarles, y por eso vine más temprano.

Cuando estaba por invitarlos a tomar asiento y comenzar a contar todo el camino que desencadenó en su separación, un grito la hizo volteaste.

—¡Mami! ¡Llegamos!

Evangelina frunció el ceño mientras intentaba ubicar esa voz chillona, no fue hasta que su madre abrió la puerta que reconoció a Noelia, la esposa de su primo Martín.

La escena que sucedió a continuación parecía extraída de una película de bajo presupuesto. Evangelina seguía con el ceño fruncido mirando a su prima política, su padre serio, estático en su sitio con la vista clavada en su hija a la espera de una respuesta, y su madre estaba revisando la compra del supermercado que trajo «su hija».

Martín, que ya había dejado las bolsas del supermercado en la cocina, aguardaba a que Evangelina se descongelara, con la mano apoyada en el el hombro de su prima, para poder saludarla.

—¿Qué pasó con Daniel, Evangelina? —reiteró su padre, con tono firme.

—Cuando mamá termine de guardar la compra hablamos. En privado —enfatizó.

Evangelina señaló con sus ojos a Martín y Noelia, haciéndole saber a su padre que no expondría sus problemas ante personas que no son de su círculo íntimo.

—Es de mala educación lo que estás haciendo, Evangelina. Yo no voy a permitir que desprecies así a tus primos, lo que tengas para decir será delante de todos o no será.

Y cuando estaba a punto de ceder, su flamante prima política apareció en escena.

—¡Eva! ¡Que bueno verte después de tanto tiempo! —Noelia ni siquiera esperó a que Evangelina respondiera, simplemente se acercó y dejó un beso en su mejilla—. Siento mucho lo que pasó con Daniel, ¿en serio te dejó? Vi su historia y después la tuya, ya sabía yo que algo raro había, si ustedes eran el matrimonio perfecto.

Pudo ver cómo Martín le tocaba la cintura para callarla, la mandíbula de su madre tocaba el piso, y su padre comenzaba a tomar color en sus mejillas.

Definitivamente, esa no era la manera en la que pensaba encarar el asunto.

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