Noventa y ocho

Ismael y Bruno estaban tirados en la cama del hotel, todavía en Miami. Bruno leía una revista de negocios, mientras Ismael le peinaba el flequillo con los dedos, mirando al techo y claramente aburrido.

—Bruno... ¿Cuándo volvemos a Buenos Aires?

—Esta semana, ¿por qué?

—No es que no la esté pasando bien con vos, pero sigo sin entender por qué alargaste las vacaciones.

Bruno no quería decirle el porqué, la realidad era que tenían fecha de vuelta para el dos de enero, luego de celebrar el año nuevo en Miami, pero recordó aquella cita que le había puesto a Ismael en su primer día de trabajo, luego del almuerzo en el que le ahorró unos cuantos miles de pesos en publicidad con el club santiagueño. Obviamente, Ismael había pasado con creces todas sus pruebas, y ya era un fino diamante que brillaba junto a él.

Y quería hacérselo saber de una manera especial.

—Ya deberías saber que no hago nada sin razón alguna.

Ismael rio de costado, y siguió acariciando su cabello. El problema era que Bruno también debería saber que él odiaba las sorpresas, le generaban ansiedad.

—Pero ya hicimos todo, ¿qué nos queda por hacer? Sinceramente, extraño el trabajo, a Eva... Me encantaría estar con ella en este momento, con lo que ama a Daniel debe estar destruida.

—Eva lo tiene a Franco, ¿sabés cómo debe estar mi hermano ahora? Pensá que es el momento que viene esperando desde que la conoció, no te preocupes por ella.

Bruno sabía que Ismael iba a seguir preguntando e insistiendo para volver, consultó su teléfono, faltaba una hora para la cita. Decidió poner su plan en marcha.

—¿Salimos a caminar por la playa? Después vemos qué pinta.

Ismael accedió, si bien disfrutaba el tiempo a solas que pasaba con Bruno, necesitaba hacer algo. Bruno relojeaba la hora, la cita era a las cinco de la tarde hora argentina, no quedaba nada para que el teléfono de ambos sonara alertando la cita.

Pero Ismael no hizo caso a su teléfono.

—¿No te sonó el celular? —indagó Bruno, incitándolo a que lo tomara.

—Sí, pero debe ser alguna huevada.

—¿Y si pasó algo en Argentina? La última vez te llamaron a vos.

Ismael tomó el teléfono poco convencido, y al ver el alerta de la cita soltó una risa.

—¿Es en serio esto, Bruno? —dijo, todavía incrédulo y divertido.

—Obviamente —respondió, manteniendo la seriedad que lo caracterizaba—. Vení, vamos a sentarnos.

Ambos se acomodaron en la arena, de cara al mar. Ismael todavía seguía riéndose solo, sabía que a veces Bruno podía ser muy infantil.

—¿Y quién me va a hacer la evaluación? ¿Mi jefe o mi novio?

—Los dos.

Ismael segura riéndose mientras jugaba a escurrir arena por sus dedos. De verdad quería parar de reír porque Bruno estaba serio a su lado, y sabía que cuando se calzaba el sombrero de jefe podía llegar a ser odioso.

—Bueno. ¿Está satisfecho con mi rendimiento, señor Antoine?

—Te dije que eras un diamante en bruto, y no me equivoqué. No solo cumpliste cada una de las tareas que te asigné, sino que siempre le agregaste una cuota de valor. Y lo mejor de todo, es que quien terminó aprendiendo de vos fui yo.

—¿Qué fue lo que te enseñé? —preguntó frunciendo el ceño—. No me acuerdo.

—A ser un mejor hombre —declaró mirándolo a los ojos—. Me bajaste de la nube, me mostraste de nuevo la vida que olvidé en Lanús, cuando la empresita que armé con Franco se convirtió en un unicornio. Me enseñaste a amar, me corregiste los malos hábitos que arrastraba de relaciones pasadas, esos que me hacían fracasar. ¿Eso te parece poco?

Ismael volvió a soltar una risa, pero apenado por sus palabras. Apoyó su cabeza en el hombro de Bruno, quien aprovechó para poner frente a sus ojos una gruesa alianza de oro blanco.

—¿Este es mi regalo por haber superado tu prueba?

—Aunque suene egocéntrico, el regalo soy yo. Quiero que te cases conmigo. Sos absolutamente todo lo que siempre busqué en un compañero de vida, no quiero buscar más.

Ismael levanto la cabeza incrédulo, su mirada bailaba entre el anillo y el rostro ilusionado de Bruno. ¿Cómo podía decirle que no a ese pitufo gruñón? Era el primer hombre que amaba en su vida, porque sus anteriores relaciones siempre fueron sin compromiso. Ismael nunca sintió el amor de verdad hasta aquella mañana en su departamento de Barracas, cuando Bruno le confesó que comenzaba a enamorarse de él.

Tomó el anillo que Bruno le entregaba, lo colocó en su dedo, y luego lo besó con todo el amor que tenía en el pecho.

—¿Eso es un sí? —quiso saber Bruno.

—Obvio. Además, no vas a encontrar otro que te aguante los caprichitos, sin contar a Franco, por supuesto.

Volvieron a besarse, Bruno sacó otro anillo de su bolsillo y se lo entregó a Ismael para que se lo coloque en el dedo.

—Volviendo a hablar de trabajo, me acuerdo que el día que me contrataste dijiste que el puesto de secretario presidencial era temporal, hasta que encontrara mi nicho, mi lugar seguro en donde me sienta cómodo trabajando. ¿Qué va a pasar con eso?

Bruno suspiró y perdió la vista en el mar. Realmente había olvidado eso.

—Vas a ser mi esposo, ¿y me preguntás eso?

—¿Qué tiene? ¿O me vas a tener todo el día en el departamento esperando a que llegues como hacía Daniel con Evangelina?

—En cierta manera te convertirías en dueño.

—No, sería el esposo del dueño —lo corrigió—. Aunque nos casemos, de tu empresa no me corresponde ni una tarjeta prepaga —dijo con una risa de costado.

—Yo con mi parte de las acciones hago lo que quiero...

—No, Bruno —lo frenó, tomando su mano—. No es así, no quiero nada de tu empresa, me molesta un poco que todavía no me conozcas —le recriminó con cariño—. Lo pregunto porque si nos vamos a casar, no quiero que el trabajo termine matando nuestra relación.

—¿Alguna vez te sentiste mal durante todo este tiempo trabajando juntos?

—No, pero nos conozco, somos pólvora, y juntos podemos provocar una explosión que traspase las paredes de la oficina. Y no quisiera perderte por una boludez así.

Bruno suspiró fuerte, Ismael tenía razón. Y esa era una de las cosas que amaba de él: era la razón y el corazón, dependiendo de la situación.

—Bueno, desde este momento sos mi prometido. Entonces, vas a seguir como empleado, pero te libero como mi secretario. En todos estos meses me demostraste que sos perspicaz, proactivo, y tenés muy buena visión del negocio. Te dejo libre para que hagas y deshagas lo que quieras, sos demasiado talento para tenerte conmigo de Smithers. —En referencia al personaje de Los Simpson.

—Ahora con más razón quiero volver a Buenos Aires. Quiero que estés orgulloso de mí nuevamente.

—Ya lo estoy, Isma.

Con el pedido de matrimonio y la evaluación laboral simbólica de Bruno, oficialmente ya no tenían nada más que hacer en el país del norte.

—Ahora vamos a cenar para festejar el compromiso, y después al hotel a descansar, que nuestro vuelo de regreso sale mañana a la mañana.

—¿Por esto demoraste la vuelta a Buenos Aires? —Bruno afirmó con la cabeza, con una sonrisa pícara—. Estás demente, y me encanta.

Ismael y Bruno disfrutaron la última noche de vacaciones, comenzando con la cena en el primer restaurante que encontraron, y cerraron la noche con broche de oro enredados entre las sábanas.

Ninguno imaginaba lo que les esperaba al poner un pie en Buenos Aires.

—¡¿Pero qué mierda?!

Bruno caminaba por su departamento, y no entendía por qué había tanto desorden. Ismael lo seguía, también mirando cada cosa fuera de lugar. La cocina con restos de un desayuno, la sartén todavía sucia sobre la cocina eléctrica, el baño privado de Franco usado, su cama deshecha, y la pequeña maleta que había usado para ir a Uruguay abierta en el suelo.

—Estaba esto en la terraza. —Ismael le enseñó las dos botellas de champagne vacías—. Evidentemente Franco la estuvo pasando bien en compañía, quizás se le dio con Evangelina.

—Sí, pero Franco no es así. Yo sí soy desordenado, pero él no. Algo me huele mal, y no precisamente la mugre que hay acá adentro.

Bruno tomó su teléfono del bolsillo y llamó a su hermano, pero la llamada iba directo al buzón.

—¿Y si llamás a Eva? —propuso Ismael.

—No, hay otra cosa que no me cierra. Hoy es martes, ponele que tuvo un fin de semana de joda, Estela debería haber limpiado, ya pasó un par de veces este escenario de desorden.

Bruno se acercó a la mesa del comedor, el mate hablaba por sí solo. El estado de la yerba y las mosquitas que lo merodeaban decían que llevaba días allí. Sin tiempo que perder, marcó al celular de Estela en altavoz, para que Ismael pudiera escuchar.

—Hola, viejita...

¡Hijo que bueno que volviste! —Estela no lo dejó continuar—. Andá ya para la clínica.

—¿Qué pasó? No me asustes. Es Franco, ¿no?

Sí —afirmó entre sollozos—. Sufrió una intoxicación alcohólica grave y no se despierta, ahora mismo está en observación.

—Tranquila, ya salimos para allá. Mandame la dirección por mensaje.

—¿Qué mierda pasó? —preguntó Ismael, cuando Bruno colgó la llamada.

—No sé. Evidentemente no lo puedo dejar solo con el corazón roto, esta vez se fue al carajo.

Ismael se lo pensó un momento, seguía mirando el entorno buscando una respuesta.

—Imposible que se intoxique con esas dos botellas de mierda, hay algo que no estamos viendo.

Bruno recibió los datos de la clínica, y salió disparado a buscar su auto. Ya en el garage, comenzaba a armar el rompecabezas.

—Falta su auto. ¿Qué pasó?

—No perdamos más tiempo, las respuestas están en la clínica. Bruno, Bruno —insistió ante la falta de respuesta—, mirame, carajo.

Ismael sabía que Bruno estaba en trance, su gemelo estaba en el hospital y él actuando con total parsimonia, jugando al detective para encontrar las pistas y resolver el misterio. Cuando por fin reaccionó, se largó a llorar como un niño.

—Tranquilo, amor —lo consoló mientras lo cubría con un abrazo—. Va a estar bien, llegó a la clínica y ya lo están atendiendo. Hice tres años de medicina antes de entrar a la policía, ¿confiás en mí?

Sintió como Bruno afirmaba con la cabeza en su pecho, le quitó las llaves del auto de las manos y le pidió la dirección hacia donde debían ir. Una vez allá, Ismael frenó a Bruno antes de entrar a la clínica.

—Ey, no es momento de buscar culpables, ¿sí? Ya cuando Franco despierte nos contará lo que pasó.

Ismael sabía que Bruno iría a buscar explicaciones con Evangelina.

—Ella es la única que tiene la respuesta.

—Pensá esto: Franco se fumó su matrimonio durante seis meses, y lo soportó estoico. Ahora no tiene motivos, Eva se separó...

—Acabás de reponerte solo —lo interrumpió —. Precisamente, Evangelina está separada, lo que significa solo una cosa. Aún separada de Daniel, no siente nada por Franco, le rompió el corazón.

—Nadie elige a quien amar, Bruno. Yo no quería amarte y acá me ves, ya soy tu prometido. Repito: no es su culpa, ¿sí? —Bruno afirmó convencido y entró a la clínica.

Una vez más, Ismael era la voz de la razón contra su voz del corazón.

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