Noventa y nueve

Habían pasado dos días desde que Franco se había ido de imprevisto a Uruguay, y a Evangelina ya se le hacía cuesta arriba mantener la sonrisa forzada. Algo que Dae-myung nunca creyó.

Como sabía que Evangelina era reservada con sus emociones, y que no hablaría a menos que estuvieran a solas, inventó un espacio de reunión en una sala apartada.

Llegada la hora, Evangelina lo observaba confundida cuando Dae-myung no iniciaba la conversación.

—Demi... ¿Qué es esto? ¿Querías revisar algo conmigo? ¿El estado de los paquetes Eva? Me asusta un poco que solo hayas puesto «Eva» en el asunto.

—A vos te quiero revisar —soltó pícaro—. ¿Me vas a contar qué te paso en la semana de las fiestas? No te creo nada ese buen humor fingido, y me preocupa.

Evangelina pasó por tres estados en un minuto: la risita incrédula, el puchero, y finalmente el llanto.

—Eva... —bufó Dae-myung mientras se acercaba a abrazarla—. ¿Pasó algo en la cena con tus padres? Se tomaron a mal tu divorcio, ¿no?

—Además... Ya me había olvidado de eso.

—¿Daniel?

—En parte.

Le quedaba una última opción, que comenzaba a ser probable, teniendo en cuenta lo del lunes.

—¿Franco?

Dae-myung se sintió respondido cuando Evangelina comenzó a llorar con más fuerza.

—Puedo contarte lo que pasó, si me jurás que no va a salir de esta sala. Si alguien del equipo se entera, no sé con qué cara los miraría. Generalmente, son cosas que suelo hablar con Ismael, pero hasta la semana que viene no vuelve, y de verdad necesito saber si estoy en lo cierto, o me equivoqué.

—Claro, Eva. Ya sabés que soy reservado, podés confiar en mí.

Evangelina se limpió con un pañuelo descartable que traía en su bolsillo, el mismo que usaba para limpiar las lágrimas que involuntariamente se le escapaban y culpaba al aire acondicionado. Cuando pudo ordenar todo lo vivido durante la ausencia de Dae-myung, comenzó a relatar partiendo desde el rescate en la cena con su familia, hasta el momento en que abandonó su departamento como una criminal. Omitió los detalles del fogoso fin de semana con Franco, pero sí le dio a entender que habían estado juntos.

—En base a tu cultura oriental, seguramente estás pensando que soy una zorra por meterme con otro hombre estando todavía casada con Daniel. Y lo acepto.

—Vos también estás enamorada de él —soltó en un susurro, atropellando las palabras.

Evangelina lo miró perpleja, enarcando una ceja.

—No, y por eso me alejé. El amor que tengo para darle no está a la altura del suyo, y no lo merece.

—Vos porque no te ves, yo sí te veo y ya me quedó clarísimo.

Evangelina se reacomodó en su sitio y escaneó con su mirada a Dae-myung. Lo que acababa de decirle, su postura corporal, la expresión en sus ojos rasgados...

—Ay, mierda... —dijo finalmente, tomándose la cabeza.

—¿Qué?

—Te gusto, ¿no es cierto?

Dae-myung miro para otro lado, y finalmente lo confirmó con su cabeza.

—Sí —admitió con un largo suspiro—. Me cautivaste el día de la charla en Uruguay, cuando llegué y estabas en el aeropuerto esperándome me ilusioné un poco. Y después, cuando Franco me terminó confesando que estaba hasta las pelotas con vos, según sus palabras, directamente intenté bloquearte. Pero siempre fuiste tan cálida y cercana conmigo, que terminé cayendo en tus redes como un imbécil. Sí, me enamoré de la mujer del jefe, o al menos, de la que pretende el jefe.

—¿Me creerías si te digo que hubo un momento en el que estuve confundida con vos?

—No me jodas, Eva. Fue el día del partido de Argentina, ¿no? Cuando me pintaste las banderitas.

—Ese día —confirmó señalando al vacío—. A ver, siempre me pareciste atractivo, no te lo voy a negar. Pero en un momento te miré a los ojos y vi algo, no podría especificar qué. En ese momento, mi relación con Daniel ya estaba fallando, a Franco no podía verlo de otra manera más que como amigo... Y de repente, me perdí en tu mirada y me sentí bien. Incluso, me dieron ganas de besarte ahí mismo, cuando me abrazaste.

»Después, terminó partido, cada uno siguió en la suya, y al pasar de los días fui olvidando eso que sentí durante los cinco minutos que te pinté las banderitas... Hasta ahora. —Evangelina se quedó un minuto en silencio, procesando lo que había dicho—. ¿Por qué me siento bien después de rememorar esto?

Evangelina acercó su silla hasta Dae-myung, clavó su mirada en los ojos rasgados de él, y comenzó a acercarse lentamente con claras intenciones de besarlo.

Pero Dae-myung colocó su mano frente a su rostro para impedirlo. Sin saberlo, Evangelina estaba repitiendo la escena de Franco con Julieta.

—Eva, te creo respecto a lo que sentiste por mí el día del partido, pero dejá de mentirte. Estás enamorada de Franco, y no te das cuenta.

—¿Por qué estás tan seguro de eso?

—Porque en este momento solo te preocupa Franco, ya ni siquiera te importa Daniel, y hasta lo culpás de haberte influenciado para alejarte de él. Y no me digas que es culpa lo que sentís ahora, la culpa se disuelve más rápido, y ya pasaron dos días.

—Tenés razón. —Evangelina comenzó a llorar—. Me encantaría volver a ese treinta y uno de diciembre y rectificarme, porque no lo amo un centímetro, ni un metro, como le dije en el correo. Lo amo sin medidas, incluso... —Hizo una pausa, y luego soltó una risa sarcástica—. ¡Lo amo más de lo que amé Daniel! Soy una imbécil.

Evangelina se arrojó sobre la mesa a seguir llorando, y Dae-myung le acarició el cabello para tranquilizarla.

—Llamalo ahora, no pierdas más tiempo, hablá con él y decile lo que sentís, no seas tonta.

Evangelina tomó su teléfono y lo llamó, pero luego de un par de tonos cayó en el buzón de voz.

—No atiende, y la situación quedó bastante delicada como para mandarle un mensaje.

Dae-myung, que se estaba yendo de la sala para darle privacidad, sacó su celular y buscó un contacto. Luego, discó el número en el teléfono de la sala.

—Ahí te marqué el número de la sede de Uruguay.

Dae-myung le entregó el tubo, y Evangelina lo aceptó poco convencida, pero lo colocó en su oído y aguardó a que alguien le respondiera.

—Sí, buenas tardes. Habla Evangelina Leiva desde Chanchi Argentina, soy la jefa del equipo de Franco Antoine. Necesitaba hablar con él, ¿puede ser?

Señorita Leiva, el señor Antoine estuvo aquí el lunes y se retiró en la tarde. Volvió a Buenos Aires, si no está allí con usted, quizás tuvo algún inconveniente personal.

—Sí, puede ser. Disculpe la molestia, hasta luego.

Evangelina colgó y se quedó mirando el teléfono.

—¿Qué pasó? —indagó Dae-myung.

—Me dijeron que volvió para Buenos Aires el mismo lunes —contó, levantando la cabeza para mirarlo a los ojos.

—Acá no vino... ¿Dónde está?

—Mierda.

—Voy a llamarlo, quizás te está evitando, y a mí me va a atender.

Pero Dae-myung obtuvo el mismo resultado.

—No te preocupes, quizás está en alguna reunión con inversionistas, Bruno no está y él tomó todas sus tareas. Cuando vea tu llamada perdida seguramente te la va a devolver, pero ya diste un paso enorme.

—Gracias, Demi.

Dae-myung sonrió, bajando la cabeza.

—No eras para mí. Yo viví con él una parte de su calvario, y realmente te ama más que cualquiera en este mundo. Daniel no te valoraba, en cambio Franco daría hasta lo que no tiene por verte feliz. Nos veremos en otra vida, ¿sí? —Dae-myung le guiñó un ojo y Evangelina sonrió apenada.

Luego de abrir su corazón con Dae-muyng, Evangelina se sintió mejor, y siguió su consejo de esperar a que Franco apareciera o la llamara de regreso. Pero ni volvió a la oficina, ni devolvió la llamada. Comenzaba a preocuparse porque Franco no era así, siempre que tenía que ausentarse le avisaba, aunque no tuviera la obligación, lo hacía porque sabía que ella se preocuparía por él. Pensó en llamar a Bruno y preguntarle por su paradero, pero todavía estaba de vacaciones, y no quería preocuparlo en caso de que él tampoco supiera.

Los días se fueron diluyendo hasta llegar al primer viernes del año. Dae-myung la ayudó a ocultar su ánimo con el resto del equipo, la cuidó y la mantuvo entretenida en tareas sin mucha interacción para que pudiera llevar su propio calvario en paz.

Si estaba huyendo de ella, necesitaba encontrarlo y rectificarse en cuanto al amor que sentía por él.

Decidió comenzar por lo más simple: su departamento en la torre Alvear. Dae-myung se ofreció a acompañarla en el horario del almuerzo, pero al anunciarse en recepción le comunicaron que el señor había salido el martes en la tarde, y desde entonces no había vuelto. Evangelina volvió al auto, y entre desilusionada y desesperada golpeó fuerte el volante.

—Tranquila, Eva... Quizás tiene otro departamento, un amigo, un familiar...

Evangelina se quedó un rato mirando al vacío, su cabeza iba a mil por hora, y las palabras de Dae-myung le detonaron la respuesta correcta.

—Ya sé dónde puede estar. Avisá que vamos a volver tarde a la oficina.

Evangelina puso en marcha su auto, cargó la dirección en Google Maps, y arrancó sin perder tiempo.

—¿Remedios de Escalada? —dijo Dae-myung cuando vio la dirección de destino en el teléfono.

—Es la casa de su padre, si no está ahí, entonces sí se me acabaron las opciones.

Había acertado. El problema era que no estaba precisamente en su hogar de nacimiento, y Evangelina omitía el detalle que no era la única bestie en su vida, dispuesta a hacer lo que sea por su mejor amigo.

Como por ejemplo, esconderlo.

La canción de multimedia es para las Swifties, como por ejemplo, mi geme beiia que sigue esta historia: Kathwriter . Confieso que esta canción fue una de las que me llevó a escribir el final que van a leer, junto con otra, que llegado el momento se las marcaré. Les dejo la traducción al español.

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